La locura, cuando se da en un político, se convierte en caso de salud pública. Es lo que sucede con Turkmenbashi, presidente de Turkmenistán, pequeño país asiático, vecino de Afganistán. Liquidada la Unión Soviética en 1991, Turkmenbashi, que era el principal dirigente del Partido Comunista de Turkmenistán, se apegó al poder y pasó a entonar el "de aquí no salgo, de aquí no me sacan". Desde entonces él ha sido reelegido sucesivamente, ¡nunca con menos del 99 % de los votos! Su retrato aparece en envases de té y de vodka, en el dinero y como fondo de la televisión estatal. Ahora él ha decretado que el mes de enero pase a tener su nombre; abril el de su madre; setiembre el de su libro preferido. Decidió también que son considerados adolescentes todos los menores de 25 años, y prohibió, en nombre de las buenas costumbres, el ballet, la ópera y el circo. A pesar de todo ello los Estados Unidos no han incluido a Turkmenbashi en el "eje del mal", como Bush denomina a los países que no se doblegan a los caprichos de la Casa Blanca. El susodicho dictador permitió que su país sirviera de base para las tropas que atacaron Afganistán. La demencia, en política, es peligrosa. Y los brasileños sabemos de ello por experiencia. En 1961 fue echado del poder un presidente de la República que tenía la manía de la limpieza y había prohibido el uso del bikini y las peleas de gallos. Años después le tocó el turno de ser derribado a otro que confiscó los ahorros de la población y mandó a la Policía Federal a invadir la redacción de un diario que le criticó. En vísperas de una nueva elección presidencial, debemos votar bien, evitando el riesgo de colocar en el poder a un candidato que actúa más por la emoción que por la razón y piensa que la deuda pública puede ser solucionada meditante métodos terapéuticos, como el "alargamiento". Brasil no merece otra aventura presidencial como la de Jânio Quadros o Fernando Collor de Mello.