Las mujeres en los ministerios de defensa

13/09/2014
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De visita a Ecuador para participar en el Seminario Internacional de Ciberdefensa bajo los auspicios del Ministerio de Defensa Nacional, esta autora se encontró con una grata sorpresa: el evento fue inaugurado por María Fernanda Espinosa, quien preside dicho ministerio. La sorpresa fue mayúscula al escuchar un discurso debidamente fundamentado –como no ocurre con la mayoría de las cosas que dicen los funcionarios de cualquier cartera- sobre los objetivos del seminario de referencia, las amenazas al ciberespacioe ideas muy vanguardistas sobre la internet como un bien público global, o bien, la construcción de una cultura de ciberpaz. Pero quizá lo más interesante es ver a una mujer a cargo de un ministerio tradicionalmente encabezado por personas del sexo opuesto, tendencia que ha prevalecido no sólo en Ecuador, sino en el resto del mundo. Porque, al menos hasta hoy y en ese ámbito en particular, pareciera como si todos los hombres fueran de Marte y las mujeres de Venus. En esa lógica, parece “extraño”, para decir lo menos, encontrar féminas que tengan bajo su responsabilidad la cartera de la defensa nacional.
 
Cabe destacar que Ecuador no es el primero ni el único país que cuenta con una mujer al frente del Ministerio de Defensa. Seguramente el lector recordará que la actual Presidente de Chile, Michelle Bachelet, fue la titular de las fuerzas armadas del país sudamericano. A ella se suman Martha Lucía Ramírez del Rincón, con las mismas responsabilidades en Colombia (investida en 2010); María Cecilia Chacón, en Bolivia (2011); Vlasta Parkanová, en la República Checa (2007); Nilda Celia Garré, en Argentina (2005); Guadalupe Larriva, en Ecuador -antecesora de María Fernanda Espinosa- (2006); Michele Jeanne Honorine Alliot-Marie, en Francia (2002); Carmen Chacón, en España; Azucena Berruti, en Uruguay (2005); y, de manera más reciente, la Almirante Carmen Teresa Meléndez, en Venezuela (2013). Ciertamente no es una lista tan extensa, pero es muy significativa. La mayoría de las ministras, con la excepción de la venezolana, son civiles, y en sus profesiones de origen figuran la abogacía y la medicina.
 
¿Cómo es que una cartera como la defensa, tradicionalmente dominada por el sexo masculino, poco a poco empieza a ser ejercida por ilustres féminas? Parte de la explicación estriba, seguramente, en la reconceptualización de la seguridad. En la guerra fría, cuando la agenda de seguridad internacional era estato-céntrica e insistía en que las amenazas eran, sobre todo, de corte militar, el ejercicio de la cartera de defensa, aun cuando estuviese en manos de civiles, se asumía que debía ser ejercida por hombres, por tratarse de una profesión, la defensa, que involucra el uso de la fuerza y el conocimiento de las artes militares –algo que, se presume, los hombres dominan de mejor modo. La guerra era un asunto de “hombres”, de “machos dominantes”, y las mujeres no tenían cabida, sino como actores secundarios, por más importante que fuera su contribución tanto en la planeación como en la ejecución de las tareas ofensivas.
 
Evidentemente en esas concepciones se observa el predominio de estereotipos. Las mujeres no tendrían por qué participar en las contiendas bélicas: ellas debían quedarse en casa, cuidar de los hijos, y, claro, apoyar a los hombres, pero nunca podían ser protagonistas. Personajes como la corregidora Josefa Ortíz de Domínguez, o bien, Carmen Serdán, en la lucha por la independencia y en la revolución mexicanas, respectivamente, eran vistas como excepcionales. Las gestas por la independencia y la revolución –y no sólo en México-, son, entonces, huérfanas: no tienen madre. En México, al igual que en otros países, se habla de “los padres de la independencia”, de los “padres fundadores” o bien, de “los artífices de la revolución”, pero no de “las madres de la independencia”, como tampoco de “las madres fundadoras” y mucho menos de “las artífices de la revolución.”
 
