El pisoteo de las PASO
- Opinión
El experimento argentino de las PASO (primarias abiertas, simultáneas y obligatorias) del domingo, han producido la mayor recolección de datos encuestológicos de la historia. Es la primera vez que el “muestreo” es el electorado mismo en su totalidad. Fue finalmente una suerte de censo político coyuntural de las ofertas previamente seleccionadas por el regio dedo de las cúpulas y los líderes. Desde la perspectiva de esa rama métrica de la sociología no deja de ser un ensayo interesante y copioso. Permitirá a las empresas establecer parámetros comparativos con sus propias proyecciones, corregir proporcionalidades de futuros muestreos en base a diversos indicadores como los etarios, socio-económicos, de género, étnicos, entre otros inclusive más refinados, y ser más funcionales aún a la reproducción del mecanismo fiduciario-representativo que lejos de construir ciudadanía activa, la adormila y embauca. Una pregunta inevitable es si vale la pena movilizar a la totalidad del electorado y a los recursos materiales y humanos consecuentes, para el sólo beneficio y solaz de las encuestadoras, ya que internas o primarias efectivas, no hubo. Todas las fórmulas presentadas por los conglomerados políticos participantes fueron únicas. Ni la ciudadanía ni los simpatizantes de alguna de las opciones tuvieron la posibilidad de dirimir algo en el espacio de sus inclinaciones o preferencias, sino sólo manifestarlas. Ni hablar de los verdaderamente militantes, que no sólo fueron excluidos al momento de decidir la oferta, sino licuados posteriormente en una masa plebiscitaria dominguera que no influyó esta vez en los partidos, por el sólo hecho de que no existía competencia interna alguna.
Resulta grosera la contradicción entre la valoración del discurso oficial del instituto pergeñado y ejecutado, por ejemplo en la Presidenta o el Ministro del Interior, con los datos empíricos elementales que arroja la práctica. Según la visión oficialista, es un sistema de selección de candidatos que supera al viejo, que resultaba objetado “por el conjunto de la sociedad porque tenía que ver con un candidato elegido a dedo, con poca participación de los afiliados o por las burocracias partidarias”, como afirmó Randazzo. Hasta aquí podríamos coincidir con la objeción “de la sociedad” y la respuesta a ella que pareciera querer dar la clase política, ya que si bien la iniciativa provino del Poder Ejecutivo, fue resuelta por unanimidad parlamentaria. Lo disparatado es que la supuesta superación provendría en este caso de un “sistema de selección participativo que va a mejorar muchísimo la calidad de la democracia, la calidad de las instituciones y la calidad de los dirigentes que conducen esas instituciones”. Lo cierto es que en la práctica, con este nuevo instituto, la totalidad de los candidatos fueron elegidos a dedo, incluyendo a la propia Presidenta con el suyo propio, hoy candidata a la reelección, no con poca sino directamente nula participación de los afiliados, que no alteró un ápice la calidad de las instituciones ni de los dirigentes que las conducen, ya que son exactamente los mismos de siempre, aunque es probable que resonantes derrotados estallen luego en luchas intestinas.
El ardid ideológico utilizado proviene de la pobreza y liviandad con la que se apela a la palabra “participar” que bien puede tener un carácter polisémico, aunque para la clase política argentina, tal polisemia no incluye en ningún caso el significado de intervenir en la esfera de la toma de decisiones, que es precisamente el determinante. Muchos televidentes participan telefónicamente en encuestas, sin que por ello debamos inferir su participación en la elaboración del mensaje o la programación. Esto no fue otra cosa que un simulacro seductor de participación. Más bien absorbe y a la vez neutraliza la iniciativa crítica y la voluntad decisional de los ciudadanos, utilizando ideológicamente la supuesta participación como señuelo. El domingo pasado no se eligió absolutamente nada. Ni un solo diputado, consejal, senador, gobernador o intendente. Tampoco una línea en particular al interior de algún frente, alianza o partido. A lo sumo, diferentes alternativas de nombres a nivel parlamentario local, sin necesario compromiso en la confección final de la lista. Para el Ministro, “lo que importa es que hay que ir a votar. No importa por quién, pero que esta decisión tan importante no quede en mano de unos pocos”. Lo cierto es que quedó en manos de poquísimos y su pedido a la ciudadanía, lejos de ser participativo, es de convalidación legitimante de este elitismo oligárquico-partidario.
