Izquierda y progresismo
- Opinión
En el debate entre izquierda y progresismo esta la discusión sobre cómo llevar la lucha por la superación del capitalismo - modernismo hacia una nueva fase que:
- prescinda de la subsunción al mercado y recoloque el binomio sociedad-naturaleza en el centro y prioridad de las políticas de Estado;
- trascienda a la post industrialización con una planificación fina del presente y futuro extractivo e industrializador, planificación que trate con reserva (y respeto) el extractivismo considerando como guía el bienestar de los pueblos y la naturaleza;
- reconozca la lucha por la justicia social y ambiental y amplíe la visión economicista de reparación material del daño avanzando en la lucha contra la impunidad y por la transformación de los procesos dañinos a la sociedad y la ecología;
- mantenga y fortalezca la redistribución y reconocimiento, con los avances progresistas logrados en materia social y otros nuevos enfocados a reducir las diferencias entre ricos y pobres, ampliar la cobertura de servicios sociales y comunitarios y mejorar sus mecanismos de funcionamiento, redistribuir los recursos sociales como la tierra, las viviendas, las garantías de sobrevivencia finales, entre otros;
- impulse la organización política independiente, participativa, democrática, defensora de los intereses gremiales y que al mismo tiempo garantice una estructura laboral sólida en lo técnico –profesional que le competa, lo que solo será posible cuando la sociedad garantice el derecho al trabajo digno;
- lejos de promover más escuelas o maestros/as como primera necesidad, impulse una transformación radical del modelo educativo hacia una educación que –en todos los niveles- parta de la realidad social concreta y se dirija a transformarla, promoviendo en la persona las capacidades intelectuales y habilidades humanas necesarias para esa transformación, es decir una educación dirigida a la toma de conciencia sobre el mundo será la materia prima para la participación política y social comprometida de la sociedad toda (claro que implica un largo tiempo de trabajo de rediseño pedagógico y de transformación de las condiciones del ejercicio educativo, proceso que tendrá que ser progresivo y paulatino, pero debe ser ininterrumpido);
- retome radicalmente las riendas de la soberanía alimentaria y comience a caminar de otra manera en la cuestión de la nutrición de nuestros pueblos antes rica y variada -y que ha sido uno de los aspectos más negativamente influidos por la producción capitalista y la cultura moderna-, promoviendo y defendiendo el acceso a alimentos sanos y nutritivos, no químicos y no chatarra, empezando por una política pública de regulación de lo que se ofrece en el mercado, que progresivamente empiece a reducir las prerrogativas del gran capital y sancione productos o procesos que probadamente ponen en peligro la nutrición de las personas y paulatinamente los elimine del mercado, pero que al mismo tiempo, estimule la producción agrícola y la producción de alimentos en todos los ámbitos sociales (campo, familia, centros educativos, etc.), así como el consumo sano, diverso, nutritivo, cultural.
Estos desafíos imprescindibles para un avance sustantivo son las que han sido traicionadas por el progresismo formal y, en la humilde opinión de quien escribe, también por la izquierda intelectual.
Con diferencia - porque diferentes son- los primeros matizan ya en el poder los radicales planteamientos que les sumaron votos del pueblo en lucha; los segundos, acomodados en el combate, se quedan cortos en la defensa de sus propios postulados y, por distintas razones que los primeros, también matizan -subjetivamente- los planteamientos radicales que les acercan a las bases y mantienen así lo que en una buena parte son los privilegios de clase y en otras las ‘ganancias’ de la exclusión. Ambas posturas finalmente son sumamente arrogantes y parecen seguir pensando en la lógica del pensamiento único.
