La derecha chilena sin máscaras: ¿redoblar la apuesta neoliberal o morir?

20/06/2017
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Foto:CELAG
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Por ahora, la hegemonía política chilena se sigue disputando dentro de la arena neoliberal. Sin embargo, el sentido común neoliberal comenzó a resquebrajarse producto de las masivas movilizaciones populares de 2001, 2006 y 2011 por una educación gratuita, reformas laborales y de pensiones, así como pujas por la renacionalización del cobre. Pese al surgimiento de nuevas alianzas electorales antineoliberales –como el Frente Amplio- o nuevos liderazgos populares que ocuparon posiciones de poder en el Congreso y en algunas alcaldías a propósito de este sacudón sociopolítico y cultural, el clima previo a las citas electorales que están por darse parece indicar que, por ahora, la escena la seguirán dominando los dos bloques tradicionales de poder político: la izquierda del neoliberalismo progre (de la Concertación), representada hoy por la Nueva Mayoría, y la nueva derecha del neoliberalismo radical, representada por Chile Vamos. Aún así, los nuevos sentidos comunes ganados fruto de los conflictos sociales recientes, están generando efectos al interior de estos bloques, lo cual no debe pasar desapercibido.

 

Dentro de las posibilidades y límites que ofrecen estos dos bloques en disputa y ante la puesta en cuestión del neoliberalismo por amplios sectores sociales, se tejen desafíos que marcan un nuevo ciclo político. Los resultados de la pasada elección presidencial tras la reciente instalación del voto voluntario dibujaron sus rasgos. El 60% de abstención manifestada en los comicios presidenciales de 2014 y la casi total abstención de los jóvenes (90%), señalan el desgaste de las opciones políticas existentes (marcadas por la lógica cómplice del bipartidismo pactado), así como la aún incipiente maduración de nuevas opciones que movilicen a las mayorías.

 

Para Pedro Santander1 las circunstancias hablan de un nuevo ciclo político cuyos ejes de polarización se desplazan del eje dictadura vs. democracia hacia mercado vs. derechos sociales. Deja claro que ante este nuevo antagonismo, el cual abre las compuertas para opciones progresistas en el debate político, los viejos liderazgos de la transición post-dictadura tienen muy poco que decir. Esto se evidenció con la derrota electoral y extravío político de Nueva Mayoría en las pasadas elecciones municipales de 2016.

 

En este contexto, resurge la figura de Sebastián Piñera, pujando por el fortalecimiento de la lógica de mercado como sistema de organización social. El líder del partido Renovación Nacional y figura destacada de la coalición de derecha Chile Vamos, aparece como una opción que, sin ser nueva (presidente de Chile 2010-2014), reaparece como el exponente del “cambio”. Llama la atención que, siendo el candidato que dentro todo el espectro político se lleva el porcentaje más alto de aprobación (24%)2, pase del discurso “centrista” -más técnico y gerencial- del que echó mano en su primera campaña presidencial, a una apuesta neoliberal más polarizada, “sin la mascarada ideológica propia de la Concertación, que disfraza medidas pro mercado tras el discurso socialdemócrata de los derechos”3.

 

En una sociedad signada por inéditos ciclos de privatizaciones de bienes comunes, el desplazamiento del poder del Estado y sus instituciones hacia poderes fácticos (corporaciones) en áreas fundamentales para la garantía de derechos (pensiones, salud, educación, gestión monetaria, canasta productiva, entre otros), no sólo hablan de sofisticadas modalidades estatales de transferencia directa de la riqueza al capital privado y la consecuente desposesión de derechos a las mayorías, sino también de la posible crisis de un modelo que está condenado a enfrentar contradicciones, tensiones y conflictividad social dada la desigualdad social y económica que produce.

 

El neoliberalismo avanzado en Chile ha cristalizado un conflicto sociopolítico que, si bien se expresó en las calles años atrás, también comienza a expresarse en las necesidades de polarización que emplean sus defensores para controlar la conducción del Estado y de la sociedad. Para el próximo 2 de julio, a Sebastián Piñera le interesa, sobre todo, salir victorioso de la contienda al interior de su coalición para liderar políticamente a la derecha, y resulta razonable que apueste por un discurso polarizado que le asegure los votos de este sector. Sin embargo, pareciera que se percibe un nivel de cuestionamiento al neoliberalismo en la sociedad chilena que podría conducir a una posible crisis de hegemonía, ante la cual una estrategia polarizante resultaría adecuada. Redoblar la apuesta neoliberal, polarizando dentro de la derecha, le permitiría a Piñera: 1) capitalizar el sustrato cultural instalado (meritocracia, inclusión vía consumo, eficiencia, competitividad y productividad), 2) consolidar alianzas con los poderes fácticos que lo sostienen y 3) pasar a la disputa directa del discurso antineoliberal o progresista en ascenso.

