El diálogo interreligioso camino para la paz

21/10/2008
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No habrá paz entre las naciones, mientras no haya paz entre las religiones.

La religión es un hecho de capital importancia en la vida e
historia de los pueblos. Hecho que, por surgir en el contexto
particular y específico de cada uno de ellos, se configura
en diversidad de religiones. Pero, la diversidad no oculta
el hecho aún más radical, de que Dios es el único para todas ellas.
Por otra parte, siendo Dios el origen y plenitud de todo amor,
entendimiento y paz, no puede ser jamás alentador
de ninguna división y enfrentamiento entre ellas. Sin embargo,
la historia nos dice que demasiadas veces las religiones ,
contaminadas y aliadas con falsos dioses del poder y
otros intereses, han sostenido incomprensiones y guerras entre ellas.
Este es el problema y el escándalo.
La conciencia actual trata de analizar, con humildad,
este escándalo histórico y buscar claves, condiciones y caminos
que nos lleven al encuentro, al diálogo, a la comprensión
e integración, atendiendo todas juntas prioritaria y
comprometidamente a los grandes problemas de la humanidad:
desigualdad, injusticia, pobreza, hambre, dominio y
explotación de unos pueblos por otros,
liberación y, como consecuencia, la PAZ.

Sentido de la cuestión
NO HABRA PAZ ENTRE LAS NACIONES, SI NO HAY PAZ ENTRE LAS RELIGIONES


Comenzaría por afirmar que la paz es el bien más preciado de la humanidad y, acaso, el que más se le resiste a ser conseguido. No deja de ser significativo el hecho de que este bien, buscado desde siempre, haya tenido especiales impedimentos en las religiones. Y, entre esas religiones, debo nombrar como más relevantes al judaísmo, cristianismo e islamismo.

1. El Dios único, principio de todas las religiones, no puede ser causa de división

Es verdad que hoy, de parte de estas religiones, gozamos de declaraciones y proclamaciones a favor de la paz como nunca (Cfr. F. Torradeflot, Diálogo entre religiones. Textos fundamentales, Trotta, 2002). . Sin embargo, sectores de la humanidad, debido al sufrimiento, la humillación y las ruinas sufridas, se sienten como empujados a dejar de lado el recurso al Dios tan intensamente invocado por las religiones y buscar por otros caminos el bien de la paz. A pesar de esto, no puede ser que Dios, la causa central de todas las religiones, y cuya esencia es el amor y la paz, haya sido utilizado para dividir a los hombres y los pueblos y se lo siga usando para justificar invasiones y dominaciones de las más crueles en nuestros días.

2. Hemos dejado contaminar nuestras religiones por falsos dioses

Me atrevo a afirmar que malos o muy pobres deben ser nuestros pensamientos sobre Dios, cuando a resultados tan espantosos nos han llevado. No puede tratarse del Dios verdadero, sino de sus ídolos, por causa de los cuales nos hemos devorado los unos a los otros. Claro que las religiones han impulsado enormes bienes en la humanidad. Pero, es hora de que reconozcamos sus errores que, en esencia, no son más que uno: pensar que sólo la religión que yo profeso es la verdadera y que las otras son falsas y, si falsas, merecen desprecio y exterminio.

Recientemente, ha escrito el obispo Pedro Casaldáliga: “Después de mucho siglos de distancias y riñas se viene despertando en ciertos sectores de la Humanidad religiosa la conciencia, culpada por acción y omisión, de ese mal que aqueja a las religiones. Y surge, como una vocación humana y divina, la voluntad inquieta, a tientas, pero esperanzada, de asumir el desafío mundial de transformar en bien de diálogo y colaboración el mal de las incomprensiones y de las guerras religiosas” ( Por los muchos caminos de Dios, ASETT, Quito, 2003, pp. 7-8).

A su vez, el famoso teólogo Hans Küng, viene afirmando con acentos casi proféticos : No habrá paz en las Naciones si no hay paz entre las religiones, y no habrá paz entre las religiones si no hay diálogo, entendimiento y convergencia entre ellas.

