Sujeto Patriarcal: proceso y producto sociohistórico
31/03/2008
- Opinión
Resumen
Este texto pretende una lectura relacional-tensional sobre la construcción sociohistórica de sujetos patriarcales, su vigencia y mecanismos de reproducción. Para ello, harán tres acercamientos. El primero sobre su constitución socio-histórica del patriarcado y su encarnación corpórea-sexual, como apertura a un segundo momento. Éste, será una digresión sobre la prostitución femenina en tanto que otra institución sociohistórica y cultural que decanta y refuerza la institucionalidad patriarcal. El tercer momento permitirá hacer un balance del patriarcado desde ambas instituciones.
Cabe aclarar que en esta discusión se entenderá la institución patriarcal como aquella:
“(…) institucionalización (que) aparece (y se actualiza) cada vez que se da una tipificación recíproca de las acciones habitualizadas por tipos de actores (…) las tipificaciones de las acciones habitualizadas que constituyen las instituciones, siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales como a las acciones individuales (…) asimismo, las instituciones implican historicidad y control.” (Berger y Luckmann, 2003:74)
En este sentido podemos identificar al menos dos momentos-dimensiones (analíticas) del mismo proceso de institucionalización del binomio patriarcado-prostitución:
1. La que tiene que ver con los hombres y mujeres como individuos-subjetividades en cuanto su entender y prácticas cotidianas de lo que se espera “ser hombre” “ser mujer” (su identidad)[1]
2. Lo que alude a la masculinidad-feminidad como una estructura ideológica-hegemónica que responde a la sociedad patriarcal, emisora y sancionadora de valores y mandatos, que articula cierto consenso para hombres y mujeres.
En otras palabras, la vigencia y práctica del patriarcado no es sólo la conducta de personas aisladas, sino también una estructura ideológica (monológica, en téminos de Bajtín) desde donde se decide, emite y modelan las conductas de los seres humanos concretos. Es decir, ante dos ejes de articulación: lo individual-cotidiano, es lo que cada uno de nosotro/as vive día a día y el eje socio-cultural-histórico que se expresa en nuestras instituciones sociales fundamentales, nuestra historia y nuestro proyecto de sociedad.
1. Constitución socio-histórica del patriarcado.
En su praxis primigenia patriarcado[2] refiere a dos dimensiones básicas de dominación (autoridad, dominio, potencia): El territorio de la jurisdicción de un patriarca y el tiempo que dura la dignidad de un patriarca. Aspectos ambos que acusan la legalidad y legitimidad de dicho poder. Aquí poder se hace metafísico al sentido común, al remitir a las atribuciones de ser patriarca, dado que las disposiciones del mismo han devenido de su posición estructurada, jerarquizada y luego heredada a otros sujetos (en su mayoría varones) que comparten algunas características que le autorizan a ejercer su dominio.
De aquí surgen dos lógicas funcionales al sistema patriarcal: su naturalización pragmática y discursiva y por otra parte, la naturalización de quienes pueden ser patriarcas. En resumen, patriarcado es un término antropológico usado para definir la condición sociológica en que los miembros masculinos de una sociedad tienden a predominar en posiciones de poder. Además, mientras más poderosa sea esta posición, más probabilidades que un miembro masculino retenga esa posición, la herede y la naturalice.
Por otra parte, el patriarcado[3] indica un hipersujeto “naturaizado”. Hipersujeto remite a esa doble impostura: posición-disposición. Por su parte, naturalizado, dice que el sujeto patriarcal es metafísica y ontológicamente dominante, que por economomía del lenguaje caracterizaremos como: logocentrista, calculador, agresivo, penetrante, etc.[4].
