Diversidad Biológica
17/04/2002
- Opinión
Deseo agradecer la cordial invitación que me hiciera la Sra. Presidenta para
participar en este singular evento que, por primera vez en la historia del
Convenio sobre la Diversidad Biológica, reúne a representantes de todos los
sectores interesados en discutir las mejores vías para alcanzar los objetivos
diseñados hace 10 años cuando se aprobó el Convenio en Río de Janeiro.
No soy ajena a los avances que se han logrado desde entonces en esta
Conferencia de las Partes --entre los que quiero relevar la creación del
"Grupo de Trabajo sobre la aplicación del Artículo 8-J y disposiciones
conexas" y la más reciente integración del Grupo de Trabajo que elaboró la
propuesta sobre acceso a recursos genéticos y distribución de beneficios que
va a considerar esta Conferencia-- así como a los múltiples esfuerzos que han
levantado la conciencia y la preocupación de las sociedades del mundo por la
salud de nuestro planeta.
Quiero, sin embargo, reiterar aquí lo que dije hace pocas semanas al
inaugurarse el Foro Global del Ambiente en Cartagena, Colombia, externando mi
preocupación por el deterioro sostenido que ha sufrido la naturaleza y las
diversas formas de vida en estos diez años, a pesar de los importantes
consensos, Declaraciones y acuerdos suscritos.
La Cumbre de Río estableció un compromiso para frenar y revertir el deterioro
ambiental y redistribuir el poder, los recursos y las oportunidades dentro de
los países y entre ellos. No será suficiente llegar a Johannesburgo este año
con más compromisos de papel.
La convocatoria a este primer Diálogo de múltiples partes interesadas, marca
un hito en la búsqueda de consensos y compromisos que, además de los
gobiernos, involucren a cada uno de los actores concernidos para revertir
seriamente las inequitativas pautas de acceso a los recursos, los
conocimientos asociados a ellos y la distribución de beneficios que han
prevalecido hasta ahora. Han debido transcurrir diez años para empezar a
concretar uno de los principios centrales del desarrollo sostenible
consagrados en la Cumbre de la Tierra: el de la participación que implique
corresponsabilidad en la adopción e implementación de las decisiones.
Los pueblos indígenas venimos a este evento esperanzados en que la mayor
afinidad con quienes desarrollan su trabajo vinculados a la naturaleza
permita un acercamiento fructífero y una mejor comprensión de nuestra
cosmovisión. Sin embargo, la experiencia desarrollada en estos años parece
todavía recomendarnos cautela, paciencia y perseverancia.
Es cierto que con el diálogo iniciado en el seno del Grupo de Trabajo sobre
la aplicación del Artículo 8-J hemos avanzado muchísimo en la posibilidad de
que el mundo materialista y las visiones economicistas que lo gobiernan,
reconozca que su saber y sus cuentas nunca podrán terminar de explicar la
vida en el planeta ni la manera de preservarla; reconozca que existen valores
y dimensiones que comprometen el equilibrio del cosmos y la sostenibilidad
del desarrollo, que no se pueden sujetar a legislación alguna, a decisiones
políticas temporales, a negociar concesiones, porque, sencillamente,
constituyen la esencia trascendente del ser.
Los pueblos indígenas que hemos tenido esa sagrada divisa en el centro de
nuestra comprensión del mundo y de la vida no podemos ni queremos compartir
la peligrosa aventura de segmentar las diferentes dimensiones de la
existencia. La tierra no nos pertenece, somos parte de ella y de los
equilibrios que hacen posible la vida en su seno. Nos resistimos a
considerar como cosas diferentes a la naturaleza y la economía, a la
organización social y la espiritualidad que la cohesiona y le confiere
sentido al destino común, a la estética y la ética. No hemos caído en la
tentación de privatizar la vida y el conocimiento que logremos develar de sus
diversas manifestaciones.
Con estas premisas, quiero poner de manifiesto que los Pueblos Indígenas
exigimos una participación plena y digna para intervenir en la búsqueda de
consensos como actores directos, dentro de un marco de respeto y diálogo
efectivo.
