Cambio climático: armando la trampa
- Opinión
Aumenta el caos climático, con tormentas feroces fuera de tiempo y lugar, inundaciones donde no las había, sequías interminables, olas de frío o calor extremo, todo con impactos terribles para la gente común y peores para los más vulnerables.
Sus causas están claras: la expansión del modelo industrial de producción y consumo basado en combustibles fósiles (petróleo, gas y carbón), principalmente para generación de energía, sistema alimentario agroindustrial y urbanización salvaje. Urge cambiar el modelo y reducir drásticamente la emisión de gases de efecto invernadero, única solución real. Pero con el poder económico de las industrias beneficiadas y los enormes subsidios que reciben de los gobiernos –a quienes retornan el favor apoyando sus campañas políticas– cambiar o reducir realmente no está en la agenda.
En lugar de ello, están armando una trampa global para seguir con sus negocios como siempre, aparentando que hacen algo para enfrentar la crisis. Su apuesta de frontera es la geoingeniería: manipular el clima para tapar el sol y bajar la temperatura, remover los gases de la atmósfera por medios tecnológicos y enterrarlos en fondos geológicos, cambiar la química de los océanos, blanquear las nubes, entre otras.
Como todo en geoingeniería es de alto riesgo, razón por la cual está bajo una moratoria en Naciones Unidas, la maniobra es comenzar por algunas técnicas, para luego legitimar el paquete de las más riesgosas, alegando que ya es tarde para otras medidas. Las que empujan ahora, ante la inminencia de un nuevo acuerdo global sobre el clima que se prevé tomar en París en diciembre 2015, se llaman CCS y BECCS por sus siglas en inglés, en castellano “captura y almacenamiento de carbono” y “bioenergía con captura y almacenamiento de carbono”. Ambas vienen de la industria petrolera, que no las usaba porque no son económicamente viables.
No estamos hablando de cualquier industria, la de energía es la más poderosa del globo. De las doce mayores empresas del planeta, ocho son de petróleo y energía, dos son comerciantes de alimentos y dos fabricantes de automóviles. (Lista de la revista Fortune, 2015). Las principales empresas coinciden con los sectores que según expertos son los principales causantes del cambio climático. Sólo 90 empresas de petróleo, energía y cemento (la mayoría privadas) son responsables de dos tercios de los gases de efecto invernadero emitidos globalmente desde 1850 (R. Heede, 2014)
Actualmente, las industrias de petróleo y energía manejan una infraestructura de 55 billones de dólares en todo el planeta. Tienen reservas aún no explotadas estimadas en 25-28 billones de dólares. Un reciente informe del Fondo Monetario Internacional (FMI, mayo 2015) agregó que los gobiernos subsidian a esas industrias con 5,3 billones de dólares anuales, o como calculó el diario británico The Guardian, 10 millones de dólares por minuto, durante todos los días del año 2015. Un monto mayor que los gastos de salud sumados de todos los gobiernos del mundo.
La suma estimada por el FMI incluye subsidios directos e indirectos, como los enormes gastos de salud y ambiente imputables al uso de combustibles fósiles. El informe fue contestado por fuentes empresariales, alegando que son subsidios al consumo y que otros combustibles también tienen impactos. Pero aun restando lo que le disputan, se trata de cifras exorbitantes para las empresas más contaminantes y ricas del planeta. La reforma privatizadora de la energía en México, contribuye también a subsidiarlas. El FMI no produjo este informe para criticar a las petroleras. Por el contrario, lo que pretende es que en lugar de subsidios, se aumente el precio de los combustibles, de tal forma que las empresas mantengan sus entradas, pero los pobres paguen más dinero.
En cualquier caso, con tales sumas, es obvio que la industria de la energía no va a renunciar a sus inversiones y a seguir explotando las reservas que tiene. Por eso, la geoingeniería es para ellas una solución “perfecta”: no tienen que cambiar nada, pueden seguir calentando el planeta y encima cobrar por enfriarlo, vendiendo más tecnología.
Lo que ahora se llama captura y almacenamiento de carbono (CCS) le llamaban antes Enhanced Oil Recovery (recuperación mejorada de petróleo). Se trata de inyectar dióxido de carbono (CO2) a presión en pozos de petróleo ya explotados, para empujar las reservas más profundas hacia la superficie. La tecnología existe, pero no se ha desarrollado porque la instalación es muy cara y lo extraído no compensa la inversión.
Ahora, con el mágico cambio de nombre de EOR a CCS, la industria afirma que al dejar el CO2 en los pozos de petróleo y otros fondos geológicos, está retirando el carbono de la atmósfera y por tanto es una medida contra el cambio climático, que cómo tal debe ser apoyada y recibir créditos de carbono. Sostienen que de esta manera podrán contrarrestar las emisiones de carbono no sólo de su propia industria, sino también de otras actividades contaminantes y el resultado dará lo que llaman “emisiones netas cero”. Con BECCS (bioenergía con CCS) van más allá y le llaman “emisiones negativas”, porque plantan al mismo tiempo que instalan captura de carbono, extensos monocultivos de árboles u otras plantas, que también absorben carbono y por tanto, según ellos, la suma daría negativa.
No hay absolutamente ninguna prueba de que todo esto funcione, pero sí se sabe que los riesgos ambientales, sociales y de salud para intentar instalar estas tecnologías son altos: no hay certeza de que el CO2 permanezca en el fondo, si hay escapes, serán tóxicos para plantas, animales y humanos, aún en pequeñas cantidades contaminará mares y según el área, también puede contaminar acuíferos. Adicionalmente, la llamada “bioenergía”, si se trata de grandes plantaciones son una pesadilla: ya existen movimientos de protesta contra ellas en todos los continentes, compiten con la producción alimentaria, por tierra y agua, desplazan comunidades, devastan ecosistemas.
Si realmente se implantaran masivamente instalaciones de captura y almacenamiento de carbono, o CCS, también desatará un una nueva competencia por acaparamiento de tierras, ahora subterránea, ya que no todos los terrenos son aptos para almacenar carbono y los que sí se consideren, serán objeto de acaparamiento por esta poderosa industria. Es muy preocupante que empresas y gobiernos promotores de CCS ya han elaborado lo que llaman “Atlas de almacenamiento geológico de CO2”, -mapeando los lugares donde teóricamente se podría almacenar carbono, con lo que ya están facilitando ese acaparamiento. Se han elaborado estos Atlas para Norteamérica, Europa y México, éste último financiado por el gobierno, a través de la Secretaría de Energía.
Shell ya está diciendo públicamente que se debe pagar a las petroleras para que ellas salven al planeta del cambio climático con CCS y BECCS. Sería el colmo de la perversión: pagar a los culpables del caos climático, para que extraigan más petróleo y encima nos cobren por seguir contaminando.
Silvia Ribeiro
Investigadora del grupo ETC
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