El ballotage presidencial del pasado 2 de abril está a punto de culminar luego del anuncio del Consejo Nacional Electoral del triunfo del populista liberal Lenín Moreno (Alianza País) sobre el liberal populista Guillermo Lasso  (Creo). Por cierto, Moreno  ha sido ya reconocido  como presidente electo por las poderosas cancillerías de Donald Trump  y Xi Jinping.

A la fecha, faltaría únicamente que el citado CNE, presidido por Juan Pablo Pozo, resuelva a favor del candidato oficialista -y de su compañero de fórmula, el “Tapado” Jorge  Glas- un reclamo de última data del buró político del opositor Lasso  para que el delfín de Rafael Correa sea consagrado como el nuevo titular del Ejecutivo.

Si el proceso en referencia no ha desembocado en la batalla de Stalingrado que habían vislumbrado apologistas del denominado Socialismo del Siglo XXI, como Atilio Boron, ello habría obedecido sobre todo a la tesitura esencial pro capitalista de las dos candidaduras finalistas. De hecho, la contienda Opción 2017 se singularizó por la virtual ausencia de postulantes anti sistema incluso en la votación para asambleístas.

Este orden de razonamientos nos permite inferir que la actual polarización político/ideológica  de la sociedad ecuatoriana que incluso ha llegado hasta los núcleos familiares, tendría su origen más bien  en la presunción de un fraude electoral que habría instrumentado el régimen del presidente Rafael Correa con mediación de un CNE unánimemente aliancista.  Sospecha que ha derivado en recurrentes y corajudas movilizaciones callejeras, con epicentro en Quito, nutridas  con la presencia de heteróclitos contingentes políticos y sociales críticos del totalitarismo fomentado por el actual inquilino de Carondelet a lo largo de una década.

Más allá del desenlace del proceso eleccionario de marras y bajo la hipótesis de una legalización –que no legitimación- definitiva de la victoria de Lenín Moreno, el futuro económico del país aparece  inquietante para tirios y troyanos nacionales,  amén de la banca y los inversores internacionales. Las razones sobran. En efecto, si  desechamos  por retórica  a la promesa de Moreno Garcés de proseguir e incluso profundizar  la estrategia intervencionista-asistencialista, administrada bajo un tecnocratismo vudú por Correa Delgado, convendremos que tal modelo se encuentra irremisiblemente agotado, conforme de manera concluyente  muestran los astronómicos desequilibrios externos y fiscales: Desequilibrios tanto más difíciles de enjugar para un país sin soberanía monetaria.

Expuesto en otras palabras, persistir en tal estrategia/modelo precipitaría un escenario como el que soporta actual y paladinamente la Venezuela madurista.

Si todo esto es así, la mayor probabilidad sería que el binomio Moreno-Glas (¿Glas-Moreno?) se decida por el modelo alternativo al intervencionista, es decir, por la conocida estrategia liberal ortodoxa/fondomonetarista sustentada en congelamientos/reducciones de salarios, despidos de empleados públicos, liberalización de precios, alza de tarifas de los servicios, privatizaciones, concesiones, aperturismo comercial y financiero… Por lo demás, medidas ya adoptadas en grado significativo por la “revolución ciudadana” en los dos últimos años,

Como se conoce, este recetario no es pasaporte a ninguna Tierra de Promisión; apenas la posibilidad de escoger los ajustes recesivos entre una variante gradualista o una de shock.

Traducido a un mejor romance, esto último significa que el Ecuador de los días que corren se encuentra atrapado en una suerte de lecho de Procusto. La metáfora alude a las prácticas de un bandido de la mitología grecolatina que acostumbraba recostar a sus víctimas en una cama de hierro, donde a las personas de baja estatura les estiraba los pies hasta la medida del molde, en tanto que a los altos les cortaba los pies.

¡Qué duda cabe que Ecuador/América Latina continúan transitando por el lado malo de la historia!

Abril 13/2017

René Báez

Ex decano de Economía de la PUCE y miembro de la International Writers Association