Estado, uso capitalista/imperial

07/06/2011
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De lo simple a lo más vil. Todo el aparato del Estado, en los actuales órdenes de la modernidad capitalista y globalizadora [pero no sólo ahora, puesto que su origen burgués ha sido para el control de unas clases por otras; las detentadoras del poder económico contra las que históricamente han sido despojadas por aquéllas], es utilizado en contra de la población y para el bienestar de unos pocos. O, lo que es lo mismo, el aparato estatal está para el servicio de los cuantos hombres que detentan el poder económico-financiero, y del político porque tienen el control de los hilos que mueven a la política.
 
No obstante que a su debido tiempo, en periodo de elecciones, los manipuladores o controladores de los aparatos de desinformación ideológica y política —los grandes medios de comunicación, como las agencias internacionales de noticias (en su caso las estadounidenses), y los partidos políticos de cada país—, buscan el apoyo de los ciudadanos para otorgar legitimidad a sus gobernantes títeres, una cosa resultan las promesas en tiempos de campaña y otra muy distinta los programas o planes de gobierno que llevan a cabo durante su reinado. Ni se diga cuando se habla de los candidatos de la derecha, porque los aspirantes de la izquierda son permanentemente denostados y complicadamente difícil que arriben al comando del aparato estatal. Pero se da en muy contados casos.
 
Es decir que, por un lado se generaliza la idea, y así se hace creer a la sociedad, de que el Estado existe porque tiene un determinado territorio, goza del soporte de la población y cuenta con un entramado constitucional que le brinda legalidad y sustento; por lo tanto, se trata de un instrumento destinado para atender las demandas populares o para los fines sociales. Y sin embargo, la realidad resulta absolutamente contraria. Trastada ideológica y política; como si —disculpando el ejemplo del mísero coctel burgués— adquirieras del escaparate un traje fino de corte inglés y a la hora de la entrega recibieras un traje de las pulgas de segunda.
 
El Estado es utilizado, en cambio, por el grupo compacto de la clase de hombres más ricos de un país, que detentan el poder en ese determinado Estado. Echan a caminar toda una maquinaria para maquillar la realidad y hacerla aparecer como lo que no es. Primero, los medios de comunicación lanzan las ideas con cartelones a la mente de los electores; la publicidad para la venta de un producto cualquiera, a costa del erario público del que se alimentan los aparatos para la lucha política y el arribo al poder.
 
Luego los partidos políticos, coludidos, embaucan a las gentes con plataformas ideológicas carentes del menor soporte y así proponen a las mejores figuras —como mercancías, porque no los mejores hombres con las más importantes propuestas, sino los más afines, serviciales, comprometidos o controlables para el poder—, para ser electos sólo aquellos puestos definidos en una elección popular, porque no todos.
 
Por cierto que los espacios que deben ser ocupados por personas ajenas a la política —como las directrices del poder judicial, el aparato electoral, instituciones vigías de los derechos humanos, etcétera— no existen; todo lo contrario, dichos puestos clave son repartidos entre los personajes más útiles para los fines que tienen dispuestos los hombres del poder. Porque tampoco existen cabos sueltos.
 
Por eso se dejan al libre albedrío del ganador en turno. En su caso el primer ministro, el gobernador o el Presidente, cuando hablamos del régimen presidencial y resulta el sentido de los presidentes electos por el voto universal y secreto, verbigracia, en Latinoamérica. Seguidamente viene el ardid de la democracia como mecanismo ideológico y político de consolidación sólo de una elección y del triunfo de un candidato ganador, no en tanto forma ordenadora de mecanismos institucionales permanentes o de comportamiento de los actores. Porque la democracia existe en tanto el poder así lo permite o así conviene a sus intereses.
 
Prueba es que en el nombre de la democracia se cometen los mayores crímenes en el mundo. Es el caso de la democracia estadounidense —más bien imperio—, tan abiertamente denunciada por el lingüista y crítico del sistema de su país, Noam Chomsky. La democracia norteamericana es una mascarada llevada a la práctica con todo el cinismo del mundo, y no sólo en los tiempos electorales. Porque los principios de la igualdad, de la tolerancia, de la libertad, del acceso a la justicia, del respeto a los derechos humanos, resultan un fiasco permanente, vil engaño.
 
Es más, que en el nombre de la democracia y la libertad, EU como imperio, comete los mayores abusos, invasión de países, espionaje, venta ilegal de armas, muerte de opositores e inconformes al orden establecido, encarcelamiento y tortura de los hombres que resisten por la vía armada al estatus quo del sistema de explotación y miseria, etcétera. Que para eso está el aparato de represión institucionalizada; el ejército de cada país. Y EU tiene al Pentágono, esa maquinaria militar-industrial como la definió Dwight D. Eisenhower.
 
Porque el Estado creó también, para fines del resguardo de cada territorio y de su “seguridad nacional” —que no es más que el proteccionismo de los intereses de la clase en el poder—, el reparto de las riquezas naturales utilizables para el fortalecimiento empresarial de cada sector de poder local; como puede ser la clase que posee el control de las industrias energéticas, del armamentismo, de las drogas, de la farmacéutica, de los alimentos chatarra, de los medios de comunicación, de las actividades ilícitas, etcétera. Es el caso de la violencia desatada por EU contra el mundo con la finalidad de resguardar su seguridad energética.
 
Asoma también la complicidad de todas las instituciones de corte internacional (la ONU, la OCDE, el G-7 o G-8, los BM y FMI, el Tesoro de EU, etcétera) útiles para los mismos fines, así como aquellos instrumentos creados para el flujo de capitales en aras de la ganancia fácil —todos los organismos financieros, bancos, corredurías y casas de cambio, de cada país que están sujetos a lineamientos de los países ricos—, que derivan en la operatividad del imperio sobre los demás. Todo con el aval de los representantes de cada Estado.
 
El Estado, pues, que de institución para el prometido bienestar social pasa a convertirse en usurpador de riquezas para beneficio de unos cuantos a nivel global. Todo cambia cuando la sociedad toma conciencia del ardid estatal y de los hombres del poder.
 
https://www.alainet.org/pt/node/150316
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