Circular de Pedro Casaldáliga

Final de milenio

03/02/1999
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Pedro Casaldáliga, obispo del estado brasileño de San Felix de Araguaia, nos hizo llegar la "circular fraterna" que suele difundir a inicios de año. "La escala de Jacob" se titula. Limitaciones de espacio nos impiden compartir con nuestros/as lectores/as el texto en su totalidad, pero lo hacemos con la primera parte cuyas reflexiones giran en torno al En esta carta circular no voy a hacer un recuento de cifras dolorosas o eventos esperanzados. Afortunadamente, ya el informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ha pasado a ser casi un manual de concienciación. Está en los periódicos, en las revistas, en las agendas, ese profeta laico que nos ayuda a abrir los ojos y a sentirnos una sola Humanidad. Como decía en su tiempo, de la Biblia y el periódico el teólogo Karl Barth, el PNUD y la Biblia deberían estar siempre en nuestras manos y en nuestra acción. En este año de 1999, víspera del famoso 2000, estamos viviendo un final de siglo, un final de milenio, que han revolucionado espectacularmente a la Humanidad, para mal y para bien; con sus descubrimientos científicos y geográficos; con sus luchas étnicas, religiosas e imperialistas; con sus fundamentalismos, holocaustos, gulags y masacres; con sus "sospechas" y la "muerte de Dios" y "el desencanto del Hombre"; con su capitalismo y su comunismo; también con sus avances en la libertad, en la ciencia, en la comunicación, en la solidaridad. Se cierra en este año un milenio de cristiandad, con sus cruzadas y su inquisición y sus colonialismos y su poder centralizador; pero también con su legión de mártires y santos y santas de las más variadas condiciones; con su Concilio Vaticano II, con las nuevas teologías contextuales, con una irreversible presencia cada vez mayor del laicado en la Iglesia, y más concretamente de la mujer. Se cierra pidiendo perdón, aunque muy tímidamente, y sin acabar de reconocer que muchos de los grandes pecados eclesiásticos de este milenio fueron de la Iglesia, como institución, y no solamente de "algunos cristianos infieles a su bautismo". Este final de milenio -para la Humanidad, para la Iglesia- bien podría ser un asomarse con lucidez y humildad y esperanza a la respectiva historia y atreverse al cambio estructural, a la reforma eclesiástica que nunca se acabó de hacer, a optar verdaderamente por las mayorías empobrecidas y a dialogar con sinceridad incuestionable, sacrificando privilegios, posibilitando la dignidad y la participación de todas las personas y de todos los pueblos. Tarea de la Humanidad si quiere ser verdaderamente humana, tarea de la Iglesia si quiere ser verdaderamente evangélica. Nuestro profeta laico, el benéfico PNUD, en su informe último recuerda que todavía -y la cifra crece espantosamente- hay 1200 millones de personas al margen de cualquier tipo de consumo, aquellas que tienen que vivir con menos de un dólar al día. De "grosera desigualdad" califica el PNUD el resultado de su informe. De homicida y hasta suicida desigualdad se trata. Recuerda dicho informe que para cubrir los servicios básicos de toda la Humanidad (educación, salud, agua potable, nutrición") harían falta sólo 30.000 millones de dólares anuales. Digo "sólo" porque los japoneses gastan en juegos recreativos 35.000 millones al año; los europeos 50.000 millones en cigarros y 105.000 millones en bebidas alcohólicas; y en drogas se gastan 400.000 millones; en armas 780.000 millones; y en publicidad 435.000 millones. Haciendo, pues, un buen examen de conciencia con propósito de la enmienda, uno entiende fácilmente que el mundo no puede seguir así. Hablando de su pueblo decía un indígena yanomami del norte de Brasil: "Si seguimos así, vamos a morir todos". Entre esos "todos" no estarían solamente los yanomami, si seguimos así. Venimos hablando mucho de proyectos alternativos, y se constata -gracias a Dios y gracias a la mucha Humanidad que todavía queda- que los proyectos alternativos proliferan en todas las escalas de la vida y de la organización humanas. Pero cada vez se percibe con mayor claridad y más urgencia no sólo la necesidad de proyectos alternativos, sino la ineludible necesidad de una civilización alternativa, de una sociedad "otra", matriz, ensayo y fruto de muchos proyectos alternativos, de muchas buenas voluntades sumadas. Frente a la tentación del fatalismo y contra la insensible irresponsabilidad del consumismo y el privilegio y la prepotencia se imponen la lucha y la esperanza por esa utopía de un mundo fraterno donde quepamos todos y todas con la propia dignidad y la propia alteridad. No es posible que tantos comunes sueños que cada vez afloran más en organizaciones, manifiestos y realizaciones concretas, sean apenas sueños. Hay ya mucha Humanidad que sueña despierta, dispuesta a forzar el día de la justicia y la paz. Vamos a entrar pronto en el siglo XXI, en el tercer milenio (cristiano). Ustedes recuerdan aquello de "será místico o no será". Pensando en los cuatro grandes desafíos que nos cuestionan la razón, la fe y la esperanza, yo reformularía el dicho así: - El siglo XXI o será místico o no será humano. Porque la mística es ese sentido profundo de la vida, esa