Guerra del Pacífico 1879

28/03/2017
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Bolivia NO declaró la guerra a Chile

 

La historia chilena afirma mentirosamente que fue Bolivia quien declara la guerra a Chile, a través del decreto de 1° de marzo de 1879, que es consecuencia de la invasión militar chilena realizada en Antofagasta el 14 de febrero del mismo año.

 

Apenas enterado el presidente Daza de la ocupación chilena, el 26 de febrero firma dos decretos mediante el cual concede amnistía a los bolivianos que por motivos políticos estuvieren enjuiciados o fuera del país, y otro declarando a la patria en peligro.

 

Mientras que el 1° de marzo dispuso otras medidas como cortar todo comercio y comunicación con Chile, la desocupación de chilenos del territorio nacional y el embargo de sus bienes.

 

Bolivia considera como un acto de guerra que Chile está invadiendo a Bolivia y es por eso que se está preparando para afrontarlo. Esto concuerda con su proclama del 26 de febrero donde dice:

 

"La guerra nos ha sido impuesta sin que haya sobrevenido el rigor de causas belli, y al contrario anticipando la amenaza al reclamo y la ruptura de tratados mixtos de límites y derechos secundarios, a la gestión del cumplimiento de estos... Limitándose Chile a ocupar el Litoral buscar forzarnos a la ofensiva. Bolivia acepta la guerra sin provocarla."

 

Igualmente con su decreto de 1° de marzo de 1879:

 

"Artículo 1º:

 

Queda cortado todo comercio y comunicación con la República de Chile mientras dure la guerra que ha promovido a Bolivia."

 

Como explica el historiador Jonatan Saona, si se revisa el texto completo, no habla de declarar la guerra a Chile, sino de tomar algunas medidas. Hay que recordar que una declaratoria de guerra es un acto formal y debe ser claramente expresada y cumplir con los requisitos previstos. 

 

Una declaratoria de guerra sólo podía autorizarla el Congreso mediante una ley, como lo hizo la ley del 5 de junio de 1863 durante el gobierno de José María de Achá.

 

"Por la cometida usurpación de territorio, desde el Paposo o Río Salado, hasta Mejillones…Se autoriza al Poder Ejecutivo para declarar la guerra al Gobierno de la República de Chile, siempre que agotados todos los medios conciliatorios de la diplomacia, no obtuviese la reivindicación del territorio usurpado, o una solución pacífica, compatible con la dignidad nacional...."

 

Entonces, sólo el Poder Legislativo tiene facultad para autorizar una guerra. De igual manera fue en Chile; por eso el Congreso chileno, mediante ley de 4 de abril, autorizó al Presidente Pinto declarar la guerra al Perú y a Bolivia, la que se realizó el 05 de abril de 1879. 

 

Esta formalidad está descrita en el artículo 54 de la Constitución boliviana de 1878, que estaba vigente antes de empezar la guerra:

 

"CONSTITUCIÓN POLITICA DEL ESTADO DE 1878

 

 

 

Sección octava. Del Congreso.

 

Artículo 54.- Las cámaras se reunirán en Congreso para los casos siguientes:

 

1. Para abrir y cerrar sus sesiones.

 

2. Para verificar el escrutinio de las actas de elección de Presidente y Vicepresidente de la República; hacerlas por sí mismo cuando no resulten conforme a los Artículos 84, 85, 86 y 87.

 

3. Para recibir el juramento de los funcionarios expresados en el párrafo anterior.

 

4. Para admitir o negar la excusa de los mismos.

 

5. Para aprobar o negar los tratados y convenios públicos celebrados por el Poder Ejecutivo.

 

6. Para reconsiderar las leyes observadas por el Ejecutivo.

 

7. Para resolver la declaratoria de guerra a petición del Ejecutivo.

 

8. Aprobar o desaprobar la cuenta de hacienda que debe presentar el Ejecutivo.

 

9. Determinar el número de la fuerza armada...

 

Sección duodécima. Del poder ejecutivo.

 

Artículo 89.- Son atribuciones del Presidente de la República: 2. Dirigir las operaciones de la guerra declarada por una ley y mandar personalmente las fuerzas, observando lo dispuesto en el Artículo 77. En tiempo de paz tiene el comando de las fuerzas de línea y de la guardia nacional conforme a las leyes y ordenanzas que dicte el Congreso."

 

Hilarión Daza dio varios decretos para afrontar la guerra que en los hechos ya había empezado, pero no presentó ningún proyecto de declaración de guerra a Chile, ni tampoco fue aprobado por el Congreso boliviano, tal como sí ocurrió en la declaratoria chilena a los aliados.

 

 

 

Si revisamos el Contra-Manifiesto que dirige a las Potencias amigas el Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, en marzo del mismo año, dice lo siguiente:

 

 

 

« Los acontecimiento harto trascendentales y de creciente importancia para el Continente Americano, que vienen sucediéndose con marcados caracteres de violencia y de escándalo desde el 14 de Febrero último, me pone en la penosa necesidad de dirigirme á V. E. para manifestarle ligeramente la injusticia y ultrajante audacia con que el Gobierno de Chile ocupó a mano armada la parte del litoral boliviano comprendido entre los grados 23 y 24 de latitud austral, haciendo presa de las importantes poblaciones de Antofagasta, Mejillones y Caracoles, tres fuentes de riqueza por sus productos naturales de salitres, guano, metales de plata y de cobre y otras muchas sustancias... La agresión de Chile en plena paz, sin previa declaración de guerra ni otro trámite, y pendientes aún las negociaciones entabladas en esta ciudad por el encargado de Negocios del Gobierno chileno, no ha podido menos de sorprender á mi Gobierno y tomarle plenamente desprevenido... »

 

 

 

Además el mismo Hilarión Daza, dice en su proclama del 30 de marzo y refiriéndose a la ocupación del litoral boliviano: “El nuevo atentado se ha consumado bajo el falso y ridículo pretexto de que Bolivia ha declarado la guerra, importa la más irritante de las provocaciones. Bolivia no ha sido la agresora; ha recogido el reto de guerra que se le ha lanzado".

