El ambivalente tablero andino
26/06/2006
- Opinión
La tendencia ascendente del nacionalismo-latinoamericanista en la subregión
andina, cada vez más consolidada en la Venezuela chavista y en la Bolivia de
Evo Morales, ha enfrentado a últimas fechas el impacto de trascendentes
sucesos políticos electorales.
Aludimos, en primer término, a los comicios cumplidos en las naciones vecinas
del Ecuador y en los cuales –conforme era previsible- la confrontación entre
el fundamentalismo liberal condensado en el Consenso de Washington y las
posiciones impugnadoras del mismo devinieron la línea divisoria entre los
votantes.
Colombia: triunfo de la narcodemocracia
La reelección de Álvaro Uribe, el pasado 28 de mayo, representa la
confirmación del poder de la derecha oligárquico-financiera proimperialista,
la Gran Prensa y el paramilitarismo que controla actualmente al menos la
tercera parte de las bancas parlamentarias, así como la continuidad de las
políticas promovidas por el referido Consenso que tendrían su consagración
irreversible con la ratificación por parte del Legislativo del Tratado de
Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, ya cerrado “en su fase técnica” por
el equipo uribista.
Significaría la prosecución de la farisaica campaña contra el narcotráfico
bajo los membretes de la “seguridad democrática” y el Plan Patriota, la
conspiración abierta contra la Revolución Bolivariana venezolana, la defensa
de la CAN neoliberal, la intensificada presión sobre el Ecuador para su
involucramiento directo en la guerra civil norteña, el impulso a una reforma
agraria “al revés” ventajosa para terratenientes de horca y cuchillo, la
consiguiente profundización de la tragedia humanitaria de más de tres millones
de desplazados internos, la persecución y el asesinato de opositores, el
aumento de la pobreza y miseria de la mayoría de la población... En fin, todo
aquello que ha supuesto para nuestras naciones el vigente esquema de
dominación fundado en las truculentas premisas del “libre” mercado y la
democracia formal.
Empero, el triunfo del ex colaborador de Pablo Escobar tiene también otra
cara. Se alude a que, gracias a los más de dos millones y medio de votos
obtenidos por el carismático Carlos Gaviria, el izquierdista Polo Democrático
Alternativo (PDA) se ha convertido en la segunda fuerza política de Colombia y
en una opción de poder para el 2010, en un proceso que ha hecho recordar el
surgimiento del liberalismo revolucionario acaudillado por Jorge Eliécer
Gaitán.
El PDA encarna los anhelos de patria soberana, respeto a los derechos civiles,
transformación democrática de la socioeconomía, sobrevivencia digna de los
pueblos originarios, renacimiento del latinoamericanismo de raíz bolivariana.
Para la baza electoral última, el novísimo “Partido de la Esperanza” se
comprometió, en caso de ganar las elecciones, a someter a referendo el TLC con
la potencia y a buscar un entendimiento con las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC) para lograr una salida política al flagelo
de la guerra civil.
A la luz de este orden de propuestas, la honrosa derrota de Gaviria supone que
el horizonte de soberanía, dignidad y democracia profunda sigue vigente para
los coterráneos de Antonio Galán y Camilo Torres. Tanto más que el régimen de
Uribe está condenado a un acelerado desgaste por su segura insistencia en un
agotado discurso y en sus prácticas autoritarias condenadas incluso en el
propio Congreso norteamericano.
Perú: victoria pírrica del establecimiento
El panorama político del Perú después del ballotage del 4 de junio que se
selló con la apretada victoria de Alan García sobre el nacionalista Ollanta
Humala, luce aún más contradictorio e inestable que el colombiano. ¿A qué se
hace referencia?
Esencialmente a que García Pérez accederá a su segundo mandato como rehén de
la más rancia oligarquía criolla, tanto porque fundó su éxito electoral en la
“votación prestada” por la ultraderechista Lourdes Flores, postulante
eliminada después de la primera ronda, como porque sus habilidades con las
palabras y en el baile del reaggaeton de poco le servirán a la hora de las
decisiones cruciales que deberá tomar.
