Juan Pablo II, al altar
01/05/2011
- Opinión
Abusando de la fe colectiva y la ignorancia mutuas, la Iglesia católica produce más santos por idolatría, negocio, tapadera y justificación institucional que por méritos propios de los susodichos ganados con buenas obras en el decurso de sus vidas. La jerarquía clerical mundial generaliza el precepto de que sólo alcanzan la tan anhelada santidad aquellos sacerdotes que reciben su aval, tras los galardones y medallas más nunca por un trabajo individual y especial que deriva de una conquista igualmente particular con impacto general.
Lo dijo Dante en su Divina Comedia: “Porque vuestra avaricia contrista al mundo, pisoteando a los buenos y ensalzando a los malos… Os habéis construido dioses de oro y plata: ¿qué diferencia, pues, existe entre vosotros y los idólatras, sino la que entre ellos adoran a uno y vosotros adoráis a ciento? [‘Entiéndase —dice el comentador—: por cada ídolo que adoran los paganos, adoráis vosotros ciento, pues para vosotros lo son todas las monedas de oro y plata’.] —¡Ah Constantino! ¡A cuántos males dio origen, no tu conversión al cristianismo, sino la donación que de ti recibió el primer Papa que fue rico!”.
[Ver el capítulo sobre “El Infierno”]. Reflexión ejemplar, pero el debate hace historia —mucha de la cual es negra; léanse, por ejemplo, los abusos de la santa Inquisición— en la vigencia del catolicismo.
Pero la errata va másallá porque el asunto es de origen doctrinario. Y por eso mismo en la Iglesia católica campean siempre tanto el ánimo de la incredulidad como el del rechazo, que deriva en la pérdida de adeptos; aparte que enajena y no enseña. Mucho menos, verbigracia, basado en los preceptos de la propia Biblia [¡Oh Moisés y sus tablas! del Antiguo Testamento; ¡Oh Jesús y su enseñanza! del Nuevo Testamento] como cuerpo del aprendizaje. Ya de entonces se juzga y condena la elaboración de ídolos, tanto como el seguimiento de los falsos profetas. Nada qué ver con los santos que palomea la curia romana; imágenes que cuelgan de las paredes en los recintos religiosos. Santos de piedra e imágenes creadas por la mano del hombre.
¡Si tan sólo el catolicismo enseñara con el ejemplo! Todo lo contrario. En esas anda —pésima muestra— ahora el proceso de beatificación fast track de “su santidad” [sic] Juan Pablo II. Pero claro que el proceso fue acelerado por al menos dos razones: 1) Porque a la Iglesia, pero sobre todo al papa Benedicto XVI, le urgía la beatificación como escudo protector de los lastres que acarrea la institución desde la muerte de Juan Pablo II —se tardó, aún contrario al derecho canónico, porque no le encontraban el milagro que lo llevaría al altar— y que Ratzinger no ha sabido o no ha podido contener; 2) el tiempo debía ser el políticamente más oportuno a los intereses de la jerarquía católica, incluida la Curia romana.
Para comenzar, el interés de los dineros. Sabido es que por las manos de Juan Pablo II habrían pasado asuntos tan delicados como el del pederasta Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, quien se abriría camino entre la jerarquía romana allegando abundantes recursos. Tras las denuncias de los afectados que acusaron a Maciel por violación —todos menores de edad e integrantes de su congregación—, lo que incluye a los propios hijos, el asunto llegó hasta el papa Juan Pablo II que lo cobijó.
Los señalamientos por pederastia salieron a la luz pública en varios países europeos, incluido Estados Unidos, apuntando a religiosos que seguían patrones similares a los de Marcial Maciel, aunque ninguno como él. Pero ni Karol Wojtyla, ni Joseph Ratzinger, en su momento cuando era el encargado de la Congregación de la Doctrina de la Fe, hicieron lo conducente para juzgar y castigar a los responsables. Por ello, tanto la indignación como el delito crecieron entre la sociedad católica y la no católica, porque fue solapado por la alta jerarquía clerical.
Y ahora la sorpresa es que la Iglesia católica, en manos del papa Benedicto XVI, se brinca procedimientos incluso del derecho canónico, que marca cinco años para comenzar apenas el proceso de “santificación”. Porque al papa actual más le urge tapar la cloaca que encarar los problemas, como no lo hizo su antecesor. Ya sólo por ese asunto, el de Maciel, habría razón de sobra para no elevar a Juan Pablo II a la calidad de santo. Ni qué decir de otros saldos que tiene en contra, no puestos sobre la mesa, como las alianzas del “papa viajero”, con los gobiernos dictatoriales durante su reinado [su apoyo a la derecha occidental para derrocar al bloque socialista encabezado por la Unión Soviética; tarea en la que prestó un gran servicio], y su repudio a todo lo que sonara a Teología de la Liberación que floreció en Latinoamérica [no obstante su guadalupanismo y su “amor por México”] bajo la bandera de Cristo de cobijar a los pobres de la región.
Por eso la indignación de los afectados y de la sociedad, mucha de ella incluso católica, por la santidad del papa Juan Pablo II. En un tiempo tendrá su propio templo, y rendirá frutos. Tantos recursos como los que rinde un espectáculo de alfombra roja; por no decir, similar al de las bodas reales de estos tiempos en Gran Bretaña, país tan ávido de recursos porque su gobierno no atina a sacarlo de la crisis. El dinero por el dinero de la Iglesia. Por eso Jesús los echó del templo, por la profanación.
Según las últimas revelaciones sobre las acusaciones en contra de Marcial Maciel —reportadas respectivamente por la semanal revista mexicana Proceso número 1800 y el diario La Jornada de fecha 1° de mayo—, ya desde 1956 la jerarquía católica protegía al fundador de los Legionarios de Cristo y otras entidades religiosas, según los 212 archivos antes resguardados en el Archivo de la Congregación para Institutos y Sociedades de la Vida Consagrada (período comprendido entre 1944 y 2002), ahora entregados a los exlegionarios Alberto Athié y José Barba, así como al investigador Fernando M. González. Razón por la cual indigna la presurización para beatificar a Juan Pablo II, quien era parte de dicha jerarquía informada.
En su momento, el mexicano Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, digno representante de la Teología de la Liberación, habría informado al entonces arzobispo primado de México, Miguel Darío Miranda, de “los defectos de los que se habla” con respecto a Maciel, y son: “procedimientos tortuosos y mentirosos, uso de drogas heroicas; actos de sodomía con chicos de la Congregación”. Por ello se afirma que incluso Juan XXIII y Pablo VI estarían enterados, aparte de Wojtyla y Ratzinger, de la conducta de Maciel.
¿Será que Maciel compro conciencias? “Bajo mi cabeza —prosigue Dante— están sepultados los demás papas, que antes de mi cometieron simonía, y se hallan comprimidos a lo largo de este angosto agujero [en el infierno]… No sé si en tal momento fue demasiada fatuidad la mía; pues le respondí en estos términos: —¡Eh!, dime: ¿cuánto dinero exigió Nuestro Señor de San Pedro, antes de poner las llaves de su poder? En verdad que no le pidió más, sino que le siguiera. Ni Pedro ni los otros pidieron a Matías oro ni plata, cuando por suerte fue elegido en reemplazo del que perdió su alma traidora [Judas]”.
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