 

Revisando el libro de "Sesiones Secretas del Senado de Chile durante la GDP" se puede leer que el Senado chileno autoriza al Presidente a declarar la guerra a Bolivia en la sesión del 24 de marzo de 1879 "art 2- El Congreso presta su aprobación para que el Presidente de la República declare la guerra al Gobierno de Bolivia..." y que en la sesión del 26 de marzo de 1879, Vergara dice: 

 

"que los aprestos bélicos de ese país (Perú) no tenían aún el carácter decidido de hostilizar a Chile, que el Perú podía legitimizar esos aprestos con la perspectiva de una guerra entre Chile y Bolivia, alegando que al hacerlo no era más que para obtener que se respetaran sus derechos de neutral por cualquiera de los beligerantes que pretendiera violarlos; que no creía que Perú se asilase en la sutil excusa de no haber aún formal declaración de guerra de Chile contra Bolivia, ni de Bolivia contra Chile, para legitimar sus aprestos bélicos..."

 

 

 

El argumento mañoso chileno que señala que Bolivia declaró la guerra a Chile, le sirvió como justificación para invadir más territorio al norte del paralelo 23 que no estaba en disputa. Recién el 05 de abril de 1879 es cuando Chile realiza de forma oficial la declaratoria de guerra, tanto a Bolivia como al Perú.

 

 

En resumen, tal como hace notar el historiador Rodolfo Becerra de la Roca, después del asalto chileno a Antofagasta, el 14 de febrero de 1879, en los momentos más dramáticos que atravesaba Bolivia, y conocidas las ocupaciones de Mejillones y Caracoles, el Gobierno del Gral. Hilarión Daza adoptó medidas precautorias declarando a la Patria en peligro y concediendo amnistía amplia e irrestricta, dictando para el efecto los decretos de 26 de febrero de 1879; y mediante el decreto de 1 de marzo siguiente, dispuso otras medidas defensivas, como la de cortar todo comercio y comunicación con Chile, la desocupación de chilenos, el embargo de sus bienes, excepto sus papeles privados, equipaje y artículos y menaje particular, en tanto las empresas mineras podían continuar su giro a cargo de un administrador, cuyos productos netos debían ser empozados en el Tesoro Nacional. Pero ninguno de sus artículos habla de una declaratoria de guerra, ni siquiera se menciona esta palabra. Otro decreto de la misma fecha dispuso el descuento de sueldos de los empleados civiles y eclesiásticos para repeler la agresión chilena.

 

La declaratoria de guerra solo podía disponerla el Congreso mediante una ley, como la que dictó el 5 de junio de 1863 el Gobierno del Gral. José María de Achá y que fue abrogada por el Gral. Mariano Melgarejo, para dar curso a las negociaciones del Tratado de 1866. Sin embargo, la historiografía chilena, tan hábil para tergiversar los hechos según sus conveniencias y mostrar los acontecimientos según plazca a sus intereses, ha declamado que con el citado decreto de 1 de marzo de 1879, Bolivia le declaró la guerra. ¡Falacia que los historiadores bolivianos han cacareado, remedando esta falsedad del agresor!

 

Entonces es fundamento principal que solo el Poder Legislativo tiene facultad para declarar o autorizar una guerra. Así lo hizo el Congreso de Chile, mediante ley de 4 de abril de 1879 que autorizó al Presidente de Chile declarar la guerra al Perú y a Bolivia, lo que se efectivizó mediante decreto del día siguiente. Es tan evidente la mentira chilena que examinando el decreto de 1 de marzo citado, en ninguna parte de su texto menciona la palabra guerra, dice:

 

“Que el gobierno de Chile ha invadido de hecho el territorio nacional, sin observar las reglas del derecho de gentes, ni las prácticas de los pueblos civilizados, espulsando violentamente a las autoridades nacionales, residentes en el departamento de Cobija. El gobierno de Bolivia se encuentra en el deber de dictar las medidas enérgicas que la gravedad de la situación exige, sin apartarse, no obstante, de los principios que consagra el derecho público de las naciones”.

 

La mentira chilena queda, pues, evidenciada por la expresa disposición eminentemente defensiva del decreto; porque un país invadido a mansalva, no podía quedarse quieto sin preparar su defensa.

 

Después de adoptar dichas disposiciones de defensa, el pequeño y pobremente armado ejército boliviano acudió a Tacna, en cumplimiento del Tratado de Alianza defensivo que suscribió con el Perú en 1873, con los resultados de descalabro que se sucedieron por la incapacidad de los mandos militares, una carencia de estrategia, errores logísticos y tácticos y una ausencia de espíritu de alianza.

 

Chile se apoderó del litoral boliviano como el ladrón que atraca en el camino a un indefenso, porque el ejército boliviano fue abatido en defensa del aliado en tierra peruana. La historia de la Guerra del Pacífico se ha escrito sobre la base de mitos, falsedades y mentiras tejidas astutamente por los historiadores chilenos.

 

Chile inventó el fraude de una inexistente declaratoria de guerra por parte de Bolivia, valiéndose del decreto de 1 de marzo, como pretexto para invadir más territorio al norte del Paralelo 23; ocupó Caracoles el 18 de marzo, Cobija el 21 y enseguida Tocopilla, asolando después Calama el día glorioso del 23.

 

Si en principio el Paralelo 23 fue el límite de la ambición de Chile, enseguida se envalentonaron los chilenos para proseguir la ocupación del resto del departamento del Litoral, manifestando mañudamente en todas aquellas poblaciones que la ocupación sería transitoria. La astucia y el fraude chilenos no tuvieron límites en esa invasión nefasta y cobarde.

