Operación denegada
21/02/2011
- Opinión
La frase “operación denegada” produce tanto sudor como una hora de ejercicio físico, tantos nervios en el estómago como una primera cita y tanta inquietud como una llamada telefónica de Hacienda.
“Operación denegada” es la frase más leída en España en todo tipo de comercios y grandes superficies a partir del día 20 de cada mes, en algunos casos esta frase aparece en las pantallas digitales de las cajas de los supermercados mucho antes del día 20.
Cuando es nuestra tarjeta la que no tiene fondos, cuando va dirigida a nosotros la "operación denegada", sentimos un trágametierra que nos sacude la médula y nos recorre desde la coronilla hasta los talones, llamando insistente a las puertas del infierno para que nos dejen entrar, pensando que allí estaremos mejor que con cara de pánfilo delante de la cajera que espera a que paguemos la compra. La frase se convierte pues en sinónimo de “tranquilidad denegada”.
Mientras unos miran a su alrededor intentando detectar miradas inculpatorias de las que huir sonrojados, otros, sin embargo, sienten indiferencia hacia la situación y rebuscan una segunda tarjeta con la que hacer frente a la factura. Algunos empleados condescendientes nos disculpan: “es que a veces la banda magnética de la tarjeta está arañada y estos cacharros son viejos y no la leen”, asentimos con inmediatez aunque hayamos estrenado la tarjeta ese mismo día.
La primera vez que nos ocurre, a veces cometemos el error de anunciar a quienes quieren escucharnos pero también a quienes solo quieren que paguemos de una maldita vez y avance la cola, que: “esto no me había pasado nunca”, quien más y quien menos nos mira con cara de amante insatisfecho pensando con una ceja arqueada “sí, seguro que es la primera vez”. Los más experimentados echan la culpa a otros: “vaya, lo han vuelto a hacer, no me han activado la tarjeta, pues me van a oír en mi banco!”, y muy dignos miran al empleado de la caja como si éste fuera a proveerles de una solución. Como tampoco lo hará ninguna de las personas que esperan impacientes a que se resuelva el asunto para seguir con sus vidas. Entre los que esperan su turno en la cola, los hay que conocen esta situación por experiencia propia, y no pueden evitar echar mano de la cartera, para comprobar que llevan consigo esa tarjeta de pago de utilidad intermitente. Cuando lo han comprobado, suspiran y miran con compasión al protagonista del incidente, dando gracias de que este mes todavía no les haya tocado a ellos pasar por lo mismo.
El personal más expuesto a esta desagradable situación no es solo ese ingente contingente de más de 4,5 millones de parados que tiene este país, también están expuestos aquellos que, teniendo un trabajo remunerado tienen que hacer frente a partidas de gasto corriente, que siempre se interpretan como partidas de despilfarro, y para las que nunca hay presupuesto suficiente. Las partidas de los gastos corrientes pero imprescindibles sufren recortes autoimpuestos o impuestos, entre otras cosas, por los impuestos, de los que uno no se puede librar sin saltarse la ley. Estas dificultades para afrontar las partidas de gasto corriente no dan ya lugar a hablar de las partidas extraordinarias, como por ejemplo: “lavadora nueva”, “factura del taller mecánico”, o “factura del fontanero”, que pasan a formar parte del imaginario colectivo de las pesadillas.
Puede que solo sean impresiones mías, pero creo que, pagando la crisis que otros crearon y de la que nunca responderán, muchos españoles viven de puntillas sobre una realidad que está a punto de resquebrajarse bajo sus pies. Viven rápido, sin mirar atrás, pero mucho menos hacia adelante, no quieren ver lo que viene, solo que pase, que pase de una vez, aunque les pase por encima.
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