10, 9, 8, 7…
Entre el limbo y el infierno
05/09/2008
- Opinión
En las últimas décadas, a partir de los 60´s sobre todo, se han producido muchos intentos de cambio político, económico y social, en todos los ámbitos de expresión humana. Pero la fuerza, el impulso de esos intentos no fue el suficiente para que se abrieran camino estableciéndose en la sociedad, en el mundo. Por lo cual, pese a todas esas sacudidas telúricas, todo continuó aparentemente igual.
La insuficiente energía o empuje de esos intentos, no pudo tampoco hacer evidente la condición estructural, la trama económica, cultural y sicológica que nos agobiaba, generando sufrimiento, insatisfacción y el consecuente deseo de cambio. Porque es de suponer que no son las circunstancias gratificantes las que nos impulsan a cambiarlas.
Nadie puede asegurar con precisión cuanta influencia tuvo en todo ese acontecer el surgimiento y desarrollo de los medios de comunicación audiovisuales. Pero de cierto acompañaron e influyeron en la transición de una vida pueblerina, en la que poco a poco se fueron infiltrando cada vez a mayor velocidad informaciones del acontecer mundial.
La apertura de la conciencia popular, localizada y encerrada geográfica, climática y culturalmente al acontecer y quehacer global, sucedió teñido por un clima de lo que se dio en llamar guerra fría, y que en sencillo fue distraer y meterle miedo a la gente con un fantasma ideológico llamado comunismo, que vino a llenar el espacio del mal en la imaginería colectiva.
Podremos decir que probablemente no hubo momento en la historia en que no haya habido intentos de cambio, y que la ideología comunista o socialista hacía mucho tiempo que se enseñaba en las instituciones educativas. Pero una cosa son las charlas y tesis universitarias de profesores y estudiantes, y otra es como vive el común de la gente.
En todo caso, con la caída del bloque soviético, entramos en una especie de limbo ideológico que los medios de comunicación fueron llenando con imágenes ideales, que poco y nada tenían que ver con la vida de los televidentes. Podríamos decir que de algún modo se ocuparon de crear y llenar intencionalmente, el espacio vacío dejado por los anteriores mitos.
Sin embargo la aparente muerte de las ideologías y el fin de la historia, fue como la calma que precede a la tormenta, o la hora más oscura de la noche que anuncia el amanecer. Y fue así como muriendo el siglo, en Venezuela que era el paraíso neoliberal, ejemplo de lo que debía ser un país subdesarrollado con un barniz de deslumbrante élite social, que vivía mirando y viajaba siempre que podía a Miami, estalló inesperadamente la revolución bolivariana.
Esta vez las cosas estaban suficientemente maduras, para que quedara demostrado que las décadas anteriores no habían sido un accidente, sino la acumulación y aceleración de los intentos de cambio histórico que se abrían camino para convertirse en una nueva forma de vida.
Eso no debería sorprendernos, porque se supone que el ser humano aprende de sus experiencias y luego de miles de años e intentos, alguna vez debía concebir un modelo cultural e intentar con éxito una organización socioeconómica más libre, justa e igualitaria para todos sus integrantes, dejando finalmente atrás la prehistoria y la barbarie de explotación y parasitismo de cada vez más por cada vez menos.
Pero como dijimos, una cosa son las discusiones eruditas entre intelectuales y otra como siente y vive el pueblo lo cotidiano. Y por cierto que el impulso revolucionario ha debido ser intenso para romper y abrirse camino entre la dura capa de escepticismo sedimentada por los años y los fracasos, y no ceder terreno pese a la dura oposición y bombardeo mediático que hubo de enfrentar y soportar.
También podríamos decir que la insatisfacción y sufrimiento acumulado, debieron ser bien grandes e insoportables para dar el suficiente impulso para que en muchos casos, ni siquiera la posible pérdida de la vida los detuviese, y el proceso continúe avanzando en lo concreto y en lo sicológico en los diez años que lleva.
