Cuando Aristóteles llamó a la ministra de economía
- Opinión
Fuentes confiables relatan que cuando se le dijo a la ministra de economía de Uruguay que Aristóteles quería hablarle por teléfono, enseguida preguntó cuál era el asunto a tratar. Aristóteles respondió que el tema era el control de precios que anunció el nuevo gobierno para enfrentar la pandemia del coronavirus. Similares medidas se habían aplicado en otros países, como Argentina, y se las discutía por ejemplo en Perú. Aristóteles había conversado de ese asunto con todo tipo de economistas, políticos y sindicalistas en esos países, y sólo le restaba compartir con algunos ministros o presidentes sus ideas antes de volver a su descanso.
El control de los precios, especialmente de alimentos básicos, vivienda o insumos de salud, era objeto de debate público. Algunos lo aplicaron tempranamente, como Venezuela, pero enseguida los economistas convencionales alertaron sobre el fracaso de la medida en controlar la disposición de productos como la hiperinflación. En Argentina el actual gobierno apeló a controles o regulaciones sobre los precios en más de 2 300 productos y en varios servicios, incluso delegando la fiscalización a los gobiernos locales, y allí también había posturas a favor y en contra. En Chile y Perú, desde la oposición parlamentaria, se propone controlar los precios al menos de los medicamentos.
Aristóteles consideraba que muchas de esas discusiones caían en consideraciones erradas. A su juicio, buena parte de ellas eran propias de los phantasmata. Este es un término que se deriva de la palabra en griego phantasia, que en su concepción original no es idéntica al vocablo que usamos hoy en día, fantasía. Entender esa diferencia permite comprender muchos aspectos del actual debate económico frente a la crisis por el coronavirus.
Controlando los precios
Los intentos de limitar los precios tienen una muy larga historia. Hay antecedentes tan tempranos como los de Adam Smith, que en 1776 defendía topes al costo de la educación o a las tasas de interés. Hay ejemplos de una enorme ambición cuando John Kenneth Galbraith y sus economistas, durante la Segunda Guerra Mundial no sólo querían controlar algunos sino absolutamente todos los precios (1). Esa pretensión de totalidad escandalizaría a buena parte de los economistas y políticos convencionales en países como Colombia o Chile.
Se regulan los precios para evitar efectos que se estiman como negativos, como pueden ser que bienes y servicios se vuelvan inaccesibles al ser tan caros, controlar la inflación o regular el comercio exterior. Al decir control está claro que se alude a una imposición u obligación, y no son voluntarios. Se pueden establecer precios máximos o mínimos, e incluso se puede incidir sobre ellos por medio de subsidios, exoneraciones, compras estatales, etc. Sus promotores más sensatos insisten en que deben ser empleados junto a otras medidas ya que si se aplican aisladamente frecuentemente producen consecuencias negativas.
El caso de Uruguay era el más revelador para Aristóteles. En ese país se tomó una medida que involucraba los precios de bienes básicos, en la cual participaba el gobierno y cámaras empresariales, pero que fue descrita de muy diversas maneras (2). La ministra de economía primero se refirió a un “control” y luego a un “acuerdo”, distintos políticos y medios además de hablar del control también indicaron que se imponía un congelamiento de precios. Se entreveró todo más aun cuando el presidente Luis Lacalle Pou, reconoció que como hubo abusos en los precios se decidió “controlar”; la ministra lo secundó y advirtió que su secretaría tenía la capacidad de hacerlo. Pero finalmente reconoció que se llegó a un acuerdo voluntario, sin sanciones, y que no será el Estado sino los consumidores los que ejercerán ese control con sus decisiones sobre lo que comprarán o no.
De ese modo, en pocos días se hablaba de acuerdo, control o congelamiento, y de si era una imposición gubernamental o una apelación a la voluntad de empresarios, o incluso de consumidores.
Ante esto existieron múltiples reacciones. El progresismo del Frente Amplio, ahora en la oposición, y la central sindical, reclamaban más que un acuerdo voluntario, apuntando a controles enérgicos que pusieran un techo a los precios de alimentos y artículos de limpieza. En sentido contrario, desde miradas económicas conservadoras se reaccionó con escepticismo o críticas, pero lo particular de esas respuestas en contra es que asumían que realmente se impondrían controles. Entendían que en ello existía el riesgo de una intervención en el mercado, y eso era inaceptable.
