De Colombia en la guerra de Corea, a Corea en Colombia
31/07/2013
- Opinión
“Colombia y Corea del Sur tienen lazos afectivos desde la década de los 50. La amistad nace cuando alrededor de 4.300 soldados del Batallón Colombia hicieron presencia en la península; 800 de los nuestros fueron heridos, desaparecidos o muertos. Desde entonces los surcoreanos consideran el pueblo colombiano “como una nación hermana y aliada, muy especial” ”. (1)
Hace 60 años se dio por terminada la guerra en la península de Corea. Y como dice el texto citado, tropas colombianas tuvieron participación. Pocos deben de recordarlo. Y se pueden contar en los dedos de una mano los que saben cuánto ello influyó en la violencia política contra el pueblo colombiano. Aquí un breve recuerdo, con su contexto incluido. (2)
En Berlín, el 2 de mayo de 1945, el ejército alemán nazi se rindió ante el Ejército Rojo soviético. Inesperadamente, semanas después, el presidente estadounidense Harry Truman se pronunció sobre la necesidad de una alianza para combatir el “comunismo” soviético.
A fines de junio, aún bajo el sonido de los cañones en Europa, la ciudad estadounidense de San Francisco acogió a las delegaciones que dieron nacimiento a la Organización de las Naciones Unidas, ONU. Con una Europa devastada, la situación de posguerra le permitía a Washington empezar a instalar su gran estrategia de dominación planetaria, y pretendía que la ONU fuera uno de sus instrumentos. Estados Unidos había encargado a la delegación colombiana que fuera la vocera del bloque de la Unión Panamericana, que acogía a casi todas las naciones del continente. Washington ya tenía confianza en este gobierno. El embajador estadounidense en Bogotá, al hacer el balance de la actuación colombiana en defensa de sus intereses durante la Segunda Guerra había escrito al Departamento de Estado: “No existe país en Suramérica que se haya desempeñado de forma más cooperadora.” (3)
Las armas aún seguían humeando, pues Japón no se rendía. Tan sólo lo hizo al recibir sobre su suelo dos bombas nucleares, el 6 y 9 de agosto de 1945. Inmediatamente desalojó la invadida península de Corea. Entonces la Unión Soviética se posesionó del norte y Estados Unidos del sur, inventándose una frontera ficticia, pero muy política, denominada paralelo 38.
Al año siguiente, en primavera, el presidente estadounidense Harry Truman y el primer ministro británico Winston Churchill insistieron sobre el peligro que representaba para la “civilización occidental” el comunismo de la Unión Soviética. Entonces hablaron de “guerra fría”, como definición de la política de hostilidad que empezaban hacia esa nación.
El 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá el dirigente liberal Jorge Eliecer Gaitán. El pueblo salió a las calles a vengarlo. Colombia se incendió. Precisamente en esos momentos, bajo el liderazgo del general George Marshall, sesionaba la Novena Conferencia Panamericana, que pasaría a llamarse desde esa reunión Organización de Estados Americanos (OEA).
Muy pocos días después, sin la mínima investigación, el gobierno fue categórico al declarar que a Gaitán lo habían matado los “comunistas”. Para demostrar que no se mentía se rompieron relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Pero existió una razón altamente política, que no se expuso públicamente en la toma de tal decisión: las resoluciones emanadas de la Conferencia Panamericana, que quedaron plasmadas en la constitución de la OEA. Fundamentos esenciales que fueron redactados y presentados por la delegación colombiana, bajo la égida de Washington. En uno de sus apartes se establecía: “Que por su naturaleza anti-democrática y su tendencia intervencionista, la actividad política del comunismo internacional o cualquier doctrina totalitaria es incompatible con el concepto de libertad americana...”
Esas resoluciones de la OEA servirían para crear el marco ideológico mundial de la guerra fría.
Y esa ruptura de Colombia con la URSS fue la primera confrontación diplomática y política de la guerra fría.
Y la guerra de Corea fue la primera militar. El 25 de junio de 1950, las tropas del norte atravesaron el Paralelo 38, ante las infructuosas negociaciones para la reunificación. Lo que habían sido tensiones y escaramuzas fronterizas se convirtieron en un sangriento conflicto. Estados Unidos impuso a la ONU su involucramiento, y quince países enviaron tropas pero para apoyar a Corea del Sur. Entonces China, ya declarada comunista y liderada por Mao Tsé Tung, envió a los “Voluntarios del Pueblo Chino”.
Colombia volvería a estar al lado de Estados Unidos. Desde mayo de 1951 el “Batallón Colombia” participó de la conflagración bajo el mando estadounidense. Fue el único país latinoamericano que envió tropas, decisión apoyada por los liberales, y en especial por el ya poderoso diario El Tiempo. El ministro de Guerra colombiano expresó para la ocasión: “Estamos luchando en Corea con otras naciones libres del mundo en defensa de nuestra libertad y contra la plaga del comunismo…” (4).
El 27 de julio de 1953 se firmó el acuerdo de armisticio que pondría fin a la contienda, aunque no se firmó la paz entre los dos bandos. La guerra dejó más de tres millones de muertos y heridos. Estados Unidos y demás tropas de la ONU tuvieron más de un millón. Las tropas colombianas sólo se retiraron en octubre de 1954.
