La gran alianza del Atlántico
11/08/2012
- Opinión
La incorporación definitiva de la República Bolivariana de Venezuela al Mercosur constituye un salto cualitativo en el proceso de integración continental. Esa incorporación no sólo completa el gran acuerdo económico, comercial y político nacido hace 21 años, sino que transforma al Mercosur en el más importante proyecto geopolítico intentado en nuestro continente desde los tiempos de la Gran Colombia.
En 1951, el presidente Juan Domingo Perón lanzó su propuesta de integración con Brasil y el resto de Suramérica a la que llamó Nuevo ABC. La iniciativa implicaba no sólo una alianza estratégica de nuestro país con el gran vecino lusoparlante, sino también una articulación con el resto de los países hispanohablantes de la región para equilibrar la relación con Brasil. En la visión de Perón –el principal estratega de la unificación suramericana y, posiblemente, el único político que, después de la Segunda Guerra Mundial, se aventuró en esa propuesta–, la Argentina debía cumplir un doble papel. Por un lado, convertirse en el principal aliado estratégico de Brasil, gobernado entonces por Getulio Vargas y en pleno proceso de industrialización– y, por el otro, acaudillar al resto de los países hispanohablantes de la región.
El proyecto –Nuevo ABC en recuerdo y homenaje al ABC del Barón de Río Branco que lo intentara a principios del siglo XX– sólo pudo plasmarse en algunos acuerdos con Chile –gobernado entonces por el general Carlos Ibáñez del Campo– y con Paraguay y Bolivia, a través de algunos tratados comerciales. Sin embargo, fracasó con respecto a Brasil; sobre todo, por la resistencia de Itamaraty, muy influida por Estados Unidos, y por el tradicional establishment exportador. Vargas ni siquiera tuvo oportunidad de reunirse con Perón, como era el deseo de ambos, y poco después se suicidó, como resultado del golpe cívico-militar que lo destituyó. Los tiempos no estaban maduros y el poder del imperialismo y las oligarquías regionales desbarataron el proyecto y los gobiernos populares que lo sustentaban.
Muchos años después, en 1991, la firma del Tratado de Asunción puso nuevamente en marcha aquel proyecto que significó, en el terreno de los hechos, una resistencia al Consenso de Washington; aún cuando las políticas neoliberales que entonces se aplicaban dificultaron su profundización. Pero el primer paso había sido dado sin que Estados Unidos –ocupado en el reordenamiento de Europa Oriental, tras la caída de la URSS– tomase cartas en el asunto. Argentina y Brasil habían logrado establecer un acuerdo aduanero, que una y otra vez, bajo la égida de los intereses imperialistas y financieros, era resistido por los sectores oligárquicos. No obstante, la burguesía paulista, mejor dotada que la Argentina y con mayor independencia del sector agroexportador y financiero, sostuvo el acuerdo que produjo una paulatina integración de ambas economías, a la vez que se convirtió en el principal destino de las exportaciones uruguayas.
El siglo XXI, tal como lo había profetizado Perón, le dio un nuevo impulso al Mercosur. Desde Venezuela comenzó a plantearse una revisión del proyecto bolivariano.
Las condiciones de la época y la propia herencia de la España colonial habían determinado que el Libertador Simón Bolívar lanzara su estrategia de independencia y unidad a lo largo de los países andinos y de la costa del Pacífico. José de San Martín eligió el camino del Pacífico para entrar en el Perú virreynal. El abrazo de Guayaquil y el retiro de San Martín de la jefatura militar de su ejército –por la falta de apoyo del grupo rivadaviano en el poder en Buenos Aires– sellaron la creación de la Gran Colombia, a la que no tarda en sumarse Bolivia, integrada por la generosa cesión porteña de las provincias del Altiplano.
A poco de asumir, el presidente Hugo Chávez Frías relanzó el proyecto bolivariano, pero estableciendo un lazo privilegiado con Argentina y Brasil. La participación de Venezuela en el carnaval carioca, en una escola do samba presidida por una gigantesca estatua de Bolívar –que ganó el premio de ese año– introdujo en Brasil la figura del Libertador, que era ajena y, en cierto sentido, opuesta a una historia que, durante casi todo el siglo XIX, se caracterizó por su acendrado monarquismo y su vinculación con las potencias europeas. Detrás del millón de dólares que le costó ese premio, Hugo Chávez proyectaba un bolivarianismo que integrase la costa atlántica de nuestro continente.
Con la incorporación de Venezuela, el Mercosur realiza la visión de Perón, consolida la propuesta de Nación Latinoamericana de Jorge Abelardo Ramos y auspicia la concepción estratégica del uruguayo Aberto Methol Ferré. Tres patriotas rioplatenses que anticiparon hace cincuenta años el sendero por el que debía atravesar la integración. El propio Chávez le brindó a Abelardo Ramos un gran homenaje al inaugurar las sesiones de la cumbre de la Celac, en diciembre pasado, en Caracas.
A partir de ser miembro pleno del Mercosur, Venezuela aporta su extraordinaria reserva petrolera –la más grande del mundo– a un bloque continental suramericano que necesita soberanía energética regional para impulsar de manera autárquica su imperioso desarrollo industrial.
Pero esto no es, con la importancia que tiene, lo más trascendente. La incorporación de la patria de Bolívar permite, tal como lo pensaba Perón, equilibrar en la región el enorme peso específico de la economía brasileña y su ambiciosa burguesía. Presenta una unidad política, económica y militar sobre el Atlántico que es nuestra línea de frontera con el continente africano, con el cual ya hemos comenzado a establecer relaciones de un riquísimo potencial político, económico y comercial. Consolida, además, la independencia y soberanía de Venezuela, cuya riqueza petrolera la convierte en presa potencial del imperialismo norteamericano. También ofrece al conjunto de los países de la región un extraordinario y eficiente modelo de integración que ha logrado superar enormes dificultades, poderosas presiones y permanentes conspiraciones de los sectores vinculados al privilegio oligárquico de raíz antisuramericana.
Esta importante y estratégica victoria no puede hacernos olvidar que el Paraguay, el querido Paraguay víctima de la infame Guerra de la Triple Alianza, no ha podido celebrar como debiera esta incorporación. La reintegración del Paraguay a la comunidad del Mercosur, en el plazo más perentorio, debe ser la primera y patriótica tarea de este bloque repotenciado con la presencia de una Venezuela libre, justa y soberana.
- Julio Fernández Baraibar Miembro del Instituto de Revisionismo Histórico Manuel Dorrego
Año 5. Edición número 221. Domingo 12 de agosto de 2012
https://www.alainet.org/fr/node/160205
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