El nuevo mandato del líder del centro-“izquierdista” APRA va a significar la
reedición de las performances cumplidas por sus predecesores Fujimori y
Toledo; es decir, una mezcla de neoliberalismo con clientelismo; la
obsecuencia al diktat de los organismos multilaterales con su saga de ajustes
recesivos, privatizaciones, servicio de una impagable deuda externa-interna,
ruina de la agricultura tradicional, desempleo, represión, migraciones... Y
por cierto, oposición a cualquier iniciativa de integración de corte no-
mercantil. Ya en la reciente campaña, García arremetió visceralmente,
orquestado virtualmente por todos los medios, contra el “imperialismo
venezolano”, en alusión a la Alternativa Bolivariana para la Américas (ALBA).
En circunstancias en que la teología del mercado ha perdido su encanto entre
el “pobretariado” –especialmente del altiplano y la Amazonía-, la
administración del candidato de Vladimiro Montesinos y Mario Vargas Llosa
(quien habría recomendado votar por el aprista “tapándose la nariz”), puede
resultar cualquier cosa, menos un tiempo apacible para la hermana república.
Para comenzar, la confirmación del TLC con Washington por parte del Congreso,
con que Toledo y la derecha coaligada buscan “premiar” al converso García, se
está presentando como un camino erizado de obstáculos.
Por lo demás, los síntomas de las convulsiones sociales futuras ya están
presentes, no solo porque el liderazgo de Humala ha catapultado a Unión por el
Perú (UPP) al rol de principal bloque parlamentario, sino porque, para muchos,
el país del Rímac contará a partir del próximo julio con dos mandatarios: Alan
para el “Perú limeño” y el ex militar Ollanta para los millones de náufragos
de la religión del Progreso y el Crecimiento.
Según analistas sureños, este escenario de poder dual únicamente podrá
estabilizarse a través de una “pueblada” de fermentos nacionalistas y
populares, donde acciones como la recuperación de los recursos
hidrocarburíferos y la reforma agraria bolivianas tendrán una inevitable
influencia económica y político-cultural.
Ecuador: nacionalismo esquizofrénico
Cuando Alfredo Palacio accedió a Carondelet a horcajadas del “Abril Forajido”
(2005) que depuso al cipayo Lucio Gutiérrez, un reconfortante viento
nacionalista sopló en estas latitudes, materializándose en algunas
reivindicaciones de soberanía política y económica.
Luego de ese efímero primer momento, el clasemediero Palacio, al parecer
presionado por sus impresentables asesores, decidirá apostar su estabilidad a
compromisos con las fuerzas externas y domésticas del establecimiento. Tanto
fue el cántaro al agua en esa dirección que el malestar social creció
verticalmente, al punto que, en noviembre, vastas movilizaciones indígenas-
populares convocadas por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del
Ecuador (CONAIE) paralizaron el país con un amplio memorial de agravios y
demandas, particularmente la denuncia del TLC que Carondelet venía
“negociando” con la Casa Blanca y el pedido de caducidad del contrato firmado
con la Occidental Petroleum Corporation (OXY), en razón de sus múltiples
tropelías legales y morales.
Las masas rebeldes impugnaron, además, la permanencia de efectivos
estadounidenses en la Base de Manta, el Plan Colombia, el recetario del FMI-
Banco Mundial, el intocado poder de la oligarquía y la bancocracia, la
dolarización, la democracia “nostra” hegemonizada en el Congreso por el
febresborjismo… Igualmente requirieron la convocatoria a una Asamblea
Constituyente genuinamente popular, la nacionalización de los recursos
naturales y energéticos, la reforma agraria, la reactivación productiva, el
retorno a la soberanía monetaria, la seguridad pública, la atención a las
necesidades básicas del pueblo…
Es decir, similar plataforma de denuncias y propuestas a la que sustenta los
actuales procesos venezolano y boliviano, tanto en la perspectiva de sustituir
el “capitalismo salvaje” por patrones productivos y distributivos autógenos,
como para el lanzamiento de desalienadas fórmulas de unidad de nuestras
naciones.
Enfrentado a la iracunda insurgencia, Palacio sorprendió a tirios y troyanos
al retomar la línea nacionalista de sus primeros meses, particularmente en la
geopolíticamente sensible política energética.