Ahora, esta naturalización del sujeto patriarcal se extiende al plano corporal y sexual de hombres y mujeres. Cuerpos-sexuado no es una realidad natural, sino que es el resultado de amplios y complejos procesos de construcción social operantes sobre la base biológica y que en la modernidad ha adquirido nuevos bucles naturalizantes basados en los modelos esencialistas de la ciencia. Específicamente la invención del objeto epistémico conocido como sexo:
Este largo proceso de producción-investigación se basó en la noción de sexo, concepto que permitió agrupar en una misma unidad artificial elementos anatómicos, funciones biológicas, conductas, sensaciones, placeres e hizo posible que esa unidad ficticia funcionara como principio causal, como sentido omnipresente, secreto que es necesario descubrir en todos lados (Puleo, 1992: 6)
Asistimos a una reducción del patriarcado, que pasa de su carácter de institución sociohistórica de dominación material y simbólica (espacio-tiempo) a su emergente corpóreo-sexual que gesta una visión dicotómica natural y esencial del varón-pene y del sometimiento de la hembra-vagina.
Ahora, naturaleza designa el aspecto interno, oculto, relativamente estable de los sujetos, reducidos a objetos y sus procesos que se estandarizan, aspectos que determinan su desarrollo natural ó patológico. Esta naturaleza-sexuada, en cuanto base interna de los penes-vaginas siempre se revela, se manifiesta de forma precaria, pero presente en la cotidianidad media. El fenómeno es la naturaleza revelada, puesta de manifiesto en el pene dominante y la vagina dominada, es decir, su actualización en los rituales, los gestos, los chistes, la moda, en fin, en las formas de actuar, pensar, sentir y representar.
Rompiendo con ese esquema sexuado y volviendo a uno más sociohistórico, podemos afirmar que el patriarcado es una forma de organización sociohistórica en la que el varón ejerce la autoridad en todos los ámbitos, asegurándose la transmisión del poder y la herencia a otros hombres que cumplan los requisitos que en cada época y formación cultural determina el ideal-naturalizado de lo que se espera sea un “verdadero hombre”.
Se estima, entonces, al patriarcado, en esta lectura, como un sistema político-histórico-social basado en la construcción-legitimación de desigualdades (asimetrías constitutivas-constitiyentes) que impone la interpretación de las diferencias anatómicas entre hombres y mujeres, construyendo jerarquías. La superioridad queda a cargo del género masculino y la inferioridad asociada al género femenino. Los sistemas patriarcales introducen el dominio sobre las mujeres y los niño/as, ancianos/as, es decir todos los no-hombres. Los hombres no sólo conducen sino que obligan a ser acatados, es más todas las demás criaturas adquieren el carácter de infantes: in-faleres (sin palabras).
Nos encontramos ante un entramado de pactos que pone el control de la sociedad en manos de aquellos sujetos que cumplen con su papel masculino patriarcal, sin alternativas a otras formas de constituir en la vida cotidiana lo masculino. De este modo, el poder recae en los hombres mejores hombres que cumplen con las expectativas patriarcales. Poder que, en nuestras actuales sociedades del siglo XXI, pasa por los núcleos relacionados con la política, la economía, principal, pero exclusivamente. Con ello, las mujeres quedan excluidas de todo el ámbito de las decisiones que afectan a las sociedades en las que viven, sino asumen formas de pensar, sentir, hacer y representar dispuestas por el proceso instituido-instituyente del patriarcado.
Además, tiene alcances en la estructuración de relaciones generacionales: el poder de los padres sobre los hijos/as. Establece un sistema familiar, social y político, en el que los hombres por la fuerza, por la presión directa, o a través de rituales, tradiciones, leyes o lenguaje, costumbres, etiquetas, educación y la división del trabajo determinan qué parte corresponde jugar o no jugar a los no-hombres y en qué medida han de estar siempre sometidos y al alcance de los hombres.
