Las cinco guerras que se entrecruzan en Irak
07/05/2007
- Opinión
Irak es cada vez más complejo. Simplificar la situación hablando del número de muertos entre los ocupantes achacándolos a una sola vertiente de la guerrilla es no solo irreal, sino engañoso. Y es que en Irak, a los cuatro años de la invasión y ocupación neocolonial del país, son cinco las guerras que se entrecruzan: suníes contra suníes, shiíes contra shiíes, suníes contra shiíes (o viceversa), suníes contra ocupantes y shiíes contra ocupantes.
En las últimas semanas se han producido tres hechos significativos: la publicación de “las políticas y principios” del Estado Islámico de Irak (15 de marzo), la celebración de una manifestación sin precedentes contra la ocupación coincidiendo con el derrocamiento de Saddam Husein (9 de abril) y la proclamación del “gobierno islámico” de Iraq (20 de abril) que pone de manifiesto la existencia de un poder alternativo al que gobierna en el país árabe con el beneplácito de los ocupantes. Dos de estos tres hechos tienen como protagonistas a los suníes, el otro a los shiíes.
El talón de Aquiles de la guerrilla de liberación nacional (la primera de las guerras de Irak, la lucha contra los ocupantes) ha sido siempre la imposibilidad de conseguir apoyo alguno fuera del país y de crear un frente político que consiga un cierto reconocimiento internacional. Ello ha derivado en la inexistencia de propuestas que vayan más allá de la retirada de los ocupantes. Ese vacío ha sido llenado por el Estado Islámico de Irak al proclamar el “gobierno islámico” y nombrar a ministros de la guerra, petróleo, salud, información o agricultura por mencionar sólo algunas de las diez responsabilidades de un gabinete alternativo al oficial. Esto supone un hecho sin precedentes y que va a dar un giro sustancial a las guerras que se libran dentro de la guerra de Irak.
El Estado Islámico de Irak (EII) está formado por una alianza de ocho organizaciones, con Al Qaeda como fuerza hegemónica, que ya proclamó dicho “estado” el pasado mes de octubre en las zonas centrales del país, de población suní y en las que ejerce un claro predominio. El 15 de marzo, en un paso más de su estrategia, que supone la visualización de su afianzamiento en las zonas que controla y anuncia el reguero de atentados sectarios contra los shíies que se vienen produciendo en el país, hizo público un documento titulado “Políticas y principios” (1) que merece la pena recoger en sus aspectos principales y que, resumidos, son: 1) el islam shií es una forma de politeísmo y apostasía; 2) todos los procedimientos legales deben estar de acuerdo con la shari’a; 3) todas las ideologías como el nacionalismo y el comunismo son una forma de herejía porque reemplazan la ley de Dios; 4) toda persona que ayuda a la ocupación de cualquier forma es un infiel que debe ser puesto en la mira [de los combatientes]; 5) evadir el yijad en las presentes circunstancias es el mayor pecado después del pecado de apostasía; 6) los policías y soldados de un país apóstata [en referencia al gobierno de mayoría shíi] deben ser combatidos y todos los lugares y medios usados como bases por el régimen apóstata deben ser destruidos; 7) el Estado Islámico de Irak no está limitado por ningún acuerdo formado por los ocupantes con ningún individuo o grupo en Irak.
Esto pone de manifiesto que la preponderancia del EII entre las fuerzas antiocupación armadas es una realidad. Y se ha logrado gracias a una durísima campaña militar que ha incluido un enfrentamiento directo con el resto de organizaciones suníes que forman parte de estas fuerzas. Sólo durante el mes de marzo, por no remontarse más atrás en el tiempo, y coincidiendo con la proclamación de las “Políticas y principios” del EII, se produjeron violentísimos enfrentamientos entre diferentes organizaciones suníes en la provincia de Al Anbar. El punto álgido se alcanzó el 27 de marzo, cuando una escuadra del EII emboscó y dio muerte al jeque Hareth Zaher Al-Dhari, uno de los principales dirigentes de la tribu Al- Zouba y comandante de la organización guerrillera Faylaq Al-Jihad Al-Islami tras la negativa de esta organización de unirse al EII y asumir sus propuestas (2). Este comandante era sobrino de Hareth Suleiman Al-Dhari, uno de los más influyentes miembros de la Asociación de Ulemas Musulmanes, la voz más claramente antiocupación de los suníes y vinculada a la guerrilla.
