¿Cómo llegó Brasil a esto?

La ruptura de la democracia y la colusión del poder judicial con los medios de comunicación para criminalizar al PT, fueron los vínculos que llevaron desde el golpe de 2016 hasta el gobierno de Bolsonaro.

24/09/2021
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El discurso de Jair Bolsonaro en la ONU volvió a plantear una pregunta que la gente no puede entender: ¿por qué una persona así se convirtió en presidente de Brasil y por qué aún permanece en ese cargo?

 

Un país que ya ha estado representado en la ONU, entre otros, por Fernando Henrique Cardoso y Lula da Silva. Un país que alguna vez tuvo el sistema de vacunas más importante del mundo. Un país que ha tenido gobiernos tan reconocidos y prestigiosos en el mundo como los del Partido de los Trabajadores. ¿Cómo puede ahora ser representado por alguien que desprecia la ciencia y las vacunas, que gobierna sin políticas sociales, que no habla de las desigualdades, del hambre ni de la pobreza, de la reanudación del desarrollo, que no se comporta con la mínima dignidad que se exige a un presidente de la República?

 

Incluso con todas las explicaciones políticas que se han dado, el mundo y nosotros mismos nos preguntamos cómo Brasil pudo llegar a esta situación. ¿Cómo bajamos tanto, después de haber tenido gobiernos y líderes considerados ejemplares en el mundo en este mismo siglo?

 

¿Cómo podría un país, con la democracia restablecida, elegir a una persona como Bolsonaro para la presidencia de la república? ¿Cómo se mantiene en esa posición?

 

En principio esto demuestra que no había democracia: el candidato favorito en las urnas fue detenido, condenado y se le impidió presentarse a elecciones, aunque poco tiempo después fue liberado y declarado inocente por el mismo Poder Judicial que lo había detenido y condenado.

 

Esto también demuestra que el sistema político y legal actual es totalmente incompetente para evitar que esa persona, aún cometiendo todo tipo de delitos, permanezca en la presidencia, sin ser removida por un juicio político. Debe haber alguna falla profunda en ese sistema que le permitió acceder a la presidencia y ahora no puede sacarlo de ella.

 

De la lucha a las desigualdades a la lucha contra la política

              

Todo comenzó con una campaña contra la política, sirviéndose de las manifestaciones del 2013, que comenzaron con reclamos contra el aumento de las tarifas del transporte público en el marzo de la organización del mundial de fútbol en Brasil Aquellas representaron en la práctica un giro contra la política, un cambio del consenso nacional desde la lucha contra las desigualdades a la lucha contra los gobiernos del PT que combatieron estas desigualdades.

 

Fueron los gobiernos de este partido los que pusieron en práctica los programas sociales que por primera vez redujeron las desigualdades en el país más desigual, del continente más desigual del mundo. En lugar de luchar de frente contra esta prioridad y contra estos programas -para los que hubiera sido difícil encontrar argumentos-, la derecha desplazó el tema central a la lucha contra la corrupción, que sería el motivo de la descalificación de la política y sería el principal problema del país.

Durante mucho tiempo convivieron la lucha contra la desigualdad, priorizada por la izquierda, y la lucha contra la corrupción, priorizada por la derecha. Era fundamental borrar de la cabeza de la gente los efectos de los gobiernos del PT para hacer triunfar la lucha contra la corrupción. Los gobiernos del PT serían, desde esta imagen y al mismo tiempo, los que lucharan contra las desigualdades y los gobiernos más corruptos.

Mientras el PT estuviese en el gobierno, sería imposible borrar de la mente de la gente los efectos de las políticas sociales. Era necesario retomar la campaña contra la política y la descalificación del PT por corrupto y también como económicamente incompetente para gobernar el país para poder sacarlo del gobierno.

Fue en el nuevo ciclo de movilizaciones, en 2015-2016, que el debate centró en las denuncias de corrupción del PT y en la supuesta incompetencia del gobierno de Dilma en el ámbito económico. Es necesario recordar que de lo que se trataba de borrar del conocimiento público era que la economía seguía creciendo, aunque a un ritmo más lento, durante el gobierno de Dilma, lo que aún le permitió al país tener, en el último mes de su gobierno, pleno empleo, por primera vez en la historia de un país conocido por el desempleo estructural.

