El significado de Cancún
29/09/2003
- Opinión
El fracaso de la Quinta conferencia ministerial de la Organización Mundial del
Comercio (OMC) en Cancún, México, el pasado domingo 14 de septiembre fue un
acontecimiento de proporciones históricas.
Cancún tiene varias consecuencias de gran importancia.
En primer lugar, este fracaso representó una victoria para los pueblos de todo el
mundo, y no una "oportunidad perdida" de lograr un acuerdo mundial entre el Norte
y el Sur. Doha nunca fue una "ronda de desarrollo". Y lo poco que prometió en
materia de desarrollo ya había sido traicionado mucho antes de Cancún. Ni
siquiera el más optimista de los países en desarrollo llegó a Cancún esperando
concesiones de los grandes países ricos en interés del desarrollo. La mayoría de
los gobiernos de los países en desarrollo llegaron a Cancún con una postura
defensiva. El gran desafío no fue lograr un histórico 'Nuevo Acuerdo' sino evitar
que EE.UU. y la UE impusieran nuevas exigencias sobre los países en desarrollo, a
la vez que evaden las disciplinas multilaterales en sus propios regímenes de
comercio.
En este sentido, no fueron los países en desarrollo quienes provocaron el
fracaso, como sugirió el Representante comercial de EE.UU. Robert Zoellick en su
conferencia de prensa final. Esa responsabilidad recae directamente en EE.UU. y
Europa. Cuando la segunda revisión del proyecto del texto ministerial se difundió
el sábado 13 de septiembre, estaba claro que EE.UU. y la Unión Europea no estaban
dispuestos a hacer ninguna rebaja sustancial en sus altos niveles de subsidio a
la producción agrícola, aun cuando continuaban exigiendo intransigentemente que
los países en desarrollo redujeran sus aranceles. También resultaba claro que la
UE y EE.UU. estaban determinados a ignorar la estipulación de la Declaración de
Doha donde se establece que se requiere el consenso explícito de todos los
estados miembros para comenzar las negociaciones sobre los "temas de Singapur".
O se negocia bajo nuestras condiciones o no hay negociación: ése fue el
significado de la segunda revisión. No resulta sorprendente entonces que los
países en desarrollo no hayan brindado su consenso para un marco de negociaciones
tan perjudicial para sus intereses.
En segundo lugar, la OMC está muy malherida. Dos reuniones ministeriales
fracasadas y una que apenas sobrevivió, la de Doha, no hablan muy bien de la
institución. Para las superpotencias del comercio, la OMC ya no es un
instrumento viable para imponer su voluntad sobre los demás. Para los países en
desarrollo, la OMC no ha significado una protección contra los abusos de las
economías poderosas, y mucho menos ha constituido un mecanismo de desarrollo.
Esto no quiere decir que la OMC ha muerto. Se harán esfuerzos por salvarla de la
ruina, como ya hicieron EE.UU. y la UE en Doha. Pero es muy probable que al
carecer del impulso que genera una reunión ministerial exitosa, la maquinaria
reducirá significativamente su funcionamiento. Zoellick tuvo razón al dudar que
la Ronda de Doha finalizara en su fecha límite de enero de 2005 y el Comisario
Comercial de la Unión Europea, Pascal Lamy simplemente trató de restar
importancia a la situación al afirmar que la OMC había completado el 30% del
programa de Doha.
Aparte de la pérdida de impulso y del deterioro del funcionamiento básico de la
maquinaria de la organización, el proteccionismo creciente de los países ricos,
una economía mundial asolada por el estancamiento a largo plazo y el
desmembramiento de la Alianza Atlántica debido a las diferencias políticas, no
constituyen un clima favorable para que la OMC funcione como mecanismo principal
de la liberalización y la globalización. La OMC puede eventualmente sufrir la
misma suerte que ésta le deparó a la UNCTAD (Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el Comercio y el Desarrollo): sobrevivir, pero ser cada vez más ineficiente
e irrelevante.
