La hegemonía del capital financiero

27/06/2014
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Luego de la caída en 1990 de la Unión Soviética, el capitalismo extendió su predominio en todo el mundo sin que existiera una contraparte, tanto desde el punto de vista económico como conceptual o teórico, que se le antepusiera o que fuera una alternativa al mismo; inclusive la socialdemocracia europea que gestionaba el Estado de Bienestar, giró a la derecha.
 
El interrogante que se abrió en aquel momento fue el carácter de ese desarrollo, quiénes serían los actores y el perfil que adoptaría; en una situación de globalización y de irrupción de las nuevas tecnologías, especialmente, las de la información.  Los resultados están a la vista.
 
El capital financiero se ha extendido y consolidado mucho más que el productivo: la concentración de la riqueza es mayor que antes, los gastos en armamentos (donde con anterioridad se los justificaba en el marco de la Guerra Fría) no se han detenido sino que incrementado, y los avances científicos parecen opacarse, cuando nos enteramos que se pueden interceptar los teléfonos de las primeras mandatarias de Alemania o Brasil con total impunidad.
 
Los estados nacionales se están transformando en estados transnacionales, sobre el eje vertebral de la economía de mercado; lo cual implica, también, un control global.

El sistema político, en consecuencia, se encuentra desterritorializado y descentralizado, haciendo entrar en crisis esquemas de funcionamiento estatal que predominaron en los dos últimos siglos.

 La irrupción de China, o los BRICS e inclusive el incipiente nuevo escenario regional suramericano parecen no alcanzar en la construcción de perfiles de integración productiva que generen otras condiciones políticas mundiales; y la voracidad del capital financiero avanza, aun a costa de la destrucción de países y comunidades.
 
 Sin embargo, el propio escenario de las finanzas internacionales es un territorio en disputa entre quienes pretenden el manejo absoluto del aparato financiero, militar y de recursos naturales expresados en el Tea Party, los fondos buitre, grandes cadenas de medios y la estructura conservadora  norteamericana (con el Poder Judicial incluido); y sectores de la banca europea, asiática y estadounidense que reconocen la necesidad de coexistir y preservar las diferentes economías de los países.

La caída de la banca Lehman Brothers en los Estados Unidos, las burbujas inmobiliarias con el quiebre de las economías de algunos países europeos (salvados por el gobierno y la banca alemana), donde Grecia es el caso más visible, hasta la situación de la Argentina con los fondos buitre que no adhirieron al canje, a través del fallo del juez de Nueva York Thomas Griesa, pone en evidencia visiones macroeconómicas diferentes, y quién pretende conducir y hacia dónde esta nueva etapa imperial del capitalismo.
Con las excepciones que siempre ocurren, los bancos fueron prioritariamente salvados y recuperaron sus excepcionales tasas de ganancias, a costa de miles de trabajadores europeos sin empleo, del millón de estadounidenses que perdieron sus viviendas, de los jóvenes españoles emigrando de su patria, de los recortes en la educación, la salud y la previsión social.

No son casuales entonces las aseveraciones del canadiense de 49 años, Mark Carney, gobernador del Banco de Inglaterra, cuando dijo: "…el capitalismo de mercado descontrolado puede devorar el capital social, esencial para el dinamismo a largo plazo del propio capitalismo".
 
El apoyo del G77 + China, del propio Fondo Monetario Internacional, de Francia, del centenar de legisladores británicos, de instituciones crediticias nacionales e internacionales, no se trata de un espasmo de buena voluntad hacia nuestro país; está circunscripto a las contradicciones principales y secundarias existentes donde, hoy, se juega el poder mundial.
 
El desafío surge, entonces, respecto de cómo preservar el proceso de integración regional y nuestro propio desarrollo nacional, frente a los intereses que están en juego.
 
https://www.alainet.org/fr/node/86767
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