El Imperialismo de Bush
07/04/2003
- Opinión
El Occidente siempre tuvo una obsesión persistente: llevar salvación al
mundo. Intentó realizar esa pretensión, primero, por la misión cristiana
y, después, al secularizarse, por la política y por la guerra. Eso
significó imponer, para bien o para mal, los valores y las instituciones
occidentales a todos los pueblos. Ese propósito fundó el imperialismo
occidental (neologismo introducido en 1870 en Gran Bretaña) en sus varias
formas. Trazo característico del imperialismo es no tener límites. Su
lógica lleva a conquistar todo y a todos, el espacio físico, todas las
esferas de la vida, las mentes y los corazones de los pueblos. Y no
contento, invoca el mandato divino como los "destinos manifiestos" y los
"requerimientos".
En nombre de la misión se llevó el terror a todos los Continentes, se
impuso la uniformización de la cultura, se instauró la política occidental
y se implantó la religión cristiana ("dilatar la fé al imperio"). Bush
rescata, en estos días, tanto la vertiente religiosa como la política,
confiriéndole carácter planetario. Religiosamente entiende a los Estados
Unidos como el "segundo pueblo elegido" con la misión de destruir el eje
del mal. Y políticamente quiere salvar el mundo al configurar la
globalización con los valores típicos de la cultura norteamericana, según
él, la mejor y la más racional posible. Imbuido de esta convicción
mesiánica, aparece en público con el pecho inflado, pasos largos, gestos
triunfantes y aires de César glorioso o de rey sol (ordinario).
Ese nuevo imperialismo no se basa más en el territorio sino en los
intereses globales. En nombre de ellos, Bush se reserva el derecho de
intervenir cuando quiera y ahí donde encuentre que esos intereses están
siendo amenazados, como ahora en Iráq, después, tal vez, en Irán, en Corea
del Norte, en Colombia y, no descartemos, en la Amazonía continental. En
su discurso programático a la nación del 17 de septiembre de 2002, Bush
resucitó el poder absolutista e imperial (?lo que cuenta es lo que nosotros
queremos?) y declara la guerra preventiva como instrumento de orden en el
mundo.
Tres valores quiere globalizar Bush: la libertad, la democracia y el libre
comercio. Valores preciosos, pero distorsionados por la versión
capitalista. La libertad es la independencia individual sin vínculo social.
Significa ganar dinero y acumular, a más no poder, sin ningún escrúpulo.
Democracia es la delegativa y formal, solo funciona en la política pero no
en la economía, en la escuela y en la vida, como valor universal. El libre
comercio es libre para los más fuertes que imponen su lógica, de competición
pura sin cooperación alguna. El sueño americano a la Bush es transformar el
Globo en un inmenso mercado común, donde todo se transforma en mercancía, el
capital material (bienes) y el capital simbólico (valores) y donde todo es
racionalmente administrable, también el afecto, la imagen y la muerte.
El imperialismo occidental es nuestra enfermedad, porque continuamos
creyéndonos los mejores. Pero también, a duras penas, creamos un antídoto
que es la autocrítica. Démonos cuenta del mal que hicimos a los pueblos y a
nosotros mismos. Al final, somos una cultura y una religión entre otras.
La cura reside en el diálogo incansable, en la apertura a los otros, en el
intercambio que nos enriquece y nos hace humildes.
Esa guerra irrumpió por el rechazo al diálogo, por la satanización del otro
y por pura arrogancia. Es una tragedia.
La mística de Bush
Hay muchos motivos que promovieron la guerra contra Iraq, el económico
(petróleo), el político (hegemonía planetaria), el ideológico (plasmar la
globalización bajo los moldes norteamericanos) y otras. Uno, me parece,
funciona como hilo de un collar que sustenta a todos. Es la visión mística
del Presidente Bush y de sus más próximos colaboradores. Esta mística
reposa sobre dos fundamentos de la tradición cultural norteamericana: el
destino manifiesto y la religión civil.
El destino manifiesto (Manifest Destiny) fue acuñado en 1845 por el
periodista John O'Sullivan para justificar la anexión de México y el
imperialismo norteamericano. Todavía en 1900 explicaba el senador por
Indiana, Albert Beveridge: "Dios designó al pueblo norteamericano como
nación elegida para dar inicio a la regeneración del mundo". Esa ideología
estuvo siempre viva en la derecha norteamericana y fue saludada muchas veces
por George Bush padre e hijo. Se hace continua referencia a "nuestra
superioridad moral" para justificar las invasiones político-militares por el
mundo.
La religión civil intenta conferir un aura cristiana al destino manifiesto
en la forma de integrismo y fundamentalismo religioso. Los fundamentalistas
toman la Biblia al pie de la letra y la hacen guía para entender la
historia. Así millones de personas, sea viviendo en la periferia, sea en
sus trabajos profesionales hasta en centros de alta tecnología consideran
que estamos en los últimos días de la historia. Estos son marcados por el
enfrentamiento entre el bien y el mal, por guerras devastadoras y por la
actuación del Anticristo. Próximamente se dará la segunda venida de Cristo
que instaurará la era perfecta, preparando su venida definitiva cuando los
fieles serán arrebatados al cielo, recibiendo un cuerpo de gloria.
Emergerá, entonces, un nuevo cielo y una nueva Tierra. Curiosamente el
fundamentalismo hebreo estadounidense ve en la instauración del estado de
Israel parte del proceso de redención del mundo. Reconstruido el templo, el
Mesías vendría, trayendo la redención para todos. Margott Patterson en un
conocido semanario católico, National Catholic Reporter (11/10/02), mostró
la colaboración existente entre estos dos fundamentalismos, cada cual con
sus objetivos, pero unidos en la creencia del fin de la historia (Will
Fundamentalist Christians and Jews ignite Apocalypse?).
Es conocida la religiosidad fundamentalista de Bush y de sus colaboradores
como lo reveló la revista Newsweek en su artículo de portada. Ellos tienen
una profunda convicción de que Dios escogió a los Estados Unidos para salvar
el mundo. Se sienten instrumentos para esa misión divina. Todos los días
Bush se levanta más temprano para leer la Biblia y hacer sus oraciones.
Antes de tomar decisiones, el grupo reza para que Dios los haga cumplir esta
misión de forma determinada.
Ahora podemos juntar los eslabones: Bush se mueve por misión. No necesita
el aval del Consejo de Seguridad. El tiene a Dios. Es imperativo derrumbar
a Saddam Hussein pues él es una de las expresiones del Anticristo. Se
apropia del petróleo de Iraq porque abastece la base material para el
cumplimiento de la misión. La globalización debe ser modelada por los
valores norteamericanos, pues solo éstos son queridos por Dios. Los otros
no construyen el nuevo mundo.
Lo trágico es que Bush está lleno de buena voluntad sin ninguna autocrítica.
Por eso, esta buena voluntad no es buena. Solo produce guerra, "choque y
pavor" y muerte de inocentes.
* Leonardo Boff es teólogo.
https://www.alainet.org/pt/node/109162
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