La realidad de las cosas es que el papel desempeñado por las mujeres en esas y otras gestas históricasha sido subvalorado, y ello ha contribuido a crear una “estela de malentendidos” para favorecer la confinación de la mujer a un papel residual en la historia oficial –la de México y la de la mayoría de las naciones. “La historia la hacen los hombres”, y parafraseando a Quino, a través de Mafalda, las mujeres sólo han jugado “un trapo en la historia de la humanidad.”
 
Todavía se afirma al día de hoy que “detrás de un gran hombre, hay una gran mujer.” La frase es discriminatoria. ¿Por qué “detrás de un gran hombre” y no a su lado? Y, además ¿no hay grandes mujeres que tienen tras de sí –o más bien, a su lado- a grandes hombres? ¿Dónde quedarían entonces Eva Perón, Eleanor Roosevelt o Marie Curie? Un amigo comentaba, a propósito de esa aseveración, que en realidad las mujeres van detrás de los hombres, recogiendo los escombros y el desastre que generan ellos con sus decisiones y acciones erróneas. Pero para el caso es lo mismo: hay un problema cultural, político y económico sobre el papel de hombres y mujeres en el seno de las sociedades,
 
Al margen de ese debate hay otro igualmente relevante. En la medida en que el concepto de seguridad ha debido ser reformularse tras el fin de la guerra fría, la percepción de que lo que amenaza a un Estado procede de otro Estado, sobre todo por la vía militar, ha sido superada. Es verdad que en el mundo sobreviven algunas contiendas inter-estatales pero desde los años 90 del siglo pasado se encontró que era necesario reformular el concepto de seguridad a partir de otros parámetros, siempre con una tendencia a ampliar el espectro de las amenazas. Así, se encontró que no necesariamente son los Estados los que se erigen en amenazas a la seguridad, sino que además hay una gama de flagelos de corte ambiental, sanitario, alimentario, económico, energético, etcétera, que constituyen riesgos e incluso amenazas que demandan una reconceptualización. Fue así que en 1994, al amparo del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) surgió el concepto de “seguridad humana.” Dicha noción asume que todo lo que causa malestar a las personas puede erigirse eventualmente en amenaza a la seguridad. Así, para el PNUD la seguridad humana es antropocéntrica, en oposición al concepto estato-céntrico de la guerra fría.
 
 Si bien los temas de género no son incluidos de manera explícita en el concepto de seguridad humana, es evidente que en todos y cada uno de ellos van implícitos. Trátese de las víctimas de conflictos violentos, de las hambrunas, de las epidemias y pandemias, del deterioro ambiental, de las crisis económicas u otros problemas, siempre las mujeres figuran como uno de los grupos más vulnerables. En este sentido se puede afirmar que, en la medida en que el concepto de seguridad ha sido replanteado, el tema de la desigualdad de género poco a poco se ha ido insertando en la agenda de los países y que ello ha repercutido en la reconfiguración de los ministerios de defensa.
 
Una de las consecuencias de ese replanteamiento en torno a la seguridad, ha sido la consideración de que en tareas tradicionalmente confinadas al género masculino, se repiense y valore la contribución de las mujeres. Ya en otra oportunidad se analizaba, en este mismo espacio, la participación de las mujeres en la vida política de las naciones, en particular de aquellas féminas que han logrado incursionar en las más altas esferas, sea como presidentes o como primeras ministras (http://www.etcetera.com.mx/articulo/mujeres_al_poder/16947/). Muchos lo ven como un logro. Para otros es algo inexplicable.
 
En todo caso, haymúltiples razones que van desde las necesidades económicas de las sociedades, pasando por las realidades demográficas, y, claro está, los imperativos políticas. En el mundo, salvo excepciones, habitan más mujeres que hombres. Por otra parte, en las sociedades modernas –aunque ha sido el caso antaño-, las necesidades de supervivencia demandan una contribución económica de todos los miembros de la familia –sean o no monoparentales. Asimismo, existen estudios científicos que documentan determinadas capacidades de las mujeres que posibilitan que en ciertos ámbitos profesionales sean más versadas.
 