Como es una producción sociohistórica el patriarcado implica la naturalización de las mujeres convertidas en objetos y consideradas simplemente como reproductoras, acompañantes. Es decir, el hombre se otorgó el derecho de mandar basándose en la supuesta superioridad biológica y social que se ha impuesto de proveedor, protector. Pero, en realidad existe una dominación tanto subjetiva-cultural como de origen sexual-naturalizante, que asegura así el control sobre la mujer. El patriarcado separa afecto de la sexualidad: Los hombres hacen frígidas a sus esposas que respetan y para su placer acuden a las mujeres catalogadas como inferiores y políticamente correctas: las trabajadoras sexuales[5], tal como indica Puleo:
(…) la moral de la doble norma, característica de la sociedad patriarcal: el hombre es instintivamente polígamo debido a su capacidad de fertilizar a muchas mujeres en un corto período de tiempo; la negación de éstas de tener a su lado un hombre que alimente y proteja al hijo las hace naturalmente constantes (Puleo, 1992: 50)
Esta naturalización de los sexos hace que se institucionalice el dominio masculino sobre la sociedad en general. Hay una valorización del lugar social e histórico que ocupan las mujeres; condicionadas a un segundo plano y cuando las mujeres han llegado al desplazamiento publico para obtener y preservar puestos de poder deben asumir los roles propios de lo masculino-patriarcal, legitimado ideológicamente, que sume valores tales como: verticalidad, inflexibilidad, racionalidad formal, audacia, etc.
Lo que el patriarcado obvia, invisibiliza, es que, en la cultura se hayan objetivados, contenidos, los logros históricos del género humano ¿Cómo? en las prácticas sociohistóricas utilizadas para producir medios de vida, el lenguaje, el arte, instituciones educativas, etc. Además, si el patriarcado es producción sociohistórica el proceso de socialización del niño/a es, al mismo tiempo, su proceso de individuación e internalización del sistema de dominación patriarcal. El mismo no se da mecánicamente.
La relación entre el sujeto y el objeto siempre está mediada por la actividad (praxis). Este es el medio para la adquisición de conciencia. La actividad, pues, resulta un punto de transición, de mediación entre lo psíquico y el mundo. A través de la actividad objetal-comunicativa, lo subjetivo sujetado del patriarcado refracta al mundo o a la inversa, se objetivan los productos de la subjetividad filtrados por concepciones biológico-metafísicas naturalizando ontológicamente el mundo relacional de los sujetos humanos.
2. Digresión sobre la prostitución ó de un correlato del patriarcado
Las prostitutas (trabajadoras del sexo) han representado en el imaginario social la suciedad, el vicio, la degeneración; tanto en la cotidianidad como en la ficción (i.e. Juana Lucero). En el trabajo de Juliano “Excluidas y Marginales: una aproximación antropológica” (2004) se resume de forma cruda la realidad de la mujer trabajadora del sexo:
“No me gusta ninguno de los clientes ¡que va!... Yo me he fijado en una cosa: todos los hombres, todos, ¿eh?... Pero no sólo los que van conmigo, porque yo me he fijado en los que van con los demás también, ¿eh? Todos. ¿Tú sabes lo primero que hacen cuando salen del meublé? Escupir… O sea, van con nosotras ¿no? Y cuando salen, por la puerta del mueblé… Escupitajo, todos ¿por qué? Porque les damos asco” (Juliano, 2004: 141)
Es decir, la mujer trabajadora del sexo se presenta como oxímoro-plexo de lo social. Como sinécdoque de la negación de su humanidad: su objetualización. Expresa y condesa asimetrías culturales, educacionales, económicas, políticas y subjetivas[6]. ¿Cuál es el carácter de estas asimetrías?
