Más allá del neoliberalismo
04/03/2004
- Opinión
¿Cuál es el balance del neoliberalismo en América Latina? ¿Triunfó
al imponer su curso de acción a gobiernos de distinto signo? ¿O
fracasó al receptar el generalizado rechazo de la población?
La respuesta depende del aspecto enfatizado en la definición del
neoliberalismo, ya que este modelo de dominación capitalista incluye
una práctica económica, un proyecto de acumulación y también una
ofensiva social destinada a doblegar a los trabajadores y erigir
regímenes políticos autoritarios.
Caracterizar lo ocurrido en estos cuatro terrenos en la última
década es indispensable para analizar el giro antiliberal que se
está consumando en la actualidad. Este diagnóstico es también vital
para definir el perfil de una propuesta anticapitalista.
ALCA y deuda
Aunque la predilección de las clases dominantes por las
privatizaciones, la apertura y la desregulación ha decrecido en los
últimos años, la doctrina neoliberal continúa orientando la política
económica del establishment en los dos terrenos estratégicos: el
ALCA y el endeudamiento externo.
Las tratativas para conformar un área de libre comercio apuntan a
reforzar las ventas norteamericanas hacia la región, a cambio de
mayores cuotas del mercado estadounidense para los exportadores
latinoamericanos. Pero la fuerza de ambos sectores difiere
sustancialmente en la mesa de negociaciones. La primera potencia
presiona a los gobiernos de su 'patio trasero' para que reduzcan
aranceles de la industria, los servicios y la propiedad intelectual,
mientras que ofrece como contrapartida concesiones muy limitadas en
el terreno de los subsidios al agro y de las trabas aduaneras.
El librecambismo irrestricto que contemplaba la versión inicial del
ALCA ha sido abandonado ante la resistencia del empresariado
brasileño (y en menor medida argentino) a desproteger su industria y
extranjerizar los servicios. Por eso actualmente se discute una
variante 'light' del acuerdo, que eximiría a los participantes de
compromisos estrictos y plazos perentorios. Pero esta segunda
alternativa de las corporaciones norteamericanas y sus socios
regionales también resulta desfavorable para el conjunto de la
economía latinoamericana.
El ALCA constituye tan solo una instancia de negociaciones que
apuntan a reforzar la dominación comercial de Estados Unidos y a
frenar la expansión europea en la región. Las tratativas se
complementan con acuerdos multilaterales en la órbita de la OMC y
convenios bilaterales que impulsan los capitalistas latinoamericanos
más asociados con compañías estadounidenses.
Lo sucedido con el NAFTA en México demuestra que ese segmento de
empresarios mejora sus ganancias a costa del resto del país, que
sufre las consecuencias de la desnacionalización bancaria, la
desarticulación regional, la crisis agraria y la explosión
emigratoria. Este antecedente ilustra también el efecto probable de
los recientes acuerdos que han firmado Chile y varios países de
Centroamérica.
En el plano financiero el modelo neoliberal se ha instalado en la
región a través del pago de la deuda externa y la consiguiente
auditoría que ejerce el FMI sobre la política económica de cada
país. Esta ingerencia del Fondo es mucho más gravitante que los
desembolsos de intereses, porque implica una sistemática
subordinación del crecimiento, la inversión pública y los ingresos
populares a las prioridades de cobro de los acreedores.
El sometimiento al FMI fue predominante en los 90 bajo las
presidencias neoliberales de Salinas, Menen o Sanguinetti y ha sido
actualmente ratificado por los continuadores explícitos de esta
política (Lagos, Fox, Toledo). Pero también los antiguos críticos de
la ortodoxia monetarista aplican los ajustes que exige el FMI cuándo
llegan al poder. Lula es el ejemplo más contundente de esta
conversión. Para 'ganar la confianza' de los banqueros mantiene
altas tasas de interés, restricciones a la emisión y recortes del
gasto público que aseguran ganancias extraordinarias para los
financistas. Por eso persiste la recesión, el desempleo récord, la
expansión de la pobreza y el freno de los planes asistenciales.
