Otra práctica de la medicina es posible
16/02/2006
- Opinión
Este trabajo se propone analizar el papel de América Latina en la política
exterior estadounidense. El derrumbe del orden bipolar fue acompañado por el
vigoroso renacimiento de añejas teorizaciones que, en síntesis, plantean la
tesis de la irrelevancia de nuestros países. Esto obedecería a su escaso interés
estratégico y económico, sobre todo si se les compara con Medio Oriente, Asia
Central o el Sudeste Asiático, para no hablar de Europa.
Una de sus variantes, tal vez la más radical, subraya que nuestra irrelevancia
responde a una dolorosa realidad: América Latina ha sido, en verdad, una
construcción mítica, una imagen fantástica huérfana de todo sustento real. Como
no existimos, mal podría haber una política hacia nosotros. La tesis de este
trabajo es que sí existimos, que por eso Washington tiene una política muy
definida y relativamente invariante hacia América Latina, y que la tiene porque
nuestra región le importa, y mucho.
La perniciosa herencia del colonialismo
Que el tema de nuestra supuesta irrelevancia -o de la "irrealidad de la
realidad" latinoamericana- no es nuevo, lo demuestra sobradamente y con una
infrecuente combinación de elegancia estilística y profundidad de razonamiento
un notable ensayo de Roberto Fernández Retamar, Calibán, originalmente aparecido
en el año 1971 como respuesta a una insidiosa pregunta que se le formulara
acerca de este mismo tema : "¿Existen ustedes, existe América Latina?"
Las reflexiones de Fernández Retamar ponen en evidencia, a partir de un
minucioso recorrido histórico, la excepcionalidad del proceso de construcción de
las sociedades latinoamericanas -simbiosis única entre los mundos precolombinos,
europeos y africanos- y la definida identidad resultante de ella. Identidad que,
al igual que la europea o la estadounidense, no implica uniformidad sino una
fecunda diversidad al interior de un espacio histórico-cultural común. No
obstante, una de las desafortunadas consecuencias de esta creación civilizatoria
ha sido la persistencia -abonada por más de tres siglos de dominación colonial,
y casi cuatro en Cuba y Puerto Rico- de arraigadas actitudes de subordinación
cultural e ideológica entre los grupos dirigentes y amplios sectores de la
intelectualidad latinoamericana.
Precisamente, una de las manifestaciones de esa "colonialidad" es la pertinaz
negación de la existencia misma de América Latina, de la común historia de sus
países, de su rica y variada cultura también común y de su futuro
inevitablemente compartido. El pasado, el presente y el futuro, amén de la
geografía, nos confieren esa identidad. El intelectual colonizado, fiel a la
tradición imperial de "ninguneo" a las colonias -invariablemente percibidas como
pueblos bárbaros y justos merecedores del sistemático pillaje al que se ven
sometidos- asume como propia la visión del mundo de los amos. Todos los imperios
consideraron a sus dominados como inferiores, bárbaros, despreciables, al punto
tal que su propia condición humana, tanto ayer como hoy, aparecía frecuentemente
en cuestión. Así pensaban los romanos de la Galia e Iberia, las actuales Francia
y España; Inglaterra nada menos que de la India, una de las civilizaciones más
antiguas y exuberantes del planeta; y así piensa hoy la clase dirigente de
Estados Unidos en relación a casi todo el resto del mundo, incluyendo como una
de sus más recientes incorporaciones a la así llamada "vieja Europa."
En el campo de la política exterior esto se traduce en la famosa tesis de la
irrelevancia de América Latina, alentada tradicionalmente por Washington, tal
como antes lo hiciera la Inglaterra Victoriana en relación a la India. En ambos
casos se entiende muy fácilmente la lógica que preside ese razonamiento:
convencer al otro de su insignificancia y de su inferioridad otorga al dominador
una ventaja prácticamente decisiva en cualquier controversia. Se comprende
entonces la insistencia de algunos oscuros ocupantes del Departamento de Estado
o del Consejo de Seguridad Nacional en señalar nuestra irremediable inferioridad,
en decirnos que ocupamos un quinto o sexto lugar en sus prioridades y en
pedirnos que no pretendamos que se nos preste más atención de la que
compasivamente se nos otorga, casi como de favor. Como decía antes, lo grave no
es que tesis como ésta la expresen voceros de Washington; lo realmente lastimoso
y deplorable es que la misma sea tenida como válida por supuestos expertos en
asuntos internacionales y por gobernantes resignados y claudicantes de nuestros
países. En casos extremos, como en mi país, esta actitud fue la justificación
esgrimida para adoptar como principio cardinal de la agenda exterior de
Argentina la política de las "relaciones carnales" con Estados Unidos, esto es,
el más absoluto e incondicional alineamiento con Washington en todos y cada uno
de los temas internacionales. Hemos pagado carísimo semejante desatino.
