La llegada de los escaparates (o vitrinas)
10/08/2003
- Opinión
No son las diferencias naturales y culturales las que, en
América Latina, constituyen la base del sistema de
dominación, sino la riqueza que asegura el tener acceso a
armas más poderosas. Quien tiene más fuerza, tiene más razón;
quien dispone de más poder está revestido de más autoridad.
¿No fue la razón cínica que le permitió a los EE.UU. anexar,
entre 1836 y 1848, vastas extensiones de México, como Texas y
California, y todo un país como Puerto Rico (1898)?
La utopía que la dominación neocolonialista diseminó por el
continente es la del american way of life (estilo de vida
americano), fabricada en los estudios de Hollywood. Pero
¿cómo soñar en marco tan estrecho? ¿Cómo subir tantos
peldaños si nos faltan piernas y manos? ¿Es prohibido soñar
con un mundo en que no haya opresores y oprimidos y en el que
las diferencias sexuales, raciales, étnicas y religiosas no
establezcan desigualdades entre las personas? Platón, Tomás
Moro, Campanella y Marx, cada uno a su modo, soñaron con ese
mundo utópico.
Pero su viabilidad histórica surgió en el siglo 19 con el
socialismo, cuyas propuestas llegaron a América Latina a
comienzos del siglo 20. Aquí las ideas socialistas fueron
difundidas por la militancia de anarquistas y comunistas. Sin
embargo, no eran las doctrinas políticas y los recetarios
ideológicos los que resonaban en el corazón sediento de ese
pueblo que busca aliento en Nuestra Señora, sea la de
Guadalupe, la Aparecida, la de los Ángeles o la de la Caridad
del Cobre; llámenla Patrona, Purísima, Inmaculada o Madre de
Dios. Sólo las fuerzas políticas que supieron incorporar los
sentimientos religiosos del pueblo a sus propuestas
libertarias lograron hacer revoluciones en América Latina:
México (1912), Cuba (1959) y Nicaragua (1979).
Dicen que hemos llegado al ´fin de la historia'. La única
opción que queda es entre capitalismo y capitalismo. Nos
matan nuestros sueños, apenas se percatan de que no son
abstractos ni se sitúan en la punta del tiempo. Son concretos
y palpables, se sitúan en nuestro espacio y cuestan dinero.
Sólo ellos deben ser objetos de nuestro deseo: un par de
zapatos, una bicicleta, un carro nuevo, una casa de campo,
vacaciones en el extranjero y dinero en el banco.
El fin de la historia coincide con la llegada de los
escaparates. Las catedrales góticas quedan ahora a la sombra
de los centros comerciales. Hoy el sueño ya no necesita ser
conquistado ni exige heroísmo. Quizás un poco de sacrificio
para ser comprado. Y la ascética económica, con la promesa de
glorias futuras, es especialidad del FMI.
El sueño no depende de principios sino de intereses. No nos
exige dignificar la función que ocupamos; al contrario, somos
considerados por la marca que llevamos. Salen los ideales,
entra el mercado. Y en medio de tanta competitividad queda
bien hablar de solidaridad, igual que conviene echar loas a
la democracia para que la mayoría no desconfíe de que se
encuentra excluida de las decisiones y de las realizaciones
del poder.
Traducción de José Luis Burguet.
https://www.alainet.org/pt/node/108101
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