Un rumbo semejante sigue Kirchner en Argentina, luego de suscribir
un compromiso de superávit fiscal del 3% del PBI para abonar los
intereses de una deuda comprobadamente fraudulenta. Este convenio
obliga a mantener congelados los salarios e incluye compensaciones a
los banqueros que expropiaron a los pequeños ahorristas. Como no hay
dinero para cumplir con todos los acreedores, el gobierno prioriza
el pago a los organismos internacionales (FMI, BM, BID)
estrechamente vinculados a Estados Unidos y a los grandes
capitalistas argentinos, en desmedro de los pequeños tenedores
extranjeros de títulos. Estos ahorristas fueron inducidos por los
grandes bancos a adquirir los insolventes bonos argentinos. Kirchner
enmascara esta política con discursos de confrontación con el
establishment financiero.
Fracasos económicos y desventuras sociales
El neoliberalismo ha fracasado como proyecto de las clases
dominantes nacionales para expandir sus negocios, reforzar su base
de acumulación y aumentar su presencia en el mercado mundial.
La pérdida de posiciones de los capitalistas latinoamericanos en el
escenario internacional se afianzó en la última década, salvo
algunas excepciones como Chile. Este retroceso se verifica en el
estancamiento del PBI per capita, en la caída de la inversión
extranjera (especialmente en comparación a China y el Sudeste
Asiático) y en el desbordante endeudamiento. En estas condiciones
las fases de prosperidad cíclica son cada vez más dependiente de la
coyuntura financiera o comercial internacional. Por ejemplo, la
recuperación que se espera para este año será consecuencia de la
reducción de la tasa de interés en los centros (y la consiguiente
afluencia de capitales de corto plazo a la región) y del aumento de
los precios de ciertas materias primas, como el petróleo, la soja o
el cobre.
Este fracaso económico fue paradójicamente potenciado por un logro
reaccionario del neoliberalismo: la generalizada regresión social
que impuso la ofensiva del capital sobre el trabajo. Las evidencia
de esta agresión son incontables. Entre 1980 y 2003 desempleo
abierto saltó del 7,2% al 11 %, el salario mínimo cayó en promedio
un 25% y la informalidad laboral creció del 36% al 46%, en la región
de mayor desigualdad social del mundo (el 10% de la población
acapara el 48% del ingreso y el 10% más pobre se reparte apenas el
1,6% de ese total).
En esta terrible escalada de atropellos se apoyan los beneficios que
los capitalistas obtuvieron en el corto plazo, a través del
incremento de la tasa de explotación. Pero estas ganancias no se
expandieron al conjunto de la clase dominante porque el
estrechamiento del mercado interno y el empobrecimiento colectivo
contrajo la plataforma de la acumulación. Además, las apertura y las
privatizaciones deterioraron la competitividad local y acentuaron la
fragilidad de los empresarios regionales frente a sus concurrentes.
A nivel financiero, también el inmanejable incremento del
endeudamiento externo -que favoreció a ciertos grupos- terminó
afectando al conjunto de los capitalistas locales. La magnitud de
este pasivo reduce severamente la autonomía de la política fiscal y
monetaria requerida para contrarrestar los ciclos recesivos.
Sublevaciones, sujetos y conciencias
El intento neoliberal de doblegar la resistencia popular y destruir
las tradiciones de lucha de los pueblos latinoamericanos ha sufrido
una sucesión de graves reveses. El derrocamiento en las calles de
varios presidentes reaccionarios es la prueba más palpable de este
fracaso. Estas sublevaciones -que conmovieron a Ecuador (1997), Perú
(2000), Argentina (2001) y Bolivia (2003)- constituyen
acontecimientos mucho más significativas que los repliegues
electorales que también sufrió la derecha (Venezuela, Brasil). Por
eso los analistas del establishment están aterrorizados frente a una
escalada de 'asonadas populares que hacen crujir las instituciones',
a través de 'acciones colectivas que impugnan a los regímenes
constitucionales'.
Estos levantamientos han incluido una diversa gama de revoluciones,
rebeliones y movilizaciones, en función de la intensidad de la
lucha, las reivindicaciones en juego y su impacto político. La
insurrección de Bolivia es el mayor ejemplo reciente de una
revolución. Al cabo de una terrible sangría de 140 muertos, la
acción directa de los manifestantes forzó la caída de Lozada. La
tradición de alzamientos armados mineros y campesinos volvió a
emerger en un movimiento que combinó reclamos sociales (aumento
salarial), campesinos (defensa de los cultivos cocaleros) y
antiimperialistas (industrialización del gas).
