La guerra y la paz según Barack Obama

11/12/2009
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Dicen que la guerra –y la paz, por añadidura- es algo demasiado importante para dejarla en manos de los militares. Sin embargo, los políticos no cantan mal las rancheras y a veces pareciera como si ellos tampoco fueran capaces de mostrar el oficio político requerido para tomar decisiones que afectan –no siempre de manera favorable- las vidas de millones de personas en el mundo.
 
El día de hoy, el Presidente de Estados Unidos Barack Obama recibió el Premio Nobel de la Paz, galardón absolutamente inmerecido a juzgar por la escasa contribución que el carismático político ha hecho a favor de la paz mundial en su casi primer año de gobierno. Obama, por cierto, está consciente de que carece de la estatura política y de la autoridad moral de quienes le han antecedido a la hora de recibir tan importante distinción: ¿qué tiene en común el joven mandatario estadounidense con la Madre Teresa de Calcuta, Nelson Mandela, los cascos azules de Naciones Unidas, Médicos sin Fronteras, Frank B. Kellog, Woodrow Wilson, Alfonso García Robles, Lester B. Pearson, el Comité Internacional de la Cruz Roja, Martin Luther King, René Cassin, Willy Brandt, el Dalai Lama, Desmond Tutu, Kofi Annan y Albert Gore, por citar sólo a algunos de los personajes e instituciones distinguidos con el galardón? Obama, de hecho, se refirió a los casos de Mandela y King reconociendo que frente a ellos, los logros del actual Presidente de EU son escasos.
 
A continuación –y es evidente que Obama no podía evadir el tema- el galardonado se refirió a las guerras en Irak y Afganistán en que su país se encuentra involucrado y en torno a las cuales ha asumido el liderazgo. Para salirse por la tangente –porque es raro premiar a alguien que es el comandante supremo de dos contiendas bélicas- Obama reflexionó sobre el concepto de la guerra justa, aquella en la que idealmente habría que proteger a los civiles, separándolos –y protegiéndolos- de los combatientes, explicando también que en la era nuclear esta distinción se torna compleja.
 
Explicó cómo han cambiado los conflictos internacionales: antes se libraban entre países y hoy ocurren dentro de ellos y entonces, esta reflexión dio la pauta para que Obama, de manera muy pragmática, dijera a la comunidad de naciones que si bien los organismos internacionales –léase Naciones Unidas- han contribuido a la paz mundial, Estados Unidos ha hecho su parte como garante de la seguridad internacional. Habló de cómo las vidas de numerosos estadunidenses han contribuido a la paz y la prosperidad de naciones como Alemania y Corea del Sur, además de promover la democracia en los Balcanes. Y entonces, Obama refirió que la guerra ha sido necesaria para alcanzar la paz.
 
Antes de que hubiera numerosos ceños fruncidos entre el público en Oslo en el discurso del Presidente estadounidense, éste refirió que está a favor de normas en torno al uso de la fuerza, pero que ésta se justifica por razones humanitarias, convocando a la comunidad internacional a apoyar las iniciativas que se desarrollen en esos términos. Añadió que aunque los adversarios de Estados Unidos no se apeguen a las reglas, Estados Unidos sí lo hace y que por eso ordenó el cierre de la base militar en Guantánamo.
 
 
 
Hizo mención, desde luego, al flagelo de las armas nucleares, y a los acuerdos que está negociando con Rusia para reducirlas. A continuación refirió una fórmula para que el mundo sea un lugar seguro y pacífico: multilateralismo –esto es, acuerdos entre las naciones-; instituciones fuertes; apoyo a los derechos humanos; e inversión para el desarrollo.
 
Para terminar pronto: Obama tuvo que dar explicaciones que justificaran el premio que se le otorgó. Sin embargo, por más ciertas que sean las aseveraciones que formuló, fue un discurso vacío, plagado de buenos deseos y lugares comunes. No hay nada innovador en su pronunciamiento y al final lo que fue evidente es que el mundo del siglo XXI padece una terrible sequía de líderes, de personajes capaces de cambiar la historia, de asumir riesgos, e inclusive, poseedores de sentido común. Es deseable, que en 2010 el Premio Nobel sea entregado a alguien, cuya trayectoria haya producido resultados, en lugar de desperdiciarlo en personalidades que, si bien tienen el poder para cambiar las cosas, optan por el camino más fácil: el de las promesas que generalmente no pueden cumplir.
 
- María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
 
https://www.alainet.org/pt/node/138313
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