Con la participación en esa lejana guerra, el gobierno colombiano logró parte de lo buscado: en abril de 1952 firmó con Estados Unidos el Pacto de Asistencia Militar (PAM), el primero de su tipo en América Latina. Inmediatamente el ejército empezó a recibir armamento que sería utilizado en el conflicto interno que se vivía desde el asesinato de Gaitán, en particular contra las guerrillas campesinas organizadas por los partidos Liberal y Comunista.
Fue tal el ánimo que despertaron esas armas, que el gobierno ofreció el envío suplementario de tropas con miras a lograr otras, y más adiestramiento (5). De esta forma se inició la relación de dependencia militar de Colombia con el Pentágono estadounidense.
Despuntaba la década de los sesenta. Al no cumplir con las promesas realizadas a las guerrillas que se habían desmovilizado, y por el asesinato sistemático de los dirigentes, el Partido Comunista ordenó la organización campesina de autodefensa. Para esos momentos el ejército contaba con un grupo selecto de oficiales y suboficiales que gozaba de cierta experiencia contrainsurgente. Aunque la guerra de Corea fue un conflicto convencional, allá los colombianos asimilaron verdaderamente al “comunismo” con el “enemigo interno”, ese del que se les venía hablando desde los años veinte.
Una de las primeras tareas contrainsurgentes que desarrollaron los veteranos fue la Acción Cívico-Militar. La ACM pretendió mostrar a militares y policías como entes de utilidad social, que llevaban al campo y a los barrios humildes asistencia médica y alimenticia, mientras ayudaban a construir escuelas y carreteras. Esta estrategia fue presentada a los ejércitos latinoamericanos en la Escuela de las Américas, institución estadounidense radicada por entonces en Panamá, como una forma de contrarrestar la influencia de la naciente revolución cubana. Quien se encargó de mostrar sus beneficios fue el general colombiano Alberto Ruiz Novoa, ex comandante del Batallón Colombia en Corea: “Fue el que primero captó y operacionalizó la estrategia norteamericana de lucha antisubversiva” (6).
En mayo de 1964 encabezados por veteranos de Corea, 16 000 soldados colombianos cercaron y trataron de aniquilar a 48 hombres y 3 mujeres. Eran campesinos que pedían tierras, educación y salud. Las tropas oficiales tenían el asesoramiento de expertos estadounidenses, más el apoyo de artillería y aviación enviada por Washington. No lograron acabar con la organización campesina y, por el contrario, al año siguiente vieron nacer a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC.
Si ello fue un duro golpe para el orgullo de los veteranos de Corea, este se duplicó desde enero de 1965. A partir de esa fecha debieron enfrentar a un puñado de hombres de otra guerrilla, con ascendencia urbana: el Ejército de Liberación Nacional, ELN. Durante ocho años la vieron crecer sin lograr darle golpes contundes. (7)
Los años siguieron pasando. Por todas las regiones de Colombia se encontraban a soldados veteranos de Corea. Extraño era el que tenía para vivir decentemente. No eran pocos los inválidos ni los traumatizados mentales. Todos olvidados del Estado colombiano, de Estados Unidos y de Corea del Sur.
Sesenta años después es Corea del Sur la que desembarca en Colombia, de la mano de Estados Unidos. No lo hace para saludar a las familias de aquellos combatientes, y entregarles algún reconocimiento. No. Llega para vender y fabricar armas a través de su gran empresa LIG Nex1. El proyecto más importante es construir una empresa que, presuntamente, fabrique radares para buques de guerra, sistemas de guerra electrónica marítima, sistema de sonar para submarinos y sistema de vigilancia submarina para puertos. Lo curioso es que la fábrica se situará en la ciudad de Villavicencio, que queda a casi mil kilómetros de cualquiera de las dos costas colombianas. Según dijo Hyo-Koo Lee, director de LIG Nex1, a la prensa colombiana invitada a Corea del Sur, “con su tecnología de avanzada, aspira a ser parte de la fuerza colombiana para contribuir en el mantenimiento de la seguridad y la paz del pueblo”. (8)
Casualmente, Villavicencio es la entrada a la región donde se dispararon las primeras armas entregadas por Estados Unidos a Colombia por su participación en Corea, y donde los primeros veteranos vinieron a demostrar cómo habían aprendido a matar en la península asiática.
Notas;
1) El Espectador, Bogotá, 28 de julio 2013.
2) La base para este texto es retomado de la obra: Colombia, laboratorio de embrujos. Democracia y terrorismo de Estado. Hernando Calvo Ospina. Ed. Foca, Madrid, 2008.
3) David Bushnell: Eduardo Santos y la Política del Buen Vecino. Áncora Editores, Bogotá, 1984.
4) Howard Zinn: La Otra Historia de los Estados Unidos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004.
5) Alain Rouquié: El Estado Militar en América Latina. Ed. Siglo XXI, México, 1984.
6) Elsa Blair Trujillo: Las Fuerzas Armadas. Una mirada civil. Ed. Cinep, Bogotá, 1993.
7) Francisco Leal Buitrago: Estado y política en Colombia. Siglo XXI Editores, Bogotá, 1984.
8) El Espectador. Bogotá, 28 de julio 2013. Al final del artículo se aclara: “Nota posible gracias a la invitación de LIG Nex1.”
https://www.alainet.org/fr/node/78170
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