 

La derecha aprovechó una debilidad del PT: no había podido difundir suficientemente en la mente de la gente tanto la importancia de las políticas sociales y su centralidad en Brasil hoy, como la falta de conciencia social sobre la importancia de la democracia política, como sistema en el que la mayoría decide quién gobierna el país.

 

Esto también reflejó la falta de comprensión de la centralidad de la lucha de ideas, de la lucha ideológica y cultural, en la que se disputa en la mente de la gente el consenso prioritario en el país. No basta con formular políticas que beneficien ampliamente las necesidades de las personas. Es igualmente imprescindible promover la conciencia social sobre las razones de la prioridad de la lucha contra las desigualdades y la necesidad de demostrar la farsa de la lucha contra la corrupción llevada a cabo por la derecha.


 

Más tarde Lula hizo el sacrificio de aceptar ser arrestado, incluso sin haber cometido ningún crimen, para demostrar su inocencia, lo que ha logrado plenamente. Pero en ese momento Dilma ya había sido derrocada por el golpe de 2016, Michel Temer ya había revertido las políticas económicas y sociales del PT, y ya se estaba preparando la elección de otro candidato de derecha para tratar de evitar su regreso al gobierno.


 

De la lucha contra la corrupción al golpe de Estado contra Dilma

 

La combinación de estos factores llevó al golpe contra Dilma. Luego de la reanudación de la democracia, con el fin de la dictadura militar y la transición que representó el gobierno de José Sarney (1985-1990), el país retomó gobiernos electos por voto directo, proceso que duró 26 años, hasta el año 2016.


 

Brasil vivió gobiernos neoliberales - Fernando Collor y Fernando Henrique Cardoso - en la década de 1990, elegidos por voto popular. Le siguieron los gobiernos del PT de Lula y Dilma de 2003 a 2016. Durante los gobiernos del PT, el país atravesó un período de reanudación del desarrollo económico, reduciendo las desigualdades y ampliando los derechos de todos. Pero, en términos de ideas, predominaron las denuncias de corrupción atribuidas al PT, consolidándose casi como una realidad que ni siquiera necesitaba pruebas.

 

La Operación Lava Jato fue la encargada de promover el consenso de la presunta corrupción del PT, que se extendió a Lula y permitió su arresto y condena. Era como si el país viviera al mismo tiempo dos realidades: el gobierno que mejoró la vida del país y el pueblo sería un gobierno corrupto. La derecha no respondió que los gobiernos del PT mejoraron la situación del país y del pueblo y el PT no respondieran a las acusaciones de corrupción.

 

Dilma fue derrocada, no por cargos de corrupción -porque no obtuvieron pruebas en su contra- sino por los absurdos argumentos de la transferencia de recursos dentro de la constitución -el llamado pedaleo fiscal-, práctica utilizada por todos los gobiernos anteriores y posteriores. Esta era la forma posible de sacar al PT del gobierno, dado que, en cuatro elecciones sucesivas, los candidatos del PT habían derrotado a los candidatos de derecha: en 2002, 2006, 2010 y 2014.

 

Una vez interrumpida la democracia -como había ocurrido en Brasil con el golpe militar de 1964-, esta vez con un modo de guerra híbrida -la nueva estrategia golpista de la derecha, de corrosión interna de la democracia liberal-, el modelo neoliberal regresó con el gobierno del entonces vicepresidente Michel Temer.

 

Las políticas de alianza del PT habían funcionado y eran indispensables, porque la izquierda nunca tuvo mayoría en el Congreso.

 

Cuando la derecha logró revertir el consenso nacional sobre la prioridad de las políticas sociales e imponer la lucha contra la corrupción, se rompieron las alianzas: el PMDB se sumó al proyecto golpista y asumió la presidencia en la figura del vicepresidente Michel Temer. Este último había sido elegido y reelegido con los programas del PT, pero rompió con ellos y retomó el programa neoliberal, derrotado cuatro veces en elecciones democráticas, terminando por establecer mediante un golpe institucional la imposición de políticas minoritarias en el país.

