(Pre) notas críticas sobre cultura política

25/04/2007
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Contexto de la disputa

En la actual coyuntura de Costa Rica frente al TLC, lo(a)s costarricenses estamos a las puertas de redefinir eso que se denomina “cultura política” y a la vez entrar en una nuevo tipo antropo-socio-histórico de socialización política.  Esta coyuntura[1] deviene de la articulación-tensión de actores, discursos, lógicas, instituciones, etc., que aparecen ante la publicidad y el imperio de la doxa como estancos o bien independientes.

Las presentes notas aspiran una discusión crítica sobre el concepto Cultura Política; con el fin de intentar superar el momento estático del análisis de la categoría[2].  Se quiere con ello, aportar algún corolario que sirva de bagaje programático para los diversos actores que disputan su identidad; desde sus diversos espacios de producción epistémica. 

(Des)Balance

El concepto de cultura política[3] introdujo una ambigüedad que no ha sido fácil evacuar.  En su formulación original el concepto remite más bien a la cultura cívica, valga decir, a una forma específica de cultura política que condicionaría o facilitaría el desarrollo y el funcionamiento de los sistemas democráticos. 

Siguiendo a Fernández, podemos afirmar que el concepto de cultura política, para adquirir un claro estatuto en el discurso científico, requiere convertirse en un instrumento neutro[4], que sirva para analizar o investigar la diversidad de esas matrices culturales que permiten orientar la actividad política en una sociedad en un momento dado.

La hipótesis central de Almond y Verba se basa en considerar como los regímenes democráticos estables se fundan en una especie de cultura política mixta que se alimentaba y se alimenta de aparentes contradicciones.  Los autores retomaron el concepto de Eckstein de las llamadas disparidades balanceadas:

Por un lado –afirma Verba– un gobierno democrático debe gobernar, debe mostrar poder, liderazgo y tomar decisiones.  Por otro lado debe ser responsable hacia sus ciudadanos.  Si algo significa la democracia es que, de alguna manera, las élites gubernamentales deben responder a los deseos y a las demandas de la ciudadanía.  La necesidad de mantener este balance entre poder gubernamental y la capacidad de respuesta del gobierno, así como la necesidad de mantener otros balances que derivan del balance del poder y de la capacidad de respuesta, balances entre consenso y diferencias, entre afectividad y neutralidad afectiva, explican la manera mediante la cual los patrones mixtos de actitudes políticas asociados con la cultura cívica resultan apropiados para un sistema democrático[5]

Con estudios de tipo cuantitativo-actitudinal (otro autor), Inglehart pretendía probar que “los pueblos de determinadas sociedades tienden a ser caracterizados de acuerdo con atributos culturales relativamente durables que tienen algunas veces consecuencias políticas y económicas importantes[6].  Más precisamente, mediante el análisis y la caracterización de las culturas políticas predominantes en determinadas sociedades industrializadas, se trataba de determinar la influencia que esas culturas podían tener no sólo en el grado de viabilidad democrática de sus instituciones, sino también en el logro de un claro desarrollo económico. 

Impera el reduccionismo conceptual en la medida en que la cultura cívica es representada como la forma privilegiada y suprema de la cultura política, la cultura cívica puede ser concebida como un indicio coherente de satisfacción personal, de satisfacción política, de confianza interpersonal y de apoyo al orden social existente. 

            Sin ir más lejos, desde nuestro espacio de interés, este concepto de cultura política reducida a cultura cívica no nos sirve para el análisis de nuestro binomio cultura política/olvido, al menos por las siguientes razones:

a)      Una marcada influencia parsoniana que considera la estabilidad como un equilibrio logrado entre los valores, las acciones y las instituciones en el seno de una sociedad en un momento dado.

b)       Esta visión de cultura política: sistemática, explícita y constituida por valores, actitudes y conocimientos, que pueden ser aprehendidos mediante encuestas o entrevistas, corresponde a espacios sociohistóricos de democracias consolidadas y postindustriales.  Donde la actitud altruista, hacia el sistema democrático es parte de una ontopraxis (Kosik) funcional-estructuralista.  Para el caso de América Latina los espacios sociohistóricos son de contraste.  Este concepto reducido no nos dice nada respecto a nuestras realidades sistémicas que producen riqueza/pobreza, tolerancia/intolerancia, integración/desintegración.  En fin apostados sobre sociedades fragmentarias que sufren de un tipo particular de “olvido”.

c)      Este concepto funciona como “cajón de sastre” para calificar todo aquello que no cabe en el marco angosto de un sistema político establecido.  Aparece, pues, como una subcultura oficial que es influenciada por el contexto sociocultural, pero atomizada de tal forma que no acusa a las diversas formas de interacción social.  Abarca patrones de orientación emocionales y actitudinales, es decir fenoménicos.  Sus líneas generales son como hemos visto: el conjunto de líneas afectivas, evaluativos y cognitivas hacia el objeto político.  El objeto por excelencia es el sistema político pluralista (democracias modernas) por ello sus elementos de enclave son la persuasión, la comunicación, el consenso.  El aporte importante es considerar éste concepto como catalizador de la relación entre los individuos (ciudadanos) y el sistema político o lo mismo sería decir: eslabón entre lo micro y lo macro político[7]. 

d)      Este concepto parte de un imaginario moderno que segmenta los espacios de ser/estar en el mundo de los seres humanos.  Dicha parcelación remite a los espacios tales como “lo publico”, “lo privado”, “lo doméstico” que gestan, producen prácticas, instituciones, discursos, y topologías humanas (ciudadanos, sociedad civil, delincuentes, etc.) Un concepto amplio de cultura política debería remitirnos necesariamente a la vida cotidiana que para este momento de análisis podemos caracterizar como a-sistemática e implícita, en las conversaciones e intercambios que expresan la manera peculiar como los individuos construyen, usan e interpretan las ideas, los términos y los símbolos que pueden resultar centrales en el quehacer político.

