Lo que no se recupera

15/02/2003
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Hay cuatro cosas que no se recuperan: la piedra, después de tirada; la palabra, después de dicha; la ocasión, después de perdida; y el tiempo, después de pasado. La piedra es la fiera adormecida en cada uno de nosotros, el ímpetu agresivo, la saña asesina, el dolor que no se aplaca, la herida abierta, el orgullo pisoteado, el resentimiento aflorado, el odio incontenido, la rabia acumulada, la emoción abierta. La piedra en medio del camino, como señaló el poeta. Piedra en la que tropezamos y, humillados, nos arreglamos para trasvasar a otros nuestros propios errores. Por eso Jesús, en su sabiduría, desafió a los que acusaban a la mujer adúltera a que tiraran la primera piedra. Todos bajaron las manos y la cara, y uno a uno fueron alejándose, avergonzados. Sus pecados no eran menores que los de ella. La palabra es la esencia de lo humano ante el silencio del Universo. Las estrellas, el mar, las flores y los pájaros tienen el mismo lenguaje, sin ofender nunca. Nosotros, seres humanos, hacemos de la palabra arte o agresión, ternura o injuria, poesía o acidez. Y pocas veces actuamos como aquella indígena aymara que, a la orilla del lago Titicaca, en la frontera de Perú con Bolivia, pasó quince minutos reflexionado antes de responder a la pregunta que yo le hice. Fue la palabra la que creó el mundo y se hizo carne. Es la palabra mala la que destruye la creación y promueve guerras, siembra discordia, se asemeja a la muerte. "Prepara tu palabra y lava tu lengua antes de pronunciar tu dicho", me dijo el señor Canuto, campesino de Cordisburgo, la tierra que engendró a Guimarães Rocha, quien recreó la palabra. La ocasión es el caballo ensillado que pasa frente a nosotros. O se lo monta o se pierde. Pero también es ella quien hace al ladrón, sobre todo cuando no se tienen principios éticos, carácter, refinamiento espiritual, coherencia de vida. Esos abrazan la ocasión equivocada y mueren de vergüenza cuando se vuelve pública. La ocasión exige atención, criterio, discernimiento, coraje. Sin osadía no se abraza una oportunidad, una causa, un ideal, la utopía. Dejan escapar la buena ocasión los pusilánimes, los inseguros, los que prestan más oído a la boca ajena que a la voz del corazón. La materia prima de la Biblia es el tiempo, ladrillo de la historicidad. Yahvé no es un dios cualquiera. Es el Dios de un determinado transcurso en el tiempo: es el Dios "de Abraham, de Isaac y de Jacob". Al contrario de los otros dioses, que en su omnipotencia hubieran creado el mundo de modo instantáneo (dioses-café soluble), Yahvé lo creó a plazos, en siete días. Eso tiene sentido si consideramos que lo contrario del tiempo no es la eternidad sino el amor. Al irrumpir en el tiempo histórico como presencia viva de Dios-Amor, Jesús nos convocó a esperar nada más. "Se acabó el tiempo" (Marcos 1,15), como quien proclama: "Ya no hay que aguardar. Sólo queda amar". Y "si el amor hace pasar el tiempo y el tiempo hace pasar el amor", como dice el proverbio italiano, nada más irreconciliable con el tiempo que el amor. Bien lo saben los amantes, a quienes les gustaría parar en el infinito la manecilla de sus relojes. Sin embargo la modernidad nos vuelve esclavos del tiempo, al contrario de los antiguos y de los indígenas aldeanos, que son dueños del tiempo. Basta con observar cómo portamos en la muñeca la cadena del tiempo, dividido en horas, minutos y segundos. De ese modo ya no nos damos tiempo, ni tenemos tiempo para meditar, conversar, amar, divertirnos. Es como si fuésemos náufragos perdidos en altamar, luchando a brazo partido por sobrevivir en las olas avasalladoras del tiempo que amenaza con ahogarnos. Merece la pena recordar el sabio poema de fray Antonio das Chagas (1831- 18820): "Dios pide cuenta estricta de mi tiempo / y yo voy de mi tiempo a darle cuenta, / pero ¿cómo dar, sin tiempo, tanta cuenta, / yo que gasté, sin cuenta, tanto tiempo? / Para tener mi cuenta hecha a tiempo / el tiempo me fue dado y no hice cuenta, / no quise, sobrando tiempo, hacer cuenta, / hoy quiero hacer cuenta y no hay tiempo. / Oh tú que gastas tiempo sin llevar cuenta, / no gastes tu tiempo en pasatiempos. / Cuida, mientras hay tiempo, de tu cuenta, / pues aquellos que sin cuenta gastan el tiempo, / cuando llegue el tiempo de dar cuentas / llorarán, como yo, y no habrá tiempo". (Traducción de José Luis Burguet)
https://www.alainet.org/pt/node/106974
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