Para resumir: la doctrina de la "negligencia benigna" no es otra cosa que una
burda mentira, una actitud hipócrita que busca por medio de este artilugio
desalentar cualquier tentativa de cuestionar las relaciones de subordinación
establecidas entre la potencia dominante y nuestros países. Condición previa de
tal impugnación es tomar conciencia de nuestra verdadera importancia para
Estados Unidos y, seguidamente, desarrollar una estrategia colectiva para, en
concordancia con lo anterior, redefinir nuestras relaciones con la Roma
americana. (1)
¿Irrelevantes?
La tesis de la irrelevancia, que sería "políticamente incorrecto" justificar
sobre bases racistas, aduce que América Latina no pesa en el escenario
internacional, que sus países no son "jugadores centrales" en la arena mundial y
sus economías no gravitan en los mercados globales. Pero esta tesis se derrumba
ante el peso de numerosas paradojas. Si América Latina fuese tan irrelevante,
¿cómo se explica que Estados Unidos haya incurrido en una secuencia interminable
de intervenciones militares (más de cien a lo largo del siglo veinte),
invasiones, golpes de mercado, asesinatos políticos, sobornos, campañas de
desestabilización y desquiciamiento de procesos democráticos y reformistas
perpetrados contra una región carente por completo de importancia? ¿No hubiese
sido más razonable una política de indiferencia ante vecinos revoltosos pero
insignificantes? Si no existimos, o si somos tan irrelevantes, ¿cómo explicar
que haya sido precisamente ésta la primera región del mundo para la cual Estados
Unidos elabora, tan precozmente como en 1823, una postura específica en su
agenda de política exterior, la Doctrina Monroe? Si somos tan poca cosa, ¿por
qué Washington persiste durante más de 40 años con su bloqueo contra Cuba,
condenado hasta por Juan Pablo II? Si poco y nada valemos, ¿por qué tanto
empecinamiento por crear el alca? ¿Y si no existiera la América Latina, cómo se
explica entonces el naufragio de ese proyecto de consolidación imperial?
Como vemos, la idea de nuestra supuesta irrelevancia no resiste la menor prueba
empírica. En realidad, América Latina tiene una importancia estratégica
fundamental para Estados Unidos, y es la región que le plantea mayores desafíos
en el largo plazo. En los años ochenta, en el apogeo de la "guerra de las
galaxias" de Ronald Reagan, había quienes decían que la URSS era un problema
transitorio para Estados Unidos, pero que América Latina constituía un desafío
permanente, arraigado en las inconmovibles razones de la geografía. Tanto era
así que en esos mismos años el personal diplomático adscrito a la embajada de
Estados Unidos en México era superior al que se hallaba estacionado en todo el
territorio de la Unión Soviética. Es que América Latina es la frontera caliente
de Estados Unidos, su inevitable contacto con la periferia imperial, misma que
somete y saquea, generando una vasta zona de perpetuas turbulencias políticas
que brotan de su condición, nada casual, de ser la región con la peor y más
injusta distribución de ingresos y riquezas del planeta.