 

 

"El Comercio", diario boliviano de 1879

 

 

 

En su edición del viernes 28 de febrero de 1879, el diario "El Comercio" de La Paz (Bolivia), dio al pueblo boliviano la siguiente noticia:

 

EL 14 de febrero tropas chilenas han tomado por asalto el puerto de Antofagasta.
Mejillones y Caracoles en poder del invasor.
Denunciamos ante el Mundo el cobarde crimen.
Bolivia acepta la Guerra sin provocarla.
Todo el pueblo con el Gobierno para defender la Patria.

¡Viva Bolivia!
¡Viva el Perú!
 

¡Abajo Chile!

 

Mueran los cobardes araucanos, porque su puñal ha rasgado nuestra hermosa tricolor, porque salvajes han consumado el crimen más infame en el suelo bendito de la Patria.

 

Antofagasta, Mejillones, Caracoles, pueblos inermes, han caído a los pies de nuestros verdugos, bajo el poder estúpido de la conquista, de una conquista en el siglo XIX...!
¡A las armas, a las armas, ciudadanos!

 


Vamos a defender los sagrados derechos de esta patria amada; corramos a reconquistar nuestra autonomía nacional.


Nada importa la fuerza de nuestros enemigos. Nuestro patriotismo nos basta para vencer. Somos bolivianos y corre en nuestras venas la sangre de Murillo.
Pues bien; vamos a vencer o morir.

 

La América estará con nosotros para sepultar a ese pueblo de Caín, porque la causa de América ha sido vilmente traicionada con ese escándalo inaudito. Y no hay momento que perder. Seamos fuertes por la unión, que el estandarte de dos pueblos hermanos ha de ostentar una vez más las glorias de su pasado.

 

Ante la patria ensangrentada por la aleve cuchilla de sus menguados asesinos, juramos vencer o morir... A las armas bolivianos, y atrás las disensiones de nuestra política interior.

 

Dios bendice nuestra causa: no haya pues más bandera que la bandera de la patria.
Levantémosla y a su sombra marchemos todos a cumplir el más sagrado de nuestros deberes.
¡Morir antes que esclavos vivir!

¡Somos libres, seámoslo siempre!

 

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El historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna, en su “Historia de la Guerra del Pacífico”, reconoce que la codicia de Chile por el litoral boliviano fue lo que condujo a la invasión chilena: «Habría sido, a la verdad, cosa imposible evitar que el litoral boliviano pase a ser territorio chileno, como lo habría sido alcanzar que California hubiese permanecido bajo la bandera de Méjico después del descubrimiento de oro y la consiguiente ocupación civil ejecutada por los norteamericanos».

 

Tómese nota de la siguiente información, tomada de una extensa Circular emitida por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia en 1901:

 

"La Compañía de Salitres de Antofagasta había obtenido mediante dos concesiones, una del Ministro Plenipotenciario de Bolivia en Chile, y otra del gobierno boliviano, ambas bajo la administración del general Melgarejo, una adjudicación ilimitada y gratuita de tierras y salitreras que, según ella pretendía entonces, debía comprender todo el Desierto de Atacama”.

 

"Esa adjudicación llevaba ya en sí un germen de evidente nulidad, por haberse prescindido, al otorgarla, de todos los preceptos legales establecidos para las concesiones de tierras, minerales y privilegios”.

 

"Derrocado el gobierno de Melgarejo, fue declarada, por Ley de 9 de agosto de 1871, la nulidad de todas las adjudicaciones hechas por el gobierno anterior sin los requisitos exigidos por las leyes vigentes”.

 

"A su vez, la Ley de 22 de noviembre de 1872, en su artículo 1º, determinó que las reclamaciones relativas a concesiones o contratos celebrados con el gobierno serían entabladas ante la Corte Suprema de Justicia; y en su artículo 2º autorizó al Ejecutivo para transigir sobre indemnizaciones y otras reclamaciones que existiesen contra el Estado, con cargo de dar cuenta al próximo Congreso”.

 

"La Compañía salitrera, representada entonces por Melbourne Clark y Cia., vio así, cuando menos lo esperaba, desautorizadas sus amplias concesiones y privilegios; pero evitó recurrir, como habría sido lógico y natural, a la Corte Suprema, sin duda, a causa de no encontrar ella misma legales y ni muy valederos sus derechos; y a fin de restablecer y asegurar la validez de éstos, se dirigió al nuevo gobierno, el cual acogiendo la solicitud, y por Resolución de 30 de abril del 72, expidió la concesión solicitada, modificando en algunas partes la anteriormente hecha y anulada”.

 

"Entonces la Compañía [Melbourne Clark y Compañía] recurrió al medio de vender y transferir todos los derechos que le reconocía esa Resolución Suprema a la Compañía de Salitres y Ferrocarril Antofagasta], con más --decía la escritura-- los que pudiera llegar a obtener mediante la reclamación que tiene hecha ante el gobierno de Chile”.

 

"Con tal hecho reconocía implícitamente la legalidad y competencia del gobierno boliviano, que le había otorgado la concesión; y, sin embargo, recurría al gobierno de Chile reclamando la parte que no había podido obtener de aquél”.

 

"Con ese extraño documento presentóse la compañía ante el gobierno de Bolivia, proponiéndole una transacción, que fue aceptada por Suprema Resolución de 27 de noviembre de 1873 en virtud de la Ley de autorización que acaba de citarse”.

 

"Como dicha Ley imponía al gobierno la condición de someter sus decisiones a la aprobación del próximo Congreso, se arribó al cumplimiento de esta prescripción legal”.

 

"El Congreso examinó la transacción o nueva concesión que le era presentada, y sin embargo de encontrarla harto inconveniente y lesiva a los intereses generales, la aprobó; pero con la condición de pagarse el pequeñísimo impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado”.

 

"La Compañía, a quien no había agradado la resolución, en vez de reclamar de ella ante la Corte suprema, como era procedente, evitó, como en anterior ocasión, reclamar y mostrar la legalidad de sus derechos ante la justicia del país, y recurrió de nuevo al gobierno de Chile”.