Estas desigualdades son sociales, históricas y culturales. Sedimentando diferencias entre hombres y mujeres de carácter político-histórico y estructural; que se actualizan en cada interacción social este o no presente un miembro de género opuesto. Para lograr su carácter activo, coercitivo y cohesionante estas asimetrías son internalizadas por los sujetos y transmitidas de generación en generación[7]. Es decir, cada hombre y cada mujer construyen su identidad: apropiación de su cuerpo, autoestima, auto modelo sexual, personalidad, el yo subjetivo y el yo gramatical o relacional, etc. Acorde a roles y estatus construidos, en constante adaptación a las condiciones coyunturales, sean éstas interacciones “cara a cara” o mediadas de forma extensiva en el tejido social. Entonces, el género:
“(…) no se trata de una predeterminación biológica, sino más bien de una construcción social-cultural, la cual se reproduce constantemente. En general, los roles y espacios que a raíz de éste proceso se atribuyen a mujeres y a hombres respectivamente, así como las relaciones Inter.-genéricas, reflejan los valores y presupuestos “tradicionales” de la sociedad patriarcal y resultan por lo general en una discriminación y subordinación de las mujeres” (Hawigghorts, 1998: 4)
Es decir, la producción sociohistórica y cultural asigna las funciones propias de género[8]. El lugar social que hombre o mujer deben ocupar; y desde allí de las expectativas de lo que se juega en esos lugares sociales: status y roles de género. Al ser una construcción social establece desigualdades y formas institucionalizadas de ejercer el poder; sea hegemónico o de resistencia. (Cf. Foucault, 1996:112-125)
En el caso de las mujeres, el imaginario androcéntrico, las segrega en dos posibles formas institucionalizadas de ejercer su feminidad; formas correlacionadas y que se legitiman por su antinomia. Dichas formas sociales de ser mujer son: madre ó prostituta[9]. Segregación que implica el “(…) replegar a un espacio social para asegurar el mantenimiento de una distancia para institucionalizar una diferencia, que a su vez, ratifica un determinado orden social” (De Oliveira y Ariza, 1997:186). O sea, la feminidad posible (madre-prostituta) como una construcción sociohistórica (institucionalizada) que se materializa-actualiza en prácticas sociales (colectivas o individuales) y se legitima a través de prácticas ideológicas y culturales[10].
En el caso de aquellas mujeres que han construido su historia de vida desde la práctica meretricia, soportan la doble asimetría de ser mujeres-objeto del imaginario y prácticas patriarcales[11]. En otras palabras, en este ejercicio de “imaginación sociológica” se aventura la escisión de la doble moral sobre la institución antropo-sociohistórica y patriarcal de la prostitución, dado que:
“(…) existen dos tipos de prostitución: la visible y la invisible. Para la sociedad, prostituta es quien vende su cuerpo y ejerce el oficio en espacios abiertos y eso es una minimización del problema. La prostitución va más allá de lo que vemos y a quienes vemos. La prostitución es tráfico de personas, proxenetas, es clientes, maltrato físico, sexual y psicológico, es falta de recursos personales, abandono, droga, es pobreza, miseria. Y las personas que lo ejercen pueden hacerlo en espacios abiertos como en polígonos industriales o puertos, pero también en hoteles, locales de alterne, domicilios, agencias de modelos, matrimonios de conveniencia, concursos de belleza, ante el jefe o jefa de turno, en los consejos de ministros o ministras (…) corrupción que todos y todas tenemos cerca y que, precisamente por cercana, nos aterra” (Villacorta; 2003: 18)
3. Balance de ambas instituciones
Como hemos sostenido en este trabajo, el patriarcado, se deba comprender como una institución que está relacionada para su legitimidad con otras instituciones socohistórico-culturales. Para mostrar ello, lo hemos hecho a través de la institución de la prostitución, como uno de sus posibles correlatos, otros son: adultocentrismo, misoginia, parafilias, etc.
En este sentido, hemos de rescatar que la discusión sobre el patriarcado se debe hacer relacional y sociohistórico. El patriarcado como hemos afirmado produce sujetos y objetos, a la vez que se reproduce y actualiza. Para ello, se concretiza en sujetos antropo-socio-históricos específicos que en su vida cotidiana certifican, gozan o padecen estas determinaciones cuyo origen y actualización reside en las estructuras ideológicas que sancionan, jerarquizan y ordenan a las personas y las cosas.
Así, el patriarcado se comporta como una ideología orgánica, monológica e ideológica que establece arenas de luchas físicas, verbales, sígnicas que se actualizan y refractan en la cotidianidad media de cada uno de nosotro/as.
Estas luchas con o contra el patriarcado, no son cosa que lucha de fuerzas sociales. Esto es, todos lo productos del patriarcado -obras de arte, trabajos científicos, símbolos y ritos religiosos- representan objetos materiales o partes de la realidad que circundan a hombres, mujeres, niño/as, anciano/as, trinfadore/as, indigentes, etc; que no tienen existencia concreta sino mediante el trabajo sobre algún tipo de material y que únicamente llegan a ser una realidad ideológica al plasmarse mediante las palabras, las acciones, la vestimenta, la conducta y la organización de los seres humanos y sus cosas.