e)      Este concepto de cultura política se erige sobre la cimiente de un tipo reducido de participación.  Dicha participación no debe ser ni excesiva ni ausente.  Deben manejarse dentro de una “democracia representativa” niveles de apatía que estabilicen una especie de ambivalencia desactivadota de la llamada “sociedad civil”.  Por tanto, lo que la teoría de la Cultura Cívica afirma es que, para que un sistema democrático funcione bien, tiene que evitar el sobrecalentamiento por un lado, y la apatía o la indiferencia por el otro, ya que debe combinar la obediencia y el respeto a la autoridad con la iniciativa y la participación, sin que haya mucho de lo uno o de lo otro, ya que no todos los grupos, intereses y temas irrumpirán simultáneamente, sino que los diferentes grupos, temas y sectores serán movilizados en distintos momentos.

Arena(s)

            Al interior de las prácticas de dominación, sujeción e interlocución surge la cultura política, como un marco donde ubicamos las respuestas al problema que nos incumbe: Memoria y Corrupción.  La cultura política no es ni unitaria ni consensual, y no se reproduce idéntica a si misma como un “sistema de creencias y representaciones, de valores e imágenes, de actitudes y opiniones, de intereses y afectos[8].  Ya sea que se defina como una reserva de experiencias sociales o como un mapa de datos históricos; la cultura política se presenta como un conjunto de marcos de pertenencia en los que los actores inscriben sus actividades para darles sentido, y lograr que se ajusten a las redes de sus perspectivas.  Estos marcos de pertenencia no son solo de orden discursivo, sino que se encarnan en la aprehensión y apreciación que los actores tienen de las situaciones en las que se encuentren, e imponen un sentido practico de la situación[9]. 

Ahora bien, aunque proveen recursos culturales a los actores, los marcos de pertenencia no son absolutos o estáticos; varios de ellos pueden movilizarse de manera conflictiva, sospechosa o poco convencional, al recurrir a procedimientos ínter subjetivos de selección y compromiso de identidad, y a procedimientos ínter subjetivos de disputa y negociación; sus aplicaciones se hacen en la temporalizacion de las actividades en curso, lo cual genera adaptación y asimilación.  Por lo tanto lo que debemos retener es una visión de pluralidad y conflictividad, de temporalidad e interactividad de las formas culturales[10]. 

La estabilidad, el crecimiento, la equidad y la sostenibilidad son las variables contemporáneas asociadas como las más esenciales del desarrollo humano.  Así, hay un conjunto de factores históricos, políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos e institucionales que interactúan positiva o negativamente y en forma diferente en el tiempo y el espacio.  No obstante, cuando se analizan los factores de atraso o progreso de los pueblos, sobre todo los de los llamados “tercer mundo”, se recurre normalmente a las variables del intercambio desigual, el atraso tecnológico; la dependencia externa para financiar los desequilibrios de la balanza de pagos, la baja integración horizontal hacia delante y hacia atrás en sus estructuras productivas, factores étnicos, religiosos, climáticos etc.; sin embargo, la atención al factor cultural y de este, la cultura política, suele ser obviado o con tratamiento minimalista[11].  El debate contemporáneo da un valor relevante al análisis de la cultura política, como factores determinantes al desarrollo material y cultural de un país. 

De ahí que el análisis de la cultura política en forma permanente es esencial, primero, para medir aspectos de contribución u obstáculo al desarrollo de un país, segundo, para identificar la igualdad o diferencia de valores de cultura política en la sociedad versus en la institucionalidad y liderazgo político y, tercero, para determinar la capacidad de cambiar el marco de valores de aquellas expresiones y actuaciones no democráticas o las que siendo positivas pudieran haber sido mejores.

Acorde a lo dicho dos discusiones:

a.       Si toda sociedad construye una forma de representarse al mundo y de explicarse los distintos fenómenos tanto naturales como aquellos en los que interviene el hombre[12].La cultura es el conjunto de símbolos, normas, creencias, ideales, costumbres y mitos que se transmiten de generación a generación, otorgando identidad a los miembros de una comunidad y que orienta, guía y da significado a sus distintos quehaceres sociales la cultura da consistencia a una sociedad en la medida en que en ella se hallan condensadas herencias, imágenes compartidas y experiencias colectivas que dan a la población su sentido de pertenencia, pues es a través de ella que se reconoce a si misma en lo que le es propio.  La política, por su parte, es el ámbito de la sociedad relativo a la organización del poder.  Es el espacio donde se adoptan las decisiones que tienen proyección social, es decir, donde se define como se distribuyen los bienes de una sociedad, o sea, que le toca a cada quien, como y cuando.  Por ende, los valores, concepciones y actitudes que se orientan hacia el ámbito específicamente político, es decir, el conjunto de elementos que configuran la percepción subjetiva que tiene una población respecto al poder, es lo que se denomina cultura política. 

b.       La noción de cultura política es tan antigua como la reflexión misma sobre la vida política de una comunidad; para referirse a lo que hoy llamamos cultura política, se ha hablado de personalidad, temperamento, costumbres, carácter nacional o conciencia colectiva; abarcando siempre las dimensiones subjetivas de los fenómenos sociales y políticos[13].  Dicho de otra manera, desde los orígenes de la civilización occidental ha existido una preocupación por comprender de que forma la población organiza y procesa sus creencias, imágenes y percepciones sobre su entorno político y de que manera estas influyen tanto en la construcción de las instituciones y organizaciones políticas de una sociedad, como el mantenimiento de las mismas junto con los procesos de cambio y desarrollo.  La cultura política de una nación es la distribución particular de patrones de orientación sicológica hacia un conjunto especifico de objetos sociales los propiamente políticos entre los miembros de dicha nación; en el sistema político internalizado en creencias, concepciones, sentimientos y evaluaciones por una población, o por la mayoría de ella[14].  En última instancia, el referente central de la cultura política es el conjunto de relaciones de dominación y de sujeción, esto es: las relaciones de poder y de autoridad que son los ejes alrededor de los cuales se estructura la vida política.  Es el imaginario mítico colectivo construido en torno a los asuntos de poder, la influencia, la autoridad, y su contraparte, la sujeción, el sometimiento, la obediencia y, por supuesto, la resistencia y la rebelión.