El diario Al Hayat publicaba el 31 de marzo que esta acción “había colocado a los grupos de resistencia ante dos opciones, ambas indeseables: o combatir a Al Qaeda y negociar con los americanos” (3). El diario decía algo más: “la crisis de la resistencia iraquí ha ido más allá de este y otros asesinatos [en referencia a que son al menos 30 los altos cuadros políticos y militares muertos en estos enfrentamientos] y Al Qaeda está trabajando para cortar el suministro interno y externo y las líneas de comunicación a muchos [de los diferentes grupos] y tomar posesión de las armas y municiones que están escondidas”.
Organizaciones como las Brigadas de la Revolución de 1920, el Ejército de los Mujaidín o el Ejército Islámico (no integradas en el EII) han expresado su preocupación por este tipo de hechos y siguen insistiendo en “mantener unido el frente de la resistencia” (4) pese a decir, de inmediato, que “la matanza de suníes se ha convertido en un blanco legítimo para ellos [el EII]”. Y es que el EII no sólo realiza atentados contra significados cuadros de las organizaciones guerrilleras, sino atentados indiscriminados contra sectores y zonas vinculadas con estas organizaciones, como el sucedido en Ramadi a primeros de abril y que mató a 27 personas o el realizado contra una estación de televisión vinculada con el Partido Islámico (suní). Esta es la segunda de las guerras que se entrecruzan en la guerra de Irak, suníes contra suníes.
La tercera guerra es la de suníes contra shiíes (o viceversa), de la que hay pruebas evidentes desde hace tiempo y que ha tenido su colofón, hasta el momento, con el atentado que el 18 de abril causó casi 200 muertos en un barrio shií de Bagdad. Entre ambas comunidades religiosas se está creando claramente un apartheid, ambas se ven obligadas a separarse, a no mezclarse y a iniciar un éxodo silencioso muy parecido a una limpieza étnica, en este caso en defensa de la pureza de la fe religiosa. Un apartheid del que está sacando partido EEUU, que en estos momentos se erige como el defensor de ambos levantando un muro de separación entre albas comunidades en Bagdad. Es “la pared de Adamiya”, tiene una longitud de cinco kilómetros y es una de las piezas centrales de la estrategia de ocupantes y colaboracionistas por “pacificar” Bagdad y mostrar al mundo, así, que la nueva estrategia impulsada por la Administración Bush tiene éxitos al parar la matanza sectaria.
La manifestación de Najaf
Esto es algo que ciertos sectores de suníes y shiíes están intentando evitar por todos los medios. Muy significativo fue el ver a significados clérigos suníes encabezando la manifestación que el 9 de abril reunió a más de un millón de iraquíes en Najaf para protestar contra la ocupación. No había signos sectarios, sino banderas nacionales como emblema unificador. El convocante, Muqtada Al Sáder, ha venido manifestando su oposición a cualquier tipo de colaboración con los ocupantes, a pesar de contar con seis ministros en el gobierno de Maliki.
La presencia de seguidores de Al Sáder en el gobierno de Maliki merece la pena explicarla con un cierto detenimiento y hay que entenderla dentro de la pugna que se vive entre los shiíes por hacerse con el control de esta comunidad. Los shíies también están enfrentados entre ellos. Esta es la cuarta guerra entrecruzada. El punto más álgido de este enfrentamiento se está produciendo en estos momentos en Basora, la segunda ciudad del país con 2’6 millones de habitantes, el principal puerto de Irak y la provincia más rica en reservas petrolíferas. Aquí el enfrentamiento entre las fuerzas que apoyan al gobernador Mohammad al-Waiili y su partido Al Favila, y las de Al Sáder llegan a un alto nivel de virulencia, con muertos por ambos lados.