 

"Salta a la vista lo irregular y contradictorio de la conducta de la Compañía observada: si había aceptado la Ley de autorización de 22 de noviembre del 72, celebrando en virtud de ella, la transacción de 27 de noviembre del 73, claro es que se había sometido igualmente al precepto complementario establecido por esa misma Ley, de ser llevada la transacción a la aprobación del próximo Congreso”.

 

"Producida esa aprobación, de una manera condicional, forzoso era también, o someterse a ella, como era natural, puesto que el gravamen allí determinado era insignificante, o recurrir en justicia, ante la Corte Suprema”.

 

"Y nótese bien en este punto, que el ponderado, establecido por esa aprobación, fue de diez centavos, por los cuales elevó la Compañía su queja al gobierno chileno; y que éste, muy poco después, y cuando llegó a ocupar ese territorio, elevó el impuesto a 1 peso más 50 centavos, esto es, quince veces más, sin que entonces la Compañía hiciera objeción alguna”. "Tal hecho constituye por sí, la más clara y elocuente prueba que pudiera darse, de que el impuesto de diez centavos no era, ni pudo ser de modo alguno, perjudicial ni mucho menos ruinoso, como se decía, a la empresa de Salitres; puesto que el gravamen chileno, quince veces mayor, no ha podido estorbar su acrecentamiento, ni aún mermar siquiera los grandes provechos obtenidos del negocio por los empresarios”.

 

"No había pues razón alguna para que Chile tomara tan a pecho y de su cuenta, la exigencia de suprimir un impuesto que muy luego debía él mismo subir a más del décuplo de su taza”.

 

"Muéstrase, por tanto, a la faz de todo buen criterio que tal impuesto no pudo jamás constituir por sí, una causa legítima, ni bastante, para provocar una reclamación diplomática y hacer estallar una guerra internacional; mucho menos, si había de ser ella librada entre dos pueblos hermanos"

 

(Federico Diez de Medina, Circular a las Legaciones de Bolivia en el Extranjero, Ministerio de Relaciones Exteriores,

 

La Paz, enero 23 de 1901).

 

 

 

De todos modos, el Tratado de 1874 incluía una cláusula de arbitraje para casos de discrepancias como la presente. El gobierno chileno prefirió invadir a Bolivia en lugar del dicho arbitraje, acción que demuestra a todas luces la política expansionista y usurpadora promovida por el capital del imperio inglés de ese entonces, quien procedió a financiar el armamento y los barcos blindados que el ejército chileno utilizó para la agresión.

 

Transcribimos in extenso, a continuación, un análisis al respecto, cuyo autor es un prestigioso abogado e historiador boliviano:

 

Abusiva resolución del Tratado de 1874 por Chile

 

Rodolfo Becerra de la Roca

 

Chile planificó detenidamente la invasión de 1879 a territorio boliviano y para apropiarse de él se devanó los sesos, como dijo don Aquiles Vergara Vicuña, resucitando “una insólita aspiración reivindicatoria, tan ajena a la realidad de los hechos como vacía de la más pobre razón !... sostuvo entonces la tesis ardidosa de que Bolivia había violado el tratado de 1874” y dispuso la Resolución de este tratado y “la consiguiente ocupación del territorio que media entre los paralelos 23 y 24 de latitud sur”, mediante su Ley de 5 de abril de 1879.

 

Partamos del concepto de que la resolución deja sin efecto un vínculo jurídico. En este caso Chile no tenía facultad mediante la citada ley para dejar sin efecto, por sí y ante sí, un tratado solemne celebrado con Bolivia el 6 de agosto de 1874, hecho unilateral, absolutamente antijurídico e ilícito, realizado sin tener autonomía para desconocerlo. Este brutal atentado fue cumplido por el omnipotente Estado chileno, campeón hoy de la intangibilidad de los tratados !!

 

Jurídicamente, la resolución se extiende solamente a los contratos sinalagmáticos, es decir cuando la convención contiene prestaciones recíprocas. Y el Tratado de 1874 no contiene esa reciprocidad de obligaciones, donde Chile solamente es beneficiario. En su artículo I ratifica el límite entre los dos Estados en el paralelo 24, que ya había sido determinado por el Tratado de 1866 y el Protocolo de 1872, considerándose este artículo definitivo y que su validez no depende de las subsiguientes cláusulas o artículos. El Art. II es una declaración sobre fijación de las líneas de los paralelos 24 y 23. El Art. III es un acuerdo sobre partición por mitad de los depósitos de guano en el perímetro anterior que, por el Tratado complementario de 21 de julio de 1875, se aclara que alcanza al paralelo 25. El Art. IV es una obligación unilateral de Bolivia, por el que los derechos de exportación sobre minerales explotados en la zona indicada no excederán la cuota de la que actualmente se cobra, por el término de 25 años.

 

Este es el punto, que en el Tratado de 1874 no existe reciprocidad de obligación por parte de Chile, para que por su propia cuenta, con la prepotencia que le dieron sus cañones, deje sin efecto el Tratado que no contempla ninguna interdependencia con la cláusula I, que es autónoma al margen de las modificaciones que podían sobrevenir a las demás cláusulas.

 

El hecho de que Bolivia haya promulgado la Ley de 14 de febrero de 1878, aprobando la transacción de 27 de noviembre de 1873 con la compañía anónima de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, a condición de hacer efectivo un gravamen de 10 centavos por quintal de salitre exportado, no incumplió el Art. IV del Tratado de 1874 -como ya demostramos en notas anteriores- porque dicha transacción en su Base 4ª le exencionaba del pago de derechos de exportación y otros fiscales y municipales, de suerte que la anglochilena explotaba gratuitamente el salitre; lo que evidencia que el gravamen de 10 centavos no contradecía el Tratado que supone, más bien, que las exportaciones pagaban derechos; máxime si la transacción de 27 de noviembre de 1873, estaba fuera del alcance del precitado tratado.

