Estamos en plena crisis de la racionalidad moderna. Cayó el muro de Berlín, se evaporaron las utopías, los paradigmas se atascaron y la esperanza exige hoy la linterna de Diógenes. Nieva en nuestros corazones y en nuestras mentes. ¿Se trata de la victoria de la economía de mercado? El fracaso es el del capitalismo implantado, hace al menos un siglo, en África y en América Latina. El único país de nuestro continente que logró asegurar condiciones mínimas de vida para la totalidad de su población fue Cuba. Gracias al socialismo. Y si en Cuba las cosas no han ido mejor no es porque Fidel Castro se niega a escuchar a los patronos de las dictaduras que insisten en darle lecciones de democracia, sino debido al bloqueo impuesto por el gobierno de los Estados Unidos y a la desintegración de la Unión Soviética. Hay una doble consideración en la actual ola de misticismo. Por una parte la idolatría del capital y del mercado. Puesto que no se puede cambiar el mundo, el negocio es ganar dinero y si es posible cambiar uno mismo: un nuevo peinado, una cirugía plástica, un tatuaje… Y para muchos, lo fácil es sumergirse en el misterio, sea por la vía de los aditivos químicos, como las drogas, sea por la vía de los modismos religiosos y esotéricos. Al contrario de las tendencias esotéricas, volteadas en general hacia el propio ombligo, el cristianismo hace del otro una referencia divina. Y proclama el amor como experiencia de Dios. En esa línea resurge la esperanza: Dios servido y contemplado allí donde Jesús se identifica al reconocer: "Tuve hambre y me diste de comer" (Mateo 25, 35- 41): en los niños y niñas de la calle, en los desempleados, en los jubilados, en los enfermos, en los oprimidos. El amor como desafío místico y político. Y la oración como estímulo de la acción. En fin, todos andamos en busca de un sentido más profundo para esta breve existencia. * Frei Betto es autor de "La Obra del Artista", entre otras. Traducción de José Luis Burguet.