El movimiento que dirige Muqtada Al Sáder es, en política, fundamentalmente nacionalista: se opone a la división del país en tres zonas étnicas y religiosas (el norte kurdo, el centro suní y el sur shií) y considera que eso no es más que un plan de balcanización de Iraq. En cuestión religiosa es anti-quietista, siguiendo la práctica de su padre, que consideraba que había que rebelarse contra el régimen baasista en contra de lo que propugnaba el gran ayatolá Alí Sistani. Lo que hasta la ocupación era un enfrentamiento larvado entre estas dos tendencias tuvo su momento más álgido en agosto de 2004, cuando el Ejército del Mahdi se enfrentó a las tropas de EEUU en Najaf y sufrió considerables bajas. Sistani vio en ese momento un momento propicio para debilitar a su rival y dejó que las principales fuerzas de Al Sáder se desgastasen lo suficiente como para luego aparecer él como el protector. Los EEUU habían dado orden de capturar a Al Sáder, pero la intervención de Sistani lo impidió y de alguna forma “domesticó” a su rival al tiempo que le hizo volver al redil. El gran ayatolá ya contaba con el incondicional apoyo del Consejo Supremo de la Revolución Islámica y su brazo armado, las Brigadas Badr, las principales implicadas en las matanzas sectarias. Se garantizaba así, también, el del Ejército del Mahdi.
Desde agosto de 2004 hasta febrero de 2006, con la destrucción de la mezquita de Samarra como consecuencia de un atentado, Al Sáder mantuvo un perfil bajo, se integró en la Alianza Unida Iraquí, que agrupa a las organizaciones shiíes, y presentó candidatos en las listas para las elecciones de diciembre de 2005. Como consecuencia de ello sus representantes lograron 30 escaños en el parlamento y aceptó formar parte del gobierno colaboracionista con 6 ministros. Pero, al mismo tiempo, se dedicó a reorganizar al Ejército del Mahdi siguiendo el modelo de Hizbulá en Líbano hasta alcanzar un número de efectivos que podría oscilar entre los 5.000 y los 60.000, dependiendo de las fuentes que se consulten. Eso ha hecho que los EEUU consideren al Ejército del Mahdi como la más grave amenaza para su estrategia de en Irak (5).
Esta alianza se resquebrajó de nuevo tras el atentado contra la mezquita shií de Samarra, en febrero de 2006. Mientras Sistani consideraba que en ausencia de un gobierno fuerte las milicias eran una fuerza importante para proteger los lugares santos shíies un sector del Ejército del Mahdi iba más allá y se dividía, a su vez, en pequeños grupos que consideraban tibia y moderada la postura de Al Sáder con los suníes y los EEUU: 40 de los comandantes del EM han sido expulsados de la organización por ello.
Pero el que se haya resquebrajado de nuevo la alianza Sistani-Al Sáder no quiere decir que se haya roto. Ambos se complementan y comparten el interés común de proteger a los shíies al tiempo que intentan evitar la guerra sectaria, ya vigente. Ese es el gran logro de la manifestación de Najaf, a la que concurrieron suníes y shiíes bajo la bandera iraquí como símbolo unificador y plataforma antisectaria reclamando la salida de las tropas ocupantes.
En contra de lo que se viene diciendo con excesiva simplificación, este movimiento shií, al que se acusa de colaboracionismo, se semeja casi como una gota de agua a otra con lo sucedido durante la revolución islámica iraní que derribó al sha en 1979. Los shíies lo definen como “una insurrección urbana masiva que pone de manifiesto la desobediencia civil contra la ocupación de forma pacífica y disciplinada” (6). La manifestación de Najaf ha sido el primer paso de esa política de desobediencia. El segundo ha consistido en la orden impartida por Al Sáder de que sus ministros se retiren del gabinete, que las fuerzas del Ejército del Mahdi ataquen a los ocupantes y el llamamiento realizado a policías y militares iraquíes para que dejen de cooperar con los estadounidenses (7).
Es en este contexto en el que hay que entender el alto número de bajas que están sufriendo los ocupantes a lo largo del mes de abril. Achacarlas sólo a un sector de la guerrilla es totalmente incorrecto. Las órdenes de Al Sáder se han seguido a pies juntillas en Diwaniya, por poner un ejemplo, donde los enfrentamientos entre el Ejército del Mahdi y los ocupantes continúa. No es la primera vez que sucede, ya antes los hubo en esta misma ciudad en noviembre de 2006, así como en Amara y Basora. La totalidad de los muertos caudados a los británicos, así como casi 300 a los estadounidenses, es consecuencia de estos enfrentamientos. Una muestra de la quinta guerra que se entrecruza, shíies contra ocupantes.