Por supuesto que de ser el ejemplo y la vedet de Sudamérica nos hemos convertido en los hijos del mal, en el mismo infierno en que arden los terroristas enemigos de los hijos de Dios y el bien, en ejemplo de lo que hay que evitar si queremos ser buenos y aceptados por la sacrosanta corte de países desarrollados.
Pero los tiempos siguen avanzando y a Venezuela se ha venido sumando prácticamente toda Latinoamérica. En cada país que gana democráticamente un representante del pueblo y de los nuevos tiempos, se repiten casi como un calco los boicots y la propaganda para asustar a la gente con el cuco del comunismo, los intentos de calentar las calles y alterar el orden, la gobernabilidad.
Para lo cual ha sido necesario que la organización suprademocrática y gubernamental comenzara a reaccionar para no perder el control, y por consiguiente se les fueran cayendo las caretas, quedando al descubierto los mecanismos y herramientas de control que nos mantenían en el subdesarrollo, haciéndonos pelear entre nosotros sin reconocer los verdaderos opresores ni lograr cambiar nada, hiciéramos lo que hiciéramos.
En consecuencia ni las ideologías murieron ni la historia se terminó, por el contrario irrumpieron con la fuerza y permanencia suficiente para poner en evidencia que es el viejo modelo cultural y económico, el viejo tropismo de acumulación mecánica creciente, el que ha llegado a sus límites posibles de desarrollo y tiembla, se tambalea, se desmorona.
Sin embargo la crisis del modelo económico y cultural que los países desarrollados soñaban imponernos para siempre, no es el único ni el más importante fenómeno que va mostrándose a nuestras sorprendidas conciencias. También tenemos una crisis climática, ecológica, energética, alimenticia.
Aunque en mi opinión la crisis más profunda, poderosa y desapercibida es la ideológica. Porque aún no nos hemos dado cuenta, que se terminaron los tiempos en que podíamos pensar y debatir interminablemente sin aparentes consecuencias, en la inmortalidad del cangrejo.
Hoy la sofisticada tecnología y el poder con que afecta al ecosistema, hace que nuestras acciones y responsabilidades se aceleren e intensifiquen al punto de que podemos en instantes, producir los efectos acumulados de toda una historia de experiencia y conocimiento que nos condujeron a la revolución económica y cultural.
En otras palabras, el tiempo que parecía transcurrir cansina y linealmente de pasado a futuro y conducirnos a alguna parte, se terminó. Si a algún lado íbamos, ya llegamos. Si algo iba a acontecer ya está aconteciendo. Se terminó el tiempo condicional, ahora estamos en tiempo imperativo, en tiempo presente. Estamos en cuenta regresiva, 10, 9, 8, 7...
La fuerza y el ritmo de los hechos desencadenados, ya no dan margen para seguir sentados pensando y rascándonos la cabeza. Los hechos no son abstractas teorías o ideologías. Los hechos afectan al cuerpo y sus necesidades. Los hechos exigen cambios de hábitos y creencias, adaptación creciente ajustada a su ritmo e intensidad.
Al nivel de organismos y necesidades las reacciones tienen muy poco margen, exigen respuestas casi inmediatas, y no exigen con sermones morales, sino con dolor que se intensifica minuto a minuto. Ya no es tiempo de debatir ideologías de derecha o izquierda, ni de dar exámenes y recibir diplomas para acrecentar el prestigio personal.
No hay tiempo para seguir pensando en ríos de tiempo que fluyen lineal, superficialmente, dentro de los cuales los hechos caminan o nadan en fila, tomados de la mano, convirtiéndose los unos en consecuencias de los otros. Ahora entra en escena la simultaneidad y estructuralidad de acontecimientos, que nos estallan en la piel proviniendo de todas partes a la vez.
