Declaración de amor
09/07/2001
- Opinión
Visto la camisa del Año Internacional del Voluntariado, promovido por la
ONU, y hago de mi tiempo libre lazo y abrazo que me une a los
desfavorecidos. Me reflejo en mi prójimo. Hago de su dolor mi dolor, de su
sufrir mi deber, de su desamparo el punto en que paro, escucho y dejo la
comodidad para ir a su encuentro.
Abro las ventanas del espíritu y lo limpio del polvo de la des-solidaridad.
Quito los ojos de la televisión, el trasero del sofá, la indolencia de la
ociosidad y recojo la lengua de traidoras mezquindades. Voy hasta allá,
donde la carencia es expectativa de mano amiga: la guardería infantil de la
periferia, el hospital de indigentes, el asilo de recuerdos olvidados, las
instituciones del tercer sector comprometidas con el pan de cada día de la
verdadera democracia: la ciudadanía.
No hago el trabajo del poder público, ni lo exento de la obligación de
rescatar, cuanto antes, la deuda social. No me dispongo a ser mano de obra
gratuita de entidades que ocultan el derecho al trabajo con el recibo
adulterado de la buena voluntad ajena.
Voluntario y solidario
Ser voluntario es sumar esfuerzos, entrar por la puerta de la compasión y
repartir lo que ningún mercado ofrece o provee: cariño, apoyo, talento,
complicidad, de modo de dar oportunidad a quien fue enmudecido por la
opresión, y voz a quien fue excluido por la injusticia.
El voluntariado rescata mi autoestima, rediseña mi rostro humano, desdobla
las fibras endurecidas de mi abismal prejuicio, me inserta en la dinámica
social, me hace cercano a esas multitudes premiadas injustamente por la
lotería biológica por nacer empobrecidas. Yo podría ser uno de ellos. Mi
bienestar, más que privilegio, es un bono.
Soy voluntario porque soy solidario, presente en el universo de las
aflicciones, en la esfera alucinada de dependientes químicos, en la
saludable reinvención del deporte junto a aquellos que están próximos a ser
derrotados por el juego del crimen. Movilizo colectas de alimentos para
quien sabe que "el hambre es ayer", como exclamó Gabriela Mistral, y
conquista de derechos, para quien padece desmanes estructurales y políticos.
Apoyo a empresas conscientes de su resposabilidad social. Busco volverlas
eslabones de una vasta corriente ética que ya no hace de la obsesión del
lucro su única razón de ser, pues colocan al ser humano al centro de sus
iniciativas ecológicas, liberan funcionarios para actividades voluntarias,
sin reducirles salarios o cobrarles reposición de horas. Son empresas que
prestan el único servicio que no tiene precio: el gesto samaritano.
No hago "caridad", ni doy limosnas. Lejos de mí el asistencialismo que
aplaca divorcios políticos como quien aplica pomadas. Voluntario, soy
multitud. Solidario, soy trabajo compartido. Sumando con todos aquellos
que tienen hambre y sed de justicia.
Embriagado por la utopía bíblica del paraíso, me niego a acatar cualquier
fractura que niegue a la familia humana el derecho a la fraternidad. Doy
las manos a quien asume que la felicidad es el artículo único de la
Declaración Universal de Derechos Humanos.
https://www.alainet.org/pt/node/105235
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