La renuncia del Papa
19/08/2002
- Opinión
Mucho se habló acerca de la posible renuncia del Papa con motivo de su
reciente viaje a Polonia... No sería una sorpresa si Juan Pablo II
renunciara, considerando su debilitado estado de salud, a ejemplo de lo
que recomienda a los demás prelados. Si él mismo hubiese sido arzobispo
de Cracovia, ya lo hubiera hecho, pues todos los prelados deben renunciar
a los 75 años, y él tiene 82.
Basta un sencillo paseo por Brasilia para ver cómo encanta el poder, cómo
envuelve, cómo seduce, pues reduce la distancia entre lo deseable y lo
posible. Puede ser ejercido como irradiación impositiva de la propia
vanidad o como servicio liberador. No sólo el poder religioso, sino
también aquella parcela de poder concedida a un gobernador, a un jefe de
sección, a un profesor o a un policía.
Algunas personas se transforman cuando ocupan una función que les permite
decidir sobre vidas ajenas. Se vuelven autoritarias, irascibles,
presuntuosas, aunque las sonrisas melifluas traten de encubrir corazones
ambiciosos. "Nada es bastante para quien considera poco lo suficiente",
decía Epicuro ya hace 24 siglos. Por lo cual, temen la pérdida del cargo,
de la función o del mandato como amenaza a su propia vida. El
expresidente Vargas prefirió el suicidio a verse reducido a simple
ciudadano. A otros políticos, coleccionadores de contiendas electorales,
sólo les falta que llenen la ficha del hotel con esta profesión:
"candidato".
En el Evangelio Jesús hace una clara distinción en cuanto al carácter del
poder: "Los reyes de las naciones se portan como dueños de ellas y, en el
momento en que las oprimen, se hacen llamar bienhechores. Ustedes no
deben ser así. Al contrario, el más importante entre ustedes se portará
como si fuera el último, y el que manda como el que sirve" (Lucas 22, 24-
26).
La Biblia no pide que el Papa sea vitalicio. Se trata de una tradición en
la vida de la Iglesia católica. En 2000 años de historia hay un caso
clásico de renuncia papal: Celestino V. Muerto Nicolás IV en 1292, los
cardenales italianos y franceses convirtieron el consistorio en arena de
disputas por el poder, movidos más por intereses políticos que por las
luces del Espíritu Santo. Tras dos años y tres meses de impasse en la
elección del nuevo Papa, Pedro Morrone, eremita italiano, desde su cueva
en las montañas envió una carta al consistorio instando a no abusar de la
paciencia divina. Los cardenales vieron en la carta una señal del
Espíritu y decidieron hacer del monje el nuevo jefe de la Iglesia. Pedro
Morrone no quería abandonar su vida de pobreza y de silencio, pero los
prelados le convencieron de que el consenso en torno a su nombre sacaría
del impasse a la Iglesia.
Con el nombre de Celestino V quedó convertido en Papa en agosto de 1294.
Menos de cuatro meses después, la politiquería vaticana le llevó al
límite de su resistencia. Y por primera vez se hizo la pregunta
prohibida: ¿puede renunciar el Papa? El colegio cardenalicio no se opuso
y, en una bula histórica, Morrone se justificó alegando que dejaba el
trono de Pedro para salvar su salud física y espiritual. Y el 13 de
diciembre del mismo año regresó a la soledad contemplativa en las
montañas . Veinte años después fue canonizado, exaltado como ejemplo de
santidad. El 19 de mayo la Iglesia celebra la fiesta de san Pedro
Celestino.
Conociendo mis flaquezas, tengo miedo del poder. A ejemplo de mi padre, a
lo largo de la vida he evitado cargos, funciones, elecciones e incluso el
mismo sacerdocio. Sin él, quedo impedido de hacer carrera en la Iglesia.
Evito incluso el fugaz y resplandeciente poder que la televisión concede
a quienes se prestan a ver su imagen multiplicada por el ojo electrónico.
Pero conozco la importancia de la televisión e insisto con las personas
que aprecio para que hagan uso de la misma.
Apuesto por que un día el poder, sobre todo el político, esté en manos de
quien, a ejemplo de Jesús, vino para servir a los pobres y no para ser
exaltado por los hartos. Cada uno de nosotros debiera conocer el tamaño
de sus límites y lo ridículo de sus pretensiones.
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