En las últimas semanas se han producido tres hechos significativos: la publicación de “las políticas y principios” del Estado Islámico de Irak (15 de marzo), la celebración de una manifestación sin precedentes contra la ocupación coincidiendo con el derrocamiento de Saddam Husein (9 de abril) y la proclamación del “gobierno islámico” de Iraq (20 de abril) que pone de manifiesto la existencia de un poder alternativo al que gobierna en el país árabe con el beneplácito de los ocupantes. Dos de estos tres hechos tienen como protagonistas a los suníes, el otro a los shiíes.
El talón de Aquiles de la guerrilla de liberación nacional (la primera de las guerras de Irak, la lucha contra los ocupantes) ha sido siempre la imposibilidad de conseguir apoyo alguno fuera del país y de crear un frente político que consiga un cierto reconocimiento internacional. Ello ha derivado en la inexistencia de propuestas que vayan más allá de la retirada de los ocupantes. Ese vacío ha sido llenado por el Estado Islámico de Irak al proclamar el “gobierno islámico” y nombrar a ministros de la guerra, petróleo, salud, información o agricultura por mencionar sólo algunas de las diez responsabilidades de un gabinete alternativo al oficial. Esto supone un hecho sin precedentes y que va a dar un giro sustancial a las guerras que se libran dentro de la guerra de Irak.
El Estado Islámico de Irak (EII) está formado por una alianza de ocho organizaciones, con Al Qaeda como fuerza hegemónica, que ya proclamó dicho “estado” el pasado mes de octubre en las zonas centrales del país, de población suní y en las que ejerce un claro predominio. El 15 de marzo, en un paso más de su estrategia, que supone la visualización de su afianzamiento en las zonas que controla y anuncia el reguero de atentados sectarios contra los shíies que se vienen produciendo en el país, hizo público un documento titulado “Políticas y principios” (1) que merece la pena recoger en sus aspectos principales y que, resumidos, son: 1) el islam shií es una forma de politeísmo y apostasía; 2) todos los procedimientos legales deben estar de acuerdo con la shari’a; 3) todas las ideologías como el nacionalismo y el comunismo son una forma de herejía porque reemplazan la ley de Dios; 4) toda persona que ayuda a la ocupación de cualquier forma es un infiel que debe ser puesto en la mira [de los combatientes]; 5) evadir el yijad en las presentes circunstancias es el mayor pecado después del pecado de apostasía; 6) los policías y soldados de un país apóstata [en referencia al gobierno de mayoría shíi] deben ser combatidos y todos los lugares y medios usados como bases por el régimen apóstata deben ser destruidos; 7) el Estado Islámico de Irak no está limitado por ningún acuerdo formado por los ocupantes con ningún individuo o grupo en Irak.
Esto pone de manifiesto que la preponderancia del EII entre las fuerzas antiocupación armadas es una realidad. Y se ha logrado gracias a una durísima campaña militar que ha incluido un enfrentamiento directo con el resto de organizaciones suníes que forman parte de estas fuerzas. Sólo durante el mes de marzo, por no remontarse más atrás en el tiempo, y coincidiendo con la proclamación de las “Políticas y principios” del EII, se produjeron violentísimos enfrentamientos entre diferentes organizaciones suníes en la provincia de Al Anbar. El punto álgido se alcanzó el 27 de marzo, cuando una escuadra del EII emboscó y dio muerte al jeque Hareth Zaher Al-Dhari, uno de los principales dirigentes de la tribu Al- Zouba y comandante de la organización guerrillera Faylaq Al-Jihad Al-Islami tras la negativa de esta organización de unirse al EII y asumir sus propuestas (2). Este comandante era sobrino de Hareth Suleiman Al-Dhari, uno de los más influyentes miembros de la Asociación de Ulemas Musulmanes, la voz más claramente antiocupación de los suníes y vinculada a la guerrilla.
El diario Al Hayat publicaba el 31 de marzo que esta acción “había colocado a los grupos de resistencia ante dos opciones, ambas indeseables: o combatir a Al Qaeda y negociar con los americanos” (3). El diario decía algo más: “la crisis de la resistencia iraquí ha ido más allá de este y otros asesinatos [en referencia a que son al menos 30 los altos cuadros políticos y militares muertos en estos enfrentamientos] y Al Qaeda está trabajando para cortar el suministro interno y externo y las líneas de comunicación a muchos [de los diferentes grupos] y tomar posesión de las armas y municiones que están escondidas”.