Esto plantea otra cuestión: aunque nos alegremos del fracaso de una reunión
ministerial orientada contra los intereses de los países en desarrollo, ¿debemos
saludar el debilitamiento de la OMC? Después de todo, hay quien ha argumentado
que la OMC es un conjunto de reglamentaciones y maquinaria que, con un equilibrio
de fuerzas adecuado, puede ser invocado para proteger los intereses de los países
en desarrollo. Los defensores de esta postura afirman que es mejor convivir con
la OMC que con los acuerdos de comercio bilaterales, que según afirmó el
Representante de Comercio de EE.UU. Robert Zoellick en su conferencia de prensa
final, serían ahora la prioridad de Washington después del fracaso de Cancún.
La verdad es que el planteamiento es una falsa oposición. La OMC no es un
conjunto neutral de reglamentaciones, procedimientos e instituciones que se puede
utilizar en forma defensiva para proteger los intereses de los actores débiles.
Las propias reglas –entre las cuáles las principales son la supremacía del
principio de libre comercio, la cláusula de nación más favorecida y el principio
de trato nacional- son la institucionalización del actual sistema de desigualdad
económica mundial. Las armas con las que eventualmente cuentan los países débiles
son muy pocas y dispersas. El principio de trato especial y diferenciado para
los países en desarrollo goza de un rango muy poco significativo en la OMC. En
realidad, en Cancún, EE.UU. y la UE eliminaron de las negociaciones toda la
agenda referente al trato especial y diferenciado que establecía la Declaración
de Doha. La OMC no es una organización verdaderamente multilateral. Es un
mecanismo para perpetuar el condominio de EE.UU. y la UE sobre la economía
mundial.
En tercer lugar, la sociedad civil mundial fue un actor importante en Cancún.
Desde Seattle, la interacción entre la sociedad civil y los gobiernos en los
temas de comercio se ha intensificado. Las organizaciones no gubernamentales han
ayudado a los gobiernos de los países en desarrollo en los aspectos políticos y
técnicos de las negociaciones. Han movilizado a la opinión pública internacional
contra las posturas retrógradas de los gobiernos de los países ricos, como en el
tema de las patentes de medicamentos y la salud pública. Han emergido como
fuertes coaliciones nacionales que presionan a sus gobiernos para impedir que
sigan haciendo concesiones a los países ricos. Si muchos gobiernos de países en
desarrollo resistieron la presión de EE.UU. y la UE en Cancún fue porque temían
la reacción política de los grupos de la sociedad civil en sus propios países.
Con los movimientos populares marchando por el centro de la ciudad y las ONGs
manifestando cada hora dentro y fuera del centro de convenciones desde la sesión
inaugural en adelante, Cancún se convirtió en un microcosmos de la fuerza de la
dinámica mundial entre los Estados y la sociedad civil. La autoinmolación del
agricultor coreano Lee Kyung Hae en las barricadas policiales fue una advertencia
para todos los que estaban en el centro de convenciones, de que ya no podrían
ignorar la crisis económica de los pequeños agricultores del mundo, y el hecho
fue reconocido por los gobiernos con el minuto de silencio que se realizó en su
memoria. Verdaderamente, el fracaso de la reunión ministerial de Cancún fue otra
confirmación de la observación del New York Times de que la sociedad civil
mundial es la segunda superpotencia del mundo.
En cuarto lugar, el Grupo de los 21 es un acontecimiento nuevo e importante que
podría contribuir a alterar la correlación de fuerzas a nivel mundial. Conducido
por Brasil, India, China y Sudáfrica, esta nueva agrupación abortó la ofensiva de
la UE y EE.UU. para convertir Cancún en otro episodio triste en la historia del
subdesarrollo. El potencial de este grupo fue resaltado por Celso Amorin, el
Ministro de Comercio brasileño, que surgió como su portavoz, al decir que
representaba más de la mitad de la población del mundo y a más de dos tercios de
sus agricultores. Los negociadores de comercio de EE.UU. no se equivocaron al
afirmar que el Grupo de los 21 representa una reanudación de la ofensiva del Sur
por un "nuevo orden económico internacional" inicialmente formulada en la década
de 1970.
