Mirada creyente del papa Francisco ante el Covid-19 y otras pandemias
En la visión creyente del Papa, una condición necesaria para asegurar la dirección del cambio es ir a la periferia. Lugares de exclusión y sufrimiento, pero también de posibilidades que apuntan hacia un futuro mejor.
- Opinión
Contemplar (ver), discernir (pensar) y proponer (actuar) es el modo que tiene el papa Francisco “de estar en la realidad”. Un modo que pone la inteligencia y el corazón en “los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los hombres [y mujeres] de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren…”. Y esto es así, porque el cristianismo, como modo creyente, consciente y comprometido de estar en la realidad, es una forma de ser (humano), de pensar (crítico), de sentir (el sufrimiento ajeno), de actuar (compasivamente) y de celebrar (la vida).
Este modo humano y creyente de situarse en la realidad asume que, para desarrollar la misión humanizadora de la Iglesia, es necesario conocer y comprender el mundo en que vivimos; escudriñar bien las señales de los tiempos e interpretarlas a la luz del Evangelio. Las exhortaciones y encíclicas del papa Francisco tienen este carácter. También lo tienen sus gestos de cercanía y apertura que buscan la participación y compromiso del pueblo. Por eso, de él se ha dicho que es expresión actualizada del espíritu del Concilio Vaticano II.
Para abordar su mirada creyente sobre el Covid-19 y otras pandemias nos centramos en tres de sus escritos más recientes: la encíclica Fratelli Tutti. Sobre la fraternidad y la amistad social (FT); el libro “Soñemos juntos”. El camino a un futuro mejor (SJ); y el mensaje para la 54 Jornada Mundial de la Paz 2021 (JMP).
El hilo conductor de la encíclica es que, a partir del reconocimiento de la igual dignidad de la persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. El libro “Soñemos Juntos”, por su parte, nace en el contexto de la primera cuarentena a causa del Covid-19 y plantea la convicción de que este es el momento para soñar en grande, para repensar nuestras prioridades y para comprometernos en lo pequeño y actuar en función de lo que hemos soñado. Por otro lado, el mensaje de la JMP proclama que la humanidad puede progresar por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz, acentuando la cultura del cuidado y erradicando la cultura de la indiferencia, el rechazo y la confrontación.
Desde estos textos podemos decir que la mirada creyente de Francisco arranca de una experiencia singular del Misterio de Dios y del acontecimiento de la Encarnación (el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros). También arranca de lo que inspira la práctica solidaria (con los pobres) de la Iglesia primitiva. Respecto a lo primero, el papa manifiesta su fe en “un Dios que eligió la periferia del mundo como lugar para revelar, en Jesús, su acción salvadora en la historia” (SJ). Luego, describe el ministerio de Jesús como una vida que lleva a “caminar con los pobres, los rechazados, los marginados, derribando el muro que impedía al Señor estar cerca de su pueblo..." (SJ). De la Iglesia afirma que “nació en la periferia de la Cruz donde se encuentran tantos crucificados. [Por ello] si se desentiende de los pobres deja de ser la Iglesia de Jesús y revive las viejas tentaciones de convertirse en una élite..." (SJ).
Veamos algunos rasgos primordiales de su visión creyente sobre la pandemia manifiesta (el Covid-19) y las pandemias ocultas (económicas, sociales, políticas).
En primer lugar, nos ha comunicado una imagen sana de Dios, contraria al “Dios del miedo”, al que se le atribuyen las durezas terribles de la vida como castigo suyo. Cuando el papa habla de Dios en estas circunstancias habla de un Dios que es aliado nuestro, no nuestro enemigo. Un Dios cuya esencia es la misericordia y, por tanto, nunca es indiferente: “Dios sabe, siente y viene corriendo a buscarnos, sale a nuestro encuentro” (SJ, p.20). Pero es también un Dios que cuenta con nosotros en la concreción de su ser compasivo. En esta línea el Papa afirma que “siempre que haya una respuesta en el mundo que sea inmediata, cercana, cariñosa, preocupada, ahí está presente el Espíritu de Dios” (Ibíd.). Los mártires de la pandemia (enfermeras, médicos, voluntarios, etc.) son ejemplo de ello.