 

El Tratado de 1874 no contiene insertada ninguna cláusula resolutoria o pacto comisorio. Por eso Chile nunca podía por sí mismo invalidarlo. En su caso, el supuesto incumplimiento del Art. IV del Tratado correspondía demandarlo por vía de arbitraje, que expresamente se estableció en el Tratado complementario de 1875.

 

Para mayor claridad, anotamos que el Tratado de 6 de agosto de 1874 está concluido enteramente en beneficio de Chile, sin una contraprestación a favor de Bolivia. En efecto: a) Le cedió territorio al sur del paralelo 24 hasta el 25°28’. b) El nuevo límite oriental en el paralelo 24 señalado en el divortia aquarum extiende territorio a su favor. c) La medianería sólo a él le favorece. d) El congelamiento de los derechos de exportación por 25 años igualmente. e) La exención de impuestos de internación a sus productos naturales únicamente a él le benefició. f) La habilitación permanente de los puertos de Mejillones y Antofagasta es una obligación de Bolivia. En resumen Chile en el Tratado no tenía obligación alguna. ¡Solamente beneficios!

 

Y tenemos que Chile, embravecido con sus dos nuevos acorazados, tuvo el descaro de decretar la resolución del Tratado, como si fuera un contrato sinalagmático, pasando por encima del arbitraje estatuido.

 

El Tratado de 1874 es, pues, un contrato de beneficio unilateral, no susceptible de resolución, menos por parte del beneficiario. ¡Hechos como éste, los insignes gobernantes y juristas de Bolivia no alegaron en aquella época infausta, tampoco a tiempo de negociar el oprobioso tratado de 1904, ni después! No obstante, es cuestión que debe tenerse en cuenta en la reclamación de nuestra reivindicación marítima.

 

Es muy lamentable tener que recordar que el embajador de Chile en La Paz, el 13 de Agosto de 1900, nos escupió en la cara su célebre brulote sin parangón en los anales diplomáticos de América, manifestando: “El antiguo litoral boliviano es y será para siempre de Chile, quien lo ha ocupado y se ha apoderado del mismo con el mismo título con que Alemania se anexó las provincias francesas de Alsacia y Lorena, con el mismo título con que los EE.UU. han tomado Puerto Rico. Nuestros “derechos” nacen de la fuerza bruta agresora y victoriosa, la ley suprema de las naciones. El litoral es rico y vale muchos millones; eso ya lo sabíamos; lo guardamos porque vale; que si no valiera no habría interés en su conservación. Chile no debe nada, ni está obligado a nada, mucho menos a devolver un puerto”.

 

Considerando que el tema da para largo, concluimos que: 1) Bolivia siempre tuvo acceso propio y directo al mar en el período colonial; 2) Chile, al invadir Antofagasta, retrotrajo la situación al estado inicial antes del tratado de 1874, quedando por lo tanto incólume hasta la fecha la vigencia del tratado del 10 de Agosto de 1866; y 3) La casta gobernante boliviana sucumbió al soborno vergonzoso, tal como Melgarejo a la lisonja y adulación, y con resultados más catastróficos, puesto que el tratado de 1904 ha sido mil veces más perjudicial que el de 1866. Según el Pacto de Tregua de 1884, el Departamento del Litoral de Bolivia pasó a ser “territorio ocupado temporalmente” por la guerra. ¿A santo de qué, después en 1904, se convirtió en territorio bajo “dominio absoluto y perpetuo” de Chile? Dolosamente, se ha sustituido la ocupación con el dominio y no es legítimo que esa letra sea en la práctica una condena al enclaustramiento perpetuo de un Estado que, como el boliviano, merece por derecho propio contar con sus vitales puertos soberanos que coadyuven a su proceso de crecimiento y desarrollo.

 

Chile ha obtenido nuestra riqueza mediante el despojo y la ley filibustera de que la agresión y la victoria da derechos, y los bolivianos seguimos embaucados con la fraseología de la confianza mutua y esperando la limosna de la “cualidad marítima” que el soberbio agresor tenga a bien concedernos en una negociación por un corredor inservible sin puerto al norte de Arica.

 

Vergüenza debería dar a diplomáticos, militares y excancilleres, quienes quieren trocar mar por recursos naturales o por mayores enajenaciones territoriales, satisfaciendo con más regalos la eterna codicia del usurpador de siempre.

 

El gobierno boliviano debería impugnar la política de la Corte de La Haya y del Pacto de Bogotá, impuesta por las grandes potencias a su conveniencia, donde impiden que la Corte de Justicia pueda revisar tratados internacionales impuestos a la fuerza, como el de 1904, lo cual va en contra de los derechos del pueblo de Bolivia. Sabemos que el cambio de una situación de esta naturaleza, por la vía ética o jurídica, es sumamente difícil. No obstante, las embajadas bolivianas deben publicar por todos los medios la escandalosa usurpación de 1879, y Bolivia debe proceder a buscar aliados en su justa demanda, ya que cualquier negociación con Chile siempre será un fracaso, porque debemos darnos cuenta que el trato bilateral NUNCA ha encontrado ni la más remota intención de reparación por parte de Chile al daño causado con su asalto invasor.

 

Sin embargo, como de costumbre, se manifiesta la deficiente e ingenua diplomacia boliviana, al escuchar al desubicado exministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, quien expresó que “En el caso de Bolivia y Chile tenemos que resolver nuestros problemas sin acogernos, sin buscar un protector imperial, tenemos que ser capaces de resolver entre los pueblos, sin buscar a alguien que nos proteja, a alguien que nos de una fuerza externa, a alguien que proyecte una señal de poder, de fuerza”.