Organizaciones como las Brigadas de la Revolución de 1920, el Ejército de los Mujaidín o el Ejército Islámico (no integradas en el EII) han expresado su preocupación por este tipo de hechos y siguen insistiendo en “mantener unido el frente de la resistencia” (4) pese a decir, de inmediato, que “la matanza de suníes se ha convertido en un blanco legítimo para ellos [el EII]”. Y es que el EII no sólo realiza atentados contra significados cuadros de las organizaciones guerrilleras, sino atentados indiscriminados contra sectores y zonas vinculadas con estas organizaciones, como el sucedido en Ramadi a primeros de abril y que mató a 27 personas o el realizado contra una estación de televisión vinculada con el Partido Islámico (suní). Esta es la segunda de las guerras que se entrecruzan en la guerra de Irak, suníes contra suníes.
La tercera guerra es la de suníes contra shiíes (o viceversa), de la que hay pruebas evidentes desde hace tiempo y que ha tenido su colofón, hasta el momento, con el atentado que el 18 de abril causó casi 200 muertos en un barrio shií de Bagdad. Entre ambas comunidades religiosas se está creando claramente un apartheid, ambas se ven obligadas a separarse, a no mezclarse y a iniciar un éxodo silencioso muy parecido a una limpieza étnica, en este caso en defensa de la pureza de la fe religiosa. Un apartheid del que está sacando partido EEUU, que en estos momentos se erige como el defensor de ambos levantando un muro de separación entre albas comunidades en Bagdad. Es “la pared de Adamiya”, tiene una longitud de cinco kilómetros y es una de las piezas centrales de la estrategia de ocupantes y colaboracionistas por “pacificar” Bagdad y mostrar al mundo, así, que la nueva estrategia impulsada por la Administración Bush tiene éxitos al parar la matanza sectaria.
La manifestación de Najaf
Esto es algo que ciertos sectores de suníes y shiíes están intentando evitar por todos los medios. Muy significativo fue el ver a significados clérigos suníes encabezando la manifestación que el 9 de abril reunió a más de un millón de iraquíes en Najaf para protestar contra la ocupación. No había signos sectarios, sino banderas nacionales como emblema unificador. El convocante, Muqtada Al Sáder, ha venido manifestando su oposición a cualquier tipo de colaboración con los ocupantes, a pesar de contar con seis ministros en el gobierno de Maliki.
La presencia de seguidores de Al Sáder en el gobierno de Maliki merece la pena explicarla con un cierto detenimiento y hay que entenderla dentro de la pugna que se vive entre los shiíes por hacerse con el control de esta comunidad. Los shíies también están enfrentados entre ellos. Esta es la cuarta guerra entrecruzada. El punto más álgido de este enfrentamiento se está produciendo en estos momentos en Basora, la segunda ciudad del país con 2’6 millones de habitantes, el principal puerto de Irak y la provincia más rica en reservas petrolíferas. Aquí el enfrentamiento entre las fuerzas que apoyan al gobernador Mohammad al-Waiili y su partido Al Favila, y las de Al Sáder llegan a un alto nivel de virulencia, con muertos por ambos lados.
El movimiento que dirige Muqtada Al Sáder es, en política, fundamentalmente nacionalista: se opone a la división del país en tres zonas étnicas y religiosas (el norte kurdo, el centro suní y el sur shií) y considera que eso no es más que un plan de balcanización de Iraq. En cuestión religiosa es anti-quietista, siguiendo la práctica de su padre, que consideraba que había que rebelarse contra el régimen baasista en contra de lo que propugnaba el gran ayatolá Alí Sistani. Lo que hasta la ocupación era un enfrentamiento larvado entre estas dos tendencias tuvo su momento más álgido en agosto de 2004, cuando el Ejército del Mahdi se enfrentó a las tropas de EEUU en Najaf y sufrió considerables bajas. Sistani vio en ese momento un momento propicio para debilitar a su rival y dejó que las principales fuerzas de Al Sáder se desgastasen lo suficiente como para luego aparecer él como el protector. Los EEUU habían dado orden de capturar a Al Sáder, pero la intervención de Sistani lo impidió y de alguna forma “domesticó” a su rival al tiempo que le hizo volver al redil. El gran ayatolá ya contaba con el incondicional apoyo del Consejo Supremo de la Revolución Islámica y su brazo armado, las Brigadas Badr, las principales implicadas en las matanzas sectarias. Se garantizaba así, también, el del Ejército del Mahdi.
