Venezuela: Autocritica y radicalización
- Opinión
El cierre reciente de la frontera con Colombia y el estado de excepción decretado por el gobierno del presidente Maduro para esa zona, era algo que debía suceder, que estaba en la mente de muchas personas, simplemente porque cada día que pasa resulta más clara la obligación de ejercer la soberanía del estado bolivariano, como medio de preservar la revolución de la sociedad venezolana, asediada desde hace más de una década por un enemigo que mantiene una gigantesca base de operaciones justo en la casa del vecino.
Es increíble el cinismo de la oligarquía colombiana cuando, de repente, se vuelve defensora de los colombianos que ha humillado por siglos. Pero esto no es casual, es parte de un plan global, de las tácticas ya previstas para cada coyuntura. El gobierno colombiano sabe de siempre lo que acontece en esa frontera; la piratería moderna instaurada en Cúcuta para sabotear la economía revolucionaria. No debe sorprendernos que hoy, estén desarrollando una matriz mediática que viste de victima al lobo, y pinta de heroica a la oligarquía asesina que sale en defensa de los compatriotas que ella misma empujo hacia el otro lado, y que suman más de cinco millones de seres humanos.
El ejercicio de la soberanía ha mostrado rápidamente el inmenso aparato montado para destruir la revolución bolivariana; queda claro, además, que los autores involucran desde paramilitares colombianos, pasando por gobiernos extranjeros hasta transnacionales que han abierto mil frentes diferentes de ataque simultaneo: Dólar Today, El Esequibo, las guarimbas la escases, la guerra mediática, y tantos más, todos ellos verdaderos saqueadores del patrimonio de todo el pueblo, apoyados por una oligarquía local a la que se le han agotado las ideas y ha cedido desde hace mucho la dirección de su oposición a centros de inteligencia foráneos.
Pero al lado de todas las evidencias de agresión que podemos mostrar, existen también problemas internos que no deben soslayarse. Sin embargo, es necesario, antes de iniciar cualquier proceso de autocrítica, trascender la matriz reduccionista que lleva todo a los extremos del bien y del mal, eso nos empuja a relativizar el tamaño de las cosas y a obviar cosas fundamentales. Muchas veces creemos que tenemos grandes verdades absolutas, y solamente hemos visto una parte del todo.
Quizá una de las posiciones más reiterativas en nuestras críticas al gobierno bolivariano, lo que no nos hace menos revolucionarios, es pasar por alto las condiciones impuestas por la coyuntura, por ejemplo, en el campo externo. Muchos dirán que la frontera debió cerrarse hace mucho, pero se olvidan de las obligaciones que como Estado debe cumplir el gobierno del Gran Polo Patriótico. Cada día que pasa cambia todo el panorama, y es necesario tener mucho juicio, estudio y precisión para tomar cada decisión.
Veamos un poco la cotidianeidad en la política interna. Existe mucho descontento que está motivado por factores más bien de carácter ideológico, que no se han podido superar a lo largo de 16 años. La sociedad venezolana, consumista in extremis, ha sido tocada justo en el punto que era previsible la podía “sensibilizar” en contra de sus propios intereses. Tiene dificultades para comprar, ha entrado en estado de schock por las filas, el desabastecimiento, que es real, por la drástica reducción en la política de cupos para divisas (que usan también para comprar), etcétera.
El constante bombardeo mediático, perfectamente sincronizado, lleva mensajes subliminales que provocan una horrible sensación de impotencia a la población, que se siente al borde de un evento apocalíptico, y que encuentra siempre en el gobierno al culpable perfecto de todos los males y de los que habrán de venir. Y ese fenómeno arrasa incluso con aquellos que son más consecuentes y revolucionarios. La desesperanza es un estado de ánimo necesario para que quienes buscan destruir la revolución, puedan avanzar en sus aviesos planes de reconstruir la tierra neoliberal propiedad de los menos en perjuicio de los que son muchos más.
Este es un ambiente propicio, fértil para que los discursos patrioteros, como aquel de “nuestro petróleo”, tan común e invariable en la derecha a lo largo de dieciséis años, se inoculen y crezcan en la población, aunque esta nunca en su historia fue más beneficiada por la riqueza petrolera. Igualmente, es óptima, para cultivar odios contra quienes han servido en bienestar de millones de venezolanos y venezolanas, como los grupos de trabajadores cubanos. El mundo al revés, la gente en contra de quienes les han aportado un bienestar que habían desconocido hasta 1999.
Esto no es casual, ni el gobierno es culpable, ni lo es el pueblo de Venezuela. Simplemente es un frente de batalla, en el que el enemigo usa armas de última generación, invierte sustanciales recursos, y en el cual la revolución tiene una tarea pendiente inmensa. Ese es el campo ideológico; no se puede avanzar en revolución solamente con logros materiales, ni entender la cultura de forma reducida. Los venezolanos hoy tienen acceso a miles de oportunidades culturales como teatros, ferias del libro, orquestas, y, sin embargo, siguen consumiendo masivamente el mensaje que sale de la caja que tienen en casa 24 horas que les dice: “compra esto, compra aquello, dinero, dinero…”
Podemos afirmar que esto deja de lado muchos problemas que son también muy evidentes como la naturaleza rentista de la economía, algo enraizado en la sociedad por más de un siglo, que forma parte también del campo ideológico, o la terrible ineficiencia de las empresas nacionalizadas, las cuales, nos guste o no, son manejadas por seres humanos que sienten más el efecto de la guerra psicológica, y casi no entienden el peso de su responsabilidad revolucionaria.