Enceguecidos

El tratamiento de cultura política nació ligado al tema de la modernización, esto es: al problema de la transición de una sociedad tradicional a una moderna y al de los efectos que dicho proceso genera sobre las relaciones de poder[15].  De hecho, el planteamiento básico del que parte, es el de la dicotomía que distingue la cultura occidental (moderna) de la no occidental (tradicional).  Las teorías de la modernización son los intentos mas explícitos de definición del fenómeno de la cultura política, son las que mejor explican por que y como se acuño dicho concepto (Inglehart, Putnam y Merelman).  La distinción entre tradición y modernidad ha sido crucial para el análisis de las culturas políticas de las naciones en proceso de desarrollo, que fueron esencialmente los casos que provocaron la construcción del enfoque sobre la cultura política como tal.  De acuerdo con sus teóricos, la modernización arranca con la introducción de la tecnología al proceso productivo y va acompañada principalmente de movimientos de industrialización, urbanización y extensión del empleo de los medios de comunicación y de información, redundando en el aumento de las capacidades de una sociedad para aprovechar los recursos humanos y económicos con los que cuenta.

El incremento en los bienes satisfactores y recursos que pone en circulación el proceso de modernización genera necesidades, aspiraciones sociales que antes no existían y una expansión de opciones de vida genera, en suma, una verdadera “revolución de expectativas crecientes”.  Todos estos cambios chocan con las estructuras y relaciones políticas vigentes, dando lugar a desajustes y conflictos que amenazan la estabilidad del orden político establecido.  Los cambios a los que se ve sometida una sociedad en modernización se extienden más allá de las fronteras del ámbito económico donde se origina.  La explosión de aspiraciones, de no hallar canales adecuados para satisfacerse, da lugar a presiones que amenazan la estabilidad de los sistemas políticos; el desafió al que se enfrentan las sociedades en proceso de modernización consiste en poder emprender su correspondiente transformación institucional, es decir, en lograr establecer nuevas estructuras políticas y, por tanto, nuevas relaciones de poder, capaces de recoger las demandas de las fuerzas sociales surgidas del proceso de transformación social.

La modernización trastoca también los patrones de identidad comunitaria y de integración social.  La nueva distribución demográfica y la apertura del abanico social que originan los desarrollos industrial y urbano conllevan una quiebra de los principios, valores y normas tradicionales que antaño vinculaban a una población en lo social, lo cultural y lo político[16].  Los viejos lazos étnicos, religiosos o de parentesco, propios de las sociedades tradicionales, van perdiendo poco a poco sus facultades integradoras e identificadoras, “exigiendo” ser reemplazados.  De tal suerte, las presiones de la modernización sobre los sistemas políticos no se limitan a reclamos de reivindicaciones materiales, sino que incluyen demandas relacionadas con conflictos normativos y valorativos.

El reto planteado por el transito modernizador implica, además de la instauración de una nueva estructura política que absorba las demandas y expectativas que van floreciendo, proporcionar un código capaz de restituir la fuente de solidaridad resquebrajada.  Se trata de construir una estructura política capaz de responder a las nuevas demandas de los actores sociales y un nuevo código moral y de representación valido para el conjunto de la sociedad.

Clarividencias

Dado que las sociedades más desarrolladas, que se habían modernizado de manera temprana, lograron superar los desajustes propios del proceso, sus esquemas políticos constituyeron el modelo para los países en vía de desarrollo o modernización.  De acuerdo con los teóricos de la modernización (Habermas, Vattimo, Giddens etc.) el sistema democrático representativo había probado ser el mas apropiado para adaptar las sociedades industrializadas y urbanizadas a los cambios experimentados.  Por su parte, las sociedades en proceso de modernización habían adoptado el modelo constitucional de la democracia liberal, reivindicada, como universalmente valido; pero en la práctica se habían establecido como sistemas más o menos autoritarios.  Parecía claro que no era suficiente que hubiera buenas constituciones para asegurar un gobierno democrático.  ¿Qué impedía, entonces, que funcionaran las instituciones democráticas previstas por la ley?[17]

El problema no era, pues, un asusto de estructuras formales, sino del desempeño o comportamiento efectivo de las mismas, lo cual obligo a voltear los ojos a la base cultural de tales estructuras.  Es decir, los sistemas de gobierno debían contar con una cultura política adecuada, esto es: valores y símbolos referentes al campo de la política que estuvieran lo suficientemente socializados entre la población.

Tras la idea de cultura política subyace el supuesto implícito de que las sociedades necesitan de un consenso sobre valores y normas que respalde a sus instituciones políticas y que legitime sus procesos diversos en todo sentido de una forma dinámica.

De acuerdo con lo anterior, una cultura política democrática es pilar fundamental de un sistema democrático estable; en otras palabras, para que este funcione de manera permanente es necesario que se construya un patrón cultural identificado con los principios democráticos[18].