Con todo, en los terrenos de la seguridad y la defensa de las naciones, sigue prevaleciendo el dominio de “Marte”, para decirlo de alguna forma. Que una mujer presida presida un ministerio de defensa, sigue siendo atípico, aun cuando algunas féminas tengan antecedentes familiares en el sector castrense –i. e. Bachelet.
 
Y, a propósito de este tema: ¿qué pasa en México? Ya se refería anteriormente que la tendencia mundial apunta a designar civiles a cargo de los ministerios de defensa. Ello forma parte del postulado según el cual las fuerzas armadas deben responder a los intereses del Estado, no de un gobierno, y menos aun, ventilar sus aspiraciones como partícipes en la lucha por el poder. La subordinación de los militares a los civiles es vista como una condición ineludible para transitar a la democracia –este tema es particularmente viral en América Latina, donde los sectores castrenses han tenido un protagonismo político.
 
México es un caso sumamente extraño. Tras la revolución, los civiles fueron imponiéndose y las fuerzas armadas quedaron subordinadas a los designios del Presidente. Así, aunque personajes con formación militar como Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho llegaron a la primera magistratura de México, no lo hicieron como representantes de las fuerzas armadas, sino como “militares civilizados” –por más extraño que esto sea.
 
Otra rareza de las fuerzas armadas mexicanas es la existencia, por separado, de una Secretaría de la Defensa Nacional –a cuyo amparo opera la Fuerza Aérea- y una Secretaría de Marina. Con todo, los titulares de una y otra dependencias, siempre han sido de extracción militar. A diferencia de la mayor parte de los países del mundo, en que el o la titular del ministerio de defensa es un (a) civil, en México, al día de hoy, siguen siendo generales y almirantes. La posibilidad de que los civiles presidan uno o ambos ministerios, parece remota, al menos en las condiciones actuales. Por ello, se antoja todavía más difícil que una (s) mujer (es) – civil (es) o incluso militar (es)-, encabece (n) cualesquiera de esos ministerios.
 
Hoy, en aras de lo “políticamente correcto” se habla de la “cuota de género” sobre la base de un criterio netamente cuantitativo. Así, se busca que en los diferentes ministerios de los países, sea a nivel federal, estatal o municipal, figuren mujeres en algunas de las carteras existentes. Con todo, en México a las mujeres a quienes se les han otorgado responsabilidades ministeriales, generalmente se les asignan carteras de “bajo perfil”, lo que, nuevamente, remite al tratamiento peyorativo que recibe el tema de género. Más grave es saber que las carteras confiadas a mujeres, se hacen en función a un criterio cuantitativo –i. e. cumplir con la “cuota”-, cuando la consideración primordial debería ser cualitativa y de valoración de capacidades. Así, en un escenario ideal no debería ser tan importante si es un hombre o una mujer quien se hace cargo de determinado ministerio, sino, más bien, las competencias y calificaciones que posee él o ella para poder desarrollar satisfactoriamente esa responsabilidad.
 
Por supuesto que hay que remar contra la corriente: las mujeres en todo el mundo enfrentan serios problemas en ámbitos como el educativo, el laboral, el del acceso a servicios sociales como la salud, etcétera. Pero no es con una visión de “exclusión” como se debe hacer frente a este desafío, mucho menos con un espíritu “revanchista.” Olof Palme decía que no es a las mujeres a las que hay que “liberar”, sino al género humano en su totalidad, a propósito de los prejuicios y los estereotipos. En ese espíritu es encomiable encontrar, en diversos países, a mujeres presidiendo ministerios de defensa. Ojalá esta tendencia se reproduzca, más que como resultado de la “discriminación positiva”, como consecuencia del progreso social. ¡Enhorabuena a Ecuador!
 
Quito, Ecuador.-  12 de septiembre, 2014
 
 
https://www.alainet.org/pt/node/103331
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