LA IMPORTANCIA DE LA RELIGIÓN EN NUESTRO TIEMPO

Es evidente que en el mundo religioso se está operando un cambio importante. Pero no tanto que algunos, no sé si con mucha exactitud, puedan hablar de una ola de paganismo, en el sentido de una ausencia progresiva de Dios en la sociedad humana. Los datos son, a pesar de todo, elocuentes: la gran mayoría de la población actual, fijada en más de 6.0000 millones de habitantes, tiene religión (un 85 %); unas tercera parte de la población mundial es cristiana; una quinta parte de la población mundial es mulsumana y no han dejado de proliferar religiones. En la actualidad, existen unas 10.000 religiones diferentes.

Vivimos en tiempo de avances admirables, de aproximación e intercambio de unos pueblos con otros, de encuentro entre Oriente y Occidente, un tiempo en que los pueblos parecen comenzar a tomarse en serio. Todo esto conduce a un entendimiento mayor, a ampliar la comprensión entre unos y otros. Pero, también es verdad, “que la forma más segura de llegar al corazón de la gente es a través de su religión, siempre que ésta no se haya fosilizado” (H.Smith, Idem, p. 22).

Sería, por tanto, un error minusvalorar u olvidar que las religiones son herederas de grandes tradiciones de sabiduría y conducen a tocar esa esencial semejanza humana que todos compartimos. “Y cuando la religión cobra vida, despliega una cualidad sorprendente: se apodera de todo” (H. Smith, p.23).

COMO ENFOCAR LA CUESTION
Algunos preliminares

La paz en el mundo parece ir ligada a la paz entre las religiones. La solución nos va a exigir claridad, humildad y valentía. Fundamentalmente, se trata de ideas y planteamientos que han sostenido posturas de exclusión y enfrentamiento. La cuestión, está en descubrir la raíz de cómo hemos concebido la relación de unas religiones con otras; esa relación debe ser revisada.

El problema surge cuando, en medio de esa pluralidad de religiones, alguna de ellas se erige con el monopolio de ser la única verdadera y declara que las otras o son falsas o tienen parte de verdad, pero derivada de la única verdadera. Habría una confesión de inferioridad de las otras religiones y una subordinación a la única verdadera. Tal planteamiento encierra la semilla de la exclusividad y del distanciamiento y suscita fácilmente reacciones de rechazo, de hostilidad y de guerra. Si seguimos manteniendo este planteamiento, la guerra, en una medida o en otra, estará siempre al acecho.

1) Condiciones básicas para u n nuevo planteamiento del tema

Para acceder a esa revisión, se precisa por parte de todos algunas condiciones básicas. La primera, que Dios –se le llame como se le llame- no hay más que uno, es el mismo para todos. La segunda, que ese Dios quiere la salvación de todos. La tercera, que esa salvación, al no recibirla en directo de El, nos llega indirectamente a través de caminos y medios diversos. Cada uno, cuando nace, está encuadrado en una historia, en una cultura, en un pueblo y en una religión. Y asume la religión por lo común de su pueblo. Y, por ser muchos y diversos los pueblos, son muchas y diversas las religiones. La cuarta, que Dios ofrece en todas las religiones los medios necesarios para obtener la salvación. La quinta, que todas las religiones son, por tanto, válidas, aunque no sean igualmente válidas. Si lo fueran, no existiría el problema ni tendríamos que plantearlo.

2) Fidelidad de cada religión a su identidad, sin relativismos

Todas las religiones valen, pero no todas valen lo mismo; todas las religiones son verdaderas, pero no todas son igualmente verdaderas. Ciertamente, el nudo de la cuestión pasa por aquí. Un buen planteamiento requiere salvaguardar la identidad y la diversidad. Se trata de avanzar cada vez más todos juntos hacia el Dios Unico, asegurando como bien primero irrenunciable el bien de la paz.

IDENTIDAD COMUN: LA DIGNIDAD HUMANA


El hombre ha sido creado para ser él mismo, desarrollar toda su talla y lograr su plenitud. Las religiones coinciden en que, para esta plenitud, el hombre no puede hacerlo desde sí sólo sino desde su religación a Dios. Los no creyentes aseveran poder lograr esa plenitud desde sí solos. Religados o solos, es lo cierto que el sujeto de esa plenitud es el hombre mismo, quien tiene una naturaleza propia, que le confiere categoría, dignidad, propiedades y derechos, que son universales.

