La democracia como aspiración social (I)
17/02/2015
- Opinión
El implante de la democracia, en la porción Planetaria conocida en la antigüedad europea, fue un suceso iniciado en Atenas (S. V a. C. llamado el siglo de Pericles), ciudad asentada en la hoy Grecia, con importantes antecedentes y avances posteriores. Allí los ciudadanos definían el quehacer de las ciudades, las acciones del líder eran también consideradas. Sin embargo, estaba trunco el sistema. Vasta capa de habitantes eran excluidos: los esclavos. Todo quedaba en manos del 10% de la población. (1)
La denominada democracia directa ateniense (asamblearia) fue iniciática. Tras ella surgen más sistemas que se podrían enmarcar como democráticos imbuidos de ideales atenienses. Ocurre en Roma y siglos más tarde, en Francia. La República romana fue la 1ª forma popular de gobierno, tras la democracia directa griega. El poder legislativo recaía en el Senado, el ejecutivo en magistraturas, cuestores, pretores y cónsules, sobre todo, que eran elegidos y renovados en elección directa, por los ciudadanos con derechos, -patricios inicialmente, después también la plebe- en verdaderas campañas electorales. En su transcurso, el sistema decae. Violencia, degeneración social, malos resultados económicos, dan al traste con el proceso. Los senadores ya no eran electos, acrecentando su poder. Al ampliarse territorialmente la República, pierde gobernabilidad, pasando el poder a los Triunviratos, para de allí “convertirse” en Imperio, iniciado en manos de Julio César y, sobre todo de Augusto, que lo consolida.
La democracia representativa “moderna” surge de los postulados de la ilustración francesa. Montesquieu y Voltaire fundamentalmente, oponen sus criterios al "Todo para el pueblo pero sin el pueblo", principio del despotismo ilustrado, en donde el pueblo, "ignorante", debía ceder el poder a la clase gobernante, "sabia".
Los principios “modernos” o liberales se desarrollaron en los Estados Unidos a partir de 1773. En la actualidad el modelo de democracia liberal es el imperante. El órgano de gobierno es elegido por un grupo de parlamentarios electos de una sola vez, por sufragio universal y salvo variantes de ajuste a situaciones especiales, ninguna democracia actual se sale de ésas pautas. E.U. se autonombra censor de tales circunstancias y en calidad de “policía internacional” analiza y critica oficialmente cualquier desviación que se salga del régimen que ellos regentean a nivel global.
Las investigaciones en el siglo XX acerca de la democracia, son realizadas fundamentalmente en los países líderes del proceso: Estados Unidos de Norteamérica y Gran Bretaña. Sus analistas, a diferencia del conductismo y de la teoría de la elección racional, se alejaba del individualismo metodológico enfocándose en un nuevo enfoque institucional, ligado al institucionalismo, actuado en el S. XIX, calificado como “nuevo” al buscar ensanchar sus fuentes de información, análisis y percepción de la realidad política, ajustándose a criterios metodológicos más estrictos.
La sucesión de estos enfoques metodológicos en la ciencia política de Estados Unidos deja profundas señales en ideas, conceptos y diversas teorías. Roberto García Jurado, en su tesis doctoral “LA TEORÍA DE LA DEMOCRACIA EN ESTADOS UNIDOS: ALMOND, LIPSET, DAHL, HUNTINGTON Y RAWLS” afirma que la filiación conductista de Almond, Lipset, Dahl y Huntington influyó para que su teoría de la democracia fuera esencialmente empírica, con ínfulas científicas y de neutralidad. Ajustaron su teoría al modelo político que existe en los países occidentales, a la sociedad estadounidense sobre todo, a partir de lo cual conformaron una teoría de la democracia caracterizada por seis rasgos básicos: 1) Concepción procedimental de democracia; 2) Liberalismo político; 3) Pluralismo como principio de convivencia social; 4) La función relevante de las élites políticas; 5) La economía de mercado como soporte de la democracia; y 6) Los límites de la democracia. (2)
Advierte García Jurado, que existen otras concepciones e ideas, que comparten los analistas mencionados, además de las que enumera en su texto, y que son las de más relieve que utiliza para su tesis. La parte sustancial de la polémica está en la definición de alcances de la democracia, en tanto que para unos la democracia es solo un método para crear el gobierno de una nación y elegir a sus jefes, para otros es una forma de gobierno que, además de método para elegir gobernantes, posee un conjunto de objetivos definidos ligados a la justicia social.
Esta polémica prosigue, pero en occidente existe una especie de consenso más o menos generalizado, de que un elemento medular de la democracia es su “aspecto procedimental”, o sea la fórmula de selección del gobierno. Robert Dahl -afirma- ocupa lugar destacado en la polémica, al considerarse uno los politólogos contemporáneos que más sondean en la democracia procedimental, y de los que más abiertamente cobija esta forma de entender a la democracia. También Almond, Lipset y Huntington se ocupan del tema, aunque de manera menos amplia y prolija. Cada uno expresa claramente su cruce en este concepto, citando a Dahl como inicio de el.
En 2º término, la vocación liberal de los cuatro, y en general del pensamiento norteamericano, es ya clásica. Los cuatro comparten fuerza y simpatía a los supuestos que destacan la libertad del individuo frente al Estado, refutando con similar ímpetu la instauración de un gobierno autoritario o totalitario, que anule estas libertades.
Almond, Lipset, Dahl y Huntington afirman concretamente que la marcha de la democracia moderna depende de un sentido de la hechura y posición de las élites políticas, de su lealtad a principios y valores democráticos. Para los cuatro no hay contradicción entre élite y democracia, son elementos complementarios.
Es conveniente señalar que se refieren a las élites y no a una élite. La aportación positiva de éstas al accionar de la democracia se da, cuando están compuestas por una variedad de grupos, no por uno sólo. Las élites para la democracia son competencia, no solamente en el tipo de gobierno que puedan conducir. Para los cuatro es necesario que la democracia se inscriba sobre una economía de libre mercado; no admiten que sea posible en un sistema de planificación centralizada. En muchos sentidos, la teoría de la democracia de Dahl es dependiente de la política de la teoría de los mercados de la economía clásica. Lipset, aunque en menor medida, también se apega de cierto modo a este enfoque. (3)
Los cinco están de acuerdo es en que se requiere una economía de libre mercado para que las instituciones democráticas modernas funcionen correctamente. Ni Almond ni Huntington realizan un análisis exhaustivo al tema; pero su idea de sociedad moderna como base del sistema democrático, implica su sesgo hacia el libre mercado. Finalmente, en sexto lugar, los cuatro coinciden en que los procedimientos y la participación democrática tienen ciertos límites. Ninguno expresa que la democracia deba entrañar un elevado índice de participación política. Consideran que los organismos democráticos funcionan mejor, cuando sólo un estrato de la sociedad participa activamente en ellos.
Ciertamente, tales límites no son formales, por no ser fruto de una coacción externa a los diferentes individuos y grupos sociales: la universalidad de los derechos políticos es incuestionable. Por ello las limitaciones deben ser producto de la dinámica social y del diseño de las instituciones políticas, tan flexible que permita innovaciones en el nivel de la participación, favoreciendo la tendencia a la mesura y equilibrio. La teoría de la democracia sustentada por estos autores puede caracterizarse por estos seis rasgos, los cuales han observado en las democracias occidentales, particularmente en los Estados Unidos, convirtiéndolos luego en todo un modelo teórico. (Continuará)
México D. F. 15-Febrero-2015
Notas
https://www.alainet.org/pt/node/167625
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