Esta simultaneidad no puede percibirse desde un pensamiento lineal, reflexivo, que corre siempre detrás de los eventos, que necesita miles de observaciones para sacar alguna conclusión e intentar solo entonces explicarlos y prevenirlos. A ese ritmo, cuando lleguemos a una conclusión el mundo ya habrá cambiado mil veces ante nuestras narices, el lobo nos habrá comido y estará digiriéndonos y excretándonos.
La maestra y examinadora hoy es la vida misma, sin intermediarios ni representantes. El único modo de aprobar el examen y obtener el diploma, es la capacidad, la velocidad y la integridad suficiente para responder al ritmo e intensidad creciente de los hechos. No hay teoría ni cuentito que valga a la hora de comer, porque es el cuerpito el que está en juego y el diploma es la continuidad de la vida.
Eso es lo que nuestros hábitos y creencias, pertenecientes a un ritmo difuso y lento de adaptación ya superado por los hechos, aún no han comprendido. Por eso siguen discutiendo y luchando para mantener e imponer sus intereses y privilegios, sin darse cuenta que ese mundo está muriendo ante sus miradas ilusionadas, que solo observan los fantasmas de su memoria proyectados en su imaginación.
Si la velocidad e intensidad de los hechos aún no ha roto nuestra dura pero frágil costra de hábitos y creencias, allí está la temporada de ciclones destruyendo en instantes lo que nos tomó años, décadas, centurias concebir y construir. Miles de años de observarlos y sufrirlos, y el disponer del conocimiento para prevenirlos, nos permiten hacer poco y nada frente a esas fuerzas naturales.
Como no sea desplazar toda la población y bienes transportables de sus posibles focos de acción, salvando así esas vidas. Siempre y cuando esa sociedad se haya organizado solidariamente como en Cuba por ejemplo. Porque de otro modo, quedas librado a disponer del dinero para pagar pólizas de vida a alguna dudosa aseguradora.
Si las tendencias que los científicos nos informan se confirman, y todo parece apuntar en esa dirección, toda nuestra fuerza e inteligencia debería estar ya organizándose solidariamente para evitar en lo posible esas cuantiosas e inevitable pérdidas. Pero sobre todo, debiéramos estar cayendo en cuenta que de nada sirven todas esas cosas en la que hemos desperdiciado nuestras vidas, cuando es justamente la vida la que está en peligro.
Sin embargo, no parece que estemos en capacidad ni que deseemos reconocer, que este escenario es la resultante de la dirección de organización social que le dimos al accionar humano. Las mismas supuestas instituciones democráticas que creamos, son las que tienen hoy atrapadas nuestras imprescindibles decisiones en su burocracia y corrupción.
Como dije, no es tiempo de discusiones ideológicas, que no son más que disfraces para defender nuestros intereses. Es tiempo de ejercitar nuestro poder de decisión en lugar de seguir poniéndolo en manos de otros, con la esperanza de que diriman los conflictos de intereses que nosotros no podemos o no queremos.
Cuando trasladamos esos conflictos de intereses a instituciones, lo único que logramos fue agigantarlos, multiplicar los que espían y supervisan a otros. Hoy todos desconfiamos de todos, pero sigue imperando el “hecha la ley hecha la trampa”, el evadir toda justicia o equilibrio, el confundir la libertad con impunidad, con inmunidad.
Lo que los contundentes hechos ponen ahora en evidencia, es que esa mentalidad y forma de vida no es viable dentro de la estructura esencial de la vida. Toda dirección de conducta es acumulativa, genera inercia, y esas tendencias tienen inevitablemente sus consecuencias. La densa niebla de nuestros hábitos y creencias lo desdibuja y nos dificulta reconocerlo.
Pero eso y no otra cosa, es lo que nuestros tiempos están evidenciando. Las consecuencias acumulativas de nuestro modo de pensar y actuar. La intensificación y velocidad de reacción que desencadena una dirección de acción. La necesaria toma de conciencia y corrección que ello amerita.