La importancia de la cultura política, y su conexión con la estabilidad política y el desempeño gubernamental se hace mas que evidente si consideramos que la supervivencia, y la eficacia de un gobierno dependen en buena medida de la legitimidad que posea ante los ojos de los ciudadanos, esto es: de la coincidencia que haya entre lo que concibe y espera la población de las autoridades, estructuras publicas, y el desempeño de estas.

En suma, el concepto-enfoque sobre la cultura política nació vinculado a la valoración positiva de la democracia liberal, en la medida en que lo que se buscaba era definir sus pilares de sustentación[19].  De ahí que el carácter pretendidamente “neutro” del concepto de cultura política tuviera en realidad una función ideológica: la de legitimar al modelo de democracia de los países avanzados: la existencia de una cultura cívica en una población dada se puede identificar a través de métodos empíricos (encuestas, sondeos y entrevistas) y se puede evaluar a través de indicadores sobre los valores, creencias y concepciones que comparte la mayoría de la población.

Psicologización de la cultura política

            De acuerdo con los propulsores de la cultura política no sólo en cuanto concepto, sino, como perspectiva analítica propiamente dicha.  Su importancia teórica radica en que permite penetrar en los supuestos fundamentales que gobiernan las conductas políticas.  En este sentido, es un concepto enlace porque la cultura política es el patrón que surge de la distribución social de las visiones y orientaciones sobre la política y que se manifiesta exteriormente en las conductas o comportamientos políticos[20].

            Con el concepto de cultura política se intentó llenar el vacío entre la interpretación sicológica del comportamiento individual y la interpretación macro sociológica de la comunidad política entendida como entidad colectiva, poniendo en relación las orientaciones psicológicas de los individuos su comportamiento propiamente dicho con el funcionamiento de las instituciones políticas[21].

En cuanto enfoque de tipo conductista, el de la cultura política plantea que en toda sociedad existe una cultura política de tipo nacional en la que están enraizadas las instituciones políticas y que es un producto del desarrollo histórico, que se transmite de generación en generación, a través de instituciones sociales primarias como la familia, la iglesia, la escuela, y mediante un proceso denominado socialización.

En cambio, para una perspectiva como la marxista, el conjunto de creencias, valores y actitudes que comparte la mayoría de una sociedad (ideología dominante) es producto del esfuerzo declarado de las clases dominantes por imponer sus códigos valorativos a través de medios formales de transmisión de los mismos, como los medios de comunicación o el sistema educativo, con el propósito de legitimar su poder económico y social.  La transmisión de dichos códigos se denomina, en este caso, adoctrinamiento, porque subraya la intencionalidad del proceso y rechaza cualquier pretensión de una visión o interpretación neutral como la que sostiene el enfoque conductista[22].

Teatrocracia política

            Puede afirmarse que la política como profesión es una invención de los tiempos modernos.  Ella se fue haciendo necesaria en razón de dos procesos que, según Weber, en su clásico El Científico y el Político han ido ocurriendo paralelamente.  Uno, es el de la complejización de la esfera administrativa-estatal la que requiere de un grado cada vez mayor de especialización de sus diversos compartimentos.  A esa creciente especialización no podía escapar, naturalmente, la actividad política.  Existen en verdad muchos tipos de profesionales políticos.  Desde el funcionario de partido, pasando por el funcionario de Estado, hasta llegar a los detentores de puestos públicos, hay muchos escalones, cada uno de los cuales requiere determinadas competencias.

El segundo proceso se refiere a la “economización” de la vida ciudadana.  No sólo la subsistencia y la reproducción privada pueden hoy ser ordenadas en el ámbito económico, sino que además múltiples transacciones que realizamos a diario, ya sea de tipo comercial, financiero, o laboral.  El dinero no sólo regula a la vida económica, sino que, en la forma de salario, sueldo, recompensa o mesada, muchas de las actividades que construyen el orden de nuestros días.  Por si fuera poco, se ha convertido en uno de los principales parámetros que regulan el tiempo (de trabajo y de ocio).  Y, no por último, es un medidor de valores no sólo económicos (la cualidad interna de una obra de arte, o la complejidad de un aparato microlectrónico, por ejemplo).  Si algún filósofo ateniense resucitara, no tendría más alternativa que pensar que nuestra vida ciudadana se encuentra totalmente corrompida.  Y desde el punto de vista político, es efectivamente así[23]. 

Ha sido precisamente la corrupción económica de la vida político-ciudadana, una de las razones fundamentales que llevó a disociar al ser ciudadano del ser político.  Por cierto, cada político es un ciudadano; pero no todo ciudadano es un político.  En términos generales, la invención moderna consiste en haber creado un espacio político más allá de la ciudadanía política, espacio que pertenece, preferentemente, a los políticos de profesión.  Ese espacio era, en los tiempos de Weber, o estatal, o para-estatal.  Esa fue la razón que llevó a Weber a confundir muchas veces a lo político con lo estatal. 

