América Latina después del 11 de septiembre

El macartismo planetario

08/07/2002
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Desde hace tres décadas, sostiene el autor, Estados Unidos ha entrado en un proceso de decadencia económica, política y social. La única supremacía aún incontestada que le queda es la militar. Puesto que el vecino país del norte está perdiendo la guerra económica frente a Europa y Japón, ha decidido afianzar su control económico sobre América Latina, concebida ahora como su espacio de dominación en términos de expansión de sus mercados, de inversión de sus capitales y de suministro seguro de materias primas para su economía. En este contexto, Estados Unidos ha acelerado el paso al proyecto del Area de Libre Comercio de las Américas y ha inyectado más recursos al Plan Colombia. A VARIOS MESES del trágico suceso del pasado 11 de septiembre, resulta claro que uno de sus efectos principales ha sido el de provocar un cambio profundo en cuanto al diseño global que Estados Unidos intenta imprimirle al sistema del equilibrio general de la geopolítica mundial. Pues con su impacto profundo, ese 11 de septiembre ha generado la acentuación de la alternativa militarista y macartista que, desde hace varios lustros, venía siendo impulsada con distinto éxito por ciertos grupos económicos estadounidenses ligados a los intereses de su propio complejo industrial-militar. Desde hace tres décadas, Estados Unidos ha entrado en la fase de decadencia de su rol como potencia hegemónica del capitalismo mundial, siendo cada vez más superada en la guerra económica por Japón y Europa Occidental. Y en estas circunstancias de repliegue económico, la única supremacía aún incontestada que le queda a Estados Unidos es su liderazgo como primera potencia militar del planeta, lo que explica que algunos sectores conservadores de sus clases dominantes hayan tratado de compensar este irrefrenable proceso de decadencia económica, política y social, con la ostentación amenazante de este liderazgo militar en todo el mundo. Pero dado que ese complejo industrial militar no es toda la economía de Estados Unidos, su éxito ha sido muy diverso, imponiéndose en los gobiernos de Reagan, Bush padre y Bush hijo, para replegarse bajo los gobiernos de Carter o de Clinton, por ejemplo. El 11 de septiembre ha venido a otorgarle a dicha opción guerrerista un efímero contexto particularmente propicio para su despliegue. Asistimos a una clara contraofensiva macartista planetaria, encaminada a reconstruir todo el equilibrio de fuerzas de la geopolítica mundial en beneficio de ese complejo industrial militar norteamericano. Proyecto macartista global que explica tanto la injusta masacre de las poblaciones afganas o la intensificación terrible del conflicto árabe- israelí, como la posible intervención militar en Irak o el hostigamiento a los países del supuesto "eje del mal". Pero también los fenómenos recientes en Latinoamérica, desde la dura crisis de la economía argentina o las agresiones injustas de Estados Unidos y México contra Cuba, hasta el golpe de Estado en Venezuela, el fin de las pláticas de paz en Colombia o la parálisis consciente del gobierno mexicano frente a Chiapas. Contraofensiva macartista que se despliega de manera desigual a lo largo y ancho del mundo. Porque en el Lejano Oriente, Estados Unidos no puede intervenir demasiado, ya que esta zona está hoy controlada por Japón, uno de sus rivales económicos. Entonces, a pesar del temor que le inspira el papel cada vez mayor de China, Estados Unidos se limita aquí a amenazar a futuro, hostilizando a Corea del Norte y apoyando de modo incondicional a Taiwán. Tampoco parece factible una intervención más activa en Europa o Rusia, luego de la abierta intervención en Kosovo, y en virtud de que Europa es el segundo gran rival económico de Estados Unidos, mientras que Rusia aún posee el segundo mayor arsenal militar. Ahí, la presencia norteamericana, sólo abarca las presiones constantes por revitalizar a la OTAN -es decir, mantener el dominio sobre los ejércitos de Europa Occidental-, y el apoyo incondicional de Inglaterra. Africa tampoco parece interesarle mucho a Estados Unidos, dada su enorme pobreza, y el hecho de que décadas de guerras parecen haberla dejado prácticamente exhausta. Frente a estas vastas zonas de intervención acotada Estados Unidos ha decidido concentrar hoy esos esfuerzos macartistas en dos zonas de intervención activa y permanente: en primer lugar la zona del Cercano y Medio Oriente, y en segunda instancia en América Latina. La primera zona constituye un espacio vital para la declinante economía norteamericana en razón de su enorme riqueza petrolera. Lo que explica que Estados Unidos haya masacrado a Afganistán, azuzado y apoyado a Israel contra Palestina, atizado el conflicto entre Pakistán e