Es decir, todo el material ideológico del patriarcado se materializa. Todo material ideológico del patriarcado expresa y condensa a los seres culturales que le han producido tanto quienes jefean como quienes son jefeados. Sólo así el patriarcado se legitima posee significación, sentido y valor intrínseco. Por esto, ningún material ideológico del patriarcado puede estudiarse fuera de su proceso social de producción, distribución y consumo que le aporta su sentido de totalidad. Por tanto, el patriarcado no afecta a la mitad de la sociedad, es un componente estructural que abarca toda la sociedad (hombre, mujeres, niños, niñas, adultos, ancianos, ancianas, etc.), de allí su vigencia y actualización en este mismo espacio-tiempo.
Entonces el patriarcado se encuentra inserto en el torrente de la historia. La historia es un diálogo de voces y cada sujeto una intersección de voces. Cada sujeto sujetado, sea hombre, mujer, niño/a, etc., es un sujeto hablante que se fragmenta en "voces" que entran en diálogos (internos y externos), que se suceden, contradicen o interrumpen, configurando así el fenómeno socio-lingüísto que denominamos ideología patriarcal que se expresa en dos espacio-tempos, a saber, la conciencia pensante del hombre (monólogos internos) y el espacio dialógico de la existencia. Cada sujeto patriarcal está saturado de lo social-histórico.
En resumen, la Ideología Patriarcal y su actualización en la vida cotidiana de cada sujeto responde a una dimensión de la sociabilidad fundamental que da cuenta las relaciones sociales y la justificación que se da de las mismas por un colectivo social. El patriarcado nacio de la división del trabajo, y esta ligada sustantivamente a las estructuras de poder (condición y producto, a la vez) de su actualización. Sus rasgos sobresalientes son:
(a) No es arbitraria, es orgánica e históricamentemente necesaria, forma el entramado de sentido donde los hombres y mujeres producen y reproducen su quehacer
(b) Posee una función específica dentro de una configuración social, por un lado oculta y desplaza las contradicciones sociales y por otro reconstituye una coherencia discursiva de orientación sobre lo que acontece desde las relaciones sociales
(c) Es capaz de articular conjuntos y subconjuntos de discursos más o menos móviles, más o menos contradictorios, más o menos coherentes; que permanecen opacos a los diversos agentes que hacen uso de ellos
(d) Se materializa o institucionaliza en prácticas más o menos palpables.
(e) Se encarna en cuerpos-sexuados y se actualiza en cada instante y lugar que dichos cuerpos transmigran sus deseos y miedos con su entorno y otros cuerpos-sexuados.
En definitiva, el patriarcado no posee un carácter “natural”, sino que es enteramente socio-cultural. Ello indica que puede ser resistido, revertido y transformado mediante luchas políticas con objetivos de corto y de largo aliento desde lugares sociales específicos. El patriarcado no es un dato, es un proceso sociohistórico, y por ende, una tarea política.
- Javier Torres Vindas es Sociólogo y linotipista
Bibliografía
Amorós, Celia. Hacia una Crítica de la Razón Patriarcal. Barcelona: Anthropos, 2a edición, 1991
Briseño, Gustavo, Chacón, Édgar. El Género es también asunto de hombres. San José, Costa Rica: UICN, 2001
Campos G, Álvaro. Así aprendimos los hombres. Pautas para facilitadores de talleres de masculinidad en América Central. Vol 1. San José, Costa Rica: Oficina de Seguimiento y asesoría de proyectos OSA, S.C., 2007
Cros, Edmond. El sujeto cultural. Sociocrítica y psicoanálisis. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Corregidor, 1997.