Hoy podemos diferenciar dos espacios de acción política[24]:

a.       Uno es el estatal propiamente tal y sus actores son, que duda cabe, los políticos profesionales. 

b.      El otro es el de la ciudadanía política, que es cuando los ciudadanos que no son de profesión política, realizan actos de politicidad, más allá de los actos puramente electorales.  Manifestaciones públicas, desobediencia civil, movimientos sociales, etc.  constituyen algunas de las formas ciudadanas predilectas de participación política.[25]

Cuando este segundo espacio es tanto o más activo que el primero, comienza a hablarse de una crisis de representación política, pues el ciudadano deja de ser una entidad política puramente teórica y comienza a serlo de hecho.  Dicha crisis de representación política puede ocurrir, o porque la política profesional ya ha dejado de cubrir todos los temas políticos, o como un signo de manifiesta disconformidad de los representados, quienes buscan formas propias de representación frente a la incapacidad, ineficacia o insuficiencia de los representantes profesionales.  Por lo general, los procesos revolucionarios, como también los secesionistas, están marcados por una hiperactividad política de los ciudadanos no políticos.  Hay igualmente tiempos marcados por una profunda apatía política, en los cuales, los funcionarios políticos, debido a la escasez de participación ciudadana, se desligan tanto de los representados, que pueden convertirse, de profesionales políticos, en una casta o clase que solamente se representa a sí misma, o a sus propios intereses.[26]

De ahí que es posible afirmar, que una sociedad política requiere de cierta participación política constante de la ciudadanía para que ésta se mantenga sobre sí misma.  En otras palabras, para que la política siga siendo tal, es necesario que la ciudadanía no se convierta nunca en masa; y por cierto, en un doble sentido.  Ni masa a disposición de los partidos o jefes políticos; ni masa dedicada a funciones puramente económicas, como el consumo – valga la redundancia – de masas.  Porque no siempre las dictaduras aparecen como consecuencia de la maldad de los dictadores.  Puede que aparezcan también como consecuencia de la abstención política de la ciudadanía, o lo que es igual, cuando la sociedad se convierte en un simple amontonamiento de individuos absolutamente descoordinados entre sí; es decir, en la llamada masa.  En ese momento, la sociedad deja de ser civil.  Los ciudadanos son simplemente habitantes[27].

Carl Schmitt sostenía que la pérdida de condición política de los pueblos se da cuando éstos no logran identificarse en sí mismos en contra un enemigo interno o externo.  La ausencia de antagonismo debilita tanto la política como a las costumbres[28].  De ahí que para Schmitt la tensión política es condición necesaria para el desarrollo de la vida ciudadana.  Por esas razones se manifestó tan radicalmente opuesto a la economización de las relaciones sociales propiciada por el liberalismo.  En efecto, el liberalismo era para Schmitt el principal enemigo de los pueblos porque tiende a sustituir su politicidad por el simple intercambio comercial. 

Bostezos políticos.

Para que la economía reine por sobre la política, se requiere de una des-socialización creciente de las relaciones humanas, hasta el punto que, para el liberalismo, según Schmitt, el sujeto de la política ya no es un pueblo, sino que “el individuo jurídico”, instancia supuestamente racional y autónoma, desprovisto de pasiones y por lo tanto, de enemigos.  El Estado, bajo esas condiciones, en lugar de ser la instancia política “que da la medida” (entre la guerra y la política) se constituye en una institución neutralizada y neutralizadora.  La delegación de la política a profesionales a sueldo, convierte al parlamento en el centro de una política puramente legalista y delegativa, arruinándose así la participación directa de los ciudadanos y con ello, en nombre de la democracia política, el liberalismo conduce al aniquilamiento de la misma.  La democracia liberal se convierte, de ese modo, en la antesala de una dictadura antipolítica, tesis maquiaveliana que demostró su veracidad en el propio país de Schmitt[29]

El corolario de Schmitt es que para evitar la corrupción disolutiva de los pueblos se requiere de una re-politización constante de sus relaciones antagónicas.  Por ejemplo, en su texto sobre Legalidad y Legitimidad:

Entre la principal neutralidad de valores del sistema de legalidad funcionalista y el principio de acentuamiento valórico de las garantías constitucionales, no hay ninguna línea intermedia.  En ningún caso sería el funcionalismo del peso de las mayorías un “compromiso” razonable.  Quien frente al tema, neutralidad o no neutralidad quiere ser neutral, se ha decidido por la neutralidad.  Acentuación de valores y neutralidad de valores se excluyen mutuamente.  Frente a una acentuación y afirmación de valores que quiera ser tomada en serio, significa una neutralidad de los valores que se toman en serio, una negación de los valores[30]

Efectivamente: en determinados momentos, particularmente en los de crisis social o política, no hay nada más aburrido que la política y los políticos.  Estos últimos, al no defender con pasión y convicción sus posiciones y los de las personas que representan, eliminan uno de los objetivos fundamentales del hacer político: el de constituir foros públicos, en donde son transferidos los deseos, los objetivos, los intereses, y no por último, las pasiones de los representados. 

            La política (no hay que olvidarlo) vive de la representación y del espectáculo.  El ciudadano paga con sus impuestos a los políticos para que representen con tensa intensidad sus opiniones y quiere ver, del mismo modo que cuando paga su entrada en el teatro, un buen espectáculo.  Es que el político debe ser, por lo menos en parte, efectivamente, un actor.  Y un mal político como un mal actor, no llega, con sus frases, al público.  Algunos abandonan en silencio el teatro; otros se quedan ahí, hasta el último bostezo.  No faltan, por supuesto, los defraudados que arrojarán tomates y huevos a los actores.  En la política como en el teatro, esas acciones se llaman protestas.  Y no siempre las protestas son revolucionarias; es decir, no exigen el fin de la política, sino que simplemente, un cambio de política que pasa, casi en lo general, por un cambio de políticos.  Muchas revoluciones podrían haber sido evitadas si la política hubiese recuperado a tiempo su sentido daramatúrgico original; aquel que le dio sentido y vida, justamente para que no hubieran guerras ni revoluciones.

¿Modificar la Cultura Política?

La firmeza y profundidad que caracteriza al imaginario colectivo, la imbricación que existe entre cultura y estructuras políticas y la interrelación que guarda la esfera política con otros planos como el económico y el de la organización social propiamente dicha, hacen complicada la tarea de intentar plantear propuestas para impulsar orientaciones y actitudes democráticas en una población, es decir, para construir un tejido cultural que de sostén firme a instituciones democráticas.

