El futuro de la vida depende de nosotros
La pandemia ha dejado claro cuán inhumanos y crueles podemos ser: los ricos aprovecharon la situación y se han enriquecido mucho más mientras que los pobres se han vuelto mucho más pobres. La cultura vigente es competitiva y muy poco cooperativa. El lucro cuenta más que la vida.
- Opinión
La Covid-19, al afectar a todos los humanos, nos ha dado una señal que cabe interpretar. En la naturaleza nada es fortuito. La visión mecanicista de que la naturaleza y la Tierra no tienen propósito está superada. Siendo seres vivos, son portadores de sentido y forman parte del cuadro general del proceso cosmogénico que tiene ya 13.700 millones de años. Si todos los elementos no se hubiesen articulado sutilmente, durante miles de millones de años, no estaríamos aquí para escribir sobre estas cosas.
¿Cuál es el sentido más inmediato que la naturaleza nos está revelando con el ataque del coronavirus? El sentido nos viene en forma de exhortación:
“Paren con el asalto sistemático y depravador de los ecosistemas, de los bosques y selvas, de los suelos, de las aguas, de la biodiversidad. Sus megacorporaciones industrialistas y extractivistas, sus empresas mineras, el agronegocio empresarial en asociación con la industria de agrotóxicos, los eyectores de giga-toneladas de gases de efecto invernadero en la atmósfera, los causantes de la erosión de la biodiversidad, ustedes están destruyendo las bases que sustentan su propia vida; están cavando su propia sepultura en el marco de un tiempo previsible; no los campesinos familiares, los pobres de la tierra, sino ustedes están destruyendo los hábitats de miles de virus presentes en los animales; buscando sobrevivir, encontraron en los humanos un huésped para su supervivencia a costa de la vida de ustedes. El falso proyecto de crecimiento/desarrollo ilimitado de su cultura consumista ya no lo pueden soportar la naturaleza y la Tierra, planeta viejo y limitado en bienes y servicios; como reacción a la violencia contra mí ‒la naturaleza y la Madre Tierra‒ les he enviado ya varios virus que les atacaron, pero no han visto en ellos una señal, no han aprendido a leerlos ni han sacado la lección que ellos contienen. Ustedes solo piensan en volver a la vieja y perversa normalidad; por eso les digo: o ustedes cambian su relación con la naturaleza y con la Madre Tierra, relación de cuidado, de respeto a sus límites, de autolimitación de la voracidad de ustedes, sintiéndose efectivamente parte de la naturaleza y no sus pretendidos dueños, o serán asolados por virus aún más letales; les advierto: uno de ellos puede ser tan resistente que mostraría la total ineficacia de las vacunas actuales y gran parte de la humanidad sería consumida por el Next Big One, el último y fatal. La Tierra y la vida en ella, especialmente la microscópica, no perecerán. La Tierra viva seguirá girando alrededor del Sol y regenerándose, pero sin ustedes. Por lo tanto, cuídense pues estamos en el tiempo de la cuenta atrás. La naturaleza es una escuela, pero ustedes no han querido matricularse en ella y por eso, irracionalmente, están pavimentando el camino que los llevará a su propia destrucción. Y ya no digo más”.
La pandemia ha afectado de forma global a la humanidad. Ya que la forma es global, la solución obviamente debería ser también global: discutida y decidida globalmente. ¿Dónde hay un centro plural y global para pensar y buscar soluciones para los problemas globales? La ONU no cumple sus objetivos fundacionales, pues se ha transformado en una agencia que defiende los intereses de las naciones poderosas, que tienen derecho a veto, particularmente en el organismo mayor que es el Consejo de Seguridad. Somos rehenes de la obsoleta visión de soberanía nacional, que todavía no se ha dado cuenta de la nueva fase de la historia humana, la planetización, que hace que todas las naciones estén interconectadas y que todas ellas en conjunto posean un destino común. Estamos todos dentro del mismo barco: o nos salvamos todos o nadie se salva, como advirtió el Papa Francisco. Este es el verdadero sentido de la globalización o de la planetización. El tiempo de las naciones pasó. Tenemos que construir la Casa Común dentro de la cual caben las distintas naciones culturales, siempre entrelazadas, formando una única Casa Común, incluida la naturaleza.
La pandemia ha dejado claro cuán inhumanos y crueles podemos ser: los ricos aprovecharon la situación y se han enriquecido mucho más mientras que los pobres se han vuelto mucho más pobres. La cultura vigente es competitiva y muy poco cooperativa. El lucro cuenta más que la vida. Las vacunas han sido desigualmente distribuidas, quedando los pobres expuestos al contagio y a la muerte. Todo un continente, con más de mil millones de personas, como es África, ha sido olvidado. Apenas el 10% de su población ha sido vacunada. La muerte campea especialmente entre los niños debido a la insensibilidad e inhumanidad de nuestra civilización mundializada. Es el imperio de la barbarie, que niega cualquier sentido de civilización humana. Con razón hay analistas, especialmente biólogos, que se preguntan: ¿tenemos todavía derecho a vivir sobre este planeta? Nuestros modos de ser, de producir y de consumir amenazan a todas las demás especies. Hemos inaugurado una nueva era geológica, el antropoceno y hasta el necroceno, es decir: la gran amenaza mortal a la vida en este planeta no viene de un meteoro rasante sino del ser humano barbarizado, especialmente entre los estratos más opulentos de la población. Entre los pobres y marginados aún se conserva humanidad, solidaridad, ayuda mutua, cuidado de las cosas comunes, como se ha comprobado durante este tiempo de pandemia mundial.
La irrupción de la Covid-19 es una invitación a la reflexión: ¿por qué hemos llegado al punto actual, amenazados por un virus invisible que ha puesto de rodillas a las potencias militaristas y su fantasioso impulso imperial? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué cambios debemos realizar si queremos garantizar un futuro para nosotros y para nuestros descendientes? Los trillonarios globales (el 0.1% de la humanidad) sueñan con una radicalización total del orden del capital, imponiendo a todos un despotismo cibernético que vigilará y reprimirá a todos los opositores y que garantizaría sus fortunas. El estómago de la Madre Tierra no digerirá tal monstruosidad. Junto con la resistencia humana, indispensable, anulará sus pretensiones, negándoles las bases ecológicas, incontrolables por ellos, para ese proyecto perverso.
Como nunca antes en la historia el destino de nuestras vidas depende de las decisiones que debemos tomar colectivamente. En caso contrario, conoceremos el camino ya recorrido por los dinosaurios. No queremos eso. Pero estamos en una encrucijada.
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