 

En cambio, el pasado 20 de Septiembre 2015, el descarado y lengua larga ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Heraldo Muñoz, enfatizó que “Tarde o temprano Bolivia tendrá que convencerse de que no podrá obligarnos a cederle territorio”. “Bolivia no podrá celebrar nada porque no tendrá un centímetro de territorio nacional de acceso soberano al mar”. Muñoz añadió que “lo que el gobierno boliviano le ha prometido a su gente es que conseguirán acceso soberano al mar”. El canciller aseguró que “la demanda boliviana, al buscar que Chile sea obligado a darle una salida soberana por nuestro territorio, lo que realmente persigue es modificar los límites pactados en el Tratado de 1904. Es decir, simple y llanamente Bolivia pretende que Chile le transfiera territorio soberano, lo cual rechazamos”. En esa línea y consultado por la campaña mediática que realizó Morales indicando que el papa Francisco apoyaba la causa, Muñoz sostuvo que “las palabras del Papa, fueron expresiones propias de un pastor, ajenas al caso en La Haya”. “Debemos estar tranquilos, porque el argumento nuestro es que el tratado limítrofe está plenamente vigente y Chile ha cumplido con el mismo”. “Ellos van a seguir, con o sin fallo de La Haya, en una actitud muy de descalificación hacia Chile, de mucha mentira y tratando de buscar algo que por la vía bilateral no van a conseguir nunca, que es tener un acceso soberano al mar”, concluyó la autoridad.

 

Los bolivianos, de lo que tenemos que convencernos es de que los alcances de un fallo de la Corte de La Haya, para una obligación a negociar un puerto soberano, seguramente no serán bien establecidos, y menos esa negociación será necesariamente favorable a la parte demandante, ya que el cumplimiento del fallo estará a merced de la voluntad de Chile, a quien nadie le puede obligar.

 

Los expresidentes y actuales voceros de ambos países, Ricardo Lagos y Carlos Mesa, son partidarios del inservible corredor al norte de Arica, que fue anteriormente conversado por los dictadores Pinochet y Banzer, en una negociación, por suerte, fracasada; callejón que constituye un plato de lentejas, en lugar del legítimo derecho de los bolivianos a que les devuelvan sus puertos ancestrales en el Océano Pacífico.

 

Chile, hasta 1879 fue un país de pobres (a pesar de tener en su territorio enormes yacimientos de oro que competían con el de California), aprisionado entre la cordillera y el mar, y anhelaba ensanchar sus dominios mediante la invasión de las tierras boliviana y peruana en las cuales se atesoraba riquezas incalculables. Para la adquisición de dichos codiciados litorales dirigió todas sus energías y los recursos de sus fuerzas militares, y para ello consiguió el apoyo financiero del imperio inglés de esa época, pactando con ellos que luego del triunfo bélico llevado a cabo con armamento y barcos de guerra proporcionados por los anglosajones, se dividirían a mitades toda la riqueza usurpada. Y así fue. En la conciencia del pueblo chileno ya estaba arraigada la errada convicción de que sus capitales y sus brazos empleados en la explotación clandestina del desierto boliviano de Atacama les daba derecho a ocupar y disponer de territorio ajeno, gracias a los tratados fraudulentos arrancados al ignorante y beodo soldado Melgarejo a quien un golpe afortunado de cuartel llevó al poder, dándole el gobierno discrecional del interés de Bolivia, bajo la mirada de palco de los latifundistas oligarcas bolivianos, quienes estaban contentos viviendo dictatorialmente explotando al “indio pongo” aymara y quechua, e importándoles un comino el alejado litoral.

 

Melgarejo no fue, en honor a la verdad, el monstruo ignorante que, según ha pasado a la historia, surgió de la nada, sembró la destrucción y volvió a la nada otra vez. Su carácter constituyó el producto lógico de la educación cuartelera y el halago comprometedor y sostenido de las gentes ricas de la oligarquía latifundista dominante. El tirano despojó de sus tierras ancestrales a los campesinos, a favor del latifundismo, y mantuvo y aumentó el bárbaro y dictatorial tributo indígena de modo de arbitrar fondos para un Fisco continuamente paupérrimo por la necesidad de mantener al ejército y tenerlo contento, de modo de perpetuar en el poder a la clase dominante.

 

El presupuesto nacional de Bolivia, y del cual no le tocaba nada al campesino, se generaba en gran parte del tributo extraído al mismo pobre comunario, quien carecía del derecho a opinar, aunque era el único que pagaba impuestos, además de ser el principal productor cultivando la tierra y laborando las minas gratuitamente, además de servir como esclavo en las haciendas terratenientes sin recibir ningún salario, mientras los chilenos aprovechaban nuestra riqueza sin impedimento, ante la negligencia de la oligarquía gobernante boliviana que contemplaba de palco el despojo. Toda la nación boliviana vivía del tributo de las familias “indias”, mientras los chilenos invadían nuestro litoral y usurpaban impunemente nuestros recursos exportándolos a Europa y EEUU con lo que llenaban el 85% de su presupuesto estatal.

 

Actualmente, la oligarquía y pueblo chilenos de ninguna manera querrán soltar su presa. Su convicción actual es que no pueden devolver a Bolivia el litoral arrebatado, después de su triunfo militar y la posesión de ese territorio, lleno de salitre, guano, cobre, plata, litio, yodo, bórax, azufre, molibdeno, oro y demás riquezas marítimas.

 

Ya en 1880, el prestigioso diario chileno, “La Patria”, de Valparaíso, declaraba honestamente: “La guerra que Chile hace al Perú y Bolivia, no es en defensa de algún derecho o ideal; es agresión de mercaderes y banqueros que atentan contra las riquezas de aquellas naciones”.

 

Hoy en día, Chile quiere acallar las voces bolivianas y extranjeras que claman porque se repare la injusticia devolviendo lo usurpado. La oligarquía chilena desea terminar con los reclamos, dándonos un plato de lentejas, y esta vez con la ayuda de los jueces de la Corte de La Haya, quienes seguramente van a fallar que ambos países negocien un corredor al norte de Arica, sin puerto, y con la ingenua aquiescencia de los incautos negociadores bolivianos. Se trata de la eterna confrontación entre el gato y el ratón.