India y amenazado con una nueva intervención en Irak. Rompiendo los frágiles equilibrios que existían antes ahí, Estados Unidos ha configurado al Medio y Cercano Oriente como su primera zona de intervención activa, creando a mediano plazo una bomba de tiempo de enormes proporciones, cuya magnitud se manifiesta ya de un modo terrible en los recientes sucesos del conflicto árabe-israelí. América Latina en la geopolítica actual La segunda zona de intervención inmediata y activa de Estados Unidos es América Latina. Aquí, después del 11 de septiembre, se ha comenzado a desplegar una ofensiva para rearticular la subordinación de América Latina; lo que explica que Estados Unidos ha acelerado su impulso al proyecto del Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que debe crear el nuevo mecanismo económico para la regulación y control, por parte de Estados Unidos, de América Latina. Puesto que Estados Unidos está perdiendo la guerra económica frente a Europa y Japón, ha decidido afianzar su control económico sobre América Latina, concebida ahora como su espacio de dominación incontestada en términos de expansión de sus mercados, de inversión de sus capitales, y de suministro seguro de materias primas para su economía. El ALCA representa la creación de ese espacio en donde habrán de venderse, en gran escala y en todos los mercados latinoamericanos, la creciente masa de mercancías que ya no encuentra salida, ni en el mercado interno norteamericano, ni en sus antiguos mercados europeos y asiáticos, dominados hoy por sus grandes rivales. Lo que, sin embargo, ignora el hecho de que las posibilidades de absorción de esas mercancías dentro de estos mercados latinoamericanos están limitadas por la pobreza y polarización crecientes de nuestras economías, y por la estrechez relativa y la fragilidad permanente de nuestros mercados internos. Lo mismo sucede con el flujo de capital excedente norteamericano, que al verse desplazado por el capital japonés o europeo de sus anteriores destinos en Asia, Rusia y Europa, comienza a dirigirse de nuevo hacia América Latina, en donde exige ciertas condiciones de seguridad, rentabilidad y ausencia de conflicto social, que son justamente parte de las regulaciones y acuerdos del ALCA. En tercer lugar, el ALCA pretende redefinir los términos de lo que deben ser en el futuro las actividades económicas prioritarias de América Latina, concebidas en función de los intereses norteamericanos. Pues si Estados Unidos nos invade con sus capitales, para crear inmensos corredores de industrias maquiladoras en toda América Latina, y si su industria es la que alimenta masivamente a nuestros mercados de bienes intermedios y finales, entonces es previsible una retracción de nuestras plantas industriales en toda América Latina, junto a una promoción al primer plano, de nuestras agroindustrias y ramas productoras de materias primas. Así, nuestra tarea será la de seguir produciendo materias primas baratas para la economía norteamericana, como lo hemos hecho durante 500 años para los sucesivos centros hegemónicos del capitalismo mundial. Por último, este ALCA también pretende regular los cada vez mayores flujos de fuerza de trabajo latinoamericana que migran hacia Estados Unidos. Se trata de imponer cantidades, tiempos, condiciones y modalidades a ese flujo migratorio que hoy se da de manera creciente, para adecuarlo a las exigencias del asimétrico y desigual mercado de trabajo norteamericano. Regulación que dada la creciente polarización y pobreza de América Latina, difícilmente podrá tener éxito. Es sobre este telón de fondo económico de la imposición unilateral del ALCA a América Latina, que se explican varios de los sucesos recientes de nuestra historia latinoamericana. La imposición en América Latina A esta luz, la crisis argentina se revela también como el intento norteamericano de sabotear las posibilidades futuras del MERCOMUN de América del Sur -proyecto alternativo y opuesto al ALCA-, demostrando a la par el poder incrementado y las nuevas funciones intervencionistas que le están siendo asignadas al FMI y al Banco Mundial. Estos organismos financieros, junto con Estados Unidos, han dejado avanzar y hasta promovido la actual quiebra de la economía argentina, en una tendencia que asesta un golpe durísimo al MERCOMUN de América del Sur y depura en cierta medida a esa economía de la presencia de capitales europeos, preparando su sometimiento total a las expoliadoras condiciones que el FMI quiera imponerle. Porque el lugar que ahora abandonan los capitales españoles o canadienses en Argentina, será mañana ocupado por los capitales de Estados Unidos o por los préstamos del FMI. Al mismo tiempo, la dramática situación de la economía argentina, que desde finales del 2001 se ha hecho evidente, es utilizada por Estados Unidos como demostración