Hay, pues, algo común, que pertenece a cada sujeto concreto de la especie humana. Esta subjetividad ontológica es previa y está por encima de las religiones y de los ateísmos, o mejor, es elemento constitutivo en quien se profesa ateo o creyente.
Esa dignidad humana universal es la categoría mayor y más importante, que no se desdibuja ni se rebaja por el hecho de que, circunstancialmente, le toque nacer a uno en un lugar u otro, bajo un credo religioso u otro, o bajo ninguno.

Cuando las Naciones Unidas, en 1948, en su Declaración Universal de los Derechos Humanos, escribe: “La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”, no está hablando de blancos o negros, europeos o asiáticos, creyentes o no creyentes, sino de seres humanos.

Cada raza, cada cultura, cada pueblo hereda y posee un patrimonio, un territorio, una lengua y un Estado propios, pero, junto a ese patrimonio particular y particularizado, todos los pueblos tienen un patrimonio, lengua, territorio y estado común, que es el propio de la especie humana. Por las venas de cualquier persona, de su tierra, de su lengua y de su cultura corre la sangre de la categoría universal de la dignidad humana.

Y, por ella, nos reconocemos iguales, ciudadanos del mundo, sin que ninguna circunstancia particular pueda reducir, empequeñecer o anular esa condición humana universal.

FE COMUN (DE CREYENTES Y NO CREYENTES) EN LA DIGNIDAD HUMANA


El contenido de lo que representa la dignidad humana está más o menos presente en la teoría y praxis de todas las religiones. Así, podemos leer: “No infligir a los demás, lo que no nos gustaría que nos infligieran” (Jainismo); “No hieras a los otros con lo que te hace sufrir a ti” (Budismo); “No hagas a los demás, lo que no quieras que te hagan” (Confucio); “No hagas a los demás lo que hecho a ti te causaría pena” (Hinduismo); “La buena naturaleza te pide evitar hacer al otro, lo que ella juzga no ser bueno” (Zoroastrismo); “Lo que para ti es detestable, no lo hagas tú a tu prójimo” (Judaísmo); “Haced a los otros, lo que vosotros queráis que os hagan” (Cristianismo); “No hagas a los demás lo que no deseas para ti” (Bahá í); “Lo que os irrita de la conducta de los otros, no se lo hagáis a ellos” (Isócrates); “Nadie es creyente hasta que no desea para su hermano lo que desea para él mismo” (Islam).

Estos son principios que, de una manera u otra, expresan la llamada “regla de oro”, regla universal, que brota de la naturaleza misma y se encuentra en las religiones y filosofías.

En el Cristianismo, esta regla de oro adquiere acentos radicales:

- Puedes ser quien seas, tener títulos u obras mil, pero si no practicas la justicia y el amor, no conoces a Dios.
- De nada sirven las festividades, los cantos, el culto, las oraciones, el incienso si no están practicados en condiciones de justicia.
- Conocer a Dios y estar a bien con El, lo logra quien ama, es misericordioso, aunque ignore la ley, sea extranjero o sea calificado de hereje. La vida de acceso a Dios es la justicia y el amor: “Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve “ (1 Jn 4,20).

EL CRISTIANISMO Y LAS OTRAS RELIGIONES

"La historia de las religiones, escribe X. Zubiri, es una historia de los hombres con Dios." En este sentido, la historia del cristianismo no es sólo la manera cómo el cristianismo, ad intra, se ha relacionado con Dios, sino cómo ha proyectado esta su relación con otros pueblos y culturas.

Esta historia es del pasado y ha llegado hasta nuestros días. Un pasado en el que el cristianismo, arraigado y elaborado fundamentalmente en el Occidente cristiano, ha entendido su relación con Dios en términos de universalidad salvífica, depositada exclusivamente en él como verdad única y total, y destinado a implantarla con persuasión o a la fuerza en otros pueblos, descarriados en cuanto dominados por el error, y necesitados de conversión para salvarse.