 

Como la Corte, de acuerdo a la respuesta de Bolivia al juez Owada, no ha establecido obligación predeterminada de resultado, es decir no indica cuál será el acceso soberano, dejando su definición para la etapa de la negociación, entonces nos preguntamos ¿cuál será el nuevo regalito que chile le exigirá a Bolivia a cambio de un callejón inservible sin puerto al norte de Arica? Y si Perú también exigirá su parte, además de las servidumbres que tiene en Arica, entonces ¿qué es lo que ha estado festejando hasta hoy Bolivia? Creo que el gato nuevamente le puede ganar la partida al ratoncito. ¿Qué es lo que van a charlar los gobiernos de Bolivia y Chile? ¿Quiere el ratón ofrecer gas a precio “solidario”? ¿O energía eléctrica y agua dulce a precio de gallina muerta? ¿Se estará el gato antojando algún truequecito territorial? ¿O estará mirando codicioso al litio del salar de Uyuni? ¿Qué pasará con el manantial Silala que comienza en la zona sur de Bolivia y actualmente desemboca en Chile debido a un desvío prepotente e impune que ha realizado el ejército chileno en una nueva invasión a la cual el debilucho ejército boliviano hace la vista gorda? ¿Y la mitad del río Lauca que ya nos han usurpado? ¿Estará Chile deseando un gasoducto para que Bolivia le abastezca con gas barato? El pueblo boliviano no debe descuidarse; sino, el retorno al mar con puerto soberano se puede quedar para cuando las ranas crien pelo o cuando los burros vuelen. Debemos desconfiar del mentado Consejo Consultivo de expresidentes y excancilleres chilenófilos que asesoran al gobierno boliviano. No obstante, hay que recordar que el año 1926 el secretario de Estado de Estados Unidos, Frank Kellogg, supo ver que el problema del enclaustramiento marítimo boliviano era una cuestión de interés continental, y así lo demuestra una revisión histórica de las negociaciones por la soberanía de Tacna y Arica entre Perú y Chile, las cuales fueron mediadas por EEUU. El ministro Kellogg del gobierno de Estados Unidos propuso que Tacna y Arica pasen a soberanía boliviana a cambio de compensaciones a Chile y a Perú. Chile respondió a esa propuesta planteando que había posibilidad de entregar una franja de territorio a Bolivia, libre y voluntariamente por el interés americano, renunciando a pretensiones de compensaciones de cualquier tipo. Perú, como buen perro del hortelano, se opuso a que Chile ceda los territorios de Tacna y Arica a nadie, ni por compra, ni de otro modo, porque dijo que “tenía derechos sobre aquéllos, y no puede convertirlos en mercancía sujeta a precio, por grande que ésta sea”, dijo su comunicación oficial. Sin embargo, la declaración chilena fue una promesa, que la Corte de La Haya debería considerar como un acto unilateral de Chile a favor de Bolivia.

 

Por otro lado, la Corte no tiene capacidad para hacer cumplir sus fallos. En caso de que fallara a favor de Bolivia, diciendo que Chile debe negociar un acceso soberano al mar para eliminar el nefasto enclaustramiento marítimo a que nos tiene sometidos, el país del Mapocho, en vista de su capacidad militar que tiene gracias a los recursos de Chuquicamata, está seguro que ello depende de su propia buena o mala voluntad para acatar el fallo, tal como lo ha declarado públicamente el Sr. José Miguel Insulza, alto funcionario chileno al decir que “A nosotros nadie nos puede obligar a acatar un fallo y Evo Morales sabe eso” . Asimismo, el exministro de defensa de Chile, Jaime Ravinet, ha declarado: “Lo más conveniente para Chile es retirarnos de este juicio en La Haya, que no tiene sentido ya que aunque el fallo final sea favorable a Bolivia y La Haya diga que estamos obligados a negociar un acceso soberano, nosotros no lo vamos a acatar porque el pueblo chileno no quiere ni tiene la intención de devolverle soberanía a Bolivia. Si quieren mar que vengan a buscarlo, aquí los esperamos”.

 

Para ser más claros, dentro de la contienda que Bolivia mantiene con Chile, nuestro país ha hecho lo que debía hacer: recurrir a la Corte Internacional, dada la negativa de este país para dialogar sobre el tema específico del mar. La contraparte chilena ha anunciado públicamente la posibilidad de su retiro del sistema legal si el resultado en La Haya le resulta desfavorable. Si Chile toma la determinación de abandonar el sistema, habrá dejado un precedente fuera de toda ética como sujeto de Derecho. Exhibiría también un incidente desvergonzado, esquivo y funesto.

 

De todos modos, el ratón estará siempre a merced del gato, que va a jugar con él hasta cansarlo y en el momento más preciso, comérselo. A no ser que el ratón haya conseguido que algún perro sea su aliado y le defienda. La lógica de acompañar políticamente las acciones jurídicas no debe detenerse. Tenemos que profundizar nuestros justos argumentos con potencias como China, Rusia, Francia, Italia, Brasil, India, Argentina, Indonesia, sin ninguna duda. Pero, conversar directamente con el gato, antes de conocerse el fallo de La Haya y sin el respaldo o garantía de alguna potencia, no tiene ningún futuro.

 

El pueblo boliviano sería inmerecedor de existir si abdicase de su derecho a la reivindicación marítima. Hoy, Bolivia, por la agresión chilena, está enclaustrada sin un puerto propio que le permita la libre comunicación con los mares del mundo. No podrá mantenerse indefinidamente con su soberanía restringida, y con la condena de una lamentable inferioridad económica y social, por ser ello incompatible con su condición de país libre. Nuestro anhelo de recuperar al menos un puerto soberano constituye no sólo un imperativo geográfico sino un problema sudamericano. Algunos han planteado soluciones a base de enclaves y callejones con costas no aptas para construir puertos; otros predican polos de desarrollo y zonas internacionalizadas. Dichas soluciones no garantizan las verdaderas necesidades presentes y futuras de Bolivia y sus derechos históricos y libertad de acción. Bolivia quedaría en situación subalterna y dependiente de los intereses chilenos. Tales “soluciones” deben ser consideradas en forma separada e independiente del problema marítimo boliviano cual es la reivindicación de sus territorios marítimos detentados al presente por Chile el usurpador, enemigo peligroso y recalcitrante, capaz de toda perfidia y atrocidad contra nuestra patria. Ningún boliviano puede aceptar, en perjuicio de nuestros legítimos derechos, un canje o trueque, y menos por callejones u otras zonas que impliquen renunciamiento a nuestras justas demandas de puerto soberano. Al aceptar limosnas, mereceríamos el repudio de todos los pueblos de América.