Como interlocutores en este Diálogo queremos ser reconocidos como lo que
somos, como pueblos, como sujetos de derechos. Queremos que se nos reconozca
el derecho a la libre determinación que consagran los Pactos Internacionales
de Derechos Civiles y Políticos y de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales como inherente a la existencia de todos los pueblos del mundo.
Ello implica reconocernos el derecho a disfrutar de nuestros territorios
inalienables, los recursos que hemos utilizado ancestralmente y el
conocimiento de las propiedades y aplicaciones de cada uno de sus
componentes. No aceptaremos ninguna restricción a los estándares
internacionales vigentes, en particular a la obligatoriedad del principio del
"consentimiento previo y fundamentado" para cualquier acción que afecte
nuestros intereses. En dichos territorios hemos reproducido la vida por
generaciones sin alterar las condiciones que permitirán a nuestros hijos y
nietos preservar la riqueza y diversidad que heredamos de nuestros abuelos.
En ellos hemos preservado la diversidad natural y hemos producido
eficientemente los alimentos que han marcado la historia de las
civilizaciones. Desde ellos nos hemos relacionado con el resto de la
humanidad, brindando nuestro conocimiento milenario para mejorar la vida de
nuestros hermanos en cualquier parte del planeta y aplicado saberes que
aprendimos de otros pueblos.
Como sujeto de los derechos que hemos venido a reafirmar, planteamos la
paradoja de que el Convenio sobre la Diversidad Biológica reconoce el acceso
y la transferencia de los recursos genéticos y las tecnologías asociadas --
incluyendo nuestros saberes ancestrales-- como derechos básicos de los
Estados; de esos mismos Estados que han sido responsables de las políticas
de sometimiento, marginación y asimilación de los pueblos indígenas negando
el espíritu del Convenio que propugna un beneficio para quienes cuidamos de
dichos recursos y saberes por siglos. Somos los pueblos cuya vida no se
podría explicar sin dichos recursos y saberes como lo demuestra la
correspondencia perfecta entre la diversidad cultural con la diversidad
natural que alberga la geografía terrestre.
No desconocemos la asimetría que caracteriza las relaciones a las que estamos
sometidos, tanto con los Estados como con las corporaciones y actores
privados u organismos de estudio e investigación, como sabemos por nuestra
experiencia histórica que, una vez que nuestros conocimientos o recursos han
salido de nuestras tierras o territorios, perdemos todo control sobre sus
futuros usos y explotación. Por ello reclamamos los derechos que la
legislación sobre propiedad intelectual reconoce a cualquier titular de tales
derechos, como el de decidir qué, cómo, cuándo y con quién compartir nuestros
recursos y el conocimiento asociado a ellos.
En cuanto al objeto de este Diálogo, no podemos menos que reivindicar la
naturaleza y alcance totalmente distintos que tienen para nosotros conceptos
tales como "recursos genéticos" o "derechos de propiedad intelectual". Dando
por supuesto que aspiramos a compartir los beneficios de la utilización que
pueda hacerse de nuestros recursos y conocimientos, nuestro punto de partida
es el reconocimiento de la integralidad de los mismos y la ética atemporal y
colectiva que le confiere a nuestra relación con ellos una naturaleza sagrada
e indivisible. No queremos quedarnos confundidos en la dimensión micro de los
"recursos genéticos" mientras quienes lucran con su explotación industrial
continúen impunemente su acción depredadora.
Los valores sobre los que los pueblos indígenas hemos construido nuestros
complejos sistemas se fundan en la cooperación y la reciprocidad de la vida
comunitaria; en la autoridad de los ancianos y nuestra relación con los
ancestros; en la comunicación y la responsabilidad intergeneracionales; en
el derecho colectivo a la tierra, el territorio y los recursos; en la
austeridad y la autosuficiencia de nuestras formas de producción y consumo;
en la escala local y la prioridad de los recursos naturales locales en
nuestro desarrollo; en la naturaleza ética, espiritual y sagrada del vínculo
de nuestros pueblos con toda la obra de la creación.
