Fin de mundo
- Opinión
Hemos llegado, sin dudas, a un punto crítico de convulsión mundial en el seno de eso que hemos dado en llamar “sociedad”. En teoría, una sociedad es un organismo de ciudadanos que desea convivir entre sí haciendo uso de reglas comunes, que todos respetan por igual. Si nos atenemos a esta noción, un ciudadano sería alguien formado para ejercer la civilidad; de ahí que el concepto de civilización se asocie siempre a individuos racionales, cultivados, conscientes de aquello que usan, producen, protegen o comparten. Si damos una mirada al mundo actual en su conjunto, hay poco de eso, vemos más bien lo contrario: agresiones, guerra, violencia, competencia desleal, leyes que funcionan para unos y para otros no; la sociedad estructurada en base a una serie de jerarquías materiales y no morales; las instituciones no tienen como norte la educación o la cultura. La ética, es decir, la rectitud moral, está desapareciendo de la mayoría de los Estados, básicamente porque los principios éticos (y los religiosos) están profundamente adulterados por la manera de ejercer la política.
El descrédito de la política se debe fundamentalmente a una carencia de ética, donde se vulneran los valores esenciales de la convivencia y la construcción interior del ser humano. Cuanto observamos hoy en los principales líderes políticos es el detentar el poder a cualquier precio, mediante elecciones armadas por partidos populistas y por maquinarias electorales dueñas de grandes recursos financieros y campañas de propaganda, que a su vez basan casi todo su poderío en las finanzas, las armas y la guerra; de ahí que las invasiones e injerencias políticas se hagan sobre todo para amedrentar países de pocos recursos, naciones balcanizadas o estados en diáspora, geografías divididas. Poco a poco, hemos venido entrando en un territorio geopolítico globalizado donde los protagonistas finales son las armas y el poder financiero, y por otro lado, fundamentalismos fanáticos conduciendo a grandes contingentes a un despeñadero, agravado por un irrespeto a la naturaleza traducido en un desajuste estructural de los ecosistemas, donde los ciclos naturales se hallan violentados por la contaminación de las aguas, la tierra y la atmósfera que, de seguir así, en pocos años van a llevar a un colapso global sin precedentes.
El huracán “Irma” que ahora azota las costas de Florida en USA y parte de México, República Dominicana, Puerto Rico, Haití, Cuba y las islas del Caribe, y otros sismos y terremotos registrados en diversas partes del mundo, así como los pavorosos incendios en Chile, las inundaciones en Colombia. Todas esas calamidades no son meros accidentes de la naturaleza, sino respuestas de la Pachamama y de los dioses que rigen las cosmogonías seculares del planeta, que están enviando señales de fuerzas superiores para advertirle al mundo acerca de toda esta insensatez del desarrollo desbocado, de la violencia y las guerras que además de la destrucción directa que ocasiona, dejan millones de emigrantes desplazados por las fronteras de todo el mundo, muchos de los cuales quedan atrapados en condiciones infrahumanas, y son rechazados por los mismos gobiernos que producen las guerras. Vivimos, pues, en una paz simulada, en medio de premios, discursos religiosos y políticos que hablan de la paz mientras practican la guerra por otras vías.
Estamos a punto de culminar la segunda década del siglo XXI y ahora las llamadas potencias se preparan a armar nuevas fuerzas para amenazarse entre sí: el nuevo presidente de USA, a pocos meses de su mandato, ya ha amenazado a México, Venezuela, Siria y Corea del Norte. Otras potencias europeas como Alemania, Francia y España se preparan a apoyar a USA al lado de Japón, y ejercen amenazas indirectas, mientras que del otro lado China y la Unión Soviética protagonizan acciones para frenarlas, y deben mostrar su poderío militar; ambos bloques se mueven en medio de organizaciones terroristas como el llamado Estado Islámico, que no cejarán hasta ver a USA y Europa en ruinas, llevándose si es necesario por delante a otros países (incluyendo a Venezuela y otros de la América Latina) en su irrefrenable carrera de destrucción.
Vemos así países secularmente dominados por USA y Europa como las nuevas naciones latinoamericanas, Bolivia, Cuba, Ecuador, Venezuela, Nicaragua o Argentina están despertando a una nueva conciencia política, e inmediatamente son objeto de satanización comunista, pasando luego a ser amenazadas o sancionadas por los nuevos imperios, a objeto de intimidarlas.