            Si consideramos sociedades que se encuentran todavía transitando por un proceso de modernización (Costa Rica), en las cuales las necesidades básicas o materiales siguen ocupando el centro de las preocupaciones de sus habitantes ( ¿Todos los países?), en donde la secularización es insuficiente porque continúan existiendo esquemas de autoridad política, fincados en las razones personales y concepciones patrimonialistas-paternalistas del poder mas que en la aplicación de las normas establecidas (Ahí si, Costa Rica), y en donde las estructuras políticas definidas formalmente como democráticas están lejos de cumplir con los principios de pesos y contrapesos, de pluralidad y competencia, es difícil pensar en una labor de transmisión de valores y actitudes democráticas con posibilidades reales de caer en terreno fértil.

Por otra parte, uno de los rasgos más destacados de esta época transición entre siglos, es el cambio vertiginoso que están experimentando las diferentes sociedades; no solo en su dimensión interna, sino también en el escenario internacional.  Un entorno cambiante como este trae como resultado cambios culturales que, es cierto, no necesariamente tienen un sentido progresista, puesto que pueden significar el retorno a percepciones dogmáticas o fundamentalistas, pero pueden aprovecharse expresamente para impulsar una cultura mas abierta y plural, en una palabra polémica: moderna. 

Hoy tenemos a veces la impresión de que la psicosis de masas rige el mundo en momentos decisivos, no se debe a que antes hubiera en el mundo menos despropósito o irracionalidad, sino a que éstas se desenvolvían en estrechos círculos de vida, en el terreno de lo privado, y hoy penetran en lo público y hasta, en caso dados, se encuentran en circunstancias de dirigirlo a causa de la activación general producida por la Sociedad Moderna.  Desproporción entre nuestros productos intelectivos y el torbellino sociohistórico.

Tenemos la falencia de los estudios de “cultura política” que no dan cuenta fiel de las dinámicas sociales, anímicas, culturales.  Nos desgastamos con la prostituta “Érase una vez” del burdel del historicismo (Benjamin).  Nuestro papel frente al “Mundo Feliz” de la cultura política funcionalista es su destrucción y creación de un nuevo marco de análisis que de cuenta de los procesos socio-político-culturales no fragmentarios de nuestra Sociedad (América Latina.  Costa Rica).  Como acusa Castoriadis:

Sobre la cuestión de la representación política, Jean-Jackes Rousseau dijo que los Ingleses, en el siglo XVIII, creían que eran libres porque elegían sus representantes cada cinco años.  Efectivamente, eran libres, pero un día cada cinco años.  Y diciendo esto, Rousseau subestimaba indebidamente su caso.  Porque es evidente que aún ese día cada cinco años tampoco eran libres.  ¿Porque? Porque debían votar por los candidatos presentados por los partidos.  Y no podían votar por no importa quien.  Y debían votar a partir de toda una situación real fabricada por el Parlamento precedente, que ponía los problemas dentro de los términos en los cuales dichos problemas podían ser discutidos y que, por esto, imponía las soluciones, al menos las alternativas de solución, que no correspondían casi nunca a los verdaderos problemas...  Generalmente, la representación significa la alienación de la soberanía de los representados en los representantes.  El parlamento no es controlado.  Es controlado al cabo de cinco años con una elección, pero la gran mayoría del personal político es inamovible.  En Francia un poco menos.  En otros lugares lo es un poco más.  En los EE.UU., por ejemplo, los senadores son en los hechos senadores de por vida.  Para ser elegido en los EE.UU.  hacen falta poco más o menos de cuatro millones de dólares.  ¿Quien da ese dinero? No son los obreros parados.  Son las empresas.  ¿Y por que donan ese dinero? Para asegurarse que el senador este de acuerdo con el lobby que ellos forman en Washington, para que voten las leyes que los favorecen y no las que los desfavorecen.  He allí la vía fatal de las sociedades modernas[31].

 

Por esto, es inconsistente[32], que el concepto “cultura política” acuñado por la ciencia política norteamericana a mediados de los años cincuenta del siglo XX - en cierta medida como alternativa al concepto de ideología dominante de la escuela marxista-

            En circunstancias como las descritas, tal parece que lo más pertinente es pensar en una tarea combinada en la que se vaya transitando hacia la construcción de estructuras que en la práctica se desempeñen efectivamente como democráticas que se ciñan al derecho, que fomenten el control de la representación ciudadana sobre los actos gubernamentales, que alienten la lucha política institucionalizada como fórmula para dirimir las diferencias y canalizar aspiraciones de poder, a la par que se vayan inculcando a través de las instituciones socializadoras (familia, escuela, medios de comunicación) las bondades de la cultura cívica (la confianza interpersonal, el reconocimiento del derecho del otro a pensar y vivir de forma diferente, las virtudes de la participación, etcétera)

Esta tarea tiene, en países en los que tradicionalmente el Estado ha jugado un papel tutelar fundamental, que echar mano de la reserva institucional con la que se cuenta para que el proceso avance, es decir, debe pensarse como una misión en la que la voluntad política de la élite gobernante sea explícita y en la que tengan una intervención destacada las instituciones y los recursos estatales.

Sin embargo, la promoción de una cultura democrática ya no puede pensarse como una labor que competa exclusivamente al Estado, sino que tiene que ser una empresa en la que participen instituciones sociales y políticas.  Mientras mayor influencia tenga éstas sobre la sociedad por su prestigio o penetración, mayor será el impacto que causen.