Escobar, Agustín y Bastos, Santiago. “Hombres, trabajo y hogar” Cuadernos de Ciencias Sociales. No. 112. San José, Costa Rica: FLACSO, 1999
Freud, Sigmund. Tótem y Tabú. Madrid: Alianza, 6ª edición, 1975
Gallardo, Helio Siglo XXI. Producir un Mundo. San José, Costa Rica: Editorial Arlekín, EDITORAMA, 2006
Garrido, Lucy, Molina, Natacha y Ortiz, Marcela (editoras) Plataforma Beijing 95: Un instrumento de Acción para las mujeres. Santiago de Chile: Isis Internacional, 1996
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Hidalgo X, Roxana. “Mito y Poder. Sobre la diferencia entre feminidad y masclinidad en la novela Casandra de Christa Wolf” Cuadernos de Ciencias Sociales. No. 141. San José, Costa Rica: FLACSO, 2006
Puleo, Alicia H. Dialéctica de la sexualidad: Género y sexo en la filosofía contemporánea. España: Ediciones cátedra (feminismo). Universidad de Valencia, Instituto de la Mujer, 1992
NOTAS
[1] La identidad acontece en la pareja política liberación-dominación. Es una práctica social, no un hecho sustancial; esto quiere decir que debe ser producida. También las identificaciones negativas: negro, puta, chapulín, ladino, joven, etc.; son producidas. Toda emancipación es una producción de sentido que afecta a la totalidad social, dado que toda identidad se construye-conquista en tramas sociales que determinan los tipos humanos permisibles o necesarias para esas tramas sociales. Estas tramas pueden se liberación o de sujeción. Cf. Gallardo: 1993, 2003 y 2006. De aquí se desprenden do corolarios: a) Toda identidad define a las personas desde sus características cuya escogencia y jerarquización (de las características) son establecidas social y culturalmente estableciendo criterios de semejanza-inclusión-privilegio y diferencia-exclusión-negación. Su principal fuente de instauración y legitimación es el proceso de socialización. Aspectos todos dinámicos, y por ende, políticamente sostenido y transformable. b) El patriarcado en cuanto ideología hegemónica respecto de la construcción del género, se basa en la categoría de identidad, y está presente, no sólo en los proyectos que tienden a conservar y reproducir las relaciones sociales de dominación, sino también sanciona toda acción en los que se propone modificar o sustituir las asimetrías. El dominio de la identidad (a secas) es tal que toda forma de reivindicación se basa en la identificación de tener los mismos privilegios de los que mandan, las idénticas oportunidades, la idéntica vida, la idéntica felicidad de quien ostenta el poder.
[2] La organización patriarcal se caracteriza fundamentalmente por la existencia de familias numerosas, normalmente basadas en la poligamia, dirigidas por el varón de más edad; la posición secundaria y subordinada de la mujer; la transmisión por línea masculina de bienes materiales y privilegios sociales, o el patrilinaje
[3] Sexismo y patriarcado son dos conceptos que el movimiento feminista plantea en su vigencia. Desde esta perspectiva, entendemos por patriarcado "la manifestación y la institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y los niños, y la ampliación de este dominio masculino sobre las mujeres a la sociedad general", el sexismo por otra parte es "la ideología de la supremacía masculina".
[4] Otros términos alternativos e iluminadores son (a) el androcentrismo que procede del griego andros, y se refiere al hombre, por oposición a la mujer, y con cualidades de honor y valentía. Centrismo, porque se le concede el privilegio al punto de vista del hombre, como partida del discurso lógico científico que considera insignificante otra realidad (la de la mujer). (b) El falogocentrismo, que es la lógica interna del patriarcado. En este sistema, lo masculino y lo femenino están en una posición estructuralmente asimétrica: los hombres, como los referentes empíricos de lo masculino, llevan el falo, es decir, la visión de la virilidad abstracta.
[5] (…) la mujer se halla más directamente influida por los dictámenes de la especie, por lo que poseerá, en consecuencia, una menor capacidad de distanciamiento con respecto a ellos” (Puleo, 1992: 30)
[6] Al revisar la producción teórica sobre el tema, se dilucidan al menos dos líneas de pensamiento principales para la reflexión: la que nos acerca a la prostitución como una de las dimensiones de la construcción cultural de la sexualidad en nuestra sociedad y, otra, la que nos permite pensar en la prostitución como una industria del sexo. La primera nos muestra a la prostitución en su carácter de producto-producente de cultura, mismo que se deriva de una concepción de la sexualidad que reduce al erotismo de un género (el femenino) a la reproducción biológica y circunscrito al ámbito de lo doméstico (privado), que es el espacio de la familia. Esta concepción también conlleva una doble moral al delimitar, en términos simbólicos, al placer y al goce como una experiencia exclusiva del género masculino y al establecer una división social de las mujeres: las mujeres para la reproducción (la madre-esposa, la buena, la decente) y las mujeres para el placer (la prostituta, la mala, la puta). La segunda considera fundamentalmente el carácter mercantil y las relaciones de poder y dominio que se generan alrededor de la prostitución, y entre los diversos agentes que participan en ella.