Si la Casa Blanca miente descaradamente al pueblo estadounidense -recordemos la
historia de las famosas "armas de destrucción masiva" que supuestamente existían
en Irak y las recientes declaraciones de Colin Powell arrepintiéndose de haberla
avalado-, ¿por qué no habría de mentir a los latinoamericanos? La excepcional
relevancia de nuestra región fue adecuadamente subrayada por Colin Powell cuando
dijera, en relación a las expectativas depositadas por Washington en el alca que:
"nuestro objetivo es garantizar para las empresas estadounidenses el control de
un territorio que se extiende desde el Ártico hasta la Antártica y el libre
acceso sin ninguna clase de obstáculo de nuestros productos, servicios,
tecnologías y capitales por todo el hemisferio." ¿Irrelevantes? Nótese la
importancia de nuestra región como un gigantesco mercado para las inversiones
estadounidenses, grandes oportunidades de inversión, fabulosas expectativas de
rentabilidad posibilitadas por el control político que Washington ejerce sobre
casi todos los gobiernos de la región, y todo esto en un territorio que alberga
un repertorio casi infinito de recursos naturales de todo tipo.
América Latina podría ser, en función de probables desarrollos tecnológicos, la
región que cuente con las mayores reservas petroleras del mundo. No lo es hoy,
pero podría serlo mañana. En todo caso, aun en las condiciones actuales, es la
que puede ofrecer un suministro más cercano y seguro a Estados Unidos, dato
harto significativo cuando sus reservas no alcanzan para más de 10 años y las
fuentes alternativas de aprovisionamiento son mucho más lejanas y han entrado en
una zona de creciente inestabilidad política a causa de la tradicional torpeza
con que Washington maneja estos asuntos. Medio Oriente se ha convertido en un
polvorín que puede estallar en cualquier momento, donde el resentimiento
antiestadounidense alcanza proporciones impresionantes aun en los "Estados-
clientes" como Egipto, Arabia Saudita y Turquía. Y las cuencas petroleras de
África Occidental y Asia Central carecen de las más elementales condiciones
políticas requeridas para garantizar un flujo estable y previsible de petróleo
hacia Estados Unidos. La obscena presión ejercida sobre el gobierno venezolano
desde la Casa Blanca tiene que ser vista a la luz de estas realidades.
América Latina tiene asimismo grandes reservas de gas, dispone de algo más de la
tercera parte del total de agua potable del planeta, y es el territorio donde se
encuentran los ríos más caudalosos del mundo y algunas de sus mayores cuencas
acuíferas. Una de ellas, la de Chiapas, ya ha sido considerada como posible
solución para enfrentar el inexorable agotamiento del suministro de agua que
afecta el Suroeste de Estados Unidos y que compromete el acceso al vital liquido
de poblaciones como Los Angeles y San Diego. Y si se trata de biodiversidad,
¿cómo podría ser irrelevante una región que cuenta con 40% de todas las especies
animales y vegetales existentes en el planeta? Esta riqueza constituye un imán
poderosísimo para las grandes transnacionales estadounidenses, dispuestas a
imprimir el sello de su copyright a todas las formas de vida animal o vegetal
existentes y, a partir de ello, dominar por entero la economía mundial. Por algo
el tema de los derechos de propiedad intelectual tiene tanta prioridad para
Washington, como lo atestiguan las negociaciones en el seno de la Organización
Mundial del Comercio.
Por último, desde el punto de vista territorial, América Latina es una
retaguardia militar de crucial importancia. Obviamente, los funcionarios del
Departamento de Estado lo niegan rotundamente, pero los expertos del Pentágono
saben que esto es así. Por eso el empecinamiento de Washington por saturar
nuestra geografía con bases y misiones militares y su obstinación en garantizar
la inmunidad del personal involucrado en las mismas. Si fuéramos tan poco
importantes como se nos dice, ¿por qué la Casa Blanca se desvive proponiendo
políticas que suscitan el repudio casi universal en la región?
Conclusiones
La importancia de América Latina no ha hecho sino acrecentarse en los últimos
tiempos. El fracaso de los experimentos neoliberales, que ni encaminaron
nuestras economías por la senda del crecimiento, ni redistribuyeron la renta ni
consolidaron nuestras frágiles democracias ha sumido a la región en una de sus
más profundas crisis. Desde México, en la frontera con Estados Unidos, hasta
Argentina, pasando por América Central y el Caribe, todo el mundo andino y
Brasil, el signo de los tiempos es el desencanto con la democracia, una
creciente activación de la protesta social y un resentimiento cada vez más
extenso y profundo en relación a Estados Unidos.