Mientras tanto las bases, progresistas y de izquierda, siguen mirándoles las debilidades y en esa medida alejándose y restándoles a unas y otras el apoyo popular que necesitan. Pero no se quedan quietas, la construcción se sigue dando, en lo local, en muchos puntos aislados de resistencia social, política y cultural y de cada vez mayor autonomía y soberanía. Muchas expresiones hay en la América que resiste, que ha dejado medio de lado la lucha contra el monstruo, ignorándolo en aras de construir su propio destino, aun cuando en muchos aspectos tenga que mantener un frente de lucha abierto. Pero lo fundamental lo hace abajo, con la gente, en su realidad concreta. Proyectos de educación, producción, agroecología, salud colectiva, cultura, artes, autonomía territorial, soberanía alimentaria, que van buscando nuevos métodos y caminos y que dejaron la ensoñación del desarrollo capitalista y se atreven a mejores utopías.
La transformación deseada no puede darse sin una transformación socio cultural de fondo, que a su vez no se dará si no se invierte (literalmente hablando) más tiempo, recursos materiales y recursos humanos en la de-construcción y re-construcción del universo social y ambiental local, en la práctica concreta y bajo las urgencias de la vida cotidiana. No son suficientes frases, discursos, consignas, se precisa la toma de conciencia, la recuperación del protagonismo social y la dignidad y orgullo de la capacidad transformadora de las masas.
Por eso la educación y la alimentación son quizá los pilares más sólidos pese a que son, curiosamente, los menos atendidos por progresistas e izquierdistas. Quizá sea porque son los más laboriosos y quizá aún sea generalizado el imaginario mágico de una transformación fácil y rápida. Todo mundo la quiere ver en vida, pero los cambios de época no se dan en corto tiempo y el momento actual es de tal complejidad que no será nada fácil movernos de este pantano. Asumamos que se ocupa ahora abonar el terreno y sembrar las semillas y que su cultivo para cosechar la revolución es la tarea del hoy y del mañana.
Por ello quizá lo que necesitan progresistas e izquierdistas con poder político es una seria autocrítica que les permita dejar a un lado el ego que les llama a ser estrellas y el sueño de la fama en vida, y ponerse a trabajar (invertir tiempo y recursos) en la relación directa con la gente, en participar de la toma de conciencia colectiva en sus acciones concretas con el pueblo, no solamente en ‘día de marcha’ o por ratos en el ‘plantón’, no solamente en escritos o mensajes de redes sociales populares, sino en los problemas concretos de la gente con la que comparte organización o militancia. No hacen falta líderes en el viejo estilo de iluminados que dirigen los procesos, sino militantes comprometidos que socialicen sus recursos y habilidades particulares y participen con las bases en la comprensión y transformación de lo concreto, lo que aun poca gente está dispuesta a hacer.
También hace falta una buena dosis de austeridad económica, dejar de invertir recursos en banalidades, lo mismo si son personales o del trabajo organizativo, cambiar el chip del consumo en la vida cotidiana de la casa y el trabajo, dejar de promover los mitos del mercado sobre la banca, la empresa, el éxito, el estatus, la moda, etc. Promover formas equilibradas, empáticas, justas de intercambio, promover el re-uso sobre el desecho, la cualidad sobre la cantidad, la ética sobre la estética. Tal vez así lograríamos un verdadero boicot al mercado de ropa, zapatos, aparatos, armas, alimentos chatarra, bebidas, etc.; un verdadero boicot al Capital, que en realidad es lo único que podría derrocarlo. Ya que el Estado no lo hace, la sociedad toda debería hacerlo.
Los progresismos y las izquierdas necesitan, ambos, no olvidar el objetivo originario, vigente y más urgente que nunca, de revolucionar la acción social para avanzar con realismo hacia esa nueva fase que sigue siendo la utopía de tantos y tantas. Y no olvidarlo en estos tiempos implica -impajaritablemente- firmeza, tenacidad y la valentía del salto al vacío, la única que permite atreverse a re-inventar la realidad que deseamos, por sobre la que hoy nos abruma pero que todos y todas, por acción o por omisión, hemos contribuido a construir.
México, 7 de octubre del 2015
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