La rebelión que sacudió a la Argentina no alcanzó esa dimensión
insurrecional, pero constituyó una excepcional irrupción que unificó
a los trabajadores, la clase media y los desocupados en un reclamo
común contra el régimen político ('Que se vayan todos'). Las 17.000
manifestaciones y 47 cortes de calle por día que se registraron
durante el 2002 ilustran la envergadura de ese levantamiento.
Las huelgas y ocupaciones de tierras en Brasil configuran a su vez
un proceso de movilización que no desembocó en rebelión. Esta
diferencia con la Argentina obedece a divergentes tradiciones de
lucha y al carácter más acotado de la crisis económica (que no
incluyó empobrecimientos virulentos, ni expropiaciones de pequeños
ahorristas). Por eso Lula sucedió a F.H. Cardoso cumpliendo el
calendario electoral, mientras que Kirchner emergió de un dramático
proceso de reconstitución del control político capitalistas que
desafiaron los piquetes y las asambleas populares.
En todas las protestas latinoamericanas los trabajadores estatales
cumplieron un papel muy activo. Este sector -agredido por los
invariables recortes presupuestarios que impone el FMI- lidera la
resistencia en Perú y Uruguay y juega un rol significativo en la
revuelta de Santo Domingo. También la huelga general se mantiene
como la forma de acción clásica de la movilización popular y en
cierto casos -como Chile- se insinúa cierta reaparición del
protagonismo obrero. En otros países, la resistencia ha estado
signada por rebeliones campesinas generalizadas (Ecuador),
localizadas (Colombia) o regionales de gran impacto nacional
(Chiapas). La lucha social adquiere, además, connotaciones
explosivas cuándo está imbricada al desarrollo de un conflicto
antiimperialista (Venezuela).
Esta variedad de movimientos (gravitación indígena en zonas andinas,
sustento urbano en el sur) incluye también un novedoso intercambio
de experiencias de lucha entre distintos sectores sociales
oprimidos. Por ejemplo, las organizaciones campesinas y los
trabajadores informales de las ciudades bolivianas han asimilado las
modalidades de resistencia de los mineros. En la Argentina, los
piqueteros argentinos constituyeron un combativo movimiento de
desempleados a partir del aprendizaje acumulado por ex dirigentes
del movimiento sindical.
El desarrollo de la protesta social ha erradicado las ilusiones de
lograr cierto mejoramiento del niveles de vida por medio de las
privatizaciones y la desregulación. Esta maduración antiliberal de
la conciencia popular diferencia a Latinoamérica de otras regiones -
como Europa Oriental- dónde subsisten grandes expectativas en los
eventuales frutos de la 'economía de mercado'. Más significativo aún
es el renacimiento de convicciones antiimperialistas que -diferencia
del grueso del mundo árabe- no adoptan rasgos fundamentalistas de
hostilidad religiosa o étnica. Por eso en las movilizaciones de
Latinoamérica se observa la imagen del Che y no de líderes
confesionales y el enemigo señalado son los bancos y corporaciones
yanquis, pero no el pueblo norteamericano. Esta oleada de
sublevaciones populares en un marco de fracasos económicos ha
provocado una drástica disminución del entusiasmo burgués por el
neoliberalismo.
Los límites del giro antiliberal
El actual resurgimiento de gobiernos que promueven la
'reconstrucción un capitalismo regional autónomo' constituye una
manifestación de la declinación del credo neoliberal. Este nuevo
proyecto es particularmente reivindicado por los regímenes de
centroizquierda (Lula, Kirchner), en oposición a los gobiernos
puramente continuistas (Uribe, Toledo, Lagos). Pero el mismo
programa es también compartido por los presidentes que emergieron de
una explosión social (Mesa, Gutiérrez) y por quiénes protagonizan un
severo choque con el imperialismo (Chávez).
Este giro es propiciado por las mismas clases dominantes que en los
90 abjuraron de cualquier acción 'estatista' o 'intervencionista'.
Este curso formalmente antiliberal confirma que 'las burguesías
nacionales no han desaparecido' en la región. Es cierto que la
asociación con el capital foráneo y el retroceso económico disminuyó
su gravitación y modificó radicalmente su estrategia precedente de
'industrialización sustitutiva' y 'desarrollo hacia adentro'. Pero
las clases capitalistas nacionales subsisten y continúan manejando
los resortes del poder. Quiénes suponen que ese grupo se disolvió
por efecto de la transnacionalización, la absorción imperial o la
carencia de proyectos autónomos olvidan las peculiaridades de la
burguesía nacional. Este grupo dominante en los países periféricos
no logra constituir economías prósperas, ni consigue rivalizar con
las grandes corporaciones. Pero tampoco se diluye dentro de un
bloque común con el imperialismo porque la concurrencia mundial
bloquea esta fusión. Por eso los capitalistas locales preservan
intereses propios y disputan con sus competidores extranjeros.