abertura al horizonte de Dios, esa búsqueda de la respuesta última. - El siglo XXI cristiano optará por los excluidos o no será cristiano. A medida que crece la criminal desigualdad en el mundo, excluidas de la vida y de la dignidad las mayorías humanas, la opción por los pobres aparece cada vez más como constitutivo esencial de la Iglesia de Jesús. - El siglo XXI cristiano, o será ecuménico o no será eclesial. Podrá ser una abigarrada eclosión de minicristianismos sin consistencia evangélica y sin comunión testimoniante, pero no la Iglesia de Jesús, testigo de la Pascua, enviada "para que el mundo crea". -El siglo XXI, o será ecológico o simplemente "no será". No es que yo crea que esté llegando el fin del mundo en ese cacareado año 2000; pero según las ciencias y las experiencias sí que parece que estamos empeñados entre todos en acabar con el aire, con el agua, con la floresta, con la vida. La ecología es la gran política pendiente, y ha de ir siendo, cada vez más, ética, teología, espiritualidad. Este nuestro nuevo siglo, el nuevo milenio que nos viene a las manos, ha de abocarse sinceramente al diálogo con Dios, con el Dios de todos los nombres, con el Dios de todas las religiones, con el Dios de todos los rostros y preguntas y esperanzas. Ha de abocarse sinceramente a un diálogo fraternal con la naturaleza, vida de nuestra vida, casa de nuestro lar. Ha de abocarse a un diálogo abierto, alegre, enriquecedor, entre los hombres y las mujeres, entre los pueblos y las culturas, entre los dos o tres o cuatro mundos que trágicamente hay, para construir la otra mundialidad, la globalización de la solidaridad, la humanidad hermosamente plural y una. Mis amigos agustinos y agustinas, en un reciente encuentro de América Latina y el Caribe, soñando también con un nuevo milenio "nuevo", proponían estas justas alternativas al neoliberalismo inhumano: Supremacía de lo social x supremacía del mercado. Solidaridad eficaz x individualismo corrosivo. Afirmación cultural x idolatría de la globalización. Inclusión económica y social x desempleo en masa. Derechos humanos x violencia e impunidad. Estado social y participativo x estado mínimo y policial. Ecumenismo respetuoso x sectarismo fundamentalista. Acabamos de celebrar las bodas de oro (y de sangre) de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y con esta ocasión se han reclamado en muchas partes con nueva fuerza y ampliándolos incluso a áreas más preteridas. Sigue bochornoso el problema de los derechos de los pueblos. Todavía asiste el mundo pasivamente a genocidios, embargos, guerras prepotentemente relámpagos; y la ONU continúa manipulada por siete "grandes", y el mercado total viene sustituyendo al derecho, a la justicia y a la ética totales. De los más dispares sectores de la Humanidad, desde políticos marxistas hasta el Papa Juan Pablo II, se levantan voces unánimes contra la iniquidad de la Deuda Externa y por su revisión o reducción o cancelamiento. No siempre situando correctamente el problema: porque esa Deuda no es deuda; porque los supuestos acreedores son de hecho los deudores; y porque las víctimas de esa deuda la vienen pagando desde hace siglos con hambre, miseria y muerte. Además, porque se olvida a veces -como ha observado insistentemente la Semana Social Brasileña- que hay una conexión dialéctica entre la Deuda Externa y las deudas sociales (de salud, educación, vivienda, trabajo, igualdad vida), que ésas sí han de ser pagadas como deudas de lesa Humanidad. En todo caso, el año 2000, que para los cristianos es además jubileo, se ha transformado en una gran convocatoria mundial contra la Deuda Externa y sus males. Nuestra Agenda Latinoamericana del Año 2000 estará dedicada también a ese tema: "Una Patria Grande sin Deudas"; sin la Deuda Externa y sin las deudas sociales, se entiende. En todo el mundo, también en el primero, el desempleo ha pasado a ser una verdadera agonía, personal, familiar, social. Se calcula que en este cambio de siglo como un billón de personas malvivirá zarandeada por esa marea. El trabajo, en la actual economía de mercado total y por la supravaloración de la técnica al servicio del lucro, ha dejado de ser un derecho y ni siquiera se puede invocar como un deber. ¡Simplemente "no hay trabajo"! El capital liberal, a contrapelo, es verdad, tenía que discutir con el trabajo; el capital neoliberal puede "prescindir" del trabajo. En Brasil, la Campaña de la Fraternidad de este año, dedicada precisamente a este tema del desempleo, pregunta muy oportunamente: "Sin trabajo, ¿por qué?". A las causas hay que ir. Y esas causas son totalitariamente estructurales. Los excluidos empiezan siendo primero excluidos del trabajo. Brasil se está preparando también, con muy contradictoria preparación, para los 500 años del mal llamado descubrimiento y de la ambigua evangelización de esta Tierra de Santa Cruz. Será una nueva oportunidad -y no sólo brasileña- de revisar esa historia de los 500 años y de valorar la historia de los millares de años anteriores y una y otra herencia, como Sociedad y como Iglesia. Aquí también, ante todo, hay que repetir con el cantor: "Bienaventurados los que han hecho realidad esta resistencia de 500 años".
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