El “topo” proletario vuelve a cavar
- Opinión
La reaparición del proletariado como sujeto social revolucionario, es el aspecto principal que nos ha mostrado el desarrollo de las revoluciones democráticas árabes. Es un hecho de una trascendencia mayúscula porque se da en el marco de la crisis sistémica del capitalismo y de la decadencia del imperio neo-colonial más poderoso de la historia de la humanidad (EE-UU.).
No podemos afirmar que el protagonismo del proletariado haya sido pleno. Sus banderas anti-capitalistas contra la explotación del trabajo no están explícitas. Sin embargo, nadie puede negar su nítida participación. La fuerza social determinante en el desarrollo de estas luchas fue el proletariado. Y de acuerdo a la situación objetiva de desempleo y creciente pobreza, va a ser el principal sujeto revolucionario en esta nueva fase de la revolución mundial.
En una primera fase (primeros días), estuvo representado por los jóvenes egipcios, que son hijos relativamente “cultos o estudiados” de los trabajadores, con un futuro incierto y que tienen ante sí la realidad laboral-existencial de sus padres. En una segunda e inmediata fase se movilizaron los trabajadores adultos “informalizados” (desempleados, o con empleos temporales y precarios, o subempleados), que arrastraron tras de sí a las clases medias urbanas. Y en una tercera fase, la que determinó la caída de Mubarak, se vinculó la clase obrera centralizada – el proletariado industrial –, cuya participación fue definitiva para obligar a la cúpula del ejército a derrocar a su jefe mediante un “suave golpe de Estado”, dirigido a contener la profundización inmediata de la revolución.
Esto se corresponde con el hecho de que la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía – entre el capital y el trabajo – ha vuelto a ocupar el lugar de la contradicción principal en el mundo. La vieja clase obrera industrial centralizada – que hoy es una minoría -, que fue domesticada por el “Estado del bienestar”, ha sido rebasada por ese nuevo proletariado informalizado que, por su lugar en el proceso productivo, dispersión en micro-circuitos productivos, capacidad técnico-informática y cibernética, idiosincrasia cosmopolita e internacionalista, se manifiesta en sus luchas directamente ante el poder del Estado y no ante patronos capitalistas privados.
Ésta insurgencia proletaria de contenido eminentemente político es la expresión más clara de la contradicción fundamental de la sociedad capitalista: Mientras se hace más amplia la socialización de la producción humana, el fruto de esa riqueza social es apropiada en forma privada – cada vez más estrecha, inequitativa e injusta –, por parte de una minoría exclusiva y excluyente de la población que es dueña anónima de la reducida red de corporaciones de capitalistas transnacionales.
Pero además, esa contradicción fundamental se manifiesta en la irracionalidad del modelo productivo capitalista – basado en la química del petróleo – que pone en inminente peligro la existencia misma de la vida humana sobre la tierra. Este hecho coloca con mayor fuerza al proletariado a la cabeza de la sociedad humana que lucha por su sobrevivencia.
En las recientes movilizaciones sociales del Norte de África y el Medio Oriente, y en las que están en desarrollo en el mundo, ese proletariado se ha manifestado como fuerza social protagónica en la lucha por la democracia. Aunque todavía no es totalmente consciente de su objetivo anti-sistémico capitalista, su re-aparición heroica, masiva y beligerante como sujeto social que se puso al frente de estas luchas, le ha dado un contenido superior a las revoluciones democráticas – no tanto por lo planteado en sus programas – como por lo “no explícito”, que evidencia los pasos que va dando esa clase en el proceso de identificación de sus intereses.
El hecho de que la lucha nacional (anti-imperialista y anti-sionista) no haya estado en primer lugar de las luchas del pueblo árabe, no significa – como muchos analistas lo plantean o sugieren – que haya “olvidado” dicha reivindicación, por efecto de algún tipo de manipulación mediática impulsada por el imperialismo occidental. Lo que se observa en esta nueva etapa de las luchas del proletariado es que los sectores más avanzados de los trabajadores y del pueblo árabe, han entendido que esa contradicción “nacional-cultural-religiosa-territorial” – en el marco de la coyuntura actual – es secundaria, y que la lucha por una verdadera democracia puede incluir a los trabajadores hebreos y a todos los trabajadores del mundo entero sin ninguna discriminación étnica, racial, religiosa, cultural o histórica.
Quienes mantienen la visión que la contradicción principal se da entre el imperialismo norteamericano, por un lado, y por el otro, los pueblos oprimidos, países y naciones dependientes y subordinadas del mundo, no tienen en cuenta que hoy existe un “sistema mundo capitalista” (Wallerstein) que se basa en un modelo productivo depredador de la naturaleza y del hombre mismo, y que a pesar de la existencia de las contradicciones entre las potencias capitalistas y bloques de países que se alinderan en uno u otro bloque - de acuerdo a sus intereses -, en lo sustancial todos esos países, incluyendo China, sostienen y dependen de ese modelo, basado en la explotación de los recursos fósiles (petróleo, gas, carbón), en la producción caótica y el consumismo desenfrenado de mercancías y servicios frívolos, dañinos y degradantes para la vida humana (incluyendo los narcóticos y toda clase de productos adictivos).
La profundidad de la crisis sistémica que sufre el mundo actual, y la reaparición de un proletariado como sujeto revolucionario de las luchas sociales y políticas de la actualidad – especialmente el proletariado “informalizado” que no tiene nada qué perder –, es un hecho que debe ser puesto en el primer lugar de los análisis políticos y geo-estratégicos.
La teoría de la conspiración y la manipulación mediática de las “revoluciones de colores”[1] ya no sirve para explicar los hechos que suceden en el mundo. Dicha teoría no tiene en cuenta las contradicciones internas de cada uno de los países y naciones, que están determinadas y traspasadas por la contradicción entre el capital y el trabajo.
Para el proletariado y la humanidad – como garantía de supervivencia –, la lucha por la más amplia democracia es fundamental y prioritaria. En ese sentido, la permanencia de Estados totalitarios – cualquiera sea la forma que asuman (liberal, islámica, comunista, socialista, democrático-nacional, u otra) -, es un obstáculo que impide la clarificación por parte de las mayorías planetarias de la necesidad y urgencia de transformaciones estructurales de carácter anti-sistémico y anti-capitalista. Es un velo que hay que quitar.
Sin negar las contradicciones secundarias del mundo actual, entre el imperialismo y los pueblos oprimidos, entre las mismas potencias capitalistas y sus bloques económicos, sin desconocer las reivindicaciones nacionales, étnico-culturales y sectoriales de amplios sectores de la población (género, inmigrantes, jóvenes, etc.), es un deber de los revolucionarios del mundo entero colocar nuevamente en el centro de nuestros análisis y de los planes estratégicos y tácticos en cada país, región y en el ámbito internacional, la contradicción fundamental entre el capital y el trabajo.
El “topo” proletario sigue cavando. El capitalismo “senil” ya lo ha librado - en gran medida - del trabajo embrutecedor de la fábrica. Ahora, sólo está atado ideológicamente al consumismo febril pero la lógica del capital le ha dado las herramientas culturales y comunicativas para librarse de esas “post-modernas” cadenas. ¡Vamos topo, cava más!
Popayán, 16 de febrero de 2011
[1] Es interesante recordar cómo esas teorías conspirativas han sido utilizadas desde siempre por las fuerzas reaccionarias. Cuando Lenin cruzó Alemania en su camino hacia Rusia en el “tren blindado”, el zarismo y la burguesía rusas siempre argumentaron que el dirigente proletario era un agente alemán.
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