El renovado programa de capitalismo autónomo regional expresa la
persistencia de estas tensiones, pero no se perfila como un proyecto
viable. El fracaso de la integración regional y especialmente del
Mercorsur es el ejemplo más contundente de esta ausencia de
horizontes. Al cabo de una década, los integrantes de esa asociación
no lograron forjar una moneda común, ni pudieron superar sus
divergencias en materia de aranceles y los subsidios. Como cada
clase dominante local negocia unilateralmente con el FMI cronogramas
de ajustes presupuestarios muy diferenciados se ha tornado más
difícil establecer políticas fiscales, aduaneras o financieras
comunes. La perspectiva del ALCA ejerce, además, una presión
disolvente sobre un mercado exclusivamente sudamericano.
A diferencia del pasado el relanzamiento de un programa de
capitalismo regulado y autóctono no se apoya actualmente en
dictaduras desarrollistas, sino que pretende sostenerse en regímenes
constitucionales. Y en este plano enfrenta también un obstáculo
novedoso: el generalizado desprestigio de las 'democracias
autoritarias'. Al cabo de dos décadas de tremendas frustraciones
populares, la autoridad de estos sistemas se encuentra muy
cuestionada por su función antipopular. Estos regímenes conforman
estructuras semirepresivas, aceitadas con el clientelismo y
sostenidas por aparatos electorales controlados por grupos
dominantes. Todas las decisiones relevantes son adoptadas por la
elite burocrática que administra los estados con el pasivo aval del
Parlamento y la Justicia.
La ilusión de lograr progresos sociales a partir de la consolidación
de estos regímenes ha quedado seriamente afectada desde el momento
que brindaron un marco político a la clase capitalista para
implementar una pavorosa regresión social. El efecto de este proceso
ha sido la pérdida de legitimidad política, que se manifiesta en la
desintegración de partidos tradicionales (Ad y Copei en Venezuela),
la erosión de las viejas instituciones (PRI mexicano, radicalismo
argentino) y el desplome de experimentos caudillescos (Menen,
Fujimori, Collor) o alquimias políticas sostenidas por Estados
Unidos (Toledo, Banzer).
'Posliberalismo antipopular'
Los nuevos gobiernos de centroizquierda que emergen en la región son
hostiles a las reivindicaciones populares y a su conquista a través
de la movilización. Los presidentes de estos regímenes claman contra
el neoliberalismo, pero preservan su herencia reaccionaria
impulsando modelos 'posliberales' que convalidan las contrarreformas
sociales de los 90.
Por su impacto continental el caso de Lula es el ensayo más
importante del progresismo latinoamericano. El ex trabajador
metalúrgico ha recibido desde su asunción una catarata de elogios de
los financistas y empresarios de todo el mundo. Este entusiasmo
obedece no solo a su política económica neoliberal, sino también a
la adopción de reformas reaccionarias como las jubilaciones, que el
PT históricamente rechazó y que los gobiernos anteriores no se
atrevieron a implementar.
Lula cumple la típica función socialdemócrata de aplicar el ajuste
que la derecha no podría instrumentar. La expulsión de los
parlamentarios que se opusieron a la ley previsional también repite
la clásica trayectoria de los líderes reformistas, que se desprenden
de su ala izquierda para brindar 'pruebas de responsabilidad' a sus
mandantes capitalistas. Las justificaciones de esta orientación se
basan en imaginar amenazas fantasmales ('el gobierno resiste la
desestabilización imperialista') y en presentar los atropellos
sociales a los trabajadores como actos de equidad ('se elimina un
privilegio laboral'), omitiendo el completo abandono del programa de
reformas fiscales, sociales, ecológicas y democráticas que postulaba
el PT.
Si el rumbo inicial de Lula constituía un interrogante, su gestión
de gobierno ha despejado cualquier duda. Ensaya la 'tercera vía' en
un país subdesarrollado agobiado por la miseria, instrumentando
políticas no solo alejadas de cualquier proyecto transformador (como
el intentado por Salvador Allende), sino también hostiles a
cualquier confrontación con el imperialismo (como la protagonizada
por Chávez).