La complejidad de estos conceptos hace inaplicable cualquier valoración
mercantilista así como los presupuestos sobre los que se han construido los
"derechos de propiedad intelectual" en el derecho internacional y doméstico,
los mismos que reconocen exclusivamente los derechos de personas "naturales"
o "jurídicas" o los de "creadores individuales", no a entidades colectivas
como los pueblos indígenas; no protegen información que no resulte de un
acto histórico de "descubrimiento", mientras el conocimiento indígena es
trans-generacional y comunitario; no reconocen sistemas complejos de
propiedad, tenencia y acceso como los que caracterizan a muchísimas
expresiones de las culturas indígenas; se preocupan por darle dueños a los
recursos de la naturaleza, mientras nuestras preocupaciones son las de
prohibir su comercialización y racionalizar su uso y distribución; reconocen
únicamente valores económicos de mercado y no así los espirituales, estéticos
y culturales, o aún los valores económicos locales; son objeto de
manipulación por grupos de interés económicos y políticos que determinan qué
se protege y en favor de quién.
Por estas y otras consideraciones, se planteó la necesidad de adoptar un
sistema legal sui generis que proporcione un marco de referencia para el
desarrollo de normativas más precisas y ajustadas a realidades como las
descritas. Para ello, la Conferencia anterior decidió constituir un Grupo de
Trabajo para la elaboración de un conjunto de "Directrices sobre el acceso a
los recursos genéticos y distribución justa y equitativa de los beneficios
provenientes de su utilización", que hoy conocemos como las "Directrices de
Bonn", que esta Conferencia prevé considerar.
Debo reconocer que, siendo muy meritoria esta primera aproximación a una
tarea tan compleja, el resultado dista aún mucho de lo que los pueblos
indígenas quisiéramos ver en la práctica.
Esta Conferencia debe zanjar las ambigüedades que mantienen nuestros derechos
prisioneros del interés de los Estados. Esta Conferencia debe aportar al
Convenio la superación de los vacíos conceptuales y legales, reconociéndonos
como sujetos de derechos e imponiendo el respeto por nuestros territorios,
recursos y conocimientos. Igualmente, esta Conferencia deberá establecer con
claridad criterios que permitan defender nuestros sistemas productivos
tradicionales de la contaminación de elementos genéticamente modificados, así
como de los abusos que los amenazan en los acuerdos comerciales globales.
Las partes de esta Conferencia y este Diálogo deben dar una señal clara hacia
la próxima Cumbre de Desarrollo Sostenible exigiéndose a si mismas producir
menos retórica, menos eufemismos, menos papeles y más resultados tangibles,
más corresponsabilidad, más multilateralismo y más respeto por los que no
tienen dinero para hacer oír su voz.
Esperamos que los diversos actores retomen el sentido de proceso e
interdependencia de las diversas dimensiones que involucra la defensa de la
vida. Nos gustaría avanzar sugiriendo --en ese sentido de proceso y de
justicia-- que el Congreso Mundial de Parques del próximo año considerara el
reconocimiento de nuestros Sitios Sagrados Naturales como una categoría de
conservación que conjuga los bienes naturales con los bienes culturales que
necesitamos proteger y la espiritualidad que infunden y atesoran estos
espacios para todos los pueblos del mundo.
Esta Conferencia de las Partes tiene el desafío de abrir los ojos a estas
realidades y dar un giro histórico a la incomprensión que, por tanto tiempo,
se ha traducido en menosprecio y despojo. Esta Conferencia debe retomar la
senda de la esperanza que nació en Río reafirmando el compromiso ético y
político de todas las partes con la justicia, la equidad y la vida.
* Intervención de Rigoberta Menchú Tum en la VI Conferencia de las Partes
Convenio Sobre Diversidad Biológica, La Haya, 18 de abril de 2002
https://www.alainet.org/pt/node/105792
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