Rompiendo cadenas…

25/01/2019
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Parafraseando las archiconocidas Leyes de Murphy, podríamos decir que en el sainete bufo del 23 de enero, promovido por la Casa Blanca, de un intento de golpe de estado en Venezuela, fallido como confirmamos un día después, era muy posible que “las cosas que pudieran salir mal, salieran peor”. Como en efecto sucedió.

 

El Presidente Trump, dentro de su limitada inteligencia, su precaria cultura política (astucia tiene, pero eso es distinto) y su exacerbada prepotencia (las tres cosas suelen ir juntas muy a menudo), quizá pensó que su desconocido diputado escogido como su títere personal (o de Pence o de Marco Rubio o de Pompeo, no importa), podría en efecto llevar a cabo y consolidar su autonombramiento como Presidente Interino (fue la orden: no fuera que se desmandara…) de Venezuela, así, por las alverjas, como decimos en la Mitad del Mundo. Es decir, sin un solo voto de por medio porque ni siquiera fue candidato, como otros 3 opositores, a la Presidencia en las últimas elecciones, las vigésimo quintas, vale recordarlo, de las cuales el chavismo ha ganado 23 incluida esta a la que nos referimos.

 

Pudo ser si el pueblo, el pueblo de verdad, no una gavilla de guarimberos y una pequeña multitud de viudos del Poder, lo hubieran acompañado en esta aventurilla. Pero mientras en la Plaza Juan Pablo II, de Chacao, el novel aprendiz de títere se juramentaba frente a sí mismo (se hubiera acordado al menos de María Lionza o de José Gregorio y los hubiera invocado) y frente a sus… ¿qué será? ¿admiradores? ¿prosélitos?… no; es tan desconocido, ingenuo y poco avisado, que no le cuadra ninguno de tales vocablos. Pero digamos que, acolitado por unos pocos miles de acompañantes inducidos por los medios antichavistas, pagados por la Embajada y, por qué no, seguidores de última hora, se juramentaba, repito, ante sí mismo, en otras partes de Caracas y de la nación venezolana, el pueblo decía otra cosa. Y la decía masivamente.

 

Decenas de miles de gentes reconocidas por lo que el chavismo, en estos veinte años, ha hecho por ellos, salieron a las calles a defender lo conseguido en las dos décadas, y a proteger a su mandatario legítimo. Ese que salió de sus barrios y de sus calles empinadas y lodosas, sin escuelas ni hospitales ni teatros ni museos ni avenidas. Esas gentes por las cuales jamás de los jamases hicieron nada las clases dirigentes agropecuarias, comerciantes y herederas del hidalgo coloniaje español (porque industriales no hay en Venezuela; ¿para qué si hay pastos, vacas, tierras fértiles y petróleo?) en casi 200 años de monopolio del Poder Político, con el apoyo del Poder Económico de ellas mismas y el sostén de las viejas FF AA golpistas y, cuando era necesario, entreguistas, pero que hoy son otras: chavistas, o sea populares y al lado de su pueblo. Aquellas hacían política y negocios; estas hacen historia.

 

Esas decenas de miles de personas humildes, le mostraron al, ese sí ilegítimo, Presidente de los EE UU, Donald Trump, que la Venezuela chavista no se arrodilla ante el Imperio, por muy imperio en decadencia que sea. Como la Cuba de Fidel. Como la Bolivia de Evo.

 

El multitudinario respaldo que obtuvo Nicolás Maduro del pueblo venezolano, no fue solo el mentís a la prepotencia de la potencia, sino su consolidación (gracias Donald Trump, debe estar pensando Maduro) como un Presidente que, en el arduo ejercicio de remplazar a un grande de la Revolución como Hugo Chávez, ha devenido, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, verdadero estadista. Porque es en ese papel, cuando se juega todo al albur de la política, cuando se crecen o se minimizan los gobernantes. Y el Maduro de este par de días está lejos ya del neófito heredero de Chávez que, con más lealtad y buenas intenciones que capacidad, pudo capear las tormentas que el Imperio y la ignorante y fatua oligarquía venezolana han desatado sobre él en estos pocos años, confiando en que su inmadurez política y su ingenua personalidad de hombre del pueblo sin mucha cultura y sin alcances intelectuales, sucumbiera ante el enorme poder del Norte. No sucumbió: se acreció.

 

No solo ha salido airoso Nicolás Maduro del Tsunami impulsado en su contra por el Imperio y sus lacayos del Cartel de Lima, sino que ha logrado consolidarse en el respeto y afecto de su pueblo, que ha visto cómo se ha enfrentado a la primera, aún, potencia mundial, en defensa de las enormes riquezas de Venezuela, que son de su pueblo, y en guarda de la soberanía y de la dignidad de todo el continente suramericano, a despecho de los títeres y lacayos que hoy desgobiernan buena parte de nuestra región. Región en la que, al parecer, las cadenas de la colonia no se desatan aún ni se rompen, a pesar de los esfuerzos heroicos de Bolívar, San Martin, O’Higgins, Artigas y Sucre.

 

Ellos lograron conquistar con sangre la Libertad hace 200 años. Hoy, con el recuerdo de Fidel y de Hugo y la utopía de la línea que trazaron, nos toca a nosotros, con Evo, Nicolás, Rafael, Cristina, AMLO y los que en algún momento surjan de las naciones que todavía soportan las cadenas del capitalismo salvaje en América Latina, romper ya, de una vez y para siempre, las cadenas del oprobio imperial, y conquistar la Independencia. La verdadera independencia: política, económica, humana y social.

 

Y también la del pensamiento. A pesar de que a esta la aherrojan cadenas más viejas y difíciles de trizar. Porque la coyunda de la superstición y del dogma, amigos y protectores del otro Poder, es más apretada y larga y dura que la de la política.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/197759
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