Hay una vieja tradición de la política exterior estadounidense hacia América
Latina: mientras ésta se encuentre firmemente bajo el control de Washington, la
respuesta oficial es la "negligencia benigna", y entonces la región queda
relegada a un segundo plano. Sin embargo, en cuanto despuntan algunos síntomas
de rebeldía o de insubordinación, esta "irrelevante" región del planeta asciende
al primer plano de las preocupaciones de Washington, desplazando rápidamente a
otras supuestamente más importantes. Pruebas al canto: bastó que un gobierno
socialista moderado fuese democráticamente electo en Chile, en 1970, para que
esa misma noche la Casa Blanca emitiese la orden de "hacer chirriar y gritar la
economía chilena" y destinase ingentes sumas de dinero para conjurar la amenaza
representada por Salvador Allende. En los años ochenta, el triunfo del
sandinismo convirtió a Nicaragua en una gravísima amenaza a la seguridad
nacional estadounidense, desencadenando una respuesta de Washington violatoria
de las más elementales normas del derecho internacional. Lo mismo ocurriría con
Granada, que pese a sus 344 kilómetros cuadrados y sus 60.000 habitantes también
fue considerada por la administración Reagan un peligro tan grande como para
justificar la grotesca intervención militar de 1983. A mediados de los sesenta,
la posibilidad de un eventual retorno de Juan Bosch al gobierno de República
Dominicana había provocado el desembarco de más de 40.000 marines y el
aplastamiento de las fuerzas insurgentes. A finales de los noventa y, en una
progresión que ha llegado a extremos sumamente preocupantes en los últimos años,
Washington ha reaccionado con una virulencia inusitada ante la consolidación del
gobierno de Hugo Chávez en Venezuela, cuyas credenciales democráticas -
monitoreadas y supervisadas por la oea y la Fundación Carter- superan con creces
las exhibidas por el presidente George W. Bush Jr. en las elecciones de 2000.
Casi medio siglo de bloqueo contra Cuba, desencadenado cuando la isla comenzó a
adoptar algunas medidas reformistas, es otra prueba concluyente de la
prepotencia imperial. En síntesis: si nuestros países se someten mansamente y
obedecen los mandatos de Washington, la región no es prioritaria; pero en cuanto
algún gobierno pretende tomar el destino en sus manos, ese país latinoamericano,
no importa cuán pequeño sea, es catapultado al primer nivel de las
preocupaciones de Washington.
La nueva doctrina estratégica estadounidense -según Noam Chomsky, un plan de
dominación mundial como no se conocía desde la época de Hitler-, anunciada en
septiembre de 2002, acentúa las ominosas perspectivas que se abren en el campo
de las relaciones hemisféricas. Un Estados Unidos ya abiertamente asumido por
sus dirigentes y por sus principales intelectuales orgánicos como un imperio,
que se ha arrogado la absurda -y peligrosísima- misión de sembrar la democracia
y la libertad por todo el mundo, y que ha militarizado las relaciones
internacionales y acrecentado sus gastos militares a un nivel sin precedentes en
la historia, difícilmente pueda ser considerado un elemento positivo para
fortalecer la presencia de América Latina en el sistema internacional. La
decadencia de la clase dirigente de Estados Unidos, ejemplificada de manera
inigualable por el ascenso a la presidencia de personajes tan mediocres como
Ronald Reagan y George W. Bush Jr., no es una buena noticia para el mundo. Todo
hace presumir que la política seguida hacia América Latina en estos años,
acentuada luego de los atentados de 2001, difícilmente será modificada. Nada
permite prever que la premonitoria sentencia de Bolívar: "Los Estados Unidos
parecen destinados por la Providencia a plagar a la América española de miserias
en nombre de la libertad" pueda llegar a ser desmentida por un gobierno como el
de Bush Jr. que, al decir de eminentes intelectuales estadounidenses ha sido
secuestrado por las grandes empresas y que, con increíble miopía, piensa que lo
que es bueno para Halliburton es bueno para Estados Unidos y, por añadidura,
para todo el mundo.
(1) "Americana", en este caso, porque es la Roma del continente americano. NO
corresponde poner "estadounidense."
https://www.alainet.org/pt/node/114361
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