 

Comunistas, izquierdistas, derechistas, social demócratas y cuanto barniz tengan los gobernantes chilenos, nunca torcerán su política de estado que tienen trazada de mantenernos enclaustrados y dependientes, arrojándonos a la cara su cantaleta de siempre: “Tenemos un tratado intangible que ha resuelto nuestros temas pendientes para siempre”. Pero, en los tiempos actuales, hay un repudio universal contra los crímenes de lesa humanidad, los cuales no prescriben y están sujetos a la jurisdicción internacional. La justicia se va a imponer tarde o temprano, y Chile tendrá que ser obligado a aceptar la división de su territorio, porque a los bolivianos no nos encandilará más con el callejón inservible al norte de Arica, que ha sido una burla. Hay pueblos dignos que han luchado por siglos para su redención y nunca se han rendido en ese empeño. Bolivia necesita gobernantes patriotas para hacer realidad el anhelo de nuestro pueblo de respirar el aire vivificador de la brisa marina y recibir directamente las corrientes civilizadoras de ultramar a través de nuestros ancestrales puertos soberanos. No tenemos apuro de recuperar improvisadamente el mar a como dé lugar, como pretendía el abrazo de Charaña y la demagogia de Bánzer. Nuestro mar lo detenta Chile sin título legal, y por ello no nos conformaremos con un plato de lentejas.

 

La actual demanda marítima ante la Haya, se basa en compromisos y ofrecimientos unilaterales de Chile. Pero, habida cuenta de lo debido por el usurpador, tenemos fundamentos de mucha fuerza para plantear una negociación que persiga la reparación de tanto latrocinio. Lo robado no se puede convertir en soberanía intangible. Las apropiaciones chilenas han sido completamente gratuitas, aprovechando la traición de tantos coludados con la oligarquía chilena.

 

Chile argumenta que Bolivia “no tiene ningún derecho” sobre suelo chileno (¿?) y que no tienen obligación de devolver territorio. El expresidente chileno Piñera afirmó, en una entrevista concedida a la emisora Radio Bío-Bío de Santiago, que explicó a su colega boliviano Evo Morales que no negociaría soberanía. “Como presidente –le dije que - no iba a negociar nunca soberanía”; afirmó e insistió en que ése es un tema que está al margen de cualquier conversación bilateral.

 

Consiguientemente, ahora Bolivia debe conservar su dignidad fundada en no renunciar a sus derechos ineludibles, en sostener nuestra integridad moral, nuestro orgullo patrimonial, hasta recuperar nuestro mar, manteniendo el verdadero compromiso de honor. No debemos seguir con la chilenofilia; dejemos de lado los “abrazos de Charaña” y enfoquémonos al progreso social y la soberanía de nuestra Patria, practicando la democracia participativa. Posicionemos el tema marítimo en la agenda internacional, buscando aliados y escenarios que nos acerquen a la reivindicación de nuestro litoral cautivo, para lo cual los bolivianos deben hacer cada día la renovación de su fé y duplicar sus esfuerzos. Tenemos que rechazar la política de “confianza mutua” y “mar a como dé lugar”, y debemos exigir la reparación del atropello de 1879, y ésto sin claudicaciones ni compensaciones territoriales a Chile.

 

La invasión de 1879, la ocupación de 1884 y el despojo de 1904 son los antecedentes de fuerza militar, nó de derecho, con los que Chile ha despojado y detenta hoy el Departamento del Litoral. En vista de la debilidad del gobierno de Montes, Chile ha obrado con arbitrariedad, fuerza militar, amedrentamiento y amenaza, para despojar a Bolivia de su litoral, obligando a Bolivia, en una situación de vida o muerte para nuestra nación, a firmar el nefasto tratado de 1904. No existe hoy la intangibilidad de los tratados en el derecho internacional público; tampoco la eternidad del dominio impuesto por un país sobre otro.

 

Chile argumenta mentirosamente que fue Bolivia la agresora al declararle la guerra, y defiende su tratado de 1904 como un “derecho de victoria” ganado por las armas. Pero, éso no es propio de un tratado de Amistad; es un despojo insano contra la democracia, contra la soberanía y la libertad. La fuerza de la causa boliviana de reivindicación tiene en estos fundamentos la justicia que debe primar. La fuerza militar no da derechos. Chile se ampara en su poder bélico y económico, alcanzados con la riqueza usurpada a Bolivia, para manejar la cantaleta de que Bolivia solo tiene “aspiración” y no derecho al mar. Cuidemos a Bolivia de la agresión armada, rapiña, dobléz e impudor del bandidesco mendigo, protagonista del robo, pleitista y usurpador a todos los vientos, enriquecido a puñaladas desde 1879. Esa es la política permanente de Chile, peligro latente en Sudamérica.

 

Cada vez que llega un nuevo cónsul chileno a presentar cartas credenciales a La Paz, la ingenua prensa boliviana le pregunta: “¿Qué piensa del pedido boliviano de un puerto soberano?”; y el nuevo escupitajo no se hace esperar: “¡Bolivia puede tener todas las aspiraciones que quiera, pero no tiene ningún derecho al mar!”.

 

Artículo elaborado por Jorge Edgar Zambrana, Ingeniero Civil de Bolivia, en base a lectura de investigaciones hechas por los historiadores Jonatan Saona, del Perú, Rodolfo Becerra de la Roca, de Bolivia, y Federico Diez de Medina, de Bolivia.

 

 

 

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