Terrenalidad de la Iglesia

04/05/2010
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“Porque el niño morirá de 100 años y el pecador de 100 años será maldito”: Isaías, 65:20.
 
“El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió”: Marcos, 9:37. El problema fundamental de la Iglesia católica es que no se rige por principios bíblicos. Se maneja bajo preceptos mundanos a partir de una interpretación muy literal de la escritura. Porque nunca ha asumido con humildad lo que tampoco han comprendido los jerarcas (papas, obispos, presbíteros, diáconos), ni los curas de pueblo, esos personajes que están cerca de los fieles: los preceptos de la enseñanza bíblica, no como doctrina sino como arma para la purificación del alma y la salvación espiritual.
 
Por eso las luchas intestinas que la han cuestionado hasta la cimiente misma, y de las cual cree haber salido libre de culpa y pecado. Pero las pugnas a lo largo de la historia le han golpeado al corazón de su práctica doctrinaria. Y si hasta ahora la han sostenido no lo harán más. Porque las corruptelas que han salido a flote —apenas la punta del iceberg, o precisamente por ello— durante los últimos dos papados no encuentran acomodo entre los creyentes.
 
Principalmente porque las excusas, el mea culpa, no bastan. Y porque ya perdieron toda calidad moral. La disculpa se queda corta frente al tamaño de la ofensa. De muy poco le sirvió a Juan Pablo II, por ejemplo, pedir perdón por la conducta de la Iglesia y los errores del pasado. El Holocausto, por ejemplo, entre ellos. Porque unos años más tarde, el propio Ratzinger, Benedicto XVI, retira la excomunión a los curas que negaron la tragedia cometida por los nazis en contra de los judíos de varias nacionalidades durante los años 40 del siglo XX. Tremenda ofensa para el pueblo alemán y su legislación que castiga la negativa como delito grave; más que todo, por tratarse de ¡un papa de origen alemán!
 
Juan Pablo II trató de borrarlo todo de un plumazo. ¡Muy fácil! En un documento de 1997 titulado “Memoria y reconciliación”, escrito por una Comisión Teológica Internacional. No sin el “reclamo” a “otros” porque no hacen lo propio. Como si las actuaciones de la Iglesia, ahora y siempre, se hayan justificado por los errores de “otros” a quienes delegaba autoridad celestial. En referencia, seguramente, a los “reyes”, a los estados, a los gobiernos o a tantos personajes de triste memoria, como los inquisidores o los operadores de las cámaras de gas.
 
La verdad es que pese a que Juan Pablo II recorrió el mundo (como papa viajero) para reencarrilar a las ovejas perdidas, desde tiempo atrás la Iglesia ha perdido fieles. La muestra es la proliferación de “otras” iglesias. Pero no sólo eso, sobre todo porque las viejas prácticas y las posturas anquilosadas a problemas nuevos, no tienen salida en los muros de las iglesias. Es el caso de temas “nuevos” (para la misa dominical) como el aborto, el uso del condón, la homosexualidad, para los cuales la Iglesia ha mostrado total rechazo.
 
Pero lo peor le ha caído recién con el destape de la cloaca: el tema de la pederastia. El caso Marcial Maciel le ha pegado en lo más profundo a la Iglesia. Porque era uno de los allegados. Golpeó hasta las entrañas de la Iglesia por tanta pudrición. Y no es un problema exclusivo de México —aunque aquí tiene uno de sus principales bastiones— sino de la estructura mundial. Basta asomarse a las denuncias presentadas en los países latinoamericanos, para descubrir que los abusos son mayores. No como lo ha declarado recientemente la autoridad de México, como el secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, como casos menores.
 
El caso es que conun mea culpa no basta. Como no le resultó a Juan Pablo II el pedir perdón por tantos errores cometidos por la Iglesia católica en el pasado. Esa Iglesia que se erige como pilar de la salvación de las almas. Ejemplo de moralidad, pero con un muy elevado número de niños violados por curas pederastas. Culpando a ¡la pornografía y la homosexualidad!
 
Así, en 1982 Juan pablo II se refirió a los “errores de exceso”, para condenar (por ejemplo) “el uso de la intolerancia y hasta la violencia en el servicio de la verdad”, de los inquisidores. Tanto como decir que Torquemada, por ejemplo, quien en su lecho de muerte oía las trompetas de los ángeles que lo estaban esperando ¡era verdad! ¡Pero cuál “verdad”, si todo juicio a tantas personas inocentes “herejes” se basaron en absurdos!
 
Del mismo modo, en 1997 el papa expresó “pesar” por las “conciencias adormecidas” de “algunos” cristianos durante el Nazismo y la “inadecuada” “resistencia espiritual” de otros grupos frente a la persecución de los judíos. Pero, ¿y el mutismo o contubernio de la Santa Sede (esas “conciencias adormecidas” con una muy nula “resistencia espiritual”) que permitió la deportación por Mussolini de unos 7 mil judíos rumbo a los campos de concentración en Alemania, tras las leyes raciales de 1938; o la persecución de los nazis a partir de 1943 en la propia Italia?
 
El perdón por las Cruzadas, cuando en 1995 se refirió al tema y dijo que fueron “errores” las expediciones armadas, no obstante alabó el “celo de los cruzados” medievales y dio “gracias a Dios” por recurrir ahora al diálogo y no a “las armas”. ¿Pero el diálogo de quién, o con quién si la Iglesia ha actuado siempre como una institución emparedada y hermética?
 
El “disculpe usted” a los pueblos nativos, de quienes se ocupó en 1985, cuando pidió disculpas a los africanos, por “la forma en que fueron tratados en los siglos recientes”. ¡“Siglos” recientes! O el “perdón” de 1984 por los “excesos” de los “misioneros”; y (en 1987) por los cristianos que estuvieron “entre los que destruyeron la forma de vida de los indios”. De colofón, como para no recibir reclamos, en 1995 habló de la “discriminación histórica de las mujeres”; dentro de cuyos responsables estaban “no pocos miembros de la Iglesia”. ¡Y hasta por el trato injusto a Galileo Galilei, quien se atrevió a decir que —“sin embargo se mueve”— la tierra gira alrededor del sol!
 
Así, lospecados” de la Iglesia no se borran con un “usted disculpe”. Y si no lo logró Juan Pablo II, ¿lo hará un papa como Benedicto XVI —él carga ya su propio morral de “errores”— que tiene menos credibilidad y los delitos cometidos le rompen el corazón a la doctrina de Jesucristo? ¿Será que basta la “orden” de “refundar” a los Legionarios, para borrar de un plumazo las tropelías de un Maciel, quien era bien recibido en la Santa Sede porque aportaba cuantiosos donativos en dólares (y eso seguirá igual)? La Iglesia requiere una refundación, como la propone Hans Küng. Pero no la habrá. Seguirá como un barco sin timón en la tormenta, con pocas esperanzas de tocar tierra. Mejor dicho, es tan pecadora y terrenal como el dinero mismo.
 
https://www.alainet.org/pt/node/141143
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