Se las han arreglado todos ellos para incluirnos en este juego macabro. Han empleado todos los recursos mediáticos imaginables: televisión, radio, internet, teléfonos, satélites, redes sociales para mantenernos atrapados allí, como peones o como soldados de un ejército para que entremos –lo queramos o no— en este absurdo juego político donde nadie nunca va a ganar nada. En este momento estamos presenciando un panorama político coronado por una serie de desastres naturales que son una clara respuesta del planeta a los desafueros y vejámenes a la madre tierra, a su flora y fauna, a sus lagos, ríos y mares. La tierra está respondiendo de una manera terminante, cuyas consecuencias son huracanes, terremotos, sismos de mayor o menor intensidad, vaguadas y lluvias, deshielos de icebergs, desbordes de ríos o maremotos, mientras allá arriba en el centro del astro que domina nuestro sistema planetario se producen gigantescas explosiones, las cuales acarrean fuertes olas de calor, Esto nos lo están advirtiendo autoridades religiosas y organizaciones ecologistas, científicos conscientes e intelectuales lúcidos, los verdaderos humanistas. Si no hacemos caso de estas advertencias, nos encaminaremos inevitablemente a una catástrofe.
Deberíamos entender de una vez por todas que, como decía Spengler, Occidente está en decadencia desde hace tiempo, y que bajo estos mismos parámetros imperialistas estaremos acabados; ya no generamos una verdadera cultura basada en la educación, el arte y la filosofía, sino inmersos en una cultura del entretenimiento masivo que no tiene mucho que ver con una verdadera cultura popular o tradicional; las ideas ya no vienen a través del lenguaje escrito y de los libros, sino pautadas por la TV y el cine; la llamada cultura visual está acabando con las ideas humanistas, y la ideología se esmera cada día en suplantar a la filosofía; los ideales de belleza y justicia han sido depuestos por una cultura del consumo masivo industrializado, que a su vez va exterminando la cultura artesanal y artística. Es una verdadera guerra de sinsentidos que desea arrasar con los símbolos, mitos y arquetipos de los pueblos, para sustituirla por una semántica del pánico en nuestras ciudades, donde la violencia pretende institucionalizarse, para que el capitalismo salvaje pueda sobrevivir por mucho más tiempo, con ayuda de pretextos ideológicos como la persecución al terrorismo o las drogas.
No se trata aquí de pintar un panorama dantesco de la realidad sólo para agregarse a una tendencia escéptica o nihilista de pensamiento, sino de admitir que la ciencia ha invalidado su filosofía humana, poniéndose al servicio del terror cibernético y de la guerra, para invadir la privacidad de los ciudadanos, corroer su individualidad y su yo interno.
Ante estas situaciones, los seres humanos manipulados se han refugiado en un hedonismo ciego, postergando sus particulares visiones del mundo y su espiritualidad, para introducirse en burbujas de placeres momentáneos que esterilizan toda tentativa de formar comunidad y de crear conciencia social. Esta es la triste verdad. El discurso dominante no piensa, no medita ni reflexiona sobre lo humano sino que compra, vende, negocia, trajina, alquila, especula, concentra y manipula en detrimento de legados raigales, saberes populares o tradiciones. La ideología del dinero y del poder bélico y financiero arrasa con todo aquello que se pone en su camino.
Por contraparte, los socialismos y comunismos se han burocratizado y desmembrado interiormente, se han disfrazado de filantropías humanistas haciendo uso de lemas y mensajes estereotipados, de slogans que manipulan a masas ignorantes con mensajes mesiánicos que se tornan fanatismos y fundamentalismos, cuyos contenidos esenciales son figuras redentoras, salvadoras, eternas, cuando en verdad lo único que puede guiar los pasos hacia una sociedad justa y plena es la propia capacidad de creación y de trabajo colectivos, de imaginación para construir mundos y compartirlos. Los regímenes totalitarios, fascistas o fundamentalistas se han cerciorado de ello para manejar los mensajes de fondo y someter a los individuos, convirtiéndolos en masas de seres acríticos. Por esta vía del adoctrinamiento ideológico, siempre se va fracasar.
Nuestros hijos y nietos no se merecen un mundo así. Por lo contrario merecen un mundo hermoso, donde la convivencia humana sea una realidad, la vida una fiesta jubilosa y nuestro planeta un mundo lleno de maravillas, como realmente es.
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