Específicamente, el galeno-presidente cursó en el Parlamento un proyecto de
reformas a la Ley de Hidrocarburos para fijar un reparto paritario –fifty-
fifty- de los gigantes beneficios de las petroleras extranjeras; y, poco
después, declaró la caducidad del contrato con la OXY. Estas medidas, en la
práctica, resultaron en un bloqueo al TLC, acción que –conforme era
previsible- provocó la respuesta de George W. Bush, consistente en la
suspensión de la ronda final del colonialista tratado en ciernes. Esta
decisión de la Casa Blanca tuvo el efecto de generar visiones apocalípticas y
angustias inconsolables entre nuestros ecuagringos (los “vendepatrias”, según
el franco argot popular”)… y curiosamente también del propio gobernante
criollo!
Poco después, el inquilino de Carondelet cumplió como anfitrión de Hugo
Chávez, con quien suscribió acuerdos para impulsar la cooperación energética
ecuatoriano-venezolana y anticipó la reafiliación a la Organización de Países
Exportadores de Petróleo (OPEP).
De modo simultáneo, y en flagrante contradicción con el redivivo nacionalismo,
el régimen ha persistido en desprestigiar y asfixiar financieramente a
PETROECUADOR, ofertó los campos petroleros operados por la expulsada OXY a
gobiernos poco afectos al eje bolivariano Caracas-La Habana-La Paz, tomó
partido por la CAN neoliberal y, en fin, continúa con sus autos de fe en
relación a la cruzada de Washington y Wall Street contra el “narcoterrorismo”.
¿Cómo explicar esa zigzagueante diplomacia?
De un lado, obedecería a los temores de Palacio a represalias más drásticas de
los halcones republicanos y petroleros (actualmente el Ecuador está amenazado
con la suspensión del ATPDEA y enfrenta una demanda judicial de la celebérrima
OXY); y por otro, al pavor que le habría suscitado la posibilidad de ser
desalojado de la silla presidencial igual que sus predecesores neoliberales
Bucaram, Mahuad y Gutiérrez.
Desde luego que, en todo esto, habrían actuado también algunas confusiones
mentales pequeñoburguesas del titular del Ejecutivo. ¿A qué se alude?
En una entrevista concedida a comienzos de junio a Andrés Oppenheimer, el
médico guayaquileño declaraba sin inmutarse: “Quiero tener un TLC con los
Estados Unidos. Lo deseamos. Este país lo necesita. Pero quiero un tratado de
igual a igual...”; pese a que, por otro lado, en ese mismo diálogo no habría
descartado la posibilidad de adherir al Tratado Comercial de los Pueblos
suscrito por Venezuela, Cuba y Bolivia, al tiempo de manifestar ansiedad por
adelantar conversaciones para otro TLC de corte necesariamente recolonizador
con la Unión Europea. (Hoy: 10 de junio del 2006)
El comentario sobre esa plática que realiza el propio Oppenheimer –vocero
oficioso de USA- aparece a la par críptico e ilustrativo. “El Ecuador está en
el limbo y está jugando con fuego. El acuerdo con Europa está muy lejano y
Venezuela suele prometer mucho más de lo que puede dar. Lo único que juega a
favor del Ecuador es que en octubre habrá elecciones, y un nuevo gobierno
podrá dar vuelta a la página y permitir que el Ecuador y los Estados Unidos
vuelvan a la mesa de negociaciones (del TLC) sin verse heridos en su orgullo
propio”.
La puja electoral
Agotado el ambiguo nacionalismo, el hamletiano Palacio está heredando al país
un diagrama geopolítico que prioriza el conflicto panamericanismo-
latinoamericanismo. Tal será la línea divisoria de la política ecuatoriana de
cara a los Comicios 2006, llamada a configurar un panorama similar al que
acaba vivir el Perú y que, por cierto, se proyectará para un futuro
previsible.
En efecto, para las presidenciales ecuatorianas cuya primera vuelta se
cumplirá el próximo octubre, las candidaturas con mayores posibilidades
político-electorales son las proclives al neoliberalismo y a la globalización
corporativa; es decir, la de León Roldós Aguilera, un abogado de la banca
postulado por la alianza Red Ciudadana-“Izquierda” Democrática (una suerte de
APRA ecuatoriano); Cynthia Viteri, agraciada candidata de los capos
socialcristianos León Febres y Jaime Nebot; y Álvaro Noboa Pontón, el
folklórico multimillonario “dueño” del populista PRIAN quien se encuentra en
campaña “en nombre de Dios” desde 1998.
Pese a la vacuidad de sus discursos, estos tres postulantes de la derecha han
dejado entrever su inclinación por una ortodoxia económica edulcorada con
programas asistenciales y ambientalistas (el liberalismo puro y duro
preconizado por el candidato Osvaldo Hurtado en las elecciones del 2002 apenas
sobrepasó el 1 por ciento de los sufragios). Asimismo, han insinuado
vergonzantemente su predisposición a finiquitar las tratativas telecistas con
el Gran Hermano, en cuanto aquello fuera posible. El no-pago de la deuda
externa-interna, una política de profundización del nacionalismo petrolero y/o
un alineamiento con la corriente integracionista latinoamericana no aparecen
en sus agendas gubernamentales.
Huelga señalar que los citados personajes representan, por un lado, a diversas
aunque imbricadas fracciones del capital monopolista, y por otro, a la
carcomida y antinacional institucionalidad forjada en la Constitución de 1998,
a cuya sombra la partidocracia burguesa ha venido adelantando un proceso
liquidacionista del Estado-nación ecuatoriano (demonización del aparato
estatal, privatizaciones, flexibilización laboral, autonomías provinciales
caciquiles, aperturismo indiscriminado...).
Desde la orilla contestataria al fundamentalismo moderno han surgido dos
candidaturas importantes: la del líder histórico de la CONAIE, Luis Macas, y
la de Rafael Correa, un keynesiano de izquierda que se desempeñó como ministro
de Economía en la fase “forajida” del régimen de Alfredo Palacio. La
plataforma de Macas, la CONAIE y demás organizaciones antisistema que apoyan
su candidatura salió a luz en las pancartas exhibidas en las jornadas
antigubernamentales a las que nos referimos en párrafos precedentes y puede
condensarse en los siguientes tres vectores: desmantelamiento del modelo FMI-
Banco Mundial-BID, instrumentación de una estrategia alternativa de corte
nacional y propiamente democrática, y la incorporación de la República a
esquemas de integración de raigambre bolivariana, tipo ALBA y TCP. Amén de una
postura de respaldo a una solución negociada a la añeja guerra colombiana.
Si las urnas terminan por favorecer a alguno de los presidenciables
derechistas filoimperialistas – neoderechistas o izquierdistas descafeinados,
si se quiere-, el futuro no será más que la reedición de lo vivido por el país
en el último cuarto de siglo, es decir, una modernización refleja e insular
que “esconde” implacables procesos de vaciamiento productivo, exclusión social
y lumpenización que no han sido paliados ni siquiera por la actual bonanza de
los precios internacionales del crudo, las abultadas remesas de los 2-3
millones de emigrados o los dólares del narcolavado.
Aún más, ese cuadro nada tranquilizante podría tornarse cataclísmico si los
partidos del establecimiento consiguen la aprobación por el Congreso del
proyecto sobre Autonomías Provinciales –la “Ley Nebot-Moncayo”- bajo estudio
en estos días por parte del Ejecutivo. Si tal cosa ocurre, a las calamidades
derivadas de la globalización corporativa se estaría incorporando el
ingrediente de una implosión de manufactura caciquil (aunque también de
inspiración metropolitana y, específicamente, española), con sus inevitables
correlatos de desinstitucionalización todavía más aguda y de irracionales
confrontaciones fratricidas.
En el truculento “juego” democrático ecuatoriano la victoria electoral de
Macas o Correa aparece como poco probable, tanto por el poder del Gran Dinero
como por la fragmentación de la tendencia nacionalista-izquierdista en al
menos cuatro candidaturas.
Empero, en nuestra dialéctica política, esa eventual derrota más bien estaría
destinada a espolear la unidad y la acción mancomunada de los opositores al
fatigado y cansino discurso hegemónico.
¿Acaso el Ecuador contemporáneo no ha demostrado recurrentemente que se puede
dictar el curso de los acontecimientos desde la resistencia
extraparlamentaria?
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- René Báez, economista ecuatoriano, es catedrático universitario, Premio
Nacional de Economía y miembro de la International Writers Association.
https://www.alainet.org/pt/node/115722
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