Desde su mirada creyente Francisco considera la pandemia del Covid-19 como nuestro “momento Noé”. Esto, “siempre y cuando encontremos el Arca de los lazos que nos unen, de la caridad, de la común pertenencia”. Asimismo, recuerda que “la historia de Noé en el Génesis no habla solo de cómo Dios ofreció una salida de la destrucción; habla también de todo lo que pasó después. La regeneración de la sociedad humana implicó volver a respetar los límites, frenar la carrera por la riqueza y el poder, cuidar de aquellos que viven en la periferia” (ibíd. p. 15).
En segundo lugar, ha remarcado que Dios está siempre al lado del empobrecido y de las víctimas, no se muestra imparcial. Dios ha otorgado su primera misericordia a los pobres. Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres. Esto supone ser dóciles y atentos a su clamor. De ahí la necesidad de ver la realidad desde las periferias geográficas y existenciales. Cuando se asume la hermenéutica de la periferia se caen posibles vendas y tenemos la oportunidad de ver con ojos nuevos, se ve el mundo tal cual es (con sus desafíos y posibilidades). En esa perspectiva el Papa señala que la crisis puso al descubierto la cultura del descarte. Las exigencias sanitarias del Covid visibilizaron cómo tantas personas no tenían una vivienda donde vivir el distanciamiento social obligatorio ni agua limpia con la que higienizarse. También puso en evidencia otra pandemia: la del virus de la indiferencia que nos hace mirar siempre para el otro lado. Uno de los peligros de este “estado de indiferencia” es que puede volverse algo “normal” y termine por impregnar silenciosamente nuestros estilos de vida (FT n.73).
Desde la periferia se constata una humanidad gravemente enferma. La causa no deriva solo del Covid-19. Para Francisco existen miles de otras crisis igual de terribles, pero son tan lejanas a algunos de nosotros que podemos actuar como si no existieran. Señala, por ejemplo, las guerras diseminadas en distintas partes del mundo, la producción y el tráfico de armas; los cientos de miles de refugiados que huyen de la pobreza, las faltas de oportunidad y el hambre. Sobre esto último menciona un dato que debería conmocionarnos: en los primeros cuatro meses del año 2020, murieron 3,7 millones de personas a causa del hambre (SJ, p.5).
Y respecto a la pospandemia, el papa expresa sus preocupaciones por lo que puede ocurrir pasada la crisis. Señala que la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Y enseguida pone de manifiesto cuatro hondos deseos para contrarrestar esas tendencias: “Ojalá que al final ya no estén los ‘otros’, sino sólo un ‘nosotros’. Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado” (FT n. 35).
Desde los desafíos que plantea la periferia del mundo, el papa sostiene que es el momento para un nuevo proyecto que efectivamente incluya. Para un nuevo humanismo que pueda canalizar la irrupción de fraternidad y que termine con la globalización de la indiferencia y la hiperinflación del individuo. En este plano la política puede y debe desempañar un rol decisivo, pero no cualquier política. El papa piensa en lo que él llama “una sana política” capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas (FT n.179). Es la política que tiene como horizonte el bien común (FT n.182), el respeto irrestricto de los derechos humanos (FT n.189), la atención al clamor de los pobres (FT n.187), la conversión de los liderazgos (FT n.166), y el cultivo de la participación y la vida comunitaria (FT n.182), entre otros.
Desde luego que esa política requiere, según el papa, de buenos políticos que se preocupen “de la fragilidad de los pueblos y de las personas”. En este sentido sostiene que “las mayores angustias de un político no deberían ser las causadas por una caída en las encuestas, sino por no resolver efectivamente el fenómeno de la exclusión social y económica, con sus tristes consecuencias…” (FT n.188).
En tercer lugar, el Papa habla de un Dios protector y cuidador de la vida. En el mensaje para la 54 JMP, que tiene por lema "La cultura del cuidado como camino de paz", comienza con una grave constatación: “la gran crisis sanitaria de COVID-19, se ha convertido en un fenómeno multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas, como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y causa grandes sufrimientos y penurias” (JMP n.1). Desde el corazón puesto en los que sufren, Francisco aboga por una cultura del cuidado, entendida como “el compromiso común, solidario y participativo para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos…” (JMP n.9).