Ese es el fundamento sicológico y fisiológico de la libertad de elección, que el ser humano dispone de nacimiento pero ha de ejercitar y desarrollar como forma de vida. Esa es la posibilidad de aprender de nuestros aciertos y errores, para concebir e implementar mejores formas de organizar nuestro accionar social, colectivo.
¿Acaso quedan dudas que la contaminación que se genera en un punto del planeta termina afectándonos a todos? ¿Quedan dudas de que no importa como o dónde se altere la condición climática la sufrimos todos? ¿No está quedando claro que la sensibilidad humana resuena conjuntamente en todo el planeta, aunque para los sentidos parezca comenzar en algún punto?
Desde siempre hemos hablado de simultaneidad, de ubicuidad, de omnipresencia, de trascendencia del tiempo o eternidad, sin importar que nombres le dimos a esas intuiciones ni a que entidades le asignamos esos atributos. Hoy todo eso desborda nuestra intimidad y se manifiesta en las simples y evidentes fuerzas y hechos cotidianos.
Así que de algún modo podemos decir que hemos salido del limbo de la imaginación, para traer ese cielo o infierno a la tierra, según los gustos y creencias de cada cual. Lo cierto es que las condiciones de vida han cambiado y exigen una readaptación creciente de nuestros hábitos y creencias.
El mundo que conocíamos se está desmoronando ante nuestras incrédulas miradas, va quedando en nuestros recuerdos y añoranzas. Lamentarnos y mirar atrás no será de ninguna utilidad. La aventura ya comenzó y nos demos cuenta o no, sacamos un pasaje y vamos en el autobús.
Ahora solo nos queda disponernos a participar disfrutando los cambiantes paisajes a medida que se van presentando. O aferrarnos al pasado y resistirnos al cambio sufriéndolo. ¿Qué es difícil? Fácil o difícil es solo cuestión de opciones y de práctica. Y en este caso ya estamos en el autobús.
La única opción es disfrutar el viaje o sufrirlo. Abrirse a la vida y acompañarla, sentirse y ser parte de ella. O resistirse, enfrentarla y ser arrastrado como una laboriosa y esforzada hormiga, que no sabe ni se da cuenta que está de vacaciones. Más allá de los milenarios fantasmas del bien y del mal, se impone la simple intensidad e inmediatez de la vida.
La insuficiente energía o empuje de esos intentos, no pudo tampoco hacer evidente la condición estructural, la trama económica, cultural y sicológica que nos agobiaba, generando sufrimiento, insatisfacción y el consecuente deseo de cambio. Porque es de suponer que no son las circunstancias gratificantes las que nos impulsan a cambiarlas.
Nadie puede asegurar con precisión cuanta influencia tuvo en todo ese acontecer el surgimiento y desarrollo de los medios de comunicación audiovisuales. Pero de cierto acompañaron e influyeron en la transición de una vida pueblerina, en la que poco a poco se fueron infiltrando cada vez a mayor velocidad informaciones del acontecer mundial.
La apertura de la conciencia popular, localizada y encerrada geográfica, climática y culturalmente al acontecer y quehacer global, sucedió teñido por un clima de lo que se dio en llamar guerra fría, y que en sencillo fue distraer y meterle miedo a la gente con un fantasma ideológico llamado comunismo, que vino a llenar el espacio del mal en la imaginería colectiva.
Podremos decir que probablemente no hubo momento en la historia en que no haya habido intentos de cambio, y que la ideología comunista o socialista hacía mucho tiempo que se enseñaba en las instituciones educativas. Pero una cosa son las charlas y tesis universitarias de profesores y estudiantes, y otra es como vive el común de la gente.
En todo caso, con la caída del bloque soviético, entramos en una especie de limbo ideológico que los medios de comunicación fueron llenando con imágenes ideales, que poco y nada tenían que ver con la vida de los televidentes. Podríamos decir que de algún modo se ocuparon de crear y llenar intencionalmente, el espacio vacío dejado por los anteriores mitos.