 

Del golpe a Bolsonaro

 

En la nueva ruptura de la democracia se encuentra el origen de las tragedias que vive Brasil hoy. Habiendo impedido que Dilma cumpliera con el mandato para el que había sido elegida por el voto democrático de los brasileños, se inició un proceso de arbitrariedad antidemocrática que terminó desembocando en el monstruoso gobierno de Bolsonaro.

 

La acusación de Dilma llevó a la presidencia al entonces vicepresidente Michel Temer quien, como se ha dicho aquí, violó el programa con el que él mismo había sido reelegido vicepresidente, implementando las políticas de la oposición, derrotada democráticamente en cuatro elecciones consecutivas.

 

Brasil retrocedió respecto a todos los avances que había hecho durante los gobiernos del PT. Volvió al ya fallido modelo económico neoliberal, que favorece los ajustes fiscales y los intereses del capital financiero y la banca privada. Terminó con políticas sociales que habían reducido las desigualdades sociales por primera vez en Brasil.

 

Para consolidar el golpe contra la democracia y contra el PT, Lava Jato promovió la detención, condena e impedimento de Lula para postularse a la presidencia de la república en 2018. Mientras tanto, la derecha, ante la pérdida de apoyo del candidato Alckmin, nuevamente apostó por la candidatura de Bolsonaro, que era el que tenía más preferencias en las urnas después de Lula.

 

A la derecha brasileña no le importaba que hubiera sido un parlamentario absolutamente ausente, al estilo típico de la política tradicional. No le importaba que hubiera promovido a sus hijos en la política, igualmente en la forma más típica de la política tradicional.

 

No importaba que defendiera el golpe y la dictadura militar, que dijera que el error de ese régimen fue no haber matado a más personas, tal vez a 100.000 personas. Que defendiera la tortura y rindiera homenaje al mayor torturador de Brasil en la televisión nacional, en la votación por el juicio político de Dilma.

 

No importaba su actitud agresiva contra las mujeres y los negros, contra las políticas para promover sus derechos.

 

No importaba que no tuviera experiencia en el gobierno o que tuviera vínculos con las milicias de Río de Janeiro. No importaba, siempre y cuando pudiera, con manipulaciones electorales, evitar el regreso del PT al gobierno -el objetivo final de la derecha brasileña- independientemente del precio a pagar por el país.

 

Era importante sacar al PT del gobierno, evitar su regreso, poder mantener el modelo neoliberal, incluso poner a alguien como Bolsonaro en la presidencia.

 

La ruptura de la democracia, la colusión del poder judicial con los medios de comunicación para criminalizar al PT, fueron los vínculos que llevaron desde el golpe de 2016 al gobierno de Bolsonaro. Eran los eslabones de la guerra híbrida, el nuevo tipo de golpe de la derecha contra la democracia.

 

La elección de Bolsonaro se promovió a través de noticias falsas difundidas por robots. Las denuncias de estos mecanismos por parte de los medios, con los nombres de los empresarios que los financiaron, fueron consideradas irrelevantes por el Tribunal Superior Electoral, confirmando la complicidad del Poder Judicial con la ruptura de la democracia y con la elección de Bolsonaro.

 

Es así como, en pocos años, Brasil pasó de tener autoridades democráticamente elegidas por el pueblo, que llevaron adelante los gobiernos más virtuosos de la historia del país, hasta llegar a un gobierno que aumenta la desigualdad y el descrédito del país en el mundo. Eso provocó la catástrofe humanitaria que vive el país desde hace cinco años.


 

Solo la recuperación de la democracia y la reanudación de gobiernos que promuevan las políticas sociales, los derechos de todos y la reducción de las desigualdades en el país permitirán a Brasil salir de la situación más desastrosa de su historia.

 

A través de todos estos mecanismos, Brasil llegó hasta aquí. Pero el país conoce los mecanismos para revertir las catástrofes actuales. Sabe cómo volver al camino que pudo recorrer en el siglo XXI, para que el país vuelva a crecer, generar empleo, reducir las desigualdades y recuperar el respeto y el prestigio en el mundo.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/213924
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