Daesh: El nuevo emir abre el juego
- Análisis
Casi de manera simultánea, junto a la noticia de la ejecución del líder y fundador del Daesh, Abu Bakr al-Baghdadi, se conoció que el nombre de su reemplazante Abu Ibrahim al-Hashemi al-Qurashi, alías Hajji Abdullah al-Afari, según lo poco que se pudo conocer en ese momento, era un iraquí, antiguo oficial del ejército de Saddam Hussein (Ver Al-Baghdadi, el muerto oportuno.). Esto desorientó no solo a las agencias de inteligencia de todo el mundo, sino a muchos altos jefe de la organización terrorista, los que nunca habían escuchado ese nombre.
A pesar del rápido relevo, más de una decena de khatibas o brigadas tributarias del Daesh, a lo largo de la geografía musulmana, realizaron su bay'ah o juramento de lealtad al ungido nuevo “emir de los creyentes”. Mediante videos, los muyahidines del Boko Haram nigeriano, los egipcios de la Wilāyat Sina, el Daesh-Khorasan afgano-pakistaní y el movimiento Abu Sayyaf de Filipinas, entre otros, saludaban al nuevo Califa.
Finalmente se ha podido conocer que al-Qurashi, era el nom de guerre de Amir Mohammed Abdul Rahman al-Mawli al-Salbi, gracias a la investigación de dos servicios de inteligencia occidentales, publicada por el periódico británico The Guardia.
Al-Salbi ha sido identificado como uno de los fundadores del grupo, y quién dictó, en su condición de erudito religioso, la fatwā que habilitó la persecución, tortura, muerte y esclavización de miles de integrantes de la minoría étnica-religiosa yazidí de Iraq a partir de 2014, al tiempo que ha supervisado muchas de las sangrientas operación del grupo alrededor del mundo.
En su “hoja de servicio” se anota que al-Salbi, uno de los muy pocos los líderes no árabes de la organización, fue detenido en 2004 por efectivos norteamericanos y más tarde recluido en Camp Bucca, una prisión, a las afueras de la ciudad iraquí de Basora, que llegó a albergar 27 mil detenidos, muchos de ellos transferidos desde la tétrica prisión de Abu Ghraib tras conocerse las torturas y abusos a que eran sometidos los prisioneros. Camp Bucca, en honor a Ronald Bucca, jefe de bomberos de Nueva York que murió en las operaciones de rescates, del 11 de septiembre en las Torres Gemelas, fue definido como “una verdadera universidad de terroristas”, fue allí donde se habrían conocido con al-Baghdadi y al-Salbi. Desde antes de acceder al liderazgo del Daesh, Washington había ofrecido por al-Salbi, una recompensa de cinco millones de dólares.
Desde la muerte de al-Baghdadi, a finales de octubre, los agentes de los múltiples servicios de inteligencia se dedicaron a seguir los movimientos de la cúpula de Daesh, detectando información sobre al-Salbi y ubicándolo en el centro del poder de Daesh, se lo catalogó como un experimentado combatiente que sigue la línea dura e intransigente de al-Baghdadi.
Los servicios que han logrado información sobre él, lo consideran uno de los ideólogos más influyentes de la banda terrorista que, desde el cerco a la que fue sometida durante seis meses en la ciudad Ramadi, en la provincia de iraquí de al-Anbar, a principios de 2014, alcanzó a tener influencia en organizaciones similares desde Nigeria a Filipinas, en solo dos o tres años.
Del nuevo líder, con nombre y apellido reales, se sabe que nació en una familia turcomana de la ciudad iraquí de Tal Afar al noroeste del país, a unos 450 kilómetros de Bagdad y a 70 kilómetros al oeste de Mosul, ciudad en cuya universidad se graduó como doctor en derecho de la sharia (ley islámica).
Es evidente que el nuevo emir ha replanteado la estrategia de la guerra en Irak, pero también ha intentado darle nuevamente aire a todas sus franquicias, buscando volver a expandir el terror al mundo. En su momento al-Salbi ha sido buscado en Turquía, ya que se cree contactó a su hermano Abdel, representante del “Frente Iraquí de Turkmenistán”, en procura de refugio, cuando la organización se encontró en su punto más bajo, tras la expulsión de Mosul, la otrora capital del Califato en 2017.
Las milicias kurdas del norte de Irak han advertido el incremento de los ataques en el centro y el norte del país, donde se produjeron 106 ataques, solo entre el 20 y el 26 de diciembre pasado. Un importante dirigente kurdo expresó su preocupación por esta ola de ataques que, desde mediados del año pasado, se han mantenido en una clara ofensiva de Daesh que ahora pareciera estar moviéndose más hacia el sur iraquí, gracias al apoyo de sus células rurales que se han mantenido intactas. A pesar de las grandes ofensivas que sufrieron han provocado unos sesenta ataques al mes, incluyendo asesinatos puntuales, minado de carreteras y asaltos contra acantonamientos de efectivos iraquíes. Los milicianos siguen recibiendo sus sueldos y entrenamiento en campos de áreas montañosas prácticamente indetectables.