 

El conflicto social a propósito de la educación pública y de calidad de 2011 que Piñera significó como una crisis de expectativas de “las clases medias aspiracionales”4, marcó el campo estratégico de disputa en las contiendas electorales por venir. Esta clase media, de un lado, encarna al sujeto socializado en las reglas del mercado, que exige más trabajo para consumir más, mayor eficiencia en la gestión pública, con resultados e indicadores, pero del otro lado, aloja a un sector juvenil que, problematizándose sobre sus “aspiraciones”, se consiguió con un discurso que otorgó sentidos al por qué de sus dificultades para acceder a sus derechos y la relación de estas dificultades con la distribución de la riqueza chilena. La cuestión fundamental es que, si la izquierda anti-neoliberal logra movilizar al voto juvenil de esta “clase media aspiracional” afectada por deudas y muchas incertidumbres para acceder al trabajo, y en este proceso logra terminar de impugnar los referentes de la cultura del libre mercado, la derecha estará en graves problemas.

 

Piñera pareciera tener claro el panorama. Comienza a trabajar en un programa que no deje lugar a dudas sobre la eficacia del modelo neoliberal y responda a los ejes del malestar a efectos de no salir de las expectativas mayoritarias de la población. Su principal oferta es el empleo por la vía del crecimiento económico, sin debatir mucho sobre el cómo y el quiénes se benefician del crecimiento económico y sobre el tipo de trabajo que se ofrece a propósito de ese crecimiento, sólo vende “más y mejores empleos y modernizar las relaciones laborales”. Por supuesto, intenta cubrir el flanco educativo por donde sabe que la izquierda tiene más fuerza, apostando por la necesidad de un sistema de educación de acceso universal y gratuito para los niveles pre-escolar y escolar, pero a su vez propone crear el Ministerio de Educación Superior, despachando de antemano las explícitas demandas de gratuidad en la educación secundaria y superior.

 

El ex mandatario ubica culpables individuales para exculpar al modelo por el que apuesta. Intenta dejar claro que es un asunto de mala aplicación, no un problema estructural. Califica al gobierno de Bachelet de mal gobierno (gobierno ineficiente) y causa de los retrocesos de Chile, pero “no le pasará la retroexcavadora” a lo hecho porque su principal conflicto no es con La Concertación con quien comparte simpatía por el modelo, motivo por el cual dará continuidad pero con mayor eficiencia. Y es que, además de no antagonizarle en cuestiones programáticas, hasta ahora Nueva Mayoría es para Chile Vamos garantía del escenario político que le conducirá al triunfo: una sociedad desmovilizada y despolitizada, descreída de la clase política y sin intención de votar.

 

Ante tales sospechas, habría que decir que en el nuevo ciclo político que comienza a vivir Chile, el centrismo ha perdido eficacia y los actores políticos comienzan a darse cuenta que deben recomponerse. En este sentido, es significativo que Alejandro Guiller de Nueva Mayoría en el marco de las alianzas con el Partido Comunista, muy a pesar de las posiciones internas de su coalición, ha decidido colocar a la joven diputada Karol Cariola de vocera de campaña, no sólo por pertenecer a la juventud comunista sino porque fue actor visible de las movilizaciones populares que trizaron el sentido común neoliberal. Por su parte, Piñera a pesar del bajo porcentaje de intención de voto (10%) del Frente Amplio, ha enfilado su artillería para descalificarlos de “extremistas”5 y con esto darle dinamismo a su estrategia de polarización con sus verdaderos adversarios políticos e ideológicos. Destaca que “los extremistas” del Frente Amplio, la izquierda no conciliadora (anti-neoliberal) que siempre estuvo muy al margen del centro político chileno durante estos últimos 40 años, reaparezcan en boca del principal candidato (de derecha) a la presidencia chilena como la contraparte en disputa por la hegemonía político-cultural del país.


Es muy probable que las elecciones se definan entre los sectores tradicionales de la política chilena post-dictadura. Pero a efectos de la política por venir, que estos bloques hayan recompuesto sus actores y estrategias políticas a propósito de la presión popular anti-neoliberal, siembra la incógnita sobre la solidez de su hegemonía política en el tiempo.

 

Lorena Fréitez

Investigadora CELAG

 

http://www.celag.org/la-derecha-chilena-sin-mascaras-redoblar-la-apuesta-neoliberal-o-morir/

https://www.alainet.org/fr/node/186286
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