Cualquiera sean las expectativas que mantiene la población en este
gobierno resulta indispensable cuestionar sin reservas su evolución,
ya que es imposible construir una alternativa emancipadora
escondiendo la realidad. Lula encabeza un gobierno capitalista que
incluye las 'contradicciones' y los 'conflictos' típicos de
cualquier otro régimen de estas características sociales. Los
atributos que muchos le asignan ('una política exterior
independiente', 'promoción del MERCOSUR') no difieren de los rasgos
que ya presentaron varios gobiernos anteriores.
La política de Lula tiene grandes implicancias para toda
Latinoamérica, porque ofrece justificaciones para la orientación
antipopular que aplican otros gobiernos de centroizquierda. Se suele
afirmar que 'si en Brasil no se puede cambiar el rumbo, el margen
para realizar transformaciones es mucho menor en países más
pequeños'. Es el argumento predilecto que difunde el progresismo en
Argentina o que se utiliza en Ecuador para resignarse frente a un
presidente que abandonó la alianza inicial con el movimiento
campesino e indigenista y aplica todas las exigencias del FMI. Este
tipo de traiciones arrastra un largo historial en América Latina y
presenta rasgos espantosos en el caso de Aristide en Haití. El 'cura
de los pobres' que prometía erradicar la herencia de miseria y
terror que dejó la dictadura se convirtió en un típico tirano
caribeño desde el momento que llegó al poder con el auxilio de los
marines.
Discutir el rumbo actual de los gobiernos centroizquierdistas es
vital frente a la perspectiva de tres nuevas victorias electorales
de la izquierda en los próximos meses. En el Salvador, el Farabundo
Martí ya controla la mitad de los alcaldías y podría acceder a la
presidencia. Pero en ese caso deberá definir que hace frente al
tratado de libre comercio con Estados Unidos. En Uruguay, el
reciente éxito de la izquierda en el referéndum contra la
privatización del petróleo confirma la alta probabilidad de un
triunfo electoral nacional. Pero el país afronta un colapso social
comparable a la Argentina y no podrá superarlo manteniendo los
acuerdos con el FMI que avala la dirección del Frente Amplio. En
Bolivia se vive una explosiva situación que puede llevar al MAS de
Evo Morales al gobierno en cualquier momento. Pero su comportamiento
frente a la insurrección de noviembre pasado no presagia una postura
favorable a la lucha consecuente por las reivindicaciones sociales.
Escenarios y maniobras
La capacidad actual del imperialismo norteamericano para hacer
frente al volcán latinoamericano se ha reducido notablemente en
comparación al período de auge neoliberal. Estas limitaciones se
verifican en primer lugar en el plano militar. Para controlar
directamente los principales recursos naturales de la región,
Estados Unidos necesita reforzar su presencia de tropas. Pero el
pantano de Irak ha creado un serio límite para esta intervención. El
imperialismo no puede abrir nuevos frentes de conflicto, mientras
afronte la perspectiva de un nuevo Vietnam en Medio Oriente. Por eso
los halcones del Departamento de Estado (Noriega, Reich) alientan
una campaña contra las 'amenazas terroristas', pero sin precisar el
blanco específico de sus ataques.
Es probable que el estancamiento de la guerra en Colombia contribuya
a esta indefinición. Uribe ha ensayado sin resultado una escalada
semidictatorial de agresiones, que incluye la legalización de los
paramilitares y la creación compulsiva de un millón de informantes.
Además, fracasó el referéndum que debía legitimar junto a esta
acción militar un ajuste brutal del gasto social y la oposición de
centroizquierda ha conquistado la alcaldía de Bogotá.
El uso de tropas imperialistas en Latinoamérica se encuentra por
otra parte limitado, por la creciente extinción de los presidentes
incondicionalmente alineados con Estados Unidos. Solo algunos
gobiernos centroamericanos acompañaron esta vez a las tropas yanquis
en Irak e incluso los socios privilegiados de México y Chile se
abstuvieron en la ONU de justificar esa invasión. Estados Unidos,
afronta además, tres adversidades para su dominio regional en Cuba,
Venezuela y Bolivia.