Sin embargo la aparente muerte de las ideologías y el fin de la historia, fue como la calma que precede a la tormenta, o la hora más oscura de la noche que anuncia el amanecer. Y fue así como muriendo el siglo, en Venezuela que era el paraíso neoliberal, ejemplo de lo que debía ser un país subdesarrollado con un barniz de deslumbrante élite social, que vivía mirando y viajaba siempre que podía a Miami, estalló inesperadamente la revolución bolivariana.
Esta vez las cosas estaban suficientemente maduras, para que quedara demostrado que las décadas anteriores no habían sido un accidente, sino la acumulación y aceleración de los intentos de cambio histórico que se abrían camino para convertirse en una nueva forma de vida.
Eso no debería sorprendernos, porque se supone que el ser humano aprende de sus experiencias y luego de miles de años e intentos, alguna vez debía concebir un modelo cultural e intentar con éxito una organización socioeconómica más libre, justa e igualitaria para todos sus integrantes, dejando finalmente atrás la prehistoria y la barbarie de explotación y parasitismo de cada vez más por cada vez menos.
Pero como dijimos, una cosa son las discusiones eruditas entre intelectuales y otra como siente y vive el pueblo lo cotidiano. Y por cierto que el impulso revolucionario ha debido ser intenso para romper y abrirse camino entre la dura capa de escepticismo sedimentada por los años y los fracasos, y no ceder terreno pese a la dura oposición y bombardeo mediático que hubo de enfrentar y soportar.
También podríamos decir que la insatisfacción y sufrimiento acumulado, debieron ser bien grandes e insoportables para dar el suficiente impulso para que en muchos casos, ni siquiera la posible pérdida de la vida los detuviese, y el proceso continúe avanzando en lo concreto y en lo sicológico en los diez años que lleva.
Por supuesto que de ser el ejemplo y la vedet de Sudamérica nos hemos convertido en los hijos del mal, en el mismo infierno en que arden los terroristas enemigos de los hijos de Dios y el bien, en ejemplo de lo que hay que evitar si queremos ser buenos y aceptados por la sacrosanta corte de países desarrollados.
Pero los tiempos siguen avanzando y a Venezuela se ha venido sumando prácticamente toda Latinoamérica. En cada país que gana democráticamente un representante del pueblo y de los nuevos tiempos, se repiten casi como un calco los boicots y la propaganda para asustar a la gente con el cuco del comunismo, los intentos de calentar las calles y alterar el orden, la gobernabilidad.
Para lo cual ha sido necesario que la organización suprademocrática y gubernamental comenzara a reaccionar para no perder el control, y por consiguiente se les fueran cayendo las caretas, quedando al descubierto los mecanismos y herramientas de control que nos mantenían en el subdesarrollo, haciéndonos pelear entre nosotros sin reconocer los verdaderos opresores ni lograr cambiar nada, hiciéramos lo que hiciéramos.
En consecuencia ni las ideologías murieron ni la historia se terminó, por el contrario irrumpieron con la fuerza y permanencia suficiente para poner en evidencia que es el viejo modelo cultural y económico, el viejo tropismo de acumulación mecánica creciente, el que ha llegado a sus límites posibles de desarrollo y tiembla, se tambalea, se desmorona.
Sin embargo la crisis del modelo económico y cultural que los países desarrollados soñaban imponernos para siempre, no es el único ni el más importante fenómeno que va mostrándose a nuestras sorprendidas conciencias. También tenemos una crisis climática, ecológica, energética, alimenticia.
Aunque en mi opinión la crisis más profunda, poderosa y desapercibida es la ideológica. Porque aún no nos hemos dado cuenta, que se terminaron los tiempos en que podíamos pensar y debatir interminablemente sin aparentes consecuencias, en la inmortalidad del cangrejo.
Hoy la sofisticada tecnología y el poder con que afecta al ecosistema, hace que nuestras acciones y responsabilidades se aceleren e intensifiquen al punto de que podemos en instantes, producir los efectos acumulados de toda una historia de experiencia y conocimiento que nos condujeron a la revolución económica y cultural.
