Alimentación artificial, o el banquete de las chucherías
- Opinión
Venezuela vive una crisis alimentaria como consecuencia de la especulación con los productos de primera necesidad, de la inflación inducida, del sabotaje económico y el contrabando de alimentos, la reventa y el ¨bachaqueo¨ de productos de todo tipo, lo cual ha redundado en escasez, en parálisis del llamado ¨aparato productivo¨ --de empresas que solicitaban dólares preferenciales para importar desde trigo hasta químicos para detergentes-- Se ha creado una escasez dramática y el país se ha visto inundado en todas partes y bajo colosales formatos de chucherías y golosinas presentadas bajo los más sofisticados empaques, diseños y presentaciones.
Vamos a un abasto o a un automercado y, a falta de verduras, leche, carnes, frutas, hortalizas, panes o legumbres, nos encontramos con ilimitadas ofertas de chucherías en empaques coloridos donde se nos ofrecen plátanos, papas, panes, galletas o dulces bajo las más delirantes presentaciones a precios altísimos.
Se trata de comestibles que literalmente se evaporan o deshacen al contacto de la boca o la saliva en forma de bolitas, quesitos, palitos, maíz, trigos inflados, hojuelas, tostadas, rebanadas ligeras que pueden ser aderezadas con salsas, dips, mayonesas, mostazas, quesos fundidos o saborizados artificialmente, acompañados éstos de grandes vasos de gaseosas y hasta de aguas con sabores (mientras el agua pura escasea, agua que es un patrimonio natural aprovechada por trasnacionales de refrescos) que pretenden sustituir los auténticos zumos de frutas naturales; bebidas artificiales llenas de conservantes y colorantes, mientras los otros lo están de conservantes, glutamatos, sales, grasas saturadas y un sin fin de panes industriales que no saben literalmente a nada; no hay azúcar pero hay toneladas de dulces, caramelos, chocolates, golosinas, chupetas; no hay leche pasteurizada pero sí toneladas de yogures, barras o tubos de productos lácteos o achocolatados que llenan el mercado y excitan la imaginación gustativa de los niños, quienes solicitan a diario de sus padres todas las chucherías que puedan ingerir, y terminan condicionando su gusto y su alimentación real.
Vemos cómo en automercados mucha gente hace largas colas para llevarse grandes botellones de refrescos a altos precios, en medio de una verdadera carencia de productos nutritivos. Una inmensa avalancha de bolsas crujientes y de empaques plásticos ha invadido los abastos en plena crisis alimentaria, ofrecidos a los consumidores incautos a través de un marketing de feria publicitaria a precios absurdos.
A estos les siguen las ya conocidas comidas rápidas o chatarra consistentes en hamburguesas, sándwiches y perros calientes, pizzas, pollos grasosos, carnes industriales malolientes ofertadas en las ya conocidas franquicias o en carritos callejeros, acompañadas de los omnipresentes refrescos. El descaro de estas industrias nacionales y trasnacionales de alimentos ha llegado a un extremo tal, que su oferta prolifera en farmacias, estaciones de servicio, licorerías, bares, restaurantes, kioscos, panaderías, fruterías, librerías, cibercafés.
Montañas de chucherías se ofrecen cada una de ellas al mismo precio de un plato de comida real, más que un almuerzo o un desayuno. Esta exagerada oferta de chucherías es uno de los signos más claros de la trampa de estas empresas de alimentos, pero no hacen sino poner en evidencia cómo juegan con el hambre de la gente, intentan meternos gato por liebre, hacernos creer que Venezuela ha arribado a una crisis terminal en cuanto a rubros alimentarios, cuando en verdad se trata de una descarada manipulación del hambre del pueblo, cuando acudimos a los abastos a surtirnos de víveres y lo que hallamos son montañas de chucherías y refrescos que están dañando la salud de nuestros niños y jóvenes, sus hábitos de alimentación y nuestro bolsillo.
Está en nosotros aceptar o rechazar este modelo de consumo en un país al cual le queda un largo trecho por andar en la búsqueda de su soberanía y calidad alimentaria, convirtiéndose en país productivo.
© Copyright 2017 Gabriel Jiménez Emán
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