La oposición, y no hablando del puñado de políticos apátridas del patio que son capaces de quitar la vida a cuanto venezolano crean necesario para agarrar los privilegios que creen suyos por voluntad divina, está ubicada en cada momento, y sobre todo se encuentra presente en la intimidad, en el individualismo de cada sujeto, todos los días. Gracias a eso, los errores, las carencias y e incluso presuntos delitos, son magnificados exponencialmente, hasta que suenan como ensordecedores aullidos en las mentes de la gente.
Y muchas veces caemos en la tentación de simplificar las explicaciones y decimos “pero es que la gente no tiene que comer, no tiene medicinas y todo por la ineptitud del gobierno”. Eso, además de elemental, está muy lejos de solucionar ningún problema.
Aquí se impone un proceso de autocrítica profunda, que no solo pasa por el gobierno, sino por la sociedad entera; la revolución no es solo del gobierno, ni los espacios de construcción revolucionaria están únicamente en los puestos públicos. No se trata de buscar culpables y llevarlos al patíbulo, sino de examinar con mucho tino todo el proceso y cambiar lo que debe ser cambiado. Se trata de encontrar los focos de la corrupción y aplicar las leyes revolucionarias corruptos y corruptores, no se debe caer en el circo de la anti corrupción que puede abrir un torbellino que no existe, que es producido y ejecutado por el enemigo mismo. El cazabrujismo no es lo mismo que la autocrítica. Si somos consecuentes con nuestra formación, entenderemos que la sociedad, además de tener sus particularidades, cambia constantemente, por lo que debemos estar a la altura de esos cambios.
Luego de un proceso de construcción autocritico, debemos pensar en la radicalización y profundización del socialismo. Pero esto suena mucho más fácil que lo que realmente implica. Primero porque en el expediente ideológico, siempre nos están llevando de vuelta al siglo XX, y donde la mayoría de las veces optamos por defender lo que no entendemos y somos proclives a juzgar desde el reduccionismo del bien y del mal, una especie de dogma que solo beneficia los gastados argumentos del enemigo.
Esta tarea es mucho más compleja, pues requiere de soluciones, de propuestas que se ajusten a nuestra realidad, que nos permitan plantear un sólido esquema que reemplace la estructura, pero también el sistema ideológico dominante del capitalismo. Nuestros economistas tienen la inmensa tarea de aportar luz sobre la ruta, y para esto deben salir de su educación neoliberal, que queda patente muchas veces cuando apenas atinan a proponer la dolarización de la economía como salida. Siempre lo que luce más fácil es más cómodo, y caemos en la tentación de creer que es el camino.
El socialismo, no se produce con decretos, y su construcción no es responsabilidad exclusiva del gobierno. Es toda la sociedad la encargada de esa dura tarea; una sociedad capaz de entender cada momento histórico con mucha precisión. A final de cuentas, son los errores de toda la sociedad los que permiten avanzar, y además, son los que permiten al enemigo permanecer al acecho, por eso no debemos nunca pensar en frases cortas, las ideas requieren mucho más.
Si por nuestras tentaciones el enemigo regresa, vamos a tener mucho cemento pero no lo podrá comprar nadie, muchas medicinas pero muchas más personas que mueran resignadas a que no pueden comprarlas; cuando regresen aquellos, llegaran hambrientos, con sed de venganza y todo lo que se ha alcanzado será un recuerdo, convertirán todo en mercancía, y liberaran el mercado, abundará el desempleo y cada quien vivirá al ritmo frenético de sálvese quien pueda. Si hasta hoy nadie entiende el cambio a Bs 6.30, seguro entenderán que el gobierno ha luchado por defender los logros de la revolución y del pueblo.
No es este un intento por aterrorizar a nadie, es un llamado a la racionalidad. Una vez en el poder, la derecha no habrá derrotado al GPP, comenzara una campaña sistemática por borrar todo vestigio de chavismo de la faz de la tierra. Un mínimo error político hacia las elecciones de diciembre puede desencadenar una tragedia. Es tiempo de entender que las elecciones son un medio; medio que esta vez exige gran nivel de sentido común. La UNIDAD, la movilización masiva del chavismo, descontento o no, este es el momento político, es cuando soltarnos las cadenas de la mente.
La revolución la hacemos todos o no es, la defendemos todos por obligación colectiva e individual. Muy poco importa que aparezcan miles de voceros de la derecha llamando a una falsa neutralidad ideológica, para vencer debemos ser radicales, y dar a cada cosa su tiempo. El socialismo que queremos aun esta por formularse, y no como una receta de cocina, sino como el futuro, siempre dialectico, que permitirá que cada generación haga lo que necesite para avanzar. A trabajar entonces!
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