En otras palabras, el tiempo que parecía transcurrir cansina y linealmente de pasado a futuro y conducirnos a alguna parte, se terminó. Si a algún lado íbamos, ya llegamos. Si algo iba a acontecer ya está aconteciendo. Se terminó el tiempo condicional, ahora estamos en tiempo imperativo, en tiempo presente. Estamos en cuenta regresiva, 10, 9, 8, 7...
La fuerza y el ritmo de los hechos desencadenados, ya no dan margen para seguir sentados pensando y rascándonos la cabeza. Los hechos no son abstractas teorías o ideologías. Los hechos afectan al cuerpo y sus necesidades. Los hechos exigen cambios de hábitos y creencias, adaptación creciente ajustada a su ritmo e intensidad.
Al nivel de organismos y necesidades las reacciones tienen muy poco margen, exigen respuestas casi inmediatas, y no exigen con sermones morales, sino con dolor que se intensifica minuto a minuto. Ya no es tiempo de debatir ideologías de derecha o izquierda, ni de dar exámenes y recibir diplomas para acrecentar el prestigio personal.
No hay tiempo para seguir pensando en ríos de tiempo que fluyen lineal, superficialmente, dentro de los cuales los hechos caminan o nadan en fila, tomados de la mano, convirtiéndose los unos en consecuencias de los otros. Ahora entra en escena la simultaneidad y estructuralidad de acontecimientos, que nos estallan en la piel proviniendo de todas partes a la vez.
Esta simultaneidad no puede percibirse desde un pensamiento lineal, reflexivo, que corre siempre detrás de los eventos, que necesita miles de observaciones para sacar alguna conclusión e intentar solo entonces explicarlos y prevenirlos. A ese ritmo, cuando lleguemos a una conclusión el mundo ya habrá cambiado mil veces ante nuestras narices, el lobo nos habrá comido y estará digiriéndonos y excretándonos.
La maestra y examinadora hoy es la vida misma, sin intermediarios ni representantes. El único modo de aprobar el examen y obtener el diploma, es la capacidad, la velocidad y la integridad suficiente para responder al ritmo e intensidad creciente de los hechos. No hay teoría ni cuentito que valga a la hora de comer, porque es el cuerpito el que está en juego y el diploma es la continuidad de la vida.
Eso es lo que nuestros hábitos y creencias, pertenecientes a un ritmo difuso y lento de adaptación ya superado por los hechos, aún no han comprendido. Por eso siguen discutiendo y luchando para mantener e imponer sus intereses y privilegios, sin darse cuenta que ese mundo está muriendo ante sus miradas ilusionadas, que solo observan los fantasmas de su memoria proyectados en su imaginación.
Si la velocidad e intensidad de los hechos aún no ha roto nuestra dura pero frágil costra de hábitos y creencias, allí está la temporada de ciclones destruyendo en instantes lo que nos tomó años, décadas, centurias concebir y construir. Miles de años de observarlos y sufrirlos, y el disponer del conocimiento para prevenirlos, nos permiten hacer poco y nada frente a esas fuerzas naturales.
Como no sea desplazar toda la población y bienes transportables de sus posibles focos de acción, salvando así esas vidas. Siempre y cuando esa sociedad se haya organizado solidariamente como en Cuba por ejemplo. Porque de otro modo, quedas librado a disponer del dinero para pagar pólizas de vida a alguna dudosa aseguradora.
Si las tendencias que los científicos nos informan se confirman, y todo parece apuntar en esa dirección, toda nuestra fuerza e inteligencia debería estar ya organizándose solidariamente para evitar en lo posible esas cuantiosas e inevitable pérdidas. Pero sobre todo, debiéramos estar cayendo en cuenta que de nada sirven todas esas cosas en la que hemos desperdiciado nuestras vidas, cuando es justamente la vida la que está en peligro.