Desde agosto de 2004 hasta febrero de 2006, con la destrucción de la mezquita de Samarra como consecuencia de un atentado, Al Sáder mantuvo un perfil bajo, se integró en la Alianza Unida Iraquí, que agrupa a las organizaciones shiíes, y presentó candidatos en las listas para las elecciones de diciembre de 2005. Como consecuencia de ello sus representantes lograron 30 escaños en el parlamento y aceptó formar parte del gobierno colaboracionista con 6 ministros. Pero, al mismo tiempo, se dedicó a reorganizar al Ejército del Mahdi siguiendo el modelo de Hizbulá en Líbano hasta alcanzar un número de efectivos que podría oscilar entre los 5.000 y los 60.000, dependiendo de las fuentes que se consulten. Eso ha hecho que los EEUU consideren al Ejército del Mahdi como la más grave amenaza para su estrategia de en Irak (5).
Esta alianza se resquebrajó de nuevo tras el atentado contra la mezquita shií de Samarra, en febrero de 2006. Mientras Sistani consideraba que en ausencia de un gobierno fuerte las milicias eran una fuerza importante para proteger los lugares santos shíies un sector del Ejército del Mahdi iba más allá y se dividía, a su vez, en pequeños grupos que consideraban tibia y moderada la postura de Al Sáder con los suníes y los EEUU: 40 de los comandantes del EM han sido expulsados de la organización por ello.
Pero el que se haya resquebrajado de nuevo la alianza Sistani-Al Sáder no quiere decir que se haya roto. Ambos se complementan y comparten el interés común de proteger a los shíies al tiempo que intentan evitar la guerra sectaria, ya vigente. Ese es el gran logro de la manifestación de Najaf, a la que concurrieron suníes y shiíes bajo la bandera iraquí como símbolo unificador y plataforma antisectaria reclamando la salida de las tropas ocupantes.
En contra de lo que se viene diciendo con excesiva simplificación, este movimiento shií, al que se acusa de colaboracionismo, se semeja casi como una gota de agua a otra con lo sucedido durante la revolución islámica iraní que derribó al sha en 1979. Los shíies lo definen como “una insurrección urbana masiva que pone de manifiesto la desobediencia civil contra la ocupación de forma pacífica y disciplinada” (6). La manifestación de Najaf ha sido el primer paso de esa política de desobediencia. El segundo ha consistido en la orden impartida por Al Sáder de que sus ministros se retiren del gabinete, que las fuerzas del Ejército del Mahdi ataquen a los ocupantes y el llamamiento realizado a policías y militares iraquíes para que dejen de cooperar con los estadounidenses (7).
Es en este contexto en el que hay que entender el alto número de bajas que están sufriendo los ocupantes a lo largo del mes de abril. Achacarlas sólo a un sector de la guerrilla es totalmente incorrecto. Las órdenes de Al Sáder se han seguido a pies juntillas en Diwaniya, por poner un ejemplo, donde los enfrentamientos entre el Ejército del Mahdi y los ocupantes continúa. No es la primera vez que sucede, ya antes los hubo en esta misma ciudad en noviembre de 2006, así como en Amara y Basora. La totalidad de los muertos caudados a los británicos, así como casi 300 a los estadounidenses, es consecuencia de estos enfrentamientos. Una muestra de la quinta guerra que se entrecruza, shíies contra ocupantes.
Notas
(2) Al Mokhtsar, 13 de abril de 2007
(3) Al Hayat, 31 de marzo de 2007
(4) Al Ahram, 19-25 de abril de 2007
(5) Alberto Cruz, “Muqtada Al Sáder, lel verdadero problema de EEUU en Iraq”
(6) Al Arabiya, 10 de abril de 2007
(7) France Press, 9 de abril de 2007
Fuente: Centro de Estudios Políticos para las Relaciones Internacionales y el Desarrollo CEPRID
https://www.alainet.org/fr/node/120963?language=es
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