Hace ver la importancia que tiene la cultura del cuidado en la tradición cristiana. Habla de un fundamento bíblico, el Dios de la Biblia no es solo un Dios Creador, sino también un Dios Cuidador. Reseña que el cuidado de la creación está en la base de la institución judía del sábado que, además de regular el culto divino, tenía como objetivo restablecer el orden social y el cuidado de los pobres. La celebración del Jubileo, con ocasión del séptimo año sabático, permitía una tregua a la tierra, a los esclavos y a los endeudados (JMP n.3).
También señala una motivación profética donde la cumbre de la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella. Asimismo, plantea que la cultura del cuidado tiene una motivación cristológica: en la sinagoga de Nazaret, Jesús se manifestó como Aquel a quien el Señor ungió «para anunciar la buena noticia a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dejar en libertad a los oprimidos». En su compasión, Jesús se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba; perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Él era el Buen Pastor que cuidaba de las ovejas; era el Buen Samaritano que se inclinaba sobre el hombre asaltado, vendaba sus heridas y se ocupaba de él. Estas acciones constituyen el testimonio más elocuente de una misión que apunta hacia una cultura del cuidado (JMP n.4).
Remite también a una motivación eclesiológica. Los cristianos de la primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara necesidad y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de los más frágiles (JMP n.5). Desde esta inspiración creyente el Papa invita a que todos podamos convertirnos en profetas y testigos de la cultura del cuidado. Y eso pasa por cultivar la promoción de la dignidad de toda persona humana, la solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común y la salvaguardia de la creación. De esa manera la cultura del cuidado se convierte en una condición necesaria para que haya paz social.
Desde un Dios para el cual lo primero es la misericordia, que se inclina a favor de los empobrecidos y que es amigo de la vida, es posible mantener la esperanza. Es decir, mirar al futuro con realismo, sin hacerse falsas ilusiones, pero sin descuidar las posibilidades de mayor justicia e inclusión. Es la esperanza “enraizada en lo profundo del ser humano, independientemente de las circunstancias concretas y los condicionamientos históricos en que vive”. No es simple optimismo. El Papa habla “de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor” (FT n.55). Quien vive animado por la esperanza cristiana supera el narcisismo, que lleva al egocentrismo; el desánimo, que lleva al aislamiento; y el pesimismo, que nos cierra las posibilidades de futuro.
A pesar del constante desgaste social en todos los pueblos perdura una reserva de valores fundamentales. El Papa los denomina el “alma del pueblo”, entendida como la lucha por la vida desde la concepción a la muerte natural, la defensa de la dignidad humana, el amor por la libertad, la preocupación por la justicia y la creación, el amor de la familia y la fiesta. Ese tiempo de acción desencadenado por la fuerza de la esperanza, exige recuperar el protagonismo de los pueblos y el sentido de pertenencia, de sabernos parte de un pueblo al que debemos cuidar y potenciar.
Y para no quedarnos en las abstracciones de los “grandes ideales” el papa propone empezar a ver posibilidades nuevas, al menos en las pequeñas cosas que nos rodean, o en lo que hacemos cotidianamente. Explica que a medida que nos vamos comprometiendo con esas pequeñas cosas, empezamos a imaginar otra manera de vivir juntos, de servir a otros. Podemos empezar a soñar un cambio real, posible y deseable. La exhortación es clara: “atrevámonos a soñar” (SJ, pp.6-7), pero con los pies en la tierra. Sin excusas hay que convertir en algo normal el amor, y no el odio; convertir en algo común la solidaridad, no la indiferencia; convertir en algo habitual la cultura del cuidado, no la cultura del descarte. En la visión creyente del Papa, una condición necesaria para asegurar la dirección del cambio es ir a la periferia. Lugares de exclusión y sufrimiento, pero también de posibilidades que apuntan hacia un futuro mejor.
Carlos Ayala Ramírez
Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Universidad Santa Clara, CA). Profesor de la Escuela de Liderazgo Hispano de la Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la UCA El Salvador; exdirector de radio universitaria YSUCA. Antiguo profesor externadista.
@AyalaYsuca
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