[7] Esto es lo que se conoce en Teoría Literaria como SUJETO CULTURAL (Cros (1997: 9) que implica: a) una instancia del discurso ocupada por un Yo [yo gramatical que nos indica una organización semiótica de la conciencia], b) la emergencia y funcionamiento de dicha subjetividad [que nos remite al ámbito de la identidad asumida como proceso: identificaciones & identidad], c) un sujeto colectivo [indica el soporte estructural de interacciones sociales donde un sujeto expresa y condensa a otros sujetos desde las mismas interacciones] y, d) un proceso de sumisión ideológica [que debe considerar las resistencias microfísicas a dichas tecnologías del yo]
[8] El género para el presente artículo se define como el conjunto de prácticas, símbolos, representaciones, normas y valores sociales que las sociedades elaboran a partir de la diferencia sexual anatómico-fisiológica y que dan sentido, en general, a las relaciones entre las personas. Cf. Amorós, 1991 Briseño y Chacón,2001
[9] Como causa importante de la prostitución debemos señalar la marginalidad social, en todos sus variantes: Económica, Jurídica, Intelectual, Política, Ética y Cultural, todas estas carencias encuentran como única salida, la prostitución, que recibe un gran apoyo de la sociedad al crear y mantener una demanda sin aportar soluciones. Frente a esta realidad inexorable generalmente se tienen dos posiciones, una, la condena y persecución implacable desde el punto de vista público, y la otra, la tolerancia y aceptación al crecimiento de la demanda desde el punto de vista privado. Como consecuencias de la Prostitución se diferencian: a) Personales: aislamiento total o parcial de la familia, baja autoestima, un proyecto de vida, desconfianza autodestructiva, depresión, explotación. Enfermedades venéreas (Sífilis, VPH, Herpes genital, Blenorragia y, b) Sociales: Secuestro y/o trata, consumo y tráfico de drogas, condiciones de vida infrahumanas. (Cf. Juliano, 2004)
[10] En otras palabras, “(…) la madre anula a la mujer, transformando la maternidad en lo esencialmente femenino. Pero no se trata sólo de ser madre sino, además, de una buena madre, ya que de esta manera no se corre el riesgo de ser degradada, como la prostituta: su contrapartida erótica, la otra cara de la moneda. Para la cultura occidental entonces, las alternativas para una mujer son buena o mala madre, pero siempre cumplir la función de madre. Para cualquier mujer ser vista como prostituta significa una grave ofensa tanto como lo es para su descendencia ser llamado hijo de mala madre, equivalente a hijo de puta” (Cassino, 1990:34) Estos epítetos condensan el recurso de forzar a las mujeres a mantenerse dentro de las normas (no sólo las sexuales) y del carácter coercitivo que tiene la presencia de los estigmas (marcas socioculturales) para limitar la libertad de acción de todas las mujeres. Este determinismo (madre ó puta) asigna bases biológicas a conductas puntuales que en realidad son condicionadas social y económicamente, y que al ser internalizadas como identidad de las afectadas son productos de la dominación estigmatizante. Parafraseando a Foucault el poder es aquí eminentemente productivo de conductas e identidades.
[11] Negación que incluye el oxímoro poco explorado del cliente. Es decir, el feligrés siempre anónimo y oculto entre las sombras que compra-consume de forma casual o asidua los servicios sexuales de las hoy llamadas trabajadoras sexuales. Trabajadoras que sin embrago, no gozan de los beneficios mínimos de una condición laboral dentro de un Estado de Derecho como el costarricense
https://www.alainet.org/pt/node/126662
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