Este proyecto evangelizador, unido a la expansión de imperios, actuó como ideología legitimadora de conquistas y de colonizaciones. Un proyecto llamado del "régimen de cristiandad" que ha perdurado prácticamente hasta el concilio Vaticano II.
El concilio supuso una quiebra de este proyecto y un replanteamiento de la teología que lo sustentaba. Es decir, cambió profundamente la manera de entender el cristianismo en su relación con las demás religiones.

SITUACIÓN ACTUAL DEL PROBEMA: LA MODERNIDAD Y SUS NUEVOS VALORES

La modernidad ha representado un cambio irreversible, bueno y legítimo en muchas cosas; discutible y desacertado en otras. Pero, ahí está la conquista de la democracia con las consecuencias de la secularización, la igualdad, la libertad y el pluralismo. Y, en medio de ello, como un ciclón, la emancipación del hombre, con la consiguiente afirmación de su dignidad y derechos. La modernidad avanzó en cierto sentido contra la Iglesia católica, quien trató de resistirla y anatematizarla, por ser la amenaza más fuerte contra su imperialismo religioso ejercido en las conciencias, en la sociedad y en el mundo.

El grito de la modernidad es, en este sentido, un grito profético que se levanta más que contra Dios contra una imagen suya invasora, que provoca en gran parte la génesis del ateísmo, hasta considerarlo como una condición casi normal del hombre actual. Las iglesias no siempre presentaron bien a Dios sino a esperpénticas imágenes suyas, que jugaban hasta el extremo con la humillación y manipulación del ser humano.

Quizás por esto mismo el hombre actual reclama con fuerza la libertad religiosa, el ser creyente o el ser ateo, es decir, aposentarse en su vida, para poder vivirla, desde ella misma, sin más. Con lo que tendríamos esta paradoja, expresada por X. Zubiri: "Cuando la vida se asienta más sobre sí misma, es entonces cuando formalmente está siendo más en Dios y con Dios." (3).

LA FE COMÚN EN EL SER HUMANO


En la cultura occidental es evidente el fenómeno del ateísmo que hace que el hombre quiera vivir por sí mismo, ser él, contando al parecer con la obviedad de que él es su propio asidero.

El ateísmo es una fe, una fe en el ser humano, que puede ser compartida por las religiones. Nos miramos, pues, a la cara, sin señalar en primer lugar lo que nos diferencia y contrapone, sino lo que nos une e identifica. Tal convergencia es la que nos pone en el justo camino, pudiendo caminar juntos, sin dogmatismos excluyentes, con la convicción de que la salvación de la humanidad comienza por salvar la dignidad de la persona humana

Sin duda alguna, las religiones considerarán el área de salvación intramundana como insuficiente y tratarán de ofrecer, cada una desde su perspectiva, una salvación radical y más completa. Están en su derecho. Pero, a condición de que ninguna pretenda imponerse por la fuerza ni muestre actitudes de arrogancia y exclusión, sino como quien, tratando de escuchar y aprender de las otras, ofrece la propia luz, como rayo diferente en ese arco iris del pluralismo religioso, y así reforzar los puntos de comunión entre unos y otros sin ocultar la propia identidad.

DEL AISLAMIENTO Y ENFRENTAMIENTO AL DIÁLOGO Y COLABORACIÓN

Hemos llegado, como consecuencia de todo esto, a un hecho insólito: salirnos del aislamiento, físico y cultural, para mezclarnos de facto en la búsqueda, diálogo y prosecución de las grandes causas humanas. Veremos así cómo las distancias, los muros, los prejuicios, los temores los hemos creado los hombres y no Dios ni el espíritu primigenio de las religiones. Tras las guerras históricas de las religiones descubrimos siempre intereses y razones que distan mucho de los intereses y razones de Dios.
En consecuencia, nuestro tiempo histórico marca un nuevo clima para replantear las relaciones entre las religiones. Ese clima es el diálogo.

EVOLUCIÓN OCURRIDA EN EL INTERIOR DE LA IGLESIA CATÓLICA

Después de todo lo dicho, mi convicción es que, teológicamente hablando, el problema está abierto. Y si es cierto que el Vaticano II representó un cambio importante, no le dio solución explícita, seguramente porque la cosa no estaba clara aún en la mentalidad conciliar.

Sin duda, el Vaticano II marca una línea divisoria con la tradición anterior, pero deja en la ambigüedad la cuestión de sí las religiones son salvíficas o no.

EL DEBATE ACTUAL

Lógicamente, el debate teológico no podía quedar encerrado dentro de las perspectivas del concilio.

Hay un cierto acuerdo en adoptar como clave de solución el nuevo paradigma teocéntrico, que consistiría en afirmar que la automanifestación de Dios ha adoptado formas diferentes en las diversas tradiciones religiosas, sin privilegiar en modo alguno la manifestación de Dios en Jesucristo como última y normativa. A lo más, y esta es otra opinión, habría que privilegiar a Jesucristo simplemente como el símbolo perfecto o el modelo ideal en el orden de las relaciones entre Dios y el hombre para la salvación.
Se habla, pues, de tres paradigmas: el eclesiológico, que sería exclusivo y excluyente; el cristocéntrico, que sería inclusivo; y el teocéntrico, que sería el propio del pluralismo religioso.

EL HOMBRE, CAMINO PARA UNA AUTÉNTICA RELACIÓN ENTRE LAS RELIGIONES


Podemos seguir hablando y reafirmando que la misión salvífica de Dios tiene en Jesucristo su mediación plena y definitiva, y que esta pasa por la Iglesia católica, la única depositaria de la plenitud de la verdad y de los medios para asegurar esa salvación. Y podemos seguir concluyendo, en consecuencia, que las demás religiones son sólo expresiones de religiosidad natural, de una religiosidad frágil, oscura y deficitaria; que cuanto en ellas hay de bueno y santo proviene de la única misión salvífica de Cristo y que, por ello mismo, necesitan purificarse, convertirse y adherirse a Jesucristo y su Iglesia.

Podemos seguir... pero, ya vemos que con este paradigma el ecumenismo no avanza, el diálogo interreligioso nace muerto de antemano y que, frente a los problemas verdaderamente importantes de la humanidad que reclaman el concurso de todos, perdemos unidad y eficacia. ¿Puede ser ese el camino?

1. Dios es salvador de todos y está con todos. A mí me da la impresión que, en la base de este incómodo planteamiento, hemos introducido un elemento distorsionador: hemos contrapuesto lo humano a lo divino, la natural a lo sobrenatural, para acabar contraponiendo al Dios Creador con el Dios Salvador y la historia profana con la historia de la salvación. No sé por qué el Dios único creador, no ha de ser el único Dios salvador, presente con su amor desde el principio en toda la obra creada. ¿Por qué se habría de negar como divina la multiforme y plurisecular búsqueda humana, aun cuando El haya decidido enriquecerla con la autodonación gratuita de Jesucristo en la historia?

2. Convergencia y unidad con los no creyentes

El mismo concilio no duda en afirmar que Dios mismo se encuentra presente en quienes siguen la voz de su conciencia, aun cuando lo nieguen o no lo confiesen explícitamente (GS, nº 16).

Según el concilio, a todos nos une la ley divina del amor al prójimo, la fe en Dios no se opone a la dignidad humana, todos estamos llamados a colaborar en la edificación de este mundo, la casa común, y ningún poder, que respete los derechos humanos, puede establecer discriminación entre creyentes y no creyentes (GS, 21). "No podemos invocar a Dios, Padre de todos, escribe el concilio, si nos negamos a conducirnos fraternalmente con algunos hombres, creados a imagen de Dios. La relación del hombre para con Dios Padre y la relación del hombre para con los hombres sus hermanos están de tal forma unidas que, como dice la Escritura, el que no ama no ha conocido a Dios (1 J 4,8). Así se elimina el fundamento de toda teoría o práctica religiosa que introduce discriminación entre los hombres y entre los pueblos en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan," (Nostra Aetate, º 5).

Por otra parte, hoy ya no podemos dudar de que la libertad religiosa es un derecho y que ateos y creyentes tienen derecho a serlo. El mal está cuando unos se empeñan en seguir creyendo que el ateísmo es una monstruosidad y la fe una alienación. Las desgracias que hemos padecido en este terreno no se han debido a que unos seamos creyentes y otros ateos, sino a que ideas y poderes dominantes se han empeñado en conseguir que las personas fueran a la fuerza creyentes o ateos. Yo estoy convencido de que tanto un buen creyente como un buen ateo pueden ser buenos ciudadanos. Pero estoy también convencido de que un mal creyente (un creyente dogmático) o un mal ateo (un ateo fanático) son un peligro para la sociedad y para la convivencia. Lo que me lleva a presumir que, en la historia, las purgas y persecuciones sufridas han sido más bien por causa de malos creyentes o malos ateos.

3. El ser humano punto de partida y confluencia

Ya hoy, a nivel de pueblos y de culturas, podemos establecer una Carta Universal, que perfila derechos humanos universales, precisamente porque comparten un concepto universal de la dignidad humana.

De nada sirve invocar a Dios si esa dignidad viene negada. Y de nada sirve negarlo si esa dignidad es conculcada. A Dios, en sí mismo, de poco le sirve que lo afirmemos o lo neguemos, que exhibamos pruebas a su favor o en contra si, allí donde se encuentra de hecho, lo desconocemos o maltratamos: "¿Cuándo, Señor, te vimos forastero, sediento, hambriento, desnudo, encarcelado?" "Cuando lo hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños". Cuanto más el hombre es él mismo, menos lugar queda para Dios, para un Dios utilizado como sustituto, y más sobreviene la realidad auténtica de Dios.

4. Creyentes y ateos al mismo tiempo

Me resulta sorprendente y altamente lúcida la carta que Mons. Pedro Casaldáliga escribía en el 1996 a Fidel Castro: “A estas alturas de tu vida y la mía, y de la marcha de nuestros pueblos y de las Iglesias comprometidas con el Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien ser al mismo tiempo creyentes y ateos. Ateos del dios colonialismo y del imperialismo, del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte para las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos. Y creyentes, por otra parte, del Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un mundo único, en la Dignidad respetada por igual de todas las personas y de todos los pueblos".

Este es el enfoque. Ahí, la fe se convierte por una parte en denuncia de dioses ídolos, que han alimentado toda suerte de humillación y explotación humanas y, por otra, en canto de dioses que han inspirado incontables gestas de lucha por la justicia y la fraternidad. Casaldáliga pone el dedo en la llaga.

5. La convergencia entre creyentes y ateos no tiene vuelta atrás

Se podrá ser creyente o ateo, pero no extraterrestre. Lo queramos o no, vivimos en el siglo XXI, en la humanidad del siglo XXI. Y la humanidad de nuestro Occidente es una historia que alumbra pasos y horizontes que ya no se pueden borrar.
Y, en Occidente, fundamentalmente cristiano y paradójicamente ateo, se han dado pasos que configuran y condicionan nuestra vida. Yo soy occidental y, como tal, heredero de un cristianismo originario y de un cristianismo histórico, heredero de una civilización múltiplemente colonizadora y de una civilización reivindicadora de la dignidad de la persona y de sus derechos fundamentales, heredero de un cristianismo reaccionario, represor y antimoderno y de un cristianismo secularizador, democrático, igualitario y liberador.

Y en ese caminar estamos. Este caminar creció en las conciencias, se difundió y explosionó en el concilio Vaticano II. Los cristianos, desde entonces, tenemos carta solemne que nos acredita como promotores del hombre, aliados de las causas humanas, dialogantes y colaboradores, ecuménicos, constructores de la justicia y de la paz, hermanos y defensores de los más pobres.

Se abrió, pues, una nueva época. Ya nadie podrá decir: "Fuera de la Iglesia no hay salvación", ni "Entre cristianismo y socialismo hay contradicción", ni "El cristianismo es contrarrevolucionario".

He aquí una fe común, compartida desde la fundamentación de horizontes antropólogicos seguramente comunes, y diferenciada y potenciada, que no rebajada, desde otras motivaciones específicas, correspondientes al credo respectivo. Lo cierto es que ateos y creyentes se enfrentan al nuevo desafío de convivir como personas, libremente, en relación mutua de conocimiento, respeto y activa tolerancia.

LA FE EN EL HOMBRE Y EN EL UNICO DIOS VAN UNIDAS


. Las víctimas como criterio

Dentro de las religiones, habrá cosas que las diferenciarán a unas de otras, y que apuntarán a una imagen de Dios diferente. Por supuesto, todas las religiones llevan a Dios, al Único, pero las rutas de acceso son diferentes. Diferente es la ruta del politeísmo, diferente la ruta del panteísmo, diferente la del monoteísmo.

Pero, esas diferencias creo que pueden valorarse y encuadrarse en el marco de las víctimas. Este criterio me parece esencial a la hora de señalar quién es creyente, quién sigue a Jesús, quién es cristiano y quién pertenece de verdad a la Iglesia. Podrá uno presumir de pertenecer a una u otra religión, a la Iglesia católica por ejemplo, de estar bautizado, de cumplir con sus leyes y ritos, de no salirse de la ortodoxia, pero si no está de parte del pobre, será un cristiano aparente, nominal.

La tradición cristiana siempre dijo que el hombre es gloria Dei vivens, una gloria desfigurada y maltratada sobre todo en el pobre.
Y esa misma tradición dijo: la Iglesia está donde Cristo, pero Cristo está en el pobre: "Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños conmigo lo hicisteis".

. El amor, ley fundamental del cristianismo

Si todas las religiones coinciden en profesar lo que es ética fundamental de todo ser humano: "haz el bien, evita el mal", "lo que no quieras para tí no lo hagas a los demás", "una vida humana vale más que todo el oro del mundo", etc., el cristianismo no se aleja en nada de eso, sino que lo asume plenamente.

Esa actitud de respeto y cuidado, en el cristianismo cobra niveles desconocidos, precisamente porque Dios, el Dios de Jesús, es amor, un amor que busca el bien del otro, con dedicación a él, a su realización; que perdona siempre; que se desenvuelve en el plano de la igualdad; que prolonga hacia la humanidad el amor mismo de Dios: "Os doy un mandamiento nuevo, que os améis los unos a los otros como yo os he amado".

Este amor es incompatible con la injusticia, con el culto falso, con la explotación y menosprecio del hombre, con cualquier suerte de discriminación, con los sentimientos de soberbia, avaricia y crueldad.

. ¿Hay algo más esencial en las otras religiones que la pasión por el hombre, por el hombre pobre y oprimido, y por el amor?
Sea como fuere, desde estos criterios fundamentales, todas las religiones tienen que encontrarse y dialogar a base de:

1. Ejercer la autocrítica. 2. Nada de cuanto daña o destruye al hombre se puede permitir. 3. Las religiones deben volver a sus fuentes, para recuperar su esencia originaria y normativa. 4. La existencia en ellas de unos criterios propios en la búsqueda de la verdad, no niega sus límites. 5. De cara a los derechos humanos, tantas veces negados por las religiones, ellas deben ejercer una función de preservación, garantía y credibilidad. 6. El criterio mínimo para todas ellas parece ser el de la afirmación de la dignidad humana con sus consecuentes valores y derechos. Es bueno para el hombre lo que le ayuda a ser verdaderamente hombre. 7. Esa vida auténticamente humana tiene su punto de verificación en la realidad maltrecha de los pobres. Estos impiden a las religiones ser neutrales ante la injusticia y la mentira u organizar su vida y actividades desde otra preocupación que no sea la de la liberación de los pobres.

La salvaguarda de lo humano constituye una exigencia mínima para toda religión, pero esa salvaguarda tiene medida y se hace veraz desde la salvaguarda de la dignidad y derechos de los pobres.

En el día y en la medida en que las religiones unan sus luchas por las grandes causas de la humanidad (igualdad, justicia, fraternidad, liberación de los pobres) se reconciliarán entre sí, aproximarán su fe y comunión con Dios y habrán sellado el gran bien de la paz.

Benjamín Forcano
Sacerdote y teólogo
https://www.alainet.org/pt/node/130423
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