Cambio de época e integración regional (I)
09/09/2012
- Opinión
Uno de los rasgos característicos del llamado “cambio de época” en América Latina en el siglo XXI, ese giro político y cultural que desplazó por la vía de la insurreción popular y en las urnas electorales a buena parte de los gobiernos neoliberales instalados en nuestros países desde la década de 1990, es el nuevo impulso de la integración latinoamericana y caribeña, tanto a nivel de instituciones y acuerdos, como de los contenidos políticos e ideológicos que sustentan esos entendimientos.
Esta renovada opción por los procesos de integración ocurre en un contexto global marcado por dos grandes momentos: primero, el ascenso y consolidación de los bloques económicos –como la UE, los países de sureste asiático y los Estados Unidos- en el período que va de la recomposición del sistema internacional tras el colapso de la Unión Soviética (el nuevo reparto del mundo) hasta principios del siglo XXI, cuando China –y después los países del grupo BRIC- despunta en el horizonte económico como una potencia capaz de disputar la hegemonía del Occidente Noratlántico; y un segundo momento, todavía en curso, que corresponde a la crisis capitalista, largamente incubada, que explota en 2007 con la crisis inmobiliaria y financiera en los Estados Unidos y, más tarde, en Europa.
Para América Latina, esos dos momentos también significaron experiencias distintas: en el primer caso, conoció y sufrió el auge del neoliberalismo político y económico, tutelado desde el Norte por la tecnocracia financiera internacional (FMI, Banco Mundial), que con su frenesí privatizador y desnacionalizador llegó a convertirse en sentido común en nuestra sociedades; mientras que en el segundo, la fractura de algunos de los eslabones de la dominación, el ascenso de nuevos gobiernos de corte progresista y nacional-popular, y la audacia en la búsqueda de alternativas en medio del desorden global de la última década, le ha permitido a la región avanzar en construcciones políticas, económicas, tecnológicas, sociales y culturas, que se articulan en torno a las ideas de integración, unidad, independencia y defensa común.
Es decir, en América Latina se levanta una nueva arquitectura de la integración que se distancia de los enfoques estrictamente económicos y pragmáticos ensayados desde la segunda mitad del siglo XX, primero bajo el influjo de las tesis de la CEPAL, y más tarde por las tesis del “libre comercio” de la tecnocracia neoliberal, para incluir ahora otras dimensiones tradicionalmente relegadas por los acuerdos entre elites y oligarquías.
Iniciativas como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), con sus proyectos de complementariedad energética, solidaridad en salud y educación, transferencia tecnológica y promoción de las culturas latinoamericanas y caribeñas; la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), que emerge como espacio de deliberación y construcción de posiciones políticas comúnes, de defensa de la democracia y los derechos humanos; el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), que se transforma con la inclusión de Venezuela como miembro, adquiere dimensiones geográficas mayores y se proyecta al Caribe; o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños: primer organismo regional que se funda sin la participación de Estados Unidos y Canadá, para resolver los asuntos nuestroamericanos sin interferencias imperiales directas; son fruto de ese cambio de época al que aludimos al inicio y muestran más vigor y capacidad de convocatoria y concertación de empeños unionistas, que aquellas proyectos de integración de primera generaciones, muchos de los cuales, como el Sistema de Integración Centroamericano, desgraciadamente se encuentran debilitados, atrofiados en su institucionalidad y con limitadas capacidades de acción producto de la subordinación geoestratégica a los Estados Unidos y su política de tratados de libre comercio.
Y es que, como ocurre en muchos otros ámbitos de la vida latinoamericana, la integración regional no puede entenderse sin el necesario contrapunteo con las iniciativas que la potencia del norte despliega en el continente. Así, los actuales rumbos de la integración “independiente y multidimensional de nuestra América”[1], constituyen la respuesta elaborada por gobiernos, fuerzas políticas de un amplio arco ideológico y movimientos sociales representativos de la diversidad latinoamericana (indígenas, campesinos, trabajadores, estudiantes, mujeres, comunidades, entre otros), al “resurgimiento del panamericanismo”[2] que desde 1993, con la convocatoria estadounidense para celebrar un año más tarde la primera Cumbre de las Américas en Miami, pondría en marcha las negociaciones para la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA): un megamercado continental liberalizado para el capital extranjero, la subasta de bienes públicos nacionales y la completa sujeción de los destinos de América Latina a los intereses norteamericanos.
Tendrían que pasar 12 años, hasta la Cumbre de Mar del Plata en 2005, para que líderes latinoamericanos de Venezuela, Brasil y Argentina, haciendo eco de una movilización continental sin precedentes, levantaran la bandera de la unidad.
Una nueva época empezaba.
NOTAS
[1] Suárez Salazar, Luis (2008, abril-junio). “La integración independiente y multidimensional de Nuestra América: una mirada desde lo mejor del pensamiento sociológico”, en Política exterior y soberanía, nº3. Instituto de AltosEstudios Diplomáticos Pedro Gual, Caracas, Venezuela. Pp. 21-26
[2] Dabène, Olivier (1999). América Latina en el siglo XX. Madrid: Editorial Síntesis. Pág. 240.
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
https://www.alainet.org/pt/node/160877
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