Los intentos de Bush de crear una situación explosiva en Cuba
propiciando el secuestro de embarcaciones, entrenado provocadores
desde Miami, reforzando el embargo y alentando la inmigración ilegal
han repetido los papelones de los últimos 40 años. No existen
indicios de mayor penetración social de los agentes del imperialismo
dentro en la isla y los atropellos estadounidenses tampoco han
aislado al régimen del resto de Latinoamérica. Al contrario, han
reforzado la simpatía hacia la revolución y acrecentado la autoridad
continental de Fidel. El contraste que existe entre su valiente
actitud antiimperialista y el humillante comportamiento de los
gobernantes 'lamebotas' es motivo de respeto en toda la región.
En Venezuela el imperialismo sigue conspirando junto a la derecha y
luego del fracaso de dos intentos golpistas busca ahora imponer un
referéndum que expulse a Chávez. Pero cada acción de la embajada
norteamericana refuerza la movilización popular. El liderazgo
nacionalista en estas confrontaciones con el imperialismo tiene
muchos antecedentes en la región (Torrijos, Velazco Alvarado), pero
lo llamativo en Venezuela es el creciente nivel de organización
barrial, sindical y universitario. Si la polarización política y
social del país se asemeja a lo ocurrido en la Argentina en los años
50 (hostilidad burguesa al régimen, fractura entre la clase media y
los trabajadores), el grado de radicalización existente en las
fuerzas armadas tiene muchos parentescos con la revolución
portuguesa de los claveles. Al escalar provocaciones en un país
vital para su abastecimiento petrolero, Estados Unidos juega con
fuego.
Finalmente la caída del Lozada representó otro duro revés para el
imperialismo, que trata a Bolivia como si fuera una simple colonia.
Por eso siguen exigiendo la erradicación militar de la coca y el
remate de las riquezas de gas, sin contemplar los riesgos que
entraña esta presión en la convulsionada situación del país.
En este adverso cuadro político los auxilios que pueden brindarle a
Bush sus principales aliados -a cambio de leyes de inmigración
(México), convenios financieros (Chile) o promesas de inversiones
(Perú)- resultan insuficientes para desactivar la caldera regional.
Por eso el presidente norteamericano trata cordialmente a Kirchner y
elogia a Lula, buscando que ambos gobernantes actúen como
intermediarios en los conflictos ajenos a la influencia de la
diplomática norteamericana. Las prioridades son 'rodear a Chávez' -
para atenuar sus desafíos e inducirlo a la desmovilización popular-
y evitar un 'vacío de poder', que derive en un gobierno popular en
Bolivia. La tregua que los enviados de Kirchner y Lula consiguieron
de Evo Morales cuándo cayó Lozada constituye un precedente de esta
función 'moderadora', que el Departamento de Estado le asigna a los
'gobiernos progresistas del Cono Sur'. Un rol semejante cumplió la
diplomacia latinoamericana cuándo en los 80 debilitó en la mesa de
negociaciones a los sandinistas que estaban ya acorralados por la
agresión de la 'contra'.
Disyuntivas de la izquierda
El fracaso económico y la declinación política e ideológica del
neoliberalismo junto a la continuada presencia de sus modelos en
plena irrupción de sublevaciones populares plantean serios desafíos
para la izquierda. Los dilemas más complejos aparecen cuándo se
deben definir las posturas frente a los nuevos gobiernos de
centroizquierda que giran hacia la derecha pero despiertan
expectativas entre la población. Muchos intelectuales reconocen este
vuelco pero se resignan apenados. Al plantear que 'no existe otra
alternativa' recurren al mismo argumento fatalista que utilizaron
neoliberales en los 90.
Otros destacan que la conciliación con la derecha es el precio a
pagar por el surgimiento de un capitalismo regulado o
latinoamericanista. Pero no explican porqué los socialistas deberían
celebrar la erección de este sistema de explotación y tampoco
aclaran porqué sería factible construir en el siglo XXI lo que no
pudo edificarse durante los últimos 200 años. Esta visión genera
ilusiones sobre un porvenir improbable y conduce a ignorar la
dinámica anticapitalista de la revueltas populares que sacuden a la
región.
Quiénes convalidan el rumbo actual de Lula, Kirchner o Gutiérrez
cierran los ojos frente a la realidad y no juzgan a los gobiernos de
centroizquierda por sus actos concretos, sino por las promesas,
discursos y creencias que difunden. No registran que la opción por
el capitalismo que han adoptado estos regímenes no constituye un
episodio circunstancial, ni fácilmente reversible. Es una elección
que expresa la comunidad de intereses que liga a las burocracias
gobernantes con las clase dominantes.