Deberían contribuir a dicha misión, por tanto, las instituciones educativas públicas y privadas, los medios de comunicación masiva de manera privilegiada, pero también los intelectuales, los partidos políticos, así como otras instituciones sociales con gran presencia, como las iglesias, los nacientes organismos no gubernamentales, los movimientos sociales, los estudiantes, las amas de casa, los taxistas, los policías, los travestís, las prostitutas, los mendigos, los equipos deportivos, etc.  Se trata de una tarea de conjunto que debe partir de la convicción profunda de los beneficios que conlleva el desarrollo de una cultura política democrática.  En fin, es tarea de todos los actores desde sus asimétricos lugares de producción epistémica. 

La persistencia de culturas autoritarias, cerradas y excluyentes en sociedades marcadas, por ejemplo, por la diversidad étnica ó religiosa, ha demostrado ser un factor proclive a la confrontación violenta y hasta al estallido de guerras cruentas que parecen negar toda posibilidad de convivencia pacífica.

Ahí donde la diversidad social no se ha polarizado al punto del enfrentamiento, las culturas autoritarias-paternalistas alimentan conductas políticas de retraimiento o de apatía entre la población que no son sino manifestación de una contención, la cual en el momento en que encuentra un resquicio para expresarse lo hace, y generalmente en forma explosiva, más allá de los canales institucionales existentes[33].

Una cultura política democrática es el ideal para las sociedades en proceso de cambio, sobre todo si dicho cambio se quiere en sentido-valor democrático, en la medida que constituye el mejor respaldo para el desarrollo de instituciones y prácticas democráticas.  Es una barrera de contención frente a las actitudes y comportamientos anticonstitucionales que violenten (la existencia carencial en América Latina de) un Estado de Derecho.  Al mismo tiempo, es un muro en contra de eventuales inclinaciones a la prepotencia o a la arbitrariedad del poder, ya que se resiste a reconocer autoridades Políticas que no actúen con responsabilidad, es decir, que no estén expuestas al escrutinio permanente de las instancias encargadas de hacerlo.

Por otra parte, si convenimos que los valores culturales no solamente dan apoyo y consistencia a las instituciones de una sociedad, sino que pueden jugar un papel significativo en el desarrollo económico y político de la misma, comprenderemos que promover expresamente una cultura política democrática ayuda a la construcción de instituciones y organizaciones democráticas.

La construcción de una sociedad democrática requiere, entonces, de una estrategia de varias pistas, ya que hay que promover declaradamente las bondades de los valores democráticos, a la vez que impulsar la construcción de instituciones que funcionen a partir de los principios de legalidad, pluralidad, competencia, responsabilidad política, es decir, a partir de principios-valores democráticos.

Para fomentar la cultura cívica es importante preparar a los individuos para su eventual intervención en el sistema político y crear el entorno político apropiado para que el ciudadano actúe y participe en los canales institucionales.  Para lograr tal propósito es necesario que haya congruencia entre los valores e ideas que se transmiten y las estructuras en las que aquellos se expresan.

            Es en este esquema de relaciones de mutua influencia que debe pensarse el problema de cómo fomentar el cambio de una cultura con elementos tradicionales dominantes hacia una de carácter democrático.

- Javier Torres Vindas es sociólogo.



[1] Cf.  Gallardo, Helio, Fundamentos de Formación Política: análisis de coyuntura.  DEI, 2da edición.  San José, Costa Rica.  1990. 

[2] Uno de los más resientes estudios sobre cultura política editado en Centroamérica trabaja esta temática dentro de los parámetros tradicionales de esta corriente analítica.  Es decir, midiendo las variables predeterminadas dentro de una muestra poblacional e infiriendo de allí, al resto de la población.  Lo cual es necesario, pero no supera su círculo hermenéutico.  Aquí prima el lugar de producción epistémico, que se quiere intelectual con una intención de “neutralidad” que garantizaría un material que puede ser consultado por cualquier actor social.  Su misma producción determina su incidencia.  Rodríguez, Florisabel y MADRIGAL, Johnny Paz y democracia: Paradojas de la cultura política centroamericana.  UCR-Procesos.  2005

[3] En esta sección remitiremos exclusivamente a la reflexión hecha por Oscar Fernández, por considerarla una excelente síntesis y guía respecto al término y que nos centra el los elementos nodales.  Dicho material es parte del Diccionario Electoral del Instituto Interamericano de Derechos Humanos y que hemos recabado de la página Web: http://www.iidh.ed.cr/siii/diccelect/_private/default.asp#s

[4] Teniendo en cuenta el alcance político del conocimiento y un ambiguo adherirse a la “neutralidad axiológica” podríamos cuestionarnos sobre la aseveración de comprender la cultura política como instrumento neutro.  No obstante, a estas alturas del ensayo es conveniente plegarnos a la búsqueda de dicha neutralidad conceptual.

[5] Fernández, Oscar Op.  Cit. 

[6] Fernández, Oscar Op.  Cit

[7] Esto nos abre dos preguntas ¿Existe una coherencia entre cultura política y sistema político? ¿De qué cultura política se habla cuando de cultura política se habla?

[8] Almond y Verba, La Cultura Cívica, Cátedra, Pág.  24

[9] .  James, William, Pragmatismo, Amorrortu, Pág.  11

[10] Almond y Verba, Op.  Cit.  Pág.  25

[11] Solís, Manuel.  Entre el Desarraigo y el Despojo, Editorial UCR, 2001, Pág.  65

[12] Castoriadis, Cornelius, La Institución Imaginaria de la Sociedad I.  TusQuets, editores.  Barcelona.  1989.  Pág.  12

[13] Zaid, Gabriel, La Santificación del Progreso, en Letras Libres, Octubre 2000, México

[14] Fernández, Oscar Op.  Cit.

