Ahora, también Pakistán
02/10/2008
- Opinión
Tras casi siete años de combatir infructuosamente a los talibanes y a Al Qaeda con la cooperación de Pakistán, y ante el ya inocultable fracaso de Estados Unidos en Afganistán el presidente Bush autorizó, en una orden secreta, que las fuerzas de operaciones especiales atravesaran la frontera afgana hacia Pakistán sin la previa aprobación del Gobierno de este país.
Las acciones militares transfronterizas no se limitan a continuar en tierras pakistaníes las operaciones iniciadas en Afganistán, autorizadas por la legislación internacional en algunos casos concretos. Se trata de aviones teledirigidos, armados con misiles aire-tierra, que han atacado desde el aire varios poblados pakistaníes.
Estas acciones que violan la soberanía de un Estado independiente se vienen desarrollando en las llamadas zonas tribales, sobre todo en Waziristán, donde a juicio del Gobierno de Bush la autoridad pakistaní es prácticamente inexistente. Esto, cuando no se sospecha abiertamente de cooperación oculta con los talibanes de los servicios de inteligencia pakistaníes y algunas autoridades locales.
Tras una de esas operaciones con víctimas civiles, el Gobierno pakistaní ha manifestado su condena: “Todo lo que han logrado ha sido matar a población inocente y aumentar el odio a América en las zonas tribales”.
El embajador de Pakistán en Washington afirmó que “las acciones unilaterales de las fuerzas estadounidenses no contribuyen a la guerra contra el terrorismo, porque sólo irritan a la opinión pública”.
Un miembro de la Universidad Nacional de Defensa de Islamabad afirmó: “Esto juega a favor de los extremistas, sobre todo cuando el número de víctimas civiles es muy superior al que los americanos creen que están causando a los insurgentes o en sus refugios”. Por otra parte, ya se han producido los primeros incidentes entre tropas estadounidenses y del ejército pakistaní, con intercambio de disparos, aunque las noticias al respecto son muy confusas, a causa de su crítica naturaleza para las relaciones entre ambos países.
El asunto es de complicada resolución porque, además, los aviones radiodirigidos armados con misiles pertenecen a la CIA, mientras que las fuerzas de comandos -del Ejército y la Marina- están controladas por el Pentágono. Las rivalidades entre organismos distintos pueden dificultar la coordinación, y a esto se suma el inocultable interés de la Casa Blanca por lograr a toda costa éxitos relevantes en los meses finales de la fracasada presidencia de Bush.
La situación se agrava aún más a causa del incremento de la actividad terrorista, no sólo en Afganistán, sino también en Pakistán. Cuando en julio pasado una bomba destrozó la embajada de India en Kabul, la CIA sospechó que estaban implicados en el hecho los servicios de inteligencia pakistaníes, pero también altos mandos militares de este país, incluyendo al jefe del Ejército.
En términos geopolíticos, no es aventurado suponer que los principales responsables de la seguridad pakistaní se apoyan en los grupos insurgentes de la zona para conservar su poder, manteniendo así una zona tampón frente a la India y Afganistán. Pero se trata de un juego de gran estrategia que puede tener muy graves consecuencias. Sobre todo, si se enfrenta a la peligrosa estrategia actual de la OTAN de llevar su centro de gravedad hacia el Este y conservar su presencia militar en las fronteras con China e Irán.
No se sabe qué pasos adoptará al respecto el nuevo inquilino de la Casa Blanca a partir del año 2009. Más que nunca, se hace necesario que Estados Unidos y la OTAN tracen un plan claro de salida de Afganistán. Y que ese plan se complemente con una solución negociada de estabilidad en esta crítica zona, solución a la que no pueden ser ajenos otros países como Rusia, India, Irán y Pakistán. Porque lo único cierto hasta hoy es que tanto la OTAN como Estados Unidos han fracasado rotundamente en su irrupción violenta y militarizada en esta región después de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. Este frustrado modelo es el único que no tiene ya razones para sostenerse.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Las acciones militares transfronterizas no se limitan a continuar en tierras pakistaníes las operaciones iniciadas en Afganistán, autorizadas por la legislación internacional en algunos casos concretos. Se trata de aviones teledirigidos, armados con misiles aire-tierra, que han atacado desde el aire varios poblados pakistaníes.
Estas acciones que violan la soberanía de un Estado independiente se vienen desarrollando en las llamadas zonas tribales, sobre todo en Waziristán, donde a juicio del Gobierno de Bush la autoridad pakistaní es prácticamente inexistente. Esto, cuando no se sospecha abiertamente de cooperación oculta con los talibanes de los servicios de inteligencia pakistaníes y algunas autoridades locales.
Tras una de esas operaciones con víctimas civiles, el Gobierno pakistaní ha manifestado su condena: “Todo lo que han logrado ha sido matar a población inocente y aumentar el odio a América en las zonas tribales”.
El embajador de Pakistán en Washington afirmó que “las acciones unilaterales de las fuerzas estadounidenses no contribuyen a la guerra contra el terrorismo, porque sólo irritan a la opinión pública”.
Un miembro de la Universidad Nacional de Defensa de Islamabad afirmó: “Esto juega a favor de los extremistas, sobre todo cuando el número de víctimas civiles es muy superior al que los americanos creen que están causando a los insurgentes o en sus refugios”. Por otra parte, ya se han producido los primeros incidentes entre tropas estadounidenses y del ejército pakistaní, con intercambio de disparos, aunque las noticias al respecto son muy confusas, a causa de su crítica naturaleza para las relaciones entre ambos países.
El asunto es de complicada resolución porque, además, los aviones radiodirigidos armados con misiles pertenecen a la CIA, mientras que las fuerzas de comandos -del Ejército y la Marina- están controladas por el Pentágono. Las rivalidades entre organismos distintos pueden dificultar la coordinación, y a esto se suma el inocultable interés de la Casa Blanca por lograr a toda costa éxitos relevantes en los meses finales de la fracasada presidencia de Bush.
La situación se agrava aún más a causa del incremento de la actividad terrorista, no sólo en Afganistán, sino también en Pakistán. Cuando en julio pasado una bomba destrozó la embajada de India en Kabul, la CIA sospechó que estaban implicados en el hecho los servicios de inteligencia pakistaníes, pero también altos mandos militares de este país, incluyendo al jefe del Ejército.
En términos geopolíticos, no es aventurado suponer que los principales responsables de la seguridad pakistaní se apoyan en los grupos insurgentes de la zona para conservar su poder, manteniendo así una zona tampón frente a la India y Afganistán. Pero se trata de un juego de gran estrategia que puede tener muy graves consecuencias. Sobre todo, si se enfrenta a la peligrosa estrategia actual de la OTAN de llevar su centro de gravedad hacia el Este y conservar su presencia militar en las fronteras con China e Irán.
No se sabe qué pasos adoptará al respecto el nuevo inquilino de la Casa Blanca a partir del año 2009. Más que nunca, se hace necesario que Estados Unidos y la OTAN tracen un plan claro de salida de Afganistán. Y que ese plan se complemente con una solución negociada de estabilidad en esta crítica zona, solución a la que no pueden ser ajenos otros países como Rusia, India, Irán y Pakistán. Porque lo único cierto hasta hoy es que tanto la OTAN como Estados Unidos han fracasado rotundamente en su irrupción violenta y militarizada en esta región después de los atentados terroristas del 11 de septiembre del 2001. Este frustrado modelo es el único que no tiene ya razones para sostenerse.
Alberto Piris
General de Artillería en la Reserva
Fuente: Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España.
https://www.alainet.org/pt/node/130134
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