Nuevos planes para el terror
Desde su ascenso al mando de la organización, al-Salbi ha estado tratando de consolidar su liderazgo no solo respecto a sus hermanos del poder central, en Irak y Siria, sino también en las franquicias que su antecesor abrió, más allá de las propias capacidades de la organización.
En los pocos meses que lleva en el poder, se han detectado que en dos de esos frentes, la violencia está recrudecimiento, fundamentalmente en el Sahel, donde Daesh para el gran Sahara (SGS), desde mitad de año, no solo ha replanteado sus operaciones en el norte de Mali, sino iniciado una guerra de demolición en Burkina Faso. En este último país, ya casi de manera cotidiana se producen ataques contra unidades militares y blancos civiles como escuelas y sus maestros e iglesias cristianas, lo que ha obligado al gobierno central a cerrar cientos de establecimientos escolares en el norte del país y posibilitar el desplazamiento de sus maestros amenazados a áreas más seguras. Superado el ejército por la embestida terrorista ya se están preparando grupos civiles para patrullar y proteger sus aldeas y poblaciones.
El atentado del pasado lunes veinte, en un mercado de la aldea de Alamou, provincia de Sanmatenga, en la región centro norte de Burkina Faso, milicianos armados abrieron fuego contra los civiles e incendiaron varios puestos, según información oficial del gobierno en un comunicado del martes habrían sido 35 los muertos. Esto eleva a 500 le total de civiles asesinados en los últimos meses, mientras que el número de desplazados se cerca al millón, abriendo, al estilo de Boko Haram, la expectativa de que todos, no solo kafires (infieles) y militares, se conviertan en potenciales blancos de sus ataques. El presidente burkinés Roch Marc Kabore dispuso dos días de duelo tras la matanza, aunque no especificó el nombre del grupo atacante, al tiempo que hasta ahora nadie se ha adjudicado el ataque, pero no cabe duda de la responsabilidad del SGS, que ha extendido sus operaciones a Níger y Chad, dos naciones que parecen estar en la mira del nuevo califa, y en las que, desde fines del año pasado, se repiten los ataques contra unidades y convoyes militares con cifras de efectivos muertos creciendo exponencialmente (Ver: Níger, un círculo del infierno).
Otro de los frentes que el nuevo emir parece pretender activar es el de los muyahidines filipinos de Abu Sayyaf, donde, tras la derrota de Marawi en 2017, se produjo la muerte de sus dos cabecillas Isnilon Hapilon y Omar Maute, y al parecer se había extinguido el fin de la insurgencia wahabita no solo en Filipinas sino en todo el sureste asiático, ya que también se había logrado asesinar a los líder integristas malayos Mahmood Ahmad y Amin Baco.
A pesar de los éxitos de las fuerzas de seguridad, a lo largo de estos dos años últimos años, éstas han debido implementar fuertes medidas de control y seguridad para evitar nuevas acciones terroristas, consiguiendo detener a 519 malayos y 500 indonesios vinculados al Daesh, mientras que las autoridades de Singapur, Tailandia y Filipinas han desmantelado numerosas células también vinculadas a Daesh.
El problema de estas organizaciones que no carecen de militantes es su falta de liderazgos claros, con mando y experiencia para evitar redadas y contragolpear con decisión.
La mayoría de los jefes de las organizaciones wahabitas en el sudeste asiático eran veteranos de la guerra antisoviética de Afganistán o experimentados combatientes fogoneados en Siria e Irak; muertos o detenido la mayoría de estos líderes, el Daesh se enfrenta a cabecillas que carecen de una formación sólida.
A pesar de las significativas pérdidas sigue actuando el Jamaah Ansharut Daulah (JAD), el grupo terrorista más grande de Indonesia que opera como una red independiente, pero próxima al Daesh. También los filipinos del grupo Abu Sayyaff, tras fuertes campañas de reclutamiento, están dando signos de recomposición.
Aunque al-Salbi todavía no ha designado un nuevo emir en el sudeste asiático (el último, Isnilon Hapilon, fue muerto en Marawi en octubre de 2017) pero se estima que surgirá de entre las docenas de militantes que viajaron a Medio Oriente para hacerse veteranos en los campos de batalla de Siria e Irak y se encuentran retornando a sus países para reorganizar los frentes insurgentes, como los filipinos Hatib Sawadjaan y Furuji Indama, en las provincias de Sulu y Basilan, para, como lo ha dispuesto el emir al-Salbi, abrir otra vez el fuego.
-Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
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