La discriminación mata
24/09/2003
- Opinión
La ambigüedad moral permite a ciertas personas adoptar una moral de intención
desvinculada de la práctica moral. Alguien es considerado 'bueno' y 'justo' no
por vivir de hecho al margen de la injusticia sino por declarar, con la
pulcritud de sus palabras, estar dotado de 'buenas intenciones'. Esa moral
alimenta la flagrante contradicción entre la esfera subjetiva y la objetiva.
Una cosa es aquello que la persona piensa; otra cosa es lo que hace. Lo que
dice no corresponde objetivamente al modo como vive.
La 'caridad' emanada de esa ambigüedad moral pertenece sobre todo a la esfera
de los sentimientos. Es un 'querer bien' a los otros que no tiene nada que ver
con las estructuras y las relaciones sociales marcadas por la iniquidad. Una
'caridad' pulcramente educada, socialmente conveniente, farisaicamente
encubridora de un egoísmo feroz. No se hace nada más allá del estrecho
círculo de las relaciones interpersonales.
Aquel que 'quiere bien' al otro se interesa por él, pues no se siente
desafiado o amenazado. Cuando amar al prójimo empieza a exigir, de hecho,
amarse menos a sí mismo y arriesgarse por el otro, entonces se encuentra
pronto una manera de justificar esa misma postura de omisión que tuvieron el
sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37).
La falta de amor engendra discriminación. Y cuanto más la sociedad margina a
uno de sus miembros, más tiende a agravar el estado en que él se encuentra. No
basta con que los supuestos de una moral 'sicológica' absuelvan sus pecados.
En ese caso el pecado es del grupo que rechaza a cierto tipo de persona,
dejando de amarla como enseña el más elemental de los mandamientos
cristianos. O sea, sin tocar las causas estructurales que provocan esa
situación, ni intentar modificarlas.
Ese pecado incluso puede llevar a la persona a la muerte. Sea a la muerte
encerrada en una vida desprovista de confianza en sí, de creatividad, de
alegría, del coraje de amar, de apertura al prójimo; sea a la muerte física,
provocada por las mismas condiciones de marginalidad a que la persona fue
condenada a vivir.
Basándose en las investigaciones de W.B. Cannon, el antropólogo Claude Lévi-
Strauss mostró cómo la magia de un hechicero es capaz de llevar a la muerte a
uno de los miembros de la tribu: "Un individuo, consciente de ser objeto de un
maleficio, es íntimamente persuadido, por las más solemnes tradiciones de su
grupo, de que está condenado; parientes y amigos comparten esa certeza. A
partir de ahí la comunidad se retrae: se aparta del maldito, se conduce
respecto a él como si fuese, no sólo un muerto, sino como fuente de peligro
para sus allegados; en cada ocasión y en toda su actuación el cuerpo social
sugiere la muerte de la víctima infeliz, que no intenta siquiera escapar de lo
que considera como su destino fatal. Después se celebran por él ritos sagrados
que lo conducirán al reino de las sombras.
"El hechizado cede a la acción combinada del intenso terror que experimenta,
de la retirada súbita y total de los múltiples sistemas de referencia
producidos por la connivencia del grupo, y en fin, a su inversión decisiva
que, de vivo, sujeto de derechos y obligaciones, lo proclama muerto, objeto de
temores, de ritos y prohibiciones. La integridad física no resiste a la
disolución de la personalidad social".
Cannon mostró que el miedo, igual que la cólera, va acompañado de una
actividad particularmente intensa del sistema nervioso simpático. Esa
actividad normalmente es útil, causando modificaciones orgánicas que
posibilitan al individuo adaptarse a una situación nueva; pero si el individuo
no dispone de ninguna respuesta instintiva o adquirida para una situación
extraordinaria, o que él considera como tal, la actividad del simpático se
amplía y se desorganiza, y puede, en algunos casos, determinar una disminución
del volumen sanguíneo y una bajada de presión concomitante, dando como
resultado desgastes irreparables para los órganos de circulación. El rechazo
de alimentos y de bebidas, frecuente en los enfermos presos de una angustia
profunda, precipita esa evolución, la deshidratación actúa como estimulante
del simpático y la disminución del volumen sanguíneo es aumentada por la
permeabilidad creciente de los vasos capilares. Y el discriminado muere.
* Frei Betto es autor, junto con Paulo Freire y Ricardo Kotscho, de "Esa escuela
llamada Vida".
Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/pt/node/108463
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