Sí constituyó un salto cualitativo la prohibición de contratación de publicidad audiovisual por los partidos, asignándose por el Estado de manera igualitaria un 50% de la pauta y el 50% restante proporcional a la cantidad de votos obtenidos en la elección real pasada. Y esto en todos los medios, privados o públicos, abiertos o de cable, radiales o televisivos. Es una normativa socializadora de las oportunidades y lo sería más aún si fuera totalmente igualitaria con independencia de votos. Beneficia indudablemente a los partidos más pequeños, pero sobre todo, permite independizar relativamente la posibilidad de difusión de las propuestas de las posibilidades económicas de los competidores. Pero para implementar esta propuesta no hacen falta las PASO, ni es útil en ellas, ya que las internas son prerrogativas exclusivas de los militantes, sino para las elecciones reales, allí donde se realiza efectivamente la selección de los cargos públicos sometidos a compulsa pública.
De todas formas, la encuesta en sí misma tiene el valor de arrojar varios datos que permitirán análisis pormenorizados, aunque sólo nos detengamos aquí es sus indicaciones más gruesas. La primera de ellas es la completa volatilidad de las fidelidades partidarias e inclusive el desgranamiento de la militancia, mediante diversos mecanismos sustitutos, que van desde la cooptación clientelista, la seducción videomediática y marketinera, hasta la transa con punteros y caudillos reciclados de la corruptela menemista, incluyendo al mismísimo Menem. Hace pocas semanas, el electorado porteño le entregó un arrasador caudal de votos al máximo representante de la derecha: Macri. También, aunque no le alcanzó para el triunfo, el candidato humorista Del Sel, de idéntica alineación con el anterior, hizo una excelente elección en la provincia de Santa Fe. El think tank del kirchnerismo, el grupo Carta Abierta, salió inmediatamente a caracterizar estos resultados como consecuencia de un “vaciamiento de la palabra política”. Sin dudas lo es, tanto como el posterior triunfo del kirchnerismo en esos distritos en las recientes PASO. El error central de Carta Abierta, además de su soberbia, es considerarse ajeno al fenómeno de despolitización argentino, casi en el mismo tono despreciativo en que lo hace el presidente de la Sociedad Rural, Biolcati. Cierto también es que la apelación a figuras del espectáculo no es novedosa, pero no se ha privado el kirchnerismo de utilizarla, hasta inclusive de manera “testimonial”. Macri hizo, al igual que Del Sel, eje en la “renovación de la política” como desideologización plena, como exterioridad al profesionalismo corporativo. Se presentan como testamentarios de la renovación, por la simple distancia respecto al linaje tradicional, sin que por ello se propongan modificar en lo más mínimo el dispositivo institucional, sino contrariamente degradarlo más aún. En ese aspecto, la visión político institucional no difiere en ninguna de las expresiones en pugna. Por eso, el “electorado”, parcialización o minusvaloración de la ciudadanía, es sólo una masa pragmática que resuelve coyunturalmente según las opciones que se le presenten, de cuya elaboración no participa.
El supuesto renacimiento del interés de la sociedad, en especial de los jóvenes, por “la política” fue sólo un destello necrofílico coyuntural. El asco que Fito Páez sintió por el 50% del electorado porteño, debe haber menguado ahora, al menos hacia un 20%, ya que la Presidenta ganó allí donde su candidato, ungido por su propio dedo, recibió una paliza memorable. Algo analíticamente asqueroso.
El kirchnerismo no es ajeno al proceso de despolitización argentino, de degradación institucional y manipulación ciudadana, sino su principal responsable (y mis amigos de Carta Abierta, sus involuntarios cómplices). Esta aseveración no desmiente que, no obstante, se trata del mejor gobierno que haya tenido la historia, incluyendo obviamente al del propio Perón, como ya he afirmado en este mismo medio en otras oportunidades. Su heterodoxia económica neokeynesiana, su defensa de los derechos humanos, la libertad de prensa, su orientación exterior progresista y latinoamericanista (todas éstas últimas impensables en Perón) convierten a la reelección de la Presidenta en la única opción con posibilidades ciertas para contribuir desde la Argentina al desarrollo del progresismo latinoamericano.
Que sea al costo de la demolición institucional, de un festival de corrupción y amiguismo, no quita que siga siendo la menos mala de las tragedias posibles en esta margen del Río de la Plata.
Merece un apoyo enfáticamente crítico.
- Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
Diario La República, 21 de agosto de 2011
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