Otros analistas estiman que las reformas sociales llegarán cuándo se
estabilicen estos gobiernos. Pero la experiencia de las últimas
décadas en Latinoamérica indica todo lo contrario. Al consolidar su
poder estos regímenes refuerzan sus compromisos con la derecha y
abandonan los últimos vestigios de posturas contestatarias. Los
dirigentes del progresismo han perdido hace mucho tiempo la
disposición a confrontar con la resistencia que opondrían los
capitalistas (fugas de capital, boicots y actos de
desestabilización), a cualquier reforma social significativa. Por
eso la izquierda que avala a estos regímenes tiende a convertirse en
una fuerza domesticada y estéril.
Importantes sectores de la izquierda latinoamericana desconocen esta
realidad, porque han adoptado la vieja la estrategia socialdemócrata
de acceder paulatinamente al poder a través de una sucesión de
avances electorales y gestiones municipales exitosas. El shock
creado por la sucesión de retrocesos que siguieron a la caída del
sandinismo condujo a la revitalización de esta política desde los
años 80. Este rumbo les ha impedido registrar las limitaciones que
afrontan estas experiencias de gobierno local. Aunque permitan
ensayar formas de democracia, contribuyan a modificar la correlación
de fuerzas y faciliten el surgimiento de nuevos liderazgos
populares, estas iniciativas no resuelven el viejo dilema de los
socialistas a la hora de optar entre el sostenimiento o la
erradicación del capitalismo. La gestión socialdemócrata conduce al
primer sendero y frustra cualquier rumbo de superación de los
sufrimientos que padecen millones de latinoamericanos.
Quiénes se ubican en el campo de los gobiernos de centroizquierda
dan la espalda a la movilización popular y a toda batalla
consecuente contra el neoliberalismo que abra una perspectiva
anticapitalista. Pero optar por ese segundo rumbo también plantea
agudos problemas, porque obliga a definir una estrategia que no
puede reducirse a contraponer pronunciamientos revolucionarios a la
capitulación de los centroizquierdistas. El desafío es avanzar en la
construcción política de opciones socialistas y no solo
entusiasmarse con magnificas ideas del futuro sin evaluar su grado
de aceptabilidad entre los trabajadores.
Pero apuntalar una alternativa socialista también obliga a reconocer
que ninguna transformación social es factible obviando la conquista
del poder. Se ha puesto de moda rechazar esta evidencia proponiendo
'cambiar el mundo sin tomar el poder'. Pero los promotores de esta
vía no brindan un solo ejemplo de como implementarían este curso.
Dado que los capitalistas jamás renunciarán al manejo de su estado,
no se entiende como podrían los oprimidos resolver sus acuciantes
problemas sin capturar ese poder para transformarlo al servicio de
la mayoría. Quizás los autonomistas esperan crear islotes de
cooperativismo para promover ensayos de igualitarismo antimercantil.
Pero estos experimentos resultarían obviamente insuficientes para
revertir la tragedia de pobreza, desempleo y explotación que soporta
el grueso de la población.
Existen múltiples vías para facilitar el desarrollo de la conciencia
socialista, pero el compromiso con la lucha por las reivindicaciones
sociales es la condición de cualquier construcción política
anticapitalista. Esta acción implica resistir la militarización y la
recolonización, rechazar el ALCA y batallar por la cesación del pago
de la deuda y la ruptura con el FMI. Estas medidas son
indispensables para recomponer los ingresos populares y gestar una
genuina integración regional.
El porvenir latinoamericano depende en gran medida de la capacidad
de la izquierda radical para conformar un proyecto alternativo en el
curso de ciertos desenlaces decisivos. Esta alternativa avanzará si
un rumbo socialista se renueva en Cuba, si la resistencia
antiimperialista socava el poder económico de la derecha venezolana,
si prospera una opción a la dirección del PT brasileño, si se erige
un polo político de la izquierda entre los piqueteros y trabajadores
argentinos y si progresa la revolución en Bolivia. En este escenario
el 'posliberalismo' se emparentará en América Latina con el
resurgimiento del socialismo.
* Claudio Katz es economista argentino, profesor de la UBA,
investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página Web es: www.netforsys.com/claudiokatz El
presente artículo será publicado en francés, en el número 10 (mayo
2004) de la revista Contretemps (Textuel), Paris.
https://www.alainet.org/pt/node/109525
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