[15] Giddens, Anthony, Mas allá de la Izquierda y la Derecha, Cátedra, Pág.  19

[16] Kolakowski, Leszek, Tratado Sobre La Mortalidad de la Razón, Paidós, Pág.  160

[17] Lash, Scott, Modernización Reflexiva, Alianza, Pág.  85

[18] Sin embargo, “(...) más y más, hemos visto desarrollarse, en el mundo occidental, un tipo de individuo que no es el tipo de individuo de una sociedad democrática o de una sociedad donde puede lucharse por incrementar la libertad, sino un tipo de individuo que está privatizado, que está enfermo dentro de su pequeña miseria personal y que ha devenido cínico a consecuencia de la política (…) .Cuando la gente vota lo hace cínicamente.  No creen en el programa que les es presentado, pero consideran que X o Y es un mal menor en comparación a lo que fue Z en el período anterior” Castoriadis, Cornelius De la autonomía en política: el individuo privatizado En: http://www.magma-net.com.ar

[19] Fernández Santillán José, Sociedad Civil y Derechos Ciudadanos, En Letras Libres, Febrero 2001, Pág.  13

[20]Alexander, Jeffrey, Sociología y Política, Tomado De Antología de Teoría Sociológica Estadounidense.  1er Semestre del 2001.  Pagina 395

[21] Coherente con el imaginario del los sujetos fragmentados dentro de la modernidad.  Asumidos como desencarnados de la historia y de su cotidianidad.  Viven una eterna alineación mutilante donde “(...) la dinámica del aparato de administración tiende a producir seudo sujetos incapacitados para ser sí mismos, sometidos a una racionalidad enajenada de los intereses, necesidades y aspiraciones que caracterizan una subjetividad autónoma...  el autoritarismo capitalista ha sido introyectado en la psiquis social, y tiende a transformar sus fuerzas constitutivas, las pulsiones primarias, de tal forma que lo en el pasado fue agente de cambio –la rebelión y el entramado de las fuerzas en sus manifestaciones sociales- se convierte en medio de conservación de la sociedad industrial avanzada...  deviene en administrador total de la existencia social e individual en todas sus dimensiones con la condescendencia de sus sujetos que de tal forma renuncian a toda posibilidad de autodeterminar sus vidas y organizar concientemente sus procesos sociales y se abandonan a un mecanismo fetichizado que parece necesario, natural e insustituible.  El resultado de esta forma de sociabilidad es la pauperización existencial del hombre: una existencia degradada, portadora de una lívido pervertida por la desviación mercantil, que busca el placer en el hiperconsumo compulsivo de mercancías; una personalidad cuya frustración se traduce en angustia y agresividad contra los débiles y los diferentes, es decir, un carácter autoritario, precisamente la gestación cultural del hombre unidimensional: un individuo radicalmente anulado en sus potencialidades psíquicas, intelectuales y afectivas” Vargas, Ronulfo.  La infelicidad Eufórica: un estudio sobre la crítica de Herbert Marcuse a la Sociedad Industrial Avanzada.  Tesis de grado en Filosofía.  Universidad de Costa Rica, 1998.  Pág.  9-10

[22] Alexander Jeffrey.  Op.  Cit.  Pág.  421

[23] Weber, Max, El científico y El Político, Alianza, Pág.  34

[24] En el imaginario dominante, que es el imaginario moderno burgués, la política hace referencia a lo que incide en el Estado entendido como aparato de sanción (fuerza) o hegemonía (persuasión, hegemonía).  Los partidos y las organizaciones político/militares son políticas, los diputados.  También, desde luego, los jueces y las cárceles, pero se les menciona y reconoce menos ese carácter.  Las Fuerzas Armadas son obviamente políticas, pero la moda eterna es considerarlas ‘profesionales’.  Lo político no consiste en una sustantivización de ‘la’ política en su versión burguesa, sino que expresa las prácticas e instituciones de la sociabilidad fundamental.  Lo político remite a lo que incide en las instituciones de la sociabilidad fundamental.  Esta sociabilidad (las formas en las que los seres humanos se relacionan entre sí para trabajar y distribuir la riqueza y los medios para producir riqueza, también las formas en que circulan sus productos culturales y la manera social de administrar la sexualidad) posee, para efectos analíticos, planos o regiones: el de la economía política, el de la economía libidinal y el de la producción y circulación de bienes simbólicos o culturales.

[25] Solís, Manuel, Cita Libre de Las Lecciones sobre Sociología Alemana

[26] Mafesolli, Michel.  Lógica de Dominación, Península, Pág.  124

[27] Giddens, A.  Op.  Cit.  Pág.  63

[28] Schmitt, Carl, El Concepto de lo Político.  Alianza Editorial.  Pág.  12

[29] Ibíd.  Pág.  17

[30] Schmitt, Carl, Legalidad y Legitimidad.  Aguilar, Madrid.  1971.  Pág.  78

[31] Castoriadis, Cornelius Op.  Cit.  En: http://www.magma-net.com.ar

[32] ¿Inconsistencia? Inscrita dentro de la corriente teórica conductista, que enfatizaba la necesidad de construir unidades de análisis referentes a la conducta humana que sirvieran de base común para diseñar ciencias especializadas, esta perspectiva analítica planteaba considerar y explicar las conductas políticas desde la óptica de una concreta forma de organización institucional.  El objetivo último de la perspectiva conductista era elaborar teorías con fundamentación empírica que fueran capaces de explicar el porqué los seres humanos se comportan de determinada manera.  El enfoque conductista inauguró la perspectiva psicocultural para el estudio de los fenómenos políticos.

[33] Alexander Jeffrey.  Op.  Cit.  Pág.  352

https://www.alainet.org/pt/node/120773
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