Algunos economistas criollos afirmaron que ya sabían de antemano y sin dudar, que todo fracasaría. Por ejemplo, CCN Chile advertía que “los economistas se alinean contra la fijación de precios” y “cuesta encontrar” a uno que apoye la idea (3). Esa petulancia, que tiene por detrás un aliento neoliberal, contrasta con la mesura de otros grandes economistas. Por ejemplo, Arthur Pigou, en 1941 sostenía que la restricción sobre los precios no está predestinada al fracaso o a ser inútil. Pero esas y otras advertencias habían caído en el olvido.
Los verdaderos fantasmas
Aristóteles dijo que en esas distintas posturas están los phantasmata. Ese término refiere a las representaciones que elaboramos a partir de observar o sentir el mundo. Es similar a una imagen pero no es copia exacta del exterior porque tiene imperfecciones y deformaciones (4). Se forman en nuestro interior y por ello son muy personales ya que cada individuo genera sus propios phantasmata.
Aristóteles, sonriente, le dijo a la ministra de economía de Uruguay que, en realidad, no había ningún control de precios porque todo el esquema era voluntario, pero ni siquiera eso, en tanto los empresarios dejaron en claro que cumplirlo era dificultoso y que mucho dependía de la cotización del dólar. A partir de eso, Aristóteles explicó que cada uno organizó su propia phantasia, que es cuando los phantasmata se expresan, se hacen visibles, e incluso pueden ser asumidos como verdades distintas para cada individuo. De ese modo, para algunos había un control de precios y para otros fue solamente un acuerdo; entre los que creían que era un control estaban los que alababan la medida y los que la rechazaban. Quienes decían que lo habían aceptado al rato advertían que podrían no hacerlo. Es más, hasta una misma persona podía usar cualquiera de esos términos casi al mismo tiempo.
Tal vez el extremo sean los economistas convencionales que van con sus phantasmatas de mercados libres, idealmente autoregulados, con consumidores plenamente informados y racionales, y que de tan perfectos sostenían que cualquier control de precios sería negativo. Ante ese tipo de posiciones, Galbraith, en los tiempos de guerra, advertía que el rechazo al control de precios por los ortodoxos partía de concebir a la economía como competitiva y a los mercados como libres, y que bajo esa idealización se generaban los precios –ideas, todas ellas, erradas. Ese economista hacía esas afirmaciones hace más de medio siglo atrás, y hoy en día, en pleno siglo XXI, los debates parecen repetirse sin advertir aquellos antecedentes.
Aristóteles estaba, sobre todo, preocupado porque se generaban discusiones sobre medidas que eran tan vagas que llevaban a phantasias floridas sin que ninguna de ellas ofreciera algún alivio a los que necesitaban comida o atención sanitaria en esta crisis. Para ser más claro, señalaba que los problemas concretos de las personas en las calles durante esta pandemia, los que perdieron su trabajo o los que apenas logran completar su canasta de alimentos, no se resolverán discutiendo phantasmatas. En tanto ellas se mantienen siguen persistiendo todas las desigualdades e inequidades en las economías actuales. Qué mejor ilusión que tomar algunos de esos anuncios aprovechándolos para repetir los discursos sobre la libertad y protección del mercado para evitar que se concrete alguna real intervención en los mercados.
A muchos políticos, economistas, sindicalistas y hasta a los ministros, no les gustó nada que Aristóteles les dijera que discutían sobre phantasias. El, con una sonrisa, les recordó que eran inseparables del pensamiento. No hay pensamiento sin phantasia, y los debates políticos en América Latina siguen siendo ejemplo elocuente de ellos.
Notas
1.A theory of price control, J.K. Galbraith, Hervard University Press, 1952.
2. Gobierno anunció acuerdo de precios para canasta básica de alimentos, higiene y sanitaria, Presidencia de Uruguay, 8 mayo 2020, https://www.presidencia.gub.uy/comunicacion/comunicacionnoticias/conferencia-acuerdo-precios-canasta-basica
3.Mercado negro, escasez y mala experiencia de la UP: Economistas se alinean contra la fijación de precios, CNN Chile, 21 mayo 2020, https://www.cnnchile.com/economia/expertos-alinean-contra-fijacion-precios_20200521/
4. Las traducciones convencionales de las obras de Aristóteles presentan a phantasia como imaginación (por ejemplo, la de Tomás Calvo Martínez, publicada por Gredos). Sin embargo son conceptos distintos en tanto imaginación deriva de imago, y ésta de imitor, y alude por ejemplo a la imagen en un espejo.
-Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). Seguimiento: @EGudynas
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