Sin embargo, no parece que estemos en capacidad ni que deseemos reconocer, que este escenario es la resultante de la dirección de organización social que le dimos al accionar humano. Las mismas supuestas instituciones democráticas que creamos, son las que tienen hoy atrapadas nuestras imprescindibles decisiones en su burocracia y corrupción.
Como dije, no es tiempo de discusiones ideológicas, que no son más que disfraces para defender nuestros intereses. Es tiempo de ejercitar nuestro poder de decisión en lugar de seguir poniéndolo en manos de otros, con la esperanza de que diriman los conflictos de intereses que nosotros no podemos o no queremos.
Cuando trasladamos esos conflictos de intereses a instituciones, lo único que logramos fue agigantarlos, multiplicar los que espían y supervisan a otros. Hoy todos desconfiamos de todos, pero sigue imperando el “hecha la ley hecha la trampa”, el evadir toda justicia o equilibrio, el confundir la libertad con impunidad, con inmunidad.
Lo que los contundentes hechos ponen ahora en evidencia, es que esa mentalidad y forma de vida no es viable dentro de la estructura esencial de la vida. Toda dirección de conducta es acumulativa, genera inercia, y esas tendencias tienen inevitablemente sus consecuencias. La densa niebla de nuestros hábitos y creencias lo desdibuja y nos dificulta reconocerlo.
Pero eso y no otra cosa, es lo que nuestros tiempos están evidenciando. Las consecuencias acumulativas de nuestro modo de pensar y actuar. La intensificación y velocidad de reacción que desencadena una dirección de acción. La necesaria toma de conciencia y corrección que ello amerita.
Ese es el fundamento sicológico y fisiológico de la libertad de elección, que el ser humano dispone de nacimiento pero ha de ejercitar y desarrollar como forma de vida. Esa es la posibilidad de aprender de nuestros aciertos y errores, para concebir e implementar mejores formas de organizar nuestro accionar social, colectivo.
¿Acaso quedan dudas que la contaminación que se genera en un punto del planeta termina afectándonos a todos? ¿Quedan dudas de que no importa como o dónde se altere la condición climática la sufrimos todos? ¿No está quedando claro que la sensibilidad humana resuena conjuntamente en todo el planeta, aunque para los sentidos parezca comenzar en algún punto?
Desde siempre hemos hablado de simultaneidad, de ubicuidad, de omnipresencia, de trascendencia del tiempo o eternidad, sin importar que nombres le dimos a esas intuiciones ni a que entidades le asignamos esos atributos. Hoy todo eso desborda nuestra intimidad y se manifiesta en las simples y evidentes fuerzas y hechos cotidianos.
Así que de algún modo podemos decir que hemos salido del limbo de la imaginación, para traer ese cielo o infierno a la tierra, según los gustos y creencias de cada cual. Lo cierto es que las condiciones de vida han cambiado y exigen una readaptación creciente de nuestros hábitos y creencias.
El mundo que conocíamos se está desmoronando ante nuestras incrédulas miradas, va quedando en nuestros recuerdos y añoranzas. Lamentarnos y mirar atrás no será de ninguna utilidad. La aventura ya comenzó y nos demos cuenta o no, sacamos un pasaje y vamos en el autobús.
Ahora solo nos queda disponernos a participar disfrutando los cambiantes paisajes a medida que se van presentando. O aferrarnos al pasado y resistirnos al cambio sufriéndolo. ¿Qué es difícil? Fácil o difícil es solo cuestión de opciones y de práctica. Y en este caso ya estamos en el autobús.
La única opción es disfrutar el viaje o sufrirlo. Abrirse a la vida y acompañarla, sentirse y ser parte de ella. O resistirse, enfrentarla y ser arrastrado como una laboriosa y esforzada hormiga, que no sabe ni se da cuenta que está de vacaciones. Más allá de los milenarios fantasmas del bien y del mal, se impone la simple intensidad e inmediatez de la vida.
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