Sin embargo, gran parte de esto está todavía por verse, y no se debe sobreestimar
el potencial de este nuevo grupo. Por ahora, es principalmente una alianza cuyo
objetivo central es reducir radicalmente los subsidios de la agricultura del
Norte. Y todavía le falta abordar en forma significativa la necesidad de una
protección amplia para los agricultores más pequeños en los países más pequeños
que centran principalmente su producción en el mercado nacional. Esto es
comprensible, ya que los miembros más destacados del Grupo de los 21 son grandes
agroexportadores, aunque también tienen producción orientada al mercado nacional,
basada en pequeños agricultores.
No obstante, no existe ninguna razón por la cual una agenda positiva de
agricultura sustentable orientada al sector de pequeños agricultores no pueda
incluirse como reivindicación central del grupo. Tampoco hay ninguna razón por la
cual el Grupo no pueda ampliar su mandato para incorporar también un programa
común sobre industria y servicios. Todavía más alentadora es la posibilidad de
que el Grupo de los 21 sirva como motor de la cooperación Sur-Sur, más allá del
comercio en la coordinación de políticas de inversión, flujos de capitales,
políticas industriales, sociales y ambientales. Este tipo de formaciones de
cooperación Sur-Sur centradas en la prioridad del desarrollo por sobre el
comercio y los mercados ofrecen una alternativa, tanto a la OMC como a los
acuerdos bilaterales de libre comercio que buscan imponer ahora los EE.UU. y la
UE.
Al articular su agenda, el Grupo de los 21 encontrará un aliado natural en la
sociedad civil. Con EE.UU. y la UE determinados a defender el statu quo, esta
alianza debe pasar de ser una posibilidad a ser una realidad lo antes
posible. Claro que no será una tarea fácil. Los grupos progresistas de la
sociedad civil pueden sentirse cómodos al negociar con el gobierno brasileño
encabezado por el Partido de los Trabajadores, pero no se sentirán a sus anchas
con el gobierno de la India, que es fundamentalista y neoliberal, ni con el
gobierno chino que es autoritario y neoliberal. Sin embargo, las alianzas se
forjan en la práctica y ningún gobierno debe ser clasificado automáticamente como
imposible de alinear con la causa del desarrollo sustentable orientado hacia los
pueblos.
Para concluir, poco después de la Reunión ministerial de Doha, varias
organizaciones de la sociedad civil afirmaron que la mejor forma de contribuir
con los intereses del mundo en desarrollo sería hacer fracasar la próxima reunión
ministerial en Cancún en vez de intentar convertir la reunión en un foro para
reformar la OMC. A medida que se aproximaba Cancún, la intransigencia de los
países poderosos llevó a punto muerto las discusiones con el Sur en casi todos
los frentes. Al momento de realizarse la reunión de Cancún, ya no se hablaba más
de reforma. Las cosas estaban absolutamente claras. Con EE.UU. y la UE
determinados a imponer sus objetivos, que no hubiera acuerdo era mejor
alternativa que un mal acuerdo, una reunión ministerial fracasada mejor que una
reunión exitosa que sirviera solamente para clavar un nuevo clavo en el ataúd de
las aspiraciones de desarrollo de los países empobrecidos.
Después de Cancún, el desafío de la sociedad civil mundial es redoblar sus
esfuerzos para desmantelar las estructuras de desigualdad y presionar para lograr
acuerdos alternativos de cooperación económica mundial que permitan favorecer
verdaderamente los intereses de los pobres, los marginados y los desempoderados.
* Walden Bello es profesor de sociología y administración pública de la Universidad
de Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South, un grupo de
investigación y acción con sede en Bangkok.
Enfoque sobre comercio no. 93
Septiembre de 2003
Focus on the Global South (FOCUS)
Septiembre de 2003
Focus on the Global South (FOCUS)
https://www.alainet.org/pt/node/108478
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