del enorme poder que tendrá en el futuro el FMI, el que ahora se da el lujo de regatear el otorgamiento de los 15 mil millones de dólares que necesita con urgencia Argentina, para relanzar inicialmente su economía. Y mientras a Argentina se le regatean hoy 15 mil millones de dólares, dejándola hundirse e imponiéndole durísimas condiciones, a México le fueron otorgados, hace pocos años, 50 mil millones de dólares para paliar una crisis de la economía que habría podido llevar a México a un escenario similar al que hoy vive Argentina. ¿Por qué se salvó a México y se deja caer a Argentina? Porque México, a cambio de esos 50 mil millones de dólares ha empeñado todo su petróleo a Estados Unidos, lo que Argentina no puede hacer. Y México tiene una frontera de 3 mil kilómetros con Estados Unidos, que se volvería inexistente frente a una crisis similar a la argentina, desencadenando un flujo migratorio de México a Estados Unidos de proporciones incalculables. También, porque esa crisis mexicana se presentó antes del rediseño macartista, belicoso y prepotente que hoy caracteriza al intervencionismo norteamericano en el mundo. El FMI y Estados Unidos están usando a Argentina como ejemplo del riesgo que corren los países latinoamericanos que no se sometan a sus dictados. Y están también las presiones que Estados Unidos ejerce sobre Brasil, país que se ha opuesto más abiertamente al ALCA, insistiendo en negociar con más detalle y punto por punto sus distintos rubros, reglas e implicaciones. Brasil es la economía más grande, importante y avanzada de Latinoamérica y sería la más afectada por la imposición unilateral del ALCA, que pondría en jaque a toda su planta industrial, desmantelaría ramas económicas hoy rentables, incrementaría masivamente el desempleo y amenazaría con acelerar más la desigualdad económica. La voluntad norteamericana de acentuar el dominio económico y geopolítico sobre América Latina es también la que lo ha llevado a presionar al gobierno colombiano para romper las pláticas de paz con la guerrilla, amenazando con una futura intervención militar estadounidense. Inyectando así más recursos al Plan Colombia, lo que Estados Unidos pretende es aumentar su control y supervisión del hiperlucrativo negocio del narcotráfico colombiano, a la par que reconquista el sur de Colombia, puerta de entrada al Amazonas y zona de una riqueza biótica extraordinaria, codiciada por las industrias farmacéuticas norteamericanas. Reimposición hegemónica en Colombia, que se fortalece con el futuro gobierno del derechista Alvaro Uribe, presidente recién electo. Lógica de reordenamiento geopolítico de América Latina, que subyace también al fallido reciente golpe de Estado en Venezuela. Golpe que se explica como respuesta al suministro venezolano de petróleo a Cuba y a los trabajos de cabildeo de Hugo Chávez entre los países productores de petróleo del Tercer Mundo, encaminados a revalorar el precio de ese petróleo en el mercado mundial. Pero también a sus intentos mediadores en Colombia y a su retórica política, demasiado "independiente" para los criterios de los grupos militaristas hoy dominantes en la Casa Blanca. Y a pesar del carácter contradictorio de ciertas posiciones de Chávez, y de ciertos rasgos suyos muy autoritarios, no hay duda de que ha sido el importante respaldo popular del que aún goza, el que ha revertido y anulado ese golpe de Estado, montado con el beneplácito de Estados Unidos. Este mismo intervencionismo norteamericano es el que lo ha llevado a lanzar la reciente ofensiva múltiple contra Cuba, que abarca desde las acusaciones de bioterrorismo hasta las ofensas abiertas del gobierno de México a Fidel Castro, pasando por la demanda de "reformas internas" de Bush Jr. al gobierno cubano, y por la extraña provocación que representa la ubicación de presos talibanes en Guantánamo. Y en todo este proyecto de reordenamiento geopolítico de América Latina, México ha sido el aliado incondicional de Estados Unidos, impulsando el Plan Puebla-Panamá, defendiendo enérgicamente el ALCA, y siendo un simple agente sometido, encargado de llevar adelante el hostigamiento diplomático en contra de Cuba. Estados Unidos intenta, por enésima vez, aislar a Cuba dentro del concierto internacional, tratando de deslegitimar a un gobierno y a un pueblo que, por más de 40 años, han mantenido una posición de soberanía radical y de abierta independencia frente a ese rediseño norteamericano de la geopolítica mundial. Soberanía e independencia de las que, en cambio, México ha abdicado vergonzosa y voluntariamente frente a Estados Unidos, con las nuevas políticas de relaciones internacionales instauradas a partir de diciembre del año 2000. Carlos Antonio Aguirre Rojas Masiosare: Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM
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