En el nombre de Dios: ¿muerte a los pueblos?
- Opinión
La disputa en torno a los proyectos ideológicos y al mismo “nombre de Dios” en la vida política se ha convertido nacional e internacionalmente, en medio de la pandemia, en un recurso para justificar las fechorías mas inhumanas y trágicas y sobre todo para controlar y doblegar los cuerpos, las mentes y los espíritus y, por otra parte, como fenómeno histórico de trascendencia, también es un soporte de vida y solidaridad ante la injusticia y desigualdad construidas por un sistema económico salvaje e inhumano como el neoliberal en crisis.
Más aún, la confrontación religiosa ha marcado procesos cruentos y violentos, con centenas de miles de muertos, para manipular y conquistar objetivos geopolíticos y de dominación, como fueron los choques entre líderes de las potencias occidentales frente a los jefes político-religiosos de Medio Oriente en el pasado reciente que luego generaron largas y trágicas guerras sangrientas: las grandes reservas de petróleo estaban en disputa y la economía imperialista no podía dejar escapar un botín tan preciado e importante.
El papa Francisco manifestó, el pasado Corpus Cristi del 11 de junio, que ante la dramática situación sanitaria que “llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia”, “y ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad”. Es hora de tender la mano a los más pobres, sentenció.
Añadió que "nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial".
En Bolivia el líder cívico cruceño José Luis Camacho y la autoproclamada presidenta Jeaninne Añez levantaron el nombre de Dios y llevaron la biblia para organizar y realizar el Golpe de Estado contra el orden democrático y las culturas y religiones indígenas, se justificó la masacre de más de una treintena de personas y casi un millar de heridos en la masacres de Senkata (El Alto) y Sacaba (Cochabamba) en noviembre de 2019. El respaldo inmediato al nuevo régimen fue de los “cristianos” radicales Jair Bolsonaro de Brasil y Donald Trump de Estados Unidos.
La jerarquía de la iglesia católica boliviana, a contramano de las opiniones del papa, apoyó el Golpe de Estado y pocas semanas después Añez se reunió con un grupo de líderes y pastores de iglesias evangélicos y declaró "La oración de todos los bolivianos es lo que nos ha permitido avanzar en esta situación tan difícil y de la mano de Dios estamos avanzando".
Añez, Trump y Bolsonaro utilizan el discurso religioso fundamentalista de las sectas pentecostales y neopentecostales para justificar sus decisiones frente a la pandemia del coronavirus u otros hechos como la política racista y discriminatoria en sus países. El presidente norteamericano ha manifestado “soy cristiano protestante, soy presbiteriano”. La iglesia presbiteriana es una rama del protestantismo que sostiene que los buenos estarán junto a Dios y los malos serán enviados al infierno en razón de la predestinación. Mostró la biblia frente a una manifestación de protesta antiracista por el asesinato del negro George Floyd en manos de un policía.
Por su parte, Bolsonaro no solamente buscó el respaldo de los sectores más conservadores del pentecostalismo, sino que se vinculó a la iglesia evangélica Asamblea de Dios y se hizo bautizar sumergiéndose en el rio Jordán. Sus huestes religiosas se han convertido en una fuerza violenta para ejecutar las políticas educativas, sociales y sanitarias del presidente brasileño. Como Trump, Bolsonaro considera que el virus mortal es solamente “una gripecita”. Brasil y Estados Unidos son de los países con mayor número de muertos por la pandemia.
Ante la ausencia de una política gubernamental efectiva frente a la pandemia, la inexistencia de medios básicos como equipos de bioseguridad, reactivos para pruebas, fármacos básicos y equipos de terapia intensiva, en Bolivia Jeanine Añez recurre frecuentemente al discurso religioso. “Hermanos bolivianos, hoy quiero enviarles un mensaje de fe, porque para Dios nada es imposible y, estando con él, vamos a vencer esta pandemia” manifestó en abril pasado y pidió “ayuno y oración en familia”. Posteriormente el gobierno impulsó que, desde helicópteros, se eche “agua bendita” sobre algunas ciudades del país.
Estos actos se producen en Bolivia que es un país laico según la Constitución Política del Estado y, más aún, en el contexto de la ineficiencia y el desgobierno frente al coronavirus y por la corrupción descubierta en su gobierno en la compra de ventiladores con sobreprecios de más del trescientos por ciento. Su propio Ministro de Salud, Marcelo Navajas, ha sido detenido por esos hechos. Además, los actos de corrupción se han multiplicado en empresas estatales como ENTEL, YPFB, Impuestos Internos y otras.
El hermano de Añez, Juan Carlos Añez, es un activo pastor de la iglesia pentecostal Casa de la Oración de la ciudad de Santa Cruz y ha organizado el pasado 18 de abril, junto al Ministro de Defensa, Fernando López, y sesenta pastores evangélicos una caravana que recorrió esa ciudad con la consigna “Clama a mí y yo te responderé’. “Ese es el objetivo de la actividad, clamar al Señor para que pueda darnos esa salvación que necesitamos nosotros”, manifestó Juan Carlos Áñez.
La autoproclamada presidenta ha utilizado a la Policía Nacional y a las Fuerzas Armadas para reprimir a los movimientos de protesta por la falta de una política sanitaria y de planes que permitan enfrentar la pandemia y por su intento fallido de prorrogarse en el gobierno cuando la Asamblea Legislativa y el Tribunal Supremo Electoral han determinado la fecha del 6 de septiembre para la realización de las elecciones nacionales.
Eduardo Paz Rada
Sociólogo boliviano y docente de la UMSA. Escribe en publicaciones de Bolivia y América Latina.
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