200 años de dependencia y racismo

15/05/2011
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
El 15 de mayo del 2011 se cumplen doscientos años de la gesta que produjo la independencia de facto de Paraguay del Reino de España, la cual se conquistaría formal y burocráticamente mediante resolución de un congreso local y patriótico realizado en 1813. Fue una revolución sin derramamiento de sangre, que forjó la hoy tercera república más antigua del mundo (anteriores son sólo EE.UU. y Haití). Las actividades conmemorativas congregan y enorgullecen a los paraguayos; sin embargo, sólo los descendientes de españoles y europeos (mestizos, criollos, colonizadores, etc.) sean quienes tienen qué festejar, mas no los pueblos originarios de las hoy llamadas tierras paraguayas. Pueblos que casi sin limitaciones aportaron en la conformación genética, científica y cultural del país con mayor porcentaje de no-indígenas hablantes de una lengua indígena en el mundo.
 
El bicentenario es una ocasión dependiendo de quién se trate, para festejar, para aprender, para congratularse por los logros y avances, pero también para auto observarse y aceptar lo que está mal, sea sólo en el presente o incluso desde mucho antes de la Independencia. Los mismos indígenas llevan tiempo denunciando las incongruencias de estos festejos de cara a su realidad. Así, aprovechando la ocasión en las últimas semanas se han movilizado, protestado, emitido comunicados, hecho presencia en los medios y quejado. Hoy, en un comunicado expresaron: “La dignidad humana, más que un texto constitucional, ¿no es acaso una palabra vacía invocada en su carta fundacional por el Estado, cuando es   responsable de actos de racismo y discriminación contra pueblos que habitan hace más de 200 años este país?”.
 
De hecho, si deseamos comparar con precisión la situación indígena preindependentista con la actual podríamos embarcarnos en una tarea harto difícil e inexacta, pero al menos se puede afirmar que desde la creación de la república los pueblos originarios recibieron solo más o menos de lo mismo. La formación del estado paraguayo representó hasta ahora nada más unos pocos cambios que los benefician, pero a la par de muchos otros perjudiciales. Los ejemplos abundan en un país rico en culturas y tradiciones pero también en marginaciones y vistas gordas.
 
* Los primeros españoles arribaron a Paraguay en 1524, y a pesar de los miles de habitantes de la zona, al hecho le siguen llamando “descubrimiento del país”. En ese entonces los indígenas constituían el cien por ciento de la población humana, porcentaje que empujado por la colonización, las guerras, el mestizaje y las enfermedades fue disminuyendo hasta que en 1811 representaba solo un treinta por ciento del total.[1] Hoy, tras doscientos años de vida independiente paraguaya, los pueblos originarios pueden ser vistos más bien como una anécdota estadística, de menos del dos por ciento del total de habitantes del territorio. Existen incluso etnias cuyas culturas “sobreviven” en la persona de apenas unos cientos de individuos (Los Toba Maskoy, Guaná, Chamacoco Tomorajo y Manjui; grupos existentes solo en Paraguay o también casi extintas en países vecinos), de acuerdo al oficial Censo Nacional del 2002.[2] Lentamente las etnias indígenas van consolidándose como las minorías más pequeñas en número del país, mientras mantienen en su poder récords como ser las de menor acceso a servicios básicos, más baja oportunidad laboral y más poca esperanza de vida.
 
 * La disposición de áreas comunitarias y/o agrícolas para indígenas disminuyó notoriamente luego de la independencia, en especial por las masivas ventas de tierras públicas durante el gobierno del presidente Carlos A. López y de otros, y como fruto del latifundismo hijo de la corrupción de los últimos cincuenta años. Todavía hoy, casi dos siglos después de los primeros atropellos republicanos, muchas de sus comunidades habitan propiedades sin título o ajenas (sic), a pesar de todas las garantías expuestas en una Constitución Nacional (1992) que se calcó lo mejor del Convenio 169 de la O.I.T. Sobre Pueblos Indígenas y Tribales, pero que jamás pasó de ser meras palabras impresas. Y si el estado paraguayo puede jactarse de llevar a cuestas una resolución incumplida de la Comisión Interamericana de DD.HH. sobre devolución de tierras, y de haber perdido en dos ocasiones demandas de etnias indígenas en la Corte Interamericana por el mismo tema, también puede hacerlo de no cumplir los mandatos de la Corte Interamericana de DD.HH. o de la Comisión en ninguno de estos.[3]
 
 * Mientras los mestizos y blancos siguen buscando, curándose con y hasta ufanándose por los conocimientos de medicina botánica legados de los guaraníes, no existe un solo instituto de enseñanza y menos una Facultad que “certifique” la práctica de esta ciencia y sus conocedores no son metidos presos sólo porque son muchos, mucha gente cree en ellos y no acostumbran ser muy publicitarios.
 
* Las calles más concurridas de las más grandes ciudades del país: Asunción, Ciudad del Este, San Lorenzo, Luque y Caaguazú han dejado de ser exclusivas de los niños pobres mendigando o durmiendo en las esquinas, pues ya se suman muchos los indígenas de diferentes edades que las recorren. Fenómeno que es imitado en otros sitios como consecuencia de las faltas de oportunidades de formación, de trabajo y de tierra. Estadísticas, estas, que casi siempre sufren en un índice mayor que el resto de los paraguayos.
 
* A pesar de que en el aspecto educativo siguen siendo relegados, es el ámbito donde en los últimos años se realizaron los dos más importantes avances, insuficientes pero al menos altamente motivadores. Ambos proceden de leyes nuevas, la de creación de la Dirección General de Educación Indígena (2008) y la Ley de Idiomas (2010). Ambas siguen esperando una aplicación efectiva. Curiosamente la primera de ellas en la práctica llevaría a decisiones anticonstitucionales, porque ayuda a corregir uno de los grandes errores de la Carta Magna de 1992 que poca gente se ha dignado en identificar.[4]
 
 * Pero, continúan las deficiencias educativas: el analfabetismo es mucho mayor en la población indígena que en el resto del país; muy pocas lenguas originarias están estandarizadas para la escritura y escasos de sus hablantes son los que las leen; encontrar un indígena estudiando en la universidad es como hallar una aguja en un pajar y más difícil aún uno con título; la carrera de Antropología sigue siendo una quimera (no existe en ninguna universidad), y al igual que en toda América o no existen o son solo anécdotas los antropólogos indígenas, cuando que otras etnias o grupos se han permitido tener estudiosos, investigaciones, recursos y publicaciones acercándose a sus identidades y realidades desde sus propias visiones (afrodescendientes, metaleros, góticos, akiba keis, religiosos, etc.).
 
 * Ya no les meten palo a los niños que hablan sus idiomas indígenas maternos, simplemente las borran del mapa ignorándolas. Enseñándo -por mandato constitucional- el sagrado y comercial castellano en todas las escuelas, y para que no se quejen mucho les dan como segunda opción al guaraní, eso sí, en su versión mestiza (la cual también pagó caro su origen indígena, siendo perseguida y proscripta por décadas). Esto, en lo más de los casos es como a un niño español darle a escoger solo entre inglés y rumano como lengua escolar.
 
* La Iglesia Católica ya no tiene el monopolio de la evangelización, pero es frecuente que las otras denominaciones cristianas que ocupan su lugar sean más destructoras de culturas, saberes y tradiciones.
 
* Para el Censo Nacional de Población y Vivienda (y en paralelo el III Censo Indígena) falta un año, y las sorpresas difícilmente van a ser positivas, sobre todo para los amantes de las lenguas indígenas, las cuales han venido lenta pero progresivamente desapareciendo desde el inicio mismo de la llamada “conquista” española. El estado ha hecho casi nada al respecto, a pesar de las numerosas alarmas, olímpicamente ignoradas cuando probablemente aún se estaba a tiempo de hacer algo.
 
* En el Congreso Nacional no se hallan sub-representados (como pasa con las mujeres por ejemplo), sino que ni están ni nunca estuvieron. Pese a la población existente y al número de legisladores (45 senadores y 80 diputados junto a un total de 110 suplentes), nunca en toda la historia uno de estos cargos (o similar) lo ocupó un indígena. De consuelo pueden ufanarse de que al menos tuvieron ya una candidata, pues en el 2008 la mbyá Margarita Mbywangí -manifestando públicamente su origen- se presentó para senadora en el tercer puesto (con el sistema de representación proporcional) por un joven movimiento político de izquierda, el hoy Partido Popular Tekojoja, uno de los más abiertamente partidarios del independiente presidenciable Fernando Lugo que luego ganaría las elecciones. Para Margarita los votos fueron insuficientes, pero ni bien asumió Lugo se la nombró Directora del gubernamental Instituto Nacional del Indígena (INDI). Ironías de la historia hicieron que tenga que ser removida de su cargo justamente a pedido de grupos indígenas, y para poder apaciguar los ánimos entre ellos. No es raro que por cada cien indígenas existan diez representantes peleados entre sí, no pocas veces a fuerza de dinero o prebendas de los “blancos”.
 
* Finalmente, se debe advertir que aunque se haya avanzado en el reconocimiento legal de sus derechos, la práctica de los mismos sigue dejando mucho que desear en especial en cuanto a sus derechos económicos, sociales y culturales, los cuales más que garantizados en su respeto lo están en su ausencia.
 
 Así, en el Paraguay mucha gente cree que no hace diferencias, pero a menudo dice: Hechápa nde ava!, cuando quiere criticar a una persona, atribuyéndole un carácter malhumorado, huraño o excesivamente serio, generalmente en sentido peyorativo. Su traducción literal del guaraní es: ¡Mira que eres una persona!”, pero si fuera entendida en dicho sentido la expresión no tendría pie ni cabeza; porque la traducción real no es esta. La palabra “ava” utilizada para decir “persona” en el guaraní paraguayo significa también “indígena” y no precisamente de manera apreciativa. Este simple ejemplo muestra lo absurdo de la dupla racismo-discriminación, se habla un idioma indígena para señalarle a rechazar o criticar a alguien por asemejarse a un “indio” o comportarse como si lo fuera (estereotipo). No es extraño que aún estén de moda los “chistes de cachique”, o cuentos jocosos cuyos protagonistas casi siempre son líderes indígenas que no comprenden la cultura occidental, las tecnologías, las costumbres, la cultura o el idioma de los mestizos; es decir, historias ficticias que se burlan de la “ignorancia natural” de esos pobrecitos re-subdesarrollados.
 
 Y así, mientras los pueblos originarios siguen sumando pocos votos en Paraguay (además muy manipulables debido a la pobreza), sus culturas son solo parcialmente comerciables (a través del robo de conocimientos ancestrales, la venta de artesanías y el turismo etnológico), su poder de consumo es limitado, y su capacidad de organización está minada desde dentro: ni las “buenas intenciones” del presidente, ni el trabajo de muchas oenegés (exceptuando a las que simplemente los utilizan para mantener sus recursos y nóminas de funcionarios), ni las nuevas leyes alcanzan para cambiar un poco a mejor su situación general o establecer perspectivas de progreso.
 
Como en casi toda América ocurre, ni todos los paraguayos son culpables de la situación ni lo son en el mismo grado, pero aún brillan por su ausencia una ciudadanía y una clase política que “realmente” decidan hacer algo al respecto. La discriminación es doble, porque se los minimiza al no dejarles participar, al hablar “por ellos” negándoles sistemáticamente la palabra, al investigarlos como objetos extraños (ya vimos lo de los antropólogos) para luego “explicarlos” sin abandonar preconceptos culturales, y al intentar imponer soluciones pseudo-occidentales a problemas locales.
 
En esta verdadera crisis humana (tal vez mejor denominable: etnicidio) los frentes son dos, el de la lucha social-política de los ciudadanos y el de la lucha indígena; es decir, de ellos por sí mismos y de los demás contra las injusticias que sufren. Los cambios buenos, solo podrán seguir a una nueva conciencia ciudadana: mejor informada, más abierta, menos estereotipada, y más fructífera, la cual deje de verlos como incultos y haraganes, como menores de edad, como los que deben o volver a la selva porque no pueden convertirse en empresarios ni empleados. Una nueva conciencia que deje de ver a los síntomas en las víctimas y que, comprenda que en políticas públicas y en disminución de la pobreza las cosas no son ni tan sencillas ni tan unicausales. Decididamente están olvidados, pero poco a poco van alzando sus voces, luchando contra el tiempo, contra la incomprensión y contra la indiferencia; no sabemos si podrán ganar.
 
Notas
 
[1]    Caballero, Herib (2010) “Proceso de la Independencia Paraguaya 1780-1813”. Edit. Azeta: Asunción. Pag. 27. ISBN 978 99953 1 093 6
 
[2]    Dirección Gral. de Estadísticas, Encuestas y Censos del Paraguay (2002) “II Censo Nacional Indígena. Pueblos Indígenas del Paraguay: Resultados Finales”. Asunción. http://www.dgeec.gov.py/Publicaciones/Biblioteca/censo_indigena/Capitulo%201.pdf
 
[3]          Casos Yakye Axa, Sawhoyamaxa, y Xamok Kásek.
 
[4]   El art. 77° dice “La enseñanza en los comienzos del proceso escolar se realizará en la lengua oficial materna del educando. Se instruirá asimismo en el conocimiento y en el empleo de ambos idiomas oficiales de la República”. Pero remata, proclamando con absoluta falta de igualdad: “En el caso de las minorías étnicas cuya lengua materna no sea el guaraní, se podrá elegir uno de los dos